[Archivo RS] Cerati y su histórica tapa en 2006: “No siento la edad y no significa que quiera ser joven todo el tiempo”

En esta entrevista antológica realizada en Buenos Aires y Nueva York, el músico analizaba sus 25 años en el oficio de estrella de rock

Por  OSCAR JALIL Y ERNESTO MARTELLI

agosto 6, 2023

Fernando Gutiérrez

Este artículo fue publicado en la revista Rolling Stone Argentina #102, editada en septiembre de 2006.


La condición de pasajero en tránsito empieza en Nuñez a eso de las seis de la tarde y finalizara en la sala de embarque de Ezeiza. Tres horas, o poco más, es el tiempo de una modalidad periodística infrecuente pero apropiada: la charla en movimiento con Gustavo Cerati.

Las circunstancias son: una combi, que lo conduce desde su casa a Ezeiza, la fila de espera para el check-in y de ahí a un bar del aeropuerto. La situación, decíamos, es oportuna: el músico odia volar pero vivir en gira es una droga que consume desde su tierna juventud y, salvo excepciones que luego detallará, tiene consecuencias químicas sobre su cuerpo, le mejora la autoestima, el semblante, la capacidad de disfrutar.

Gustavo Cerati en la tapa de la revista Rolling Stone Argentina #102, editada en septiembre de 2006.

Todo eso le está ocurriendo ahora mismo. Son efectos reconocibles desde las epopeyas continentales de Soda Stereo, casi 25 años de rock subido a giras interminables y a las tentaciones del camino. En ese espejo de “ser humano on tour”, se mira y reconoce a un baby face de 47 años, un héroe de la guitarra y el rock en español que nunca mostró en forma impúdica sus descensos a la liga infernal.

“Hace mucho que me considero un sobreviviente. Me encuentro con gente de mi edad, tipos como [Roberto] Pettinato o [Ricardo] Mollo, a quienes conozco de la época de Sumo, gente cercana, que crecimos juntos en la popularidad, y realmente somos sobrevivientes. Siento un poco eso. Te metiste de todo y seguís forzando la máquina”, dice Cerati. Mira fijo. La combi plateada enfila hacia la avenida General Paz. Las décadas desde su debut, las huellas que deja en su vida el oficio que eligió, los motivos de una extraña figura pública alejada del mito, pueden repasarse rápido. “Podemos ir más despacio, tenemos tiempo”, es la sugerencia al chofer. Ahí vamos…

“De alguna manera fuimos partícipes, testigos, y usadores de una industria que se desencadenó ahí, en los 80. Hasta los 70 todavía existía aquello del loquito que zafaba de la regla. Incluso dentro de mis propios amigos –ídolos de juventud que yo tenía– hubo varios que se tomaron un ácido de más y se fueron lejos, onda Syd Barrett. Pero eran como pequeños exabruptos dentro de la situación general. En los 80 realmente hubo descontrol, porque todavía no veíamos los efectos nocivos de la situación ni teníamos clara la situación en sí: el mercado era algo nuevo. A lo largo de los años he jugado con el abuso y con la constricción en varias oportunidades. Sucede que algunos hemos tenido mejores niveles de alarma.”

Ni del éxito regional de su disco, ni de la estéril discusión entre rock barrial y pop sofisticado. Cerati habla de él mismo como si las marcas del pasado estuvieran presentes en la línea de tiempo de un artista lúcido y trabajador que fue prócer, decidió dejar de serlo y hasta se expuso a lo que pocos, más allá de cierta indiferencia, cierta desconsideración. Hace dos meses que dejó de fumar, luego de sufrir una tromboflebitis y permanecer un par de días en terapia. Un susto. Como si hiciera falta para comprobar que hoy, a veces, su vida privada se juega en público sin filtros, el último cigarrillo lo encendió para interpretar al detective melancólico y marlowiano de su videoclip de “Crimen”: “La verdad que si no hubiera estado fumando en ese momento hubiera tenido que fraguar el cigarrillo de alguna manera, hubiera sido una situación muy complicada para mí. De última, ya solucionado ese tema, lo que se ve en el video realmente es el último cigarrillo que me fumé. El otro día estaba viendo algunas cosas, momentos antiguos registrados en videos, veía qué tan asociado estaba realmente al cigarrillo a mi vida. No digo que lo haya dejado de estar porque de alguna manera va a seguir estando, como un alcohólico, después de tantos años, pero ya hasta me parece extraño verme así. Hasta pienso que el cigarrillo no me queda bien [risas], que es medio ridículo. Pero básicamente dejé por un susto”.

