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Gustavo Cerati: obras completas

Durante tres décadas, Cerati modificó nuestra forma de entender la música pop manipulando con maestría dos planos: la arquitectura sonora y la magia

© Getty Images Latin America /Juan Villa

agosto 11, 2023

Las canciones de Gustavo Cerati no me gustan tocadas por cualquiera: están buenas como las hacía él. Para empezar, tenía una sensualidad especial para cantar, que se desprendía tanto de su elegancia natural como de su permanente búsqueda de las sutilezas en la música, más allá de que estuviera haciendo rock. Por eso me gusta tanto Crimen, un tema lento y llevado por un piano que es casi una rareza en su repertorio, pero que gracias a ese tono de balada lo distingue como cantante. Como guitarrista tenía la evidente virtud de componer líneas heroicas (¡Persiana americana!), pero además era muy acertado en la construcción de rítmicas. Me acuerdo de que cuando lo invité a colaborar en mi tema 19 (que me hacía recordar a Crimen: por eso lo llamé), él no quiso grabar la guitarra líder, sino todas las guitarras de base. Realmente elevó la canción.

Entre tantas virtudes hay algunos aspectos de Gustavo Cerati que en general pasan desapercibidos, como su perfeccionismo. La primera vez que percibí esto yo tenía 10 años. Había acompañado a mi papá, que sacó la foto de portada de Nada personal, a la presentación de ese disco en el Astros, y no podía creer lo fuerte que sonaba. Ya había visto shows de Spinetta y Charly García, pero nunca había sentido semejante potencia en un recital (se ve que ya estaba Adrián Taverna en la consola). Esa obsesión por dar un buen show fue un faro para un montón de grupos de la región, entre ellos los Kuryaki, que pudimos ganarnos un lugar de privilegio lejos de casa gracias a que Soda Stereo abrió ese camino 10 años antes, a fuerza de plantarse sobre el escenario con un show demoledor. Creo que nunca más vamos a ver una banda así en Latinoamérica, que combine niveles tan altos de profesionalismo y creatividad. Porque fenómenos masivos desde entonces hubo muchos (la influencia de Soda puede rastrearse hasta en Maná), pero ninguno, en ese nivel de popularidad, pudo siquiera acercarse artísticamente.

Por Emmanuel Horvilleur (Illya Kuryaki and the Valderramas)

Soda Stereo

1984

El trío presentó su disco debut en el local de una cadena de comida rápida y el romance fue instantáneo: definitivamente eran más que una revelación de temporada

Urgente, nervioso y tan instantáneo como los versos de Ni un segundo, una canción perdida que explicaba la velocidad de un momento de cambio, Soda Stereo inauguró su propia versión de la dicha en movimiento para la primavera democrática. Comenzó con un video promocional (Dietético) antes de editar el disco, y la palabra “diseño” cobró sentido para una década que pedía a gritos fantasía, diversión y baile. “Somos un conjunto dietético, buscando el paraíso estético. Nuestra música es dietética. Hace adelgazar comiendo, pero ante cualquier duda consulte a su médico. Tratamos de mantener los cuerpos sanos y las mentes desaceleradas”, declaraba Gustavo Cerati al diario Clarín luego de la presentación del disco en un Pumper Nic de la calle Suipacha (otro gesto fundacional). Cuando el new wave ya era historia en Inglaterra, en Argentina el romance con Soda fue instantáneo y fulminante, y ahí estaba Federico Moura, de Virus, para aconsejar al trío desde la producción; aunque Cerati, Zeta y Charly ya sabían qué tipo de disco querían: agilidad ska (Dietético, Tele-ka), vitalidad pop en los estribillos (Sobredosis de TV) y terapia romántica (Trátame suavemente, que incluyeron por recomendación de Moura) ganaron la calle para convertir al grupo en algo más que una revelación de temporada.

Por Oscar Jalil

Nada personal

1985

El segundo opus del grupo fue una bomba expansiva hacia territorios desconocidos

“Yo soy absolutamente consciente de que Soda Stereo entró primero por los ojos”, señalaba Gustavo Cerati a la revista Pelo antes de la presentación de Nada personal en Obras, en marzo de 1986. “Eso no me molesta porque, de nuestra parte, es una actitud natural vestirnos o peinarnos como lo hacemos”. A medida que crecía la popularidad del trío, se sumaban olas de cuestionamientos al cuidado de una imagen que no esperaba aprobaciones para mutar. Con el segundo disco arrancó la conquista de Chile y fue el Festival de Viña del Mar la sede de una serie de récords: la Cruz Roja registró 120 casos de histeria femenina en la Quinta Vergara, y esto marcó el comienzo de la “sodamanía”. Los peinados darkies de Cerati, Zeta Bosio y Charly Alberti van a dar tanto qué hablar como su sonido de aplanadora pop. La sastrería de Echo & the Bunnymen y The Cure son modelos de imagen y también un cambio en esa euforia que comienza a ponerse oscura y existencial.

