Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente
Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Crítica: El exorcismo (The Exorcism)

El hijo del Padre Karras de El exorcista hace una cinta de terror inspirada en el trabajo de su padre que pudo haber sido mejor.

Joshua John Miller 

/ Russell Crowe, Ryan Simpkins, Adam Goldberg, David Hyde Pierce, Sam Worthington, Chloe Bailey

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Vertical Entertainment

El exorcista está catalogada como la mejor película de terror de todos los tiempos. Y no es para menos, puesto que, su atmósfera, sus actuaciones y su música le sirvieron al gran William Friedkin para conjurar toda una obra maestra del cine en términos de ritmo, emoción y subtexto, que va más allá de las fronteras de los géneros.

Sin embargo, la maldición llegaría con una secuela desastrosa (pese a que fue asumida por un director experto), una tercera parte que no llega a funcionar (dirigida por el mismo autor del libro en el que se basó la primera parte), una precuela que tuvo dos versiones realizadas por dos directores diferentes (ambas fallidas) y una horrible recuela estrenada recientemente que constituye lo peor de toda la saga.

La cinta de Friedkin también ha tenido sus múltiples imitadoras (El exorcismo de Emily Rose, El último exorcismo, El rito, El exorcismo de Dios, Exorcismo en El Vaticano, Líbranos del mal, Con el diablo adentro, La posesión de Verónica y La médium son algunas de ellas). Y aunque es cierto que hay algunas mejores que otras, también es cierto que ninguna llega a equipararse a la cinta que lo inició todo. 

Es así como nos llega una nueva cinta de terror sobre exorcismos que bien puede llegar a confundir al espectador desprevenido y por ello es necesario tener algo de contexto. El director Joshua John Miller es el hijo del fallecido actor Jason Miller, quien interpretó al Padre Demien Karras en el clásico de Friedkin. El hijo se inspiró en el trabajo de su padre (y posiblemente en historias que le contó sobre lo ocurrido en el set de filmación) para confeccionar, junto al guionista M.A. Fortin, algo que inicialmente se llamó El proyecto de Georgetown, una película que propone que el actor de una nueva versión de El exorcista termina siendo poseído por un demonio. La premisa no deja de ser interesante y pudo haber sido igual de efectiva que La nueva pesadilla, la ingeniosa cinta de Wes Craven en la que la protagonista de la primera parte de Pesadilla sin fin es atormentada por una presencia demoníaca que es conjurada por la energía oscura que suscita ver las películas de Freddy Krueger. 

El proyecto de Miller, ahora bajo el título de El exorcismo, se terminó de filmar en 2019, pero la pandemia y múltiples problemas de distribución llevaron a que se estrenara cinco años más tarde. En ese período, su protagonista Russell Crowe, interpretó a otro exorcista en El exorcista del Papa, una cinta con pretensiones de convertirse en saga, emulando lo que James Wan hizo con los esposos Warren en la saga de El conjuro. En ella, Crowe encarna al Padre Gabriel Amorth, un exorcista real que curiosamente, fue la inspiración de Friedkin para su película (inclusive el director hizo un documental sobre él).

Por esa razón, muchos espectadores confundidos creen que El exorcismo es la secuela de El exorcista del Papa (¡no lo es!), del mismo modo como muchos todavía están convencidos de que El exorcismo de Emily Rose es una secuela de la saga iniciada por Friedkin (¡tampoco es así!). Como pueden ver, esto es un enredo endemoniado. 

Si las cosas ya quedaron más o menos claras, vamos con El exorcismo. Aquí, Russell Crowe interpreta a Anthony Miller, un actor alcohólico y adicto en recuperación que, buscando resucitar su carrera, audiciona para el papel del sacerdote protagonista en lo que parece ser es una nueva adaptación de El exorcista (por motivos de derechos de autor, la cinta de Friedkin no se menciona). A medida que Crowe se sumerge en el personaje, bajo la pésima guía de Peter, un director de cine interpretado con maldad y sevicia por Adam Goldberg, Miller se ve obligado a enfrentar sus propios demonios personales, que incluyen un supuesto abuso cuando era monaguillo en su niñez, la penosa muerte de su esposa y una hija resentida y rebelde (Ryan Simpkins de Fear Street). 

De acuerdo con el prólogo, hubo una muerte previa en el set y a medida que se comienzan a filmar las primeras escenas, suceden cosas extrañas y perturbadoras. Hubiera sido muy efectivo que la cinta (por lo menos al principio) se hubiera mantenido ambigua frente a lo que sucede y no apostar a lo sobrenatural desde el principio. Esto pudo haber llevado al espectador a pensar que los sucesos extraños que ocurren tanto en el set como en la casa de Miller bien pueden ser causados por el estrés, el síndrome de abstinencia, la depresión, la ansiedad, los traumas reprimidos y un director que tan solo se preocupa por una buena actuación y no por la persona que actúa. Además, el subtexto sobre los peligros psicológicos que acarrea la profesión actoral, aquí se diluye rápidamente. La secuela de Freddy Krueger conjurada por Craven prestó mucha atención al subtexto y a las ambigüedades y es por ello que funciona tan bien.

La fotografía de Simon Duggan (Furiosa) y la dirección de arte de Jason Bistarkley (de la serie Swamp Thing) ayudan muchísimo para hacernos sentir esa atmósfera maligna que se transpira en el set de filmación de la película maldita, pero el trasfondo psicológico realmente interesante de la cinta, que tenía que ver con un actor atormentado, maltratado por su director y con un trauma reprimido de su pasado, termina sucumbiendo en la historia típica de este tipo de películas: El demonio Moloch se aprovecha de la debilidad de Miller para poseerlo y su hija deberá tener fe en él, y un sacerdote y psicólogo (David Hyde Pierce desperdiciado), que trabaja como asesor en la película, deberá dejar a un lado su escepticismo para exorcizar al demonio que se ha apoderado del actor. ¡Demonios! Esta hubiera sido una gran película en manos más expertas. La harina, los huevos y la leche no hacen una buena torta.

CONTENIDO RELACIONADO