–¿Cuánto fumabas?

–Casi dos atados diarios.

–Demasiado…

–Curiosamente, dije: “Bueno, me pasó esto en la vida, aprovecho”. Porque no había una concreta relación entre lo que me pasó a mí a nivel de salud con el cigarrillo. No era determinante. Me parece increíble lo poco que me costó.

–¿Fue una decisión instantánea? Dejo y chau…

–Ni siquiera me puse parches, fue el susto suficiente como para decir: “¿Quiero que la próxima sea directamente el fin?”. Considero que esas situaciones después de los 40 son llamados a cambiar la vida. Lo veo como algo que tengo que superar porque es la única manera de oponerle a esa alarma un cambio realmente de algún tipo. Se supone que encadena otros cambios también, que tienen que ver con las limitaciones.

–Te obliga a repasar tus hábitos…

–Hay un deterioro progresivo, que no sé si no es peor en definitiva, lento, no muy perceptible, pero que en algún momento explota. Había amigos como Richard [Coleman] que eran capaces de duplicar o triplicar la suma de lo que uno podía tomar o cosas así. Yo tenía un mayor cuidado, me parece…

–¿Ya habías pasado por situaciones de susto antes?

–Sí, muchas veces. Desde el comienzo casi. Recuerdo una concretamente: grabando Signos, un disco muy sufrido desde latecnología, fue complicadísimo todo. Y además realmente estábamos tomando mucho, entonces eso amplificaba todo el desastre. Recuerdo terminar en el hospital, desesperado, pensando que era el fin. Y bueno, así, semanas de ese tipo de situaciones.

–¿En esa época cualquier cosa era válida para probarte hasta dónde podías llegar en la etapa de creación?

–Todo estaba relacionado. Sobre todo porque en este caso era básicamente cocaína, era lo que estaba conectado a quedarse miles de horas despierto y tratando de solucionar lo insoluble, encontrando problemas donde no los había, y al mismo tiempo teniendo cierta conciencia de responsabilidad, de terminar con ese disco, de estar en un momento muy especial con la banda. Era toda una situación exagerada. Todas las letras del disco se hicieron en una sola noche y era la noche antes de que yo tuviera que cantar. Era una mezcla de tortura y excitación, porque al mismo tiempo, en la medida en que las iba terminando y se iban completando como rompecabezas, iba sintiendo como una excitación muy particular.

–¿Esa forma definió una búsqueda musical en las palabras?

–Hay una búsqueda musical porque a mí me inspira escribir letras a partir de la música. Naturalmente, uno tiene la antena para cosas que ocurren alrededor, situaciones que tienen que ver con tus vivencias, pero la verdad es que en la música está lo que quiero decir. Y si a veces despotrico un poco con el tema de la lírica, lo hago de la misma manera con el lenguaje, en definitiva son especies de prisiones, son como situaciones mucho más terrenales. La música es como volar. Ya de chico no podía escribir muchas historias, era más descriptivo en cuanto a lo emocional y estaba mucho más interesado por los surrealistas y aquello que me llevaba para otros lados, por eso era tan fanático de Spinetta en su momento. En realidad soy una persona muy titulera, tengo títulos. Y ya los títulos casi dicen todo, ojalá pudieran ser nada más que eso solo, pero generalmente necesito escribir sobre eso, entonces le doy vueltas a esa cosa.

Otra combi, ahora en Nueva York, traslada a Gustavo Cerati hacia un restaurante naturista, “sanito”, del downtown de Manhattan. Ya pasó la prueba de sonido de uno de los puntos más altos de la gira: un concierto gratuito en el Central Park en el que una parte de la multitud latina que esperaba volver a verlo quedará del lado de afuera de las rejas del Summer Stage: la capacidad de 5.000 personas fue desbordada. El show, una versión condensada del que presenta con esta gira por toda América, le ofrecerá la chance de medir los resultados de su movimiento perpetuo. Ahí vamos… es sin duda un leitmotiv y las audiencias fervorosas, de Chile al DF mexicano, de Bogotá al estadio Obras y acá en Nueva York, lo perciben. “Hamburguesa vegetariana, pero no de soja”, dice al camarero latino. “Me trae problemas con la coagulación”, aclara por lo bajo. Ya en confianza, distendido, suelta una de las frases más elocuentes sobre su actualidad: “Con los años, se aflojan los tensores del cuerpo pero también los de la personalidad”.