El ritual es de movimiento desde los primeros acordes de Nada personal, pero si la frivolidad dominaba a las canciones del debut, aquí el fin de la inocencia conduce directamente a la alienación: sensual (Juego de seducción), perturbadora (Danza rota, Estoy azulado) y hasta con visiones épicas (Ecos). El segundo opus de Soda representó una bomba expansiva hacia territorios desconocidos: el carnavalito-reggae Cuando pase el temblor esconde la llave continental, y el videoclip surrealista de la canción sumará más adeptos a la causa Stereo. Sin ser una obra relevante, Nada personal es el puente hacia un futuro rutilante y de rigurosa autoexigencia que definió el desarrollo obsesivo por crear nuevas fronteras, tanto musicales como de nuevos mercados.

Por Oscar Jalil

Signos

1986

Voyeurismo y noches de insomnio: así cerró Soda su primera etapa sonora

El cierre de la primavera democrática en Argentina ya mostraba nubarrones de tedio, decepción y oscuridad. Final caja negra parecía un buen título para el estado de las cosas, pero Soda optó por Signos y su entidad semiótica para producir múltiples sentidos. Más rockero, funky/dark y con buenos himnos para mover estadios, el temido tercer disco ratificó el crecimiento continental del trío y exhibió un nuevo romanticismo reflejado en la épica emocional de algunas canciones. Soda cierra su fase inicial con una mirada más introspectiva y mucha autoridad instrumental para agregar orquestaciones a su reconocida destreza melódica: secciones de vientos, arreglos corales y un teclista estable forman la escenografía para la invasión de los peinados inflados, gabanes largos y borceguíes.

El disco fue grabado en largas noches de insomnio. “Escribí las letras en una noche, después de despertarme sobresaltado”, explicó Cerati en el libro Rockología, de Eduardo Berti. Y se explayó sobre el proceso de escritura: “Como es el más romántico de nuestros discos, puede ser entonces que el efecto sea de una poesía más estándar”.

Signos también incluye algunos de los mejores riffs del guitarrista, en este momento lanzado a un expresionismo guerrero (El rito, Final caja negra, En camino). El marco de referencias va desde Echo & the Bunnymen y su Killing Moon (Signos) a la fase más pop de Simple Minds (Prófugos), pasando por Brian De Palma y las imágenes vouyeristas de Doble de cuerpo (Persiana americana). La gira de presentación del disco quedó reflejada en Ruido blanco, tremendo registro en vivo por las principales capitales de Latinoamérica.

Por Oscar Jalil

Doble vida

1988

Producidos por Carlos Alomar, descubren que ya no tienen techo en Latinoamérica

La historia de Doble vida comenzó en la calle 48, en Manhattan, gracias a la recomendación del luthier argentino Rudy Pensa, quien desde el mostrador de su negocio de guitarras convenció a Carlos Alomar de que la mejor forma de volverse un afamado productor de rock latino sería trabajando con Soda Stereo. Por aquella época, el colaborador de David Bowie intentaba meterse en la naciente escena del rock en español: no lo pensó dos veces y llamó a Gustavo Cerati.

Grabado en Nueva York, Doble vida incluye todos los ingredientes de superproducción a escala internacional: alta fidelidad en los detalles y un audio demoledor pensado para la alta rotación. Alomar los hizo ensayar y grabar demos durante un mes antes de ir a los estudios Sorcerer Sound (donde grabaron Miles Davis, Bob Dylan, Lou Reed y Jeff Buckley, entre otros). En 1988, Soda Stereo no tenía techo en Latinoamérica y su dinámica se debatía entre giras interminables y nuevas estrategias de crecimiento. Con esa expectativa, el cuarto disco del trío refleja sin eufemismos el poder de una banda exitosa: la fama pesa (Lo que sangra [La cúpula]) y provoca bipolaridad (Doble vida), estados de ánimo cambiantes que no restan potencia a la idea artística sobre el infierno urbano; los mejores datos de esta mirada heroica aparecen en el video de En la ciudad de la furia. En las nueve canciones, Zeta y Charly alcanzan el grado de sultanes del swing y el trío se acerca peligrosamente a la perfección de laboratorio. En tanto, Cerati sube por primera vez a lo más alto de la torre de la canción: Corazón delator es una perfecta balada down-tempo para mitigar los tiempos violentos que se avecinan en una Argentina hiperinflacionaria y con rumores de estallido social.

