Murió Javier Martínez, baterista, cantante y letrista de Manal, pionero del rock argentino

Javier Martínez, baterista cantante y letrista de Manal, murió hoy a los 78 años, en una clínica porteña

Por  ROLLING STONE

mayo 4, 2024

Javier Martínez, una leyenda del rock argentino.

Javier Martínez, baterista cantante y letrista de Manal, murió hoy a los 78 años, en una clínica porteña.

Así lo informó su hermana, Dora Alicia Martínez Suarez, a través de su cuenta de Facebook: “Lamento informarles que mi hermano ha fallecido hoy. Mañana Domingo 5 de mayo entre las 16 y 19hs. en la Casa Guerrieri, Av. Forest 900 lo acompañaremos en su viaje a la Eternidad por siempre y para siempre”.

Y agregó una frase que su hermano le dijo el miércoles, 1 de mayo: “Cuando uno no tiene más nada que decir, comienza el viaje de callar”.

Unos años antes, en 2019, en el marco de una extensa entrevista para ROLLING STONE, le había dicho a Bruno Larocca: “Ahora que estoy vivo y sano, maldigo totalmente a los que van a darme bola después que me muera. Van a tener una maldición hasta la séptima generación de sus hijos.”

En el mundo del rock, Javier Martínez era tan conocido por su estatus artístico –fue pionero del blues en castellano y un letrista visionario al frente de Manal, autor de clásicos como “Avellaneda blues”, “Porque hoy nací” o “Jugo de tomate”– como por su poca paciencia y su estilo bravucón en los reportajes.

Según consigna el libro No hay tiempo de más. Manal (colección Rock de Acá), de Ezequiel Ábalos, Javier Martínez había nacido en la calle Nahuel Huapi [hoy Manuel Ugarte] el 18 de marzo de 1946. “Mi contacto con la música fue desde siempre, mi viejo era un melómano y aparte un artista amateur que se dedicaba al teatro. Hacía teatro independiente, era actor, director y hasta escribió algo como dramaturgo. Me puso de nombre Javier porque cuando nací estaba haciendo una obra que era un alegato anti-bélico donde el protagonista se llamaba Javier, o sea que yo nací signado por una vida de artista. Que mi viejo fuera artista fue una ventaja para mí, porque un tipo como él, con la voracidad intelectual de los autodidactas, me creó el hábito de la lectura y del cuidado del cuerpo”, relató. “Mi viejo era uruguayo y había tenido contactos con el candombe, tocaba tamboriles para divertirse. A los 18 años vino a la Argentina y trajo todo eso de su infancia y adolescencia en el Uruguay. Entonces, también me inició en el ritmo”.

Javier Martínez había formado parte de esa cofradía de jovenes que hacia 1964, y hasta el cierre del local en 1967, frecuentaba La Cueva, el mítico local de la Avenida Pueyrredón que comenzó siendo un reducto jazzero hasta trasformarse en una de las cunas del rock argentino, junto a Moris, Alejandro Medina, Pipo Lernour, Sandro, Billy Bond, Litto Nebbia y Miguel Abuelo, entre otros.

En 1967 participó del concierto Beat Beat Beatles, en el mítico Instituto Di Tella, con El Grupo de Gastón. Ese fue su primer encuentro con Claudio Gabis. “Mientras estoy tocando, descubro que en la banda que estaba tocando enfrente hay un tipo que estiraba la cuerda y que tocaba con la técnica de blues (…). Yo venía buscando gente para hacer mi proyecto que era hacer rock y blues en castellano”. Pronto, junto a Alejandro Medina en el bajo, estaban grabando con Manal la banda sonora del film Tiro de gracia, de Ricardo Becher.

En 1970 salió Manal, el álbum debut del trío, considerado por ROLLING STONE como el tercer disco más importante en la historia del rock argentino. “Uno de los grandes pilares sobre los que se asienta todo el rock argentino”, escribió el crítico Claudio Kleiman [autor también de La historia de una reunión secreta, ediciones Disconario, el libro que cuenta la trama por detrás del reencuentro del grupo en 2014, para un evento privado. “Javier Martínez, un fanático de la música negra que había pasado por los beatniks – el pionero grupo surgido en La Cueva y liderado por Moris-, estaba convencido de que se podía hacer música de blues en castellano, y llegó a encerrarse para desarrollar su propio estilo de batería y ‘gastar’ su voz para asemejarse a cantantes afroamericanos como Ray Charles. Su encuentro con Claudio Gabis, un joven casi adolescente, pero ya virtuoso de la guitarra y estudioso del blues, dio el puntapie inicial para la formación de un trío (a la manera de Cream y Jimi Hendrix Experience), que se completaría con la llegada de Alejandro Medina, músico experimentado que había integrado Los Seasons. (…) La tapa de su primer disco, un collage fotográfico con los integrantes del grupo dentro de una bomba a punto de estallar, no podía ser más acertada: ése fue el efecto que provocó el primer álbum de Manal en la música argentina”.

Manal lanzó El León en 1971, y por divergencias internas, el grupo se disolvió. Sin embargo, dejó una marca en el rock argentino, tanto en grupos como Memphis La Blusera, que continuaría con el legado del blues porteño, como de artistas como el Indio Solari y Gustavo Chizzo Nápoli, de La Renga, que manifestaron su admiración y devoción por esa obra fundacional.

Hasta sus últimos años, como indicaba Bruno Larocca en su artículo para RS, Javier Martínez era uno de los pocos integrantes del selecto grupo de músicos fundadores del rock nacional que continúa presentándose los fines de semana en pubs y salas pequeñas. “La rutina diaria de Javier Martínez en Ranelagh, Berazategui, en la casa en la que vive solo con varios gatos, no es muy distinta a la de los días dorados de Manal: un tiempo de ensayo en la batería, escuchar radio o algunos clásicos de su colección de discos de jazz y, sobre todo, leer a sociólogos, poetas, historiadores como Eric Hobsbawm o filósofos agnósticos como Emil Cioran“, contaba Larocca.
“Siempre estoy con algún libro”, decía Javier Martínez. “Sin ofender a nadie, me cansé de los músicos de rock que no tienen un libro en la casa. Pappo era uno de esos, pero se basó en la filosofía de la calle, y suficiente hizo con eso. A mí me gusta la de la calle y la biblioteca. Yo no terminé la secundaria, pero mi padre me inculcó la lectura desde pibe y quizás por eso tengo una voracidad intelectual. Mi viejo me decía: ‘Adoquín y biblioteca’.”

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