Después de verlo en un partido de truco junto a Adrián Taverna, técnico de sonido desde los días de Soda Stereo y viejo compañero de emociones, o de escucharlo bromear sobre mujeres con Richard Coleman, pueden comprobarse al menos dos cosas de Cerati 2006: a) que está muy alejado del tipo con poco o nulo sentido del humor que puede adivinarse en sus letras y sus apariciones públicas; b) que su nueva banda con Coleman, Samalea, Fernando Nalé y Leandro Fresco (además de Taverna) es una selección del rock latino de Fricción a Kuryaki pero también una crew de seres curtidos en gira, amantes de la ruta y sus hábitos. Como él.

“Estaba demasiado preocupado por qué pensaban de mí, disperso. Decidí cortar con eso”, contaba Gustavo Cerati. (Foto: Fernando Dvoskin)

“Es cierto. Soy más payaso de lo que parezco. Uno de mis apodos en la intimidad de las giras es Torpeman: soy capaz de tirar una mesa completa ya servida”, confía. Y vuelve sobre aquello de los tensores de la personalidad: “Yo siempre traté de controlar todo, traté de mantener esos aspectos alejados de mi personalidad. Pero con el tiempo vas extremando el control y te convertís en un personaje de eso mismo. Ya no me siento cómodo tratando de cumplir una expectativa. Más cuando te golpea la salud. Cuidaba el personaje, un espectro, pero no me daba importancia, había como una disociación. No creo que haya cambiado; sólo cambié el eje de dónde pongo más atención. Ahora me cuido a mí, no a lo que piensen de mí. Tuve momentos de mi vida de fingir y vivir una intensidad de felicidad pero estar resquebrajado como el peor”.

–Nunca te mostraste como un artista torturado, sufriente, atormentado… Tampoco el descontrolado. Es algo muy presente en el imaginario rockero y vos te mantuviste al margen.

–No me interesó mostrar esa faceta. Nunca creí que la obra estuviera ahí. Pero debo confesar: “¡Yo llegué a tirar un bidet desde un hotel!”.

La anécdota corresponde a las primeras grandes giras de Soda. Un cinco estrellas de Mendoza. Un jacuzzi. Y un encargado que se niega a habilitarlo. Resultado: Cerati, el de los raros peinados nuevos, arranca el sanitario y lo lanza por la ventana. “No es ese el recuerdo general, pero Soda era una banda intensa. Cuando empezamos el circuito de Marabú, las discotecas, estaban Los Twist, Sumo, Los Abuelos… Nosotros éramos un trío de rock, hacíamos un ska distorsionado, pop potente. Había que salir de gira por el Gran Buenos Aires y bancársela… y en esa época casi nadie quería tocar después de Soda. Era intenso.”

Hoy, en esta gira de más de dos décadas después, la intensidad se juega de otro modo. Quizá lo que mejor resuma la situación es un signo apenas perceptible, sobre el que vale la pena poner atención, una mirada cómplice, risueña, de compadres, que lo une con Richard Coleman, ubicado a su izquierda en el escenario durante la gira.

“Estamos en esto. Esto somos. Es nuestro trabajo, nuestra vida. Miramos el futuro preguntándonos: «¿Podremos seguir sintiendo así? ¿Podremos seguir siendo para siempre así?». Este disfrute, esta rutina. En el último tiempo recuperé la capacidad de disfrutarlo, ya casi no me planteo la posibilidad de parar. Es más, la fantasía de abandona rtodo, de irme a pintar óleos a Uruguay, ya casi no aparece como posibilidad, la abandono antes de hacerme una idea clara de cómo sería mi vida así. Habría que ver si realmente soy capaz de vivir de otra manera. «¿Qué otra cosa pueeedo hacer», como dice el tema. Siento que tengo que ponerme las pilas, que es mi trabajo.”

–¿Como placer o como responsabilidad?

–Ambas, justamente. Es mi esencia y mi trabajo. Porque pasé por todo… Por graves disociaciones. Por momentos en que la estructura laboral, la máquina, era enorme y yo no lo podía sostener. De “Gracias totales” pero no poder agradecerme la vida que tenía. De soportar la presión del resto. No te olvides que yo, literalmente, colgué una gira de Soda, los abandoné, en México les dije: “Me bajo”. Y me fui a Chile a vivir con mi mujer el embarazo. Después viene el momento en que voy a la oficina nuestra y frente al mánager estaba sentado Cordera, de Bersuit. Había un tema económico, muchas personas, familias que vivían de esa estructura. Yo sentí esa presión. Y forzamos un poco más la máquina. Hasta que en dos shows de Viña del Mar y el Festival Alternativo en Ferro ya no había disfrute ninguno. Lo vivía como una prisión artística y laboral. No hay nada peor que no sentir.

–Ese estado, ese “no sentir”, las religiones orientales lo tienen como una búsqueda profunda…

–Sí, claro. Pero no hablo de paz interior. Hablo de estar viviendo a mil, en un estado de excitación máxima, de supuesta situación placentera, de reconocimiento externo, y por dentro no sentir nada. No tener la capacidad para asimilar nada bueno. Ahora puedo sumar esa rutina y el disfrute. En ese sentido el año 2005 fue súper importante, a nivel personal. Un tsunami. Muchos tsunamis. Dejar fluir las emociones profundas a cualquier costo. Decidir que las cosas son blancas o negras, como la gráfica del disco. Sin grises. Recuperar cierta inconsciencia, controlar menos. Estaba demasiado preocupado por qué pensaban de mí, disperso. Decidí cortar con eso.

“Soy más payaso de lo que parezco. Uno de mis apodos en la intimidad de las giras es Torpeman”, decía Gustavo Cerati. (Foto: Fernando Gutiérrez)

La combi se detiene en el espigón internacional, y no más dar unos pasos para que las miradas anónimas apunten directamente al hombre vestido de negro. Una rubia bien afinada en sus cincuentilargos exige, más allá de las sospechas, una foto para sus hijas; Cerati accede sin reparos mientras el marido de la madre extravertida apunta sin mayor pericia su celular de luxe: “Me parece que no salió”, dice la señora devenida en fan y cuando el canoso repite la operación, su mujer le roba a Gustavo un beso en la mejilla. El tipo que sostiene el celular queda petrificado. La carcajada de Richard Coleman aparece como un buen augurio antes del viaje.

–Estás más flaco, Gus –dice Richard.

–¿Te parece? Debe ser el negro –responde Cerati.

–Me vas decir a mí… –remata Coleman. Y todos se ríen.

Junto a Fernando Samalea, Coleman forma la guardia vieja de la nueva banda de Gustavo Cerati. Si se suman los apellidos es casi un renacimiento de Fricción veinte años después, el grupo en el que el líder de Soda Stereo buscaba aire justo cuando el trío empezaba a tornarse un artefacto de alto consumo. “Con Richard somos como guerreros. Eso nos une, tenemos la armadura puesta. Hubo épocas en las que no lo veía muy bien, y nos costaba enganchar, estábamos en sintonías muy diferentes. Pero encontrarme con él así, como purificado, me hizo muy bien. Lo mío, mi viaje, también ha sido diferente en algunos aspectos. Me he llenado de humo, me he llenado de algunas cosas y en algún momento he tenido que pegar ciertos cortes, pero no he tenido violencias tan fuertes. Posiblemente, más que en pequeños hechos, no ha pasado que mi vida haya descontrolado a ese punto. A Richard lo vi en épocas que decía: «¡Guau!, ¿dónde está?». Richard ha estado cerca de la muerte en más de un par de oportunidades… Siempre lo vi como un artista muy potente, con una lírica potente, con música, un tipo con muchas ideas. De hecho Fricción sirvió como una gran inspiración para mí y para Soda Stereo también”.

Antes de sentarnos en un café, Cerati compra una pila de revistas: Veintitrés, Gente y Caras, entre otras, y acepta la sugerencia de llevarse un libro, los Diarios de Kurt Cobain. De nuevo la vista ajena sobre sus hombros, “la caravana de miradas se lleva algo de mi esencia”, dice la letra de “Caravana”, el track espacial de Ahí vamos. “He tenido momentos de suficiente nivel de paranoia, de no estar bien conmigo, de no estar tranquilo, entonces darme cuenta de que voy a pasarla mal. Recuerdo haber estado tres meses sin salir de mi casa. Pero no porque me fuera a pasar algo, sino por no poder enfrentarlo.

Prácticamente es un ataque de pánico, no del todo declarado, no es que me faltó el aire o algo así. Con la muerte de mi viejo las cosascambiaron muchísimo. Ahí apareció la debilidad, la posibilidad de la muerte, el arrastre que lleva consigo eso, y hubo muchos cambios en mi personalidad en ese aspecto, de creerme un poco inmune, de caminar un poco en el éxito de las cosas y no darles pelota a los fracasos que están ahí y son patentes y que tienen que ver con errores, situaciones que no solucionás y que en algún momento explotan todas juntas. La cuestión de las relaciones, el no tener tu casa, el vivir todo el tiempo en una especie de nube de pedos.”

Colores santos (1992) el disco a dúo con Daniel Melero reflejó esa etapa de vulnerabilidad y pánico contenido, una obra de pop encumbrado y nunca reconocido en su real dimensión: “Ahí se conjugó una unión muy especial. Por un lado estábamos armando un disco que era una especie de sampleadelia, porque la verdad que fue la locura y la excitación del sampler. Yo estaba con mi máquina, que la usaba para hacer batería y de golpe descubrí que podía grabar pedazos mucho más grandes, Daniel había empezado ya con ese tema con el disco anterior, y ahí explotó todo. Fue como un descubrimiento de capas sonoras, pero no terminó ahí, eso era desde el punto de vista técnico musical lo que nos entusiasmaba, pero la profundidad del mensaje de ese disco, de lo que ocurre con ese disco, de la emoción de ese disco, estaba muy inyectada por las experiencias personales profundas de ese momento. Hay temas como «Medicina» que hasta que no murió mi papá no lo pude terminar, y lo tenía casi ahí, sabía que tenía la canción, y tuvo que morir mi papá y ahí pude cerrarla esa misma noche. Era muy fuerte todo lo que estaba pasando. Pesadillas, sueños que nos contábamos el uno al otro y que eran los elementos básicos con los que trabajábamos en las letras. Fue un gran momento ese encuentro con Daniel, y yo creo que por eso ese disco me parece que tiene una profundidad más allá de su estructura. Muchos lo ven como un disco electrónico, varias veces hemos dicho que hasta yo fui mucho más electrónico que Daniel, y los mimetismos… Y lo mismo me ha pasado después con otros artistas, de alguna manera me mimetizo, compito, me recargo”.

–¿Dentro de Soda, Zeta [Bosio] y Charly [Alberti] eran más cerrados o celosos de tu entorno?

–En la época con Daniel creo que había una lectura, el miedo de que…, dado que teníamos un entendimiento musical con Daniel muy particular, y que estábamos muy entusiasmados con lo que hacíamos dentro de Soda Stereo y fuera, para mí empezaba a ser realmente como un socio compositivo, y nunca dejé de pensar que cada uno tenía sus propias cosas, pero había una sensación como de peligro que podían llegar a sentir Zeta o Charly. No era explícita, igual los beneficios eran mucho mejores que las complicaciones, en ese aspecto. Quizá más en el entorno extra grupal que básicamente con Zeta o con Charly. Después de todo, desde el punto de vista compositivo en Soda Stereo prácticamente he sido el que ha hecho todas las canciones, entonces yo también estaba buscando y eso explicó un poco el hecho de que yo hiciera otras cosas, buscaba un poco un socio compositivo. No tenía eso adentro del grupo, hice cosas con los chicos, pero nunca nos juntábamos mucho con Zeta a componer, por ejemplo, no pasó eso, me sentí un poco solo en esa labor y a veces me parecía que era muy pesada para mí, necesitaba alguien con quien armar un poco más esa parte.

–¿Cómo funciona esa competencia creativa?

–Disfruto mucho de la competencia creativa, tengo admiración por otros músicos, no me siento realmente en un estado de Parnaso. El tiempo no parece pasar en eso, y me encuentro reseteándome todo el tiempo. Tengo un pésimo ejercicio de memoria, no me interesa lo que ocurrió. Nos vamos poniendo un poquito más grandes y empezás a recapitular un poco, pero la verdad es que mi tendencia natural es a no ir acumulando de esa manera, me cuesta ver para atrás. Entonces veo en el hoy músicos o gente que me producen mucha admiración, y quiero aprender de ellos y quiero competir con ellos, pero desde un lugar que me haga bien, siento que me hace mejor cuando aprecio la forma en que componen otros: me ha pasado con Daniel, y también obviamente con Richard, Leandro [Fresco], gente con la que he trabajado…

–¿Esa forma de retener el tiempo te hace olvidar que ya no sos tan joven?

–No tengo edad. No siento la edad. Obviamente que hay cosas, pero no siento la edad en ese aspecto. No siento que tenga edad, algo que decís: “Ahora me llegó el momento”.

–El síndrome de Peter Pan dentro del rock…

–No es eso. Peter Pan sería como que quiero ser joven todo el tiempo y no me parece que sea así, es diferente a decir “no tengo edad”. Reconozco que este disco tiene como un espíritu adolescente, muy bien lo de Kurt Cobain, pero viene con un espíritu adolescente que es inherente al rock mismo y eso no se puede evitar. Hay un Peter Pan en todos los que hacemos rock, no es que yo ostente eso ni mucho menos. Pero sí me parecería patético quedarme encapsulado en ese momento, hay muchas cosas que no van a cambiar, y voy a seguir… no voy a cambiar, voy a tener 60 años y voy a estar más viejo, alguno dirá: “Pará, verde”, pero no van a cambiar. Porque lo veo en otros también, veo en otros que están más grandes que yo desde el punto de vista de la edad. Pero sí me parece patético tratar de mantener un espíritu adolescente a ultranza, lo que tiene que ver con el mensaje que vos pregonás hacia la gente que va a ir a verte. No hay una intención mía de capturar nuevo público, onda “ahora me pongo Disney”. Creo que lo que me pasa es realmente honesto, no hay una cosa que yo planeo, que intente configurar de mi ser.

Las ideas sobre el paso del tiempo se retoman caminando por la avenida Broadway, cerca de la disquería alternativa Other Music. “Mi relación con Nueva York es de la infancia. De una foto que tenía mi viejo en la que se veía el Empire Estate, King Kong, los 12 años, ese imaginario. Es como que en esa época las distancias eran más grandes… Ahora me gusta venir de vacaciones con mis hijos. Hacer vida de vacaciones, paseo, compras… Para ellos es parte del mapa, en mi época era parte de la fantasía.”

Si uno repasa la vida personal de Cerati a través de los lugares en los que vivió, se choca con una secuencia en la que la huidiza propensión del prófugo se ve retenida por la tensión del regreso al lugar de origen. Fue un niño en Barracas, de depto y plaza, hasta los 5 años. Fue un chico de Colegiales, de PH al fondo con un inmenso y único pino, hasta los 9 años. Fue un pibe de Villa Ortúzar, en los bordes de Colegiales, a cuadras de la disco New York City y la pizzería La Mezzeta, de primaria y secundaria en el San Roque, el colegio parroquial del barrio. Ahí mismo sigue viviendo su madre y ahí volvió en el 89, antes de Canción animal, en un momento de cierta conmoción hasta que seinstaló en su barrio adoptivo, digno del fan de Spinetta que supo ser: Bajo Belgrano. Su primer depto propio había sido en Barrio Norte, en un coqueto edificio en Juncal y Azcuénaga, y desde ahí se mudó, en el 87, ya consagrado a nivel latinoamericano a otro depto, más moderno, en Belgrano: timbre 4to. B. En el 93, en un abandono de Soda, y de su vida porteña, se instaló en Santiago, Chile, con Cecilia Amenábar. Volvió al Bajo Belgrano hasta el 2000, cuando se fue a una casa suburbana, la primera, en Vicente López. Tras un paso por Palermo junto a Déborah De Corral, su pareja de entonces, volvió una vez más al Bajo Belgrano, muy cerca de donde vivía antes.

–¿Cuánto condicionó tu oficio de rock star la vida afectiva, la vida personal?

–Hay algo cierto: es muy difícil estar en pareja conmigo. No tiene que ver con lo afectivo. Ni con la actitud de seductor compulsivo, solamente. Sino con la rutina, con la dinámica de mi vida. Los hoteles, la gira eterna. En ese sentido mis últimas relaciones han sido cada vez mejores. Donde se entiende la posibilidad de respetar hasta eso: una idea de complicidad, de compañerismo en esos aspectos de mi vida.

–De algún modo tus parejas estuvieron o terminaron vinculadas con tu música, con la música: asesorándote en vestuario como tu actualpareja, haciendo coros…

–Siempre me pregunté qué pasaría si estuviera con alguien muy diferente. En un sentido es imposible porque la música, lo estético está presente de manera permanente. Quizás ahora es más posible que antes… De todos modos es difícil proyectar eso de “Te amaré por siempre”. Las separaciones son aprendizajes. Después de lo de Soda se me terminó la fantasía de que es bueno hacer durar las relaciones eternamente. Siempre es hoy. Hoy armo las bandas a partir de mis necesidades, de lo que puedo hacer, de lo que me falta y reclamo cierta incondicionalidad, es cierto, aunque no exclusividad, todos tienen sus proyectos. Uno elige: es la vida que uno puede tener. Pero está bueno que el entorno cambie porque más allá del afecto, las relaciones se envician. Siempre es así. En un momento es bueno resetear. Ni siquiera puedo pensarlo con una pareja, mucho menos con gente con la que uno trabaja. Y más aún con esta rutina de tanta convivencia.

–Es curioso cómo mezclás las descripciones de relaciones de pareja y relaciones de banda. Te imagino una fuerza centrípeta, haciendo girar la energía de los demás alrededor tuyo…

–En cierto modo. Siempre quise que me quieran, que me mimen, gustar. Pero también hubo momentos, en los almuerzos familiares de los domingos al mediodía, un ritual que siempre traté de mantener, que hice muchos esfuerzos por no ser el tema de conversación, de desviar el tema… Pero tampoco le escapo al costado romántico, lo vivo intensamente, es el alimento de lo que hago.

–¿Es algo más relacionado con ser un seductor compulsivo?

–Sí, compulsivo, y eso es independiente de que haya decidido ser músico. Tiene que ver con mi generación, hay varias cosas ahí que requieren seguramente un análisis profundo. De hecho, yo iba a un colegio religioso, donde había una iglesia, un coro, pero básicamente la intención de todo eso o el pasatiempo favorito era concentrar la mayor cantidad de mujeres posible. Es indudable que siempre eso acompañó mucho la cosa, esa parte lo hacía divertido, la seducción por ese lado. Eso uno lo termina trasladando a la música, y fue un poco una actitud, no sólo mía. Nosotros pensábamos: “Qué bueno que vengan lindas chicas a los conciertos, porque si vienen muchas chicas van a venir muchos pibes, y va a ser un éxito”. De todas maneras es algo que no podés forzar si no ocurre. Y después de ver cosas como The Police nos decíamos que íbamos por buen camino. Realmente estábamos concentrados en la música, no es que no nos interesaba o estábamos en una boludez extrema. Pero, bueno, ese elemento… ¿por qué no?

–Y ese enganche se traslada a las letras, siempre hay una mujer como destinataria, no en particular sino como objeto deseado…

–Es un recurso literario pop, un artilugio.

–En la historia del rock, se ha usado el “ella” o el “she” para hablar de cualquier cosa, desde la guerra a la cocaína, escondidas en una metáfora romántica. En tu caso, ¿cómo es?

–Lo uso como una especie de recurso realmente, es un espejo. Quizá todo venga de “sube al taxi nena, los hombres te miran, te quieren tomar”. Quizá venga de ahí, no lo sé, pero hay mucho de eso. Como que en algún punto estás diciendo cualquier cosa. Está desde el momento que hablamos, “ella usó mi cabeza como un revólver”, pero hay un montón de letras que no están hablando tan concretamente en relación al “ella”, pero en algún momento aparece. Pareciera que necesito colocarla como sujeto. Por eso muchas veces cuando se analiza alguna canción mía y se le pone el nombre de una mujer, de alguna de mis relaciones, en realidad no es así.

–¿Cómo es tu conexión con el mundo sensual: desde la fascinación, la observación..?

–Es fascinación, fascinación que no acaba nunca, y que evidentemente necesito que eso esté ahí, se muestre, aparezca. No sé, la otra vez pensaba en un tema como “Bomba de tiempo” del último disco, y muchas de las canciones mías tienen esa lectura, podrían ser cuestiones de relaciones entre ella y él, o algo así, o un triángulo, lo que sea, y la verdad es que a lo mejor estoy hablando de otras cosas, estoy hablando de la tierra, lo llevo así y de alguna manera llego a eso. He tenido relaciones así, realmente de niveles de psicopatía… todos hemos tenido algún momento así, a mí me han dado de comer esas situaciones. Pueden pasar los años y uno sigue imaginando a esa persona cada vez más loca, y los resabios que producen esas relaciones. Para mí son figuras que me sirven para decir lo que quiero expresar en esa canción, de alguna manera funcionan un poco como artilugios, quizás en un momento puedo llegar a pecar de abuso de ellos, pero es una forma en la que me encuentro cómodo y que disfruto escribiendo de esa manera, mostrando ese espejo. A veces hasta ella soy yo.

–¿Y ahora con tu hija, cerrás el círculo sobre la observación de ese mundo?

–Es increíble cómo se van armando, cómo se van generando. Qué poco puede hacer uno para torcer eso. Es la oportunidad que tenés de ver esa cosa que te resulta fascinante, que para mí es el mundo de la mujer, y que arrancará desde mi madre, vaya a saber de dónde viene todo eso. No tengo un Edipo muy desarrollado, la verdad, pero pienso que se deben ir encadenando desde ahí las cosas. Pero verlo desde el comienzo es mucho más impresionante, cómo se va perfilando la personalidad femenina a través de mi hija.

Hubo un hecho musical inédito en este 2006: el encuentro sobre un escenario de dos de los guitarristas más importantes de la historia del rock local, Cerati y Mollo, contrapuestos en algún rincón del inconsciente colectivo del rockero local, compadres generacionales y colegas en eso de colgarse la guitarra como un arma vital y ser frontman de tríos decisivos. “Ricardo es una persona muy importante y cercana en mi carrera. A comienzos de los 80, antes del segundo disco, con Soda sufrimos un robo tremendo, después de un show en Ramos Mejía, se llevaron el camión con todo: las empresas de sonido y luces quedaron al borde de la quiebra, no tenían nada y nosotros, ni instrumentos. Los Sumo nos bancaron y fue Ricardo el que me prestó guitarras y equipos para grabar y salir a tocar. Casi nadie sabe eso. Nos hemos visto varias veces y siempre hubo aprecio y valoración mutuos. El encuentro fue sencillo. Me llamó Zuker y me dijo que Mollo estaba encantado con el disco y que le gustaría tocar. Y yo, desde ya, encantado también. Fue emotivo para nosotros e importante para los que estaban ahí.”

En el aeropuerto, como un guardia pretoriano, un chico con acento azteca espera paciente el final de la charla para llevarse un doble trofeo: foto y autógrafo de su músico favorito. En la puerta del vegetariano neoyorquino alguien con acento de Centroamérica le pregunta a Cerati si, efectivamente, es Cerati. No tiene lápiz ni papel. Cincuenta metros más adelante vuelve a interceptarlo y también se queda con su trofeo. Ninguno de los dos latinos se imagina que en el país de Soda Stereo, la banda que prácticamente inventó todo y les abrió los oídos para escuchar rock en su idioma, Gustavo Cerati sigue rindiendo pruebas de permanencia, agilidad y sabiduría pop. Sería difícil explicarles los focos de resistencia que aún genera su ídolo.

–Es raro el modo de ídolo que armaste: sin mito, sin misterios…

–Me parece que no he tenido, desde el punto de vista de mi trayectoria, altibajos tan potentes como han tenido otros músicos. Me da la impresión de que la sociedad, sobre todo en Argentina, necesita que sus artistas lleguen a estados como de tortura o de visible degradación. Hay muchos ejemplos, ni siquiera tengo ganas de darlos, pero muchísimos ejemplos en donde antes de su disco glorioso el pibe prácticamente era un paria en su propio lugar. Pareciera que a veces el público argentino necesita eso. A mí quizá se me pide mucho porque no he pasado de modo visible por esa situación, no soy inmune a que me pase, pero no he pasado por esa situación. Yo necesito separar, que el escenario sea otra cosa. Por eso el glam. Me causa risa eso de “las bandas que salen de la gente”. ¿De dónde salen, si no? Mi filosofía, de algún modo, no ha sido traicionada, he sido fiel a mí. Otros sufren, padecen cuando abandonan su identidad o la traicionan al crecer. No hablo de los que tienen ideas políticas sino de los políticamente correctos que terminan haciendo jingles, que no superan la idea del estribillo. Ahora estoy trabajando sobre la profundidad del campo pop. Hacer música rock en 3-D, sin orquesta ni sampler. Con guitarras.

–Pero vos tuviste una ideología: “Yo sólo quiero ser del jet set”.

–[Se ríe] Es cierto. Era una ironía, pero lo queríamos y lo logramos. Una broma que se cumple. Pero, la verdad, nunca me gustó mucho el champán…