Por Oscar Jalil

Canción animal

1990

Hits totales, el zeitgeist sónico y “La Biblia” de Vox Dei según Soda: Cerati inaugura la década del 90 con una reinterpretación de los 70 y parte en dos la historia del rock latinoamericano

Si ponemos todo en contexto, para Soda Stereo era el momento de saltar: hombre al agua. A pesar de temas como Corazón delator y En la ciudad de la furia, Doble vida (1988) es el punto flojo de la discografía de Soda Stereo: el momento en que ya no dan más para exportar; se dejan producir por Carlos Alomar, guitarrista de David Bowie en algún tramo de su carrera (así como para el directo Ruido blanco, de 1987, incluyen coros de las Supremes sin Diana Ross). La boina de Gustavo Cerati pasa a ser un cover de la de Ben Volpeliere-Pierrot, el cantante de Curiosity Killed the Cat, emblemas del sonido funky/jazzy que Soda también pretende adoptar en el disco. Para fines de 1989, en el EP Languis, el hit latin-flavored Mundo de quimeras los había puesto en un lugar delicado. Ese momento cuando parecía que, en el tablero donde movían fichas para afianzar la conquista de Latinoamérica, cualquier avión los dejaba bien.

Mientras tanto, en Argentina ya se los miraba con alguna desconfianza. Tiempos hiperinflacionarios, de “rock pobre”, una definición de Andrés Calamaro sobre la época en que era exportar, emigrar o morir; cuando no había ni vinilo para prensar discos, y hacer un show en Obras o un teatro era cosa de Charly García, de Fito Páez y, recién ahí, de Ratones Paranoicos y los Redondos. Soda ya parecía estar adquiriendo una noción Messi de la vida: esa idea de un producto argentino que disfrutan mejor otros. Una banda en idioma neutro. O casi.

Desensillar hasta que aclare. En eso estaba Gustavo Cerati cuando reincidió en su amor adolescente por Pescado Rabioso y Luis Alberto Spinetta. Cerati hundió el sable láser de Luis Alberto Spinetta entre el indie guitarrero de Pixies y Stone Roses, y pareció sentir la pulsión de dejar atrás la oscuridad de los 80 y desempolvar los 70 en los 90. El viejo reclamo de Spinetta en Para ir (Siéntate a ver el día) estaba tan en el aire como el amor, las alucinaciones y el éxtasis. Canción animal es el momento en que Cerati ve los 90, cuando tiende el puente entre el pasado y el futuro. Está el viejo rock argentino, pero también Los 7 Delfines, Amor Indio y Los Brujos, que solían tocar el falso final de De música ligera al final de su hit Kanishka. Cerati delinea ese hojaldre de notas del riff de Un millón de años luz después de escuchar a los protogrunge Screaming Trees. Vuelve a subirse al sonido de Led Zeppelin. Desoye la caída en desgracia de la palabra “hippie” como insulto. Expande su mente. Se fascina con el surgimiento de las radios de Classic Rock en sus giras por Los Ángeles. Se cambia el peinado, o no lo oculta. Se come un menú porteño. Llama a Pedro Aznar para coros y arreglos. Se deja aconsejar bien por Daniel Melero. Grita desaforadamente el gol de Caniggia a Brasil en Italia 90, en una habitación de hotel de Miami, mientras graban. Está en casa.

Y si adelantamos hasta mediados de los 90, en el MTV Unplugged de Soda suelta una gran versión de Génesis, aquella apertura de La Biblia de Vox Dei, con terrible solo final de Gustavo. Ninguna rareza, si consideramos que Canción animal es La Biblia según Gustavo Cerati. ¿O qué otra cosa se puede decir de una obra que empieza citando la Creación tal cual el tiempo que se tomó Dios según el Antiguo Testamento (En el séptimo día) y sigue citando a Noé y su arca (“Del fuego vino el diluvio / La nave vuelve a partir”) en Un millón de años luz? ¿Sueles dejarme solo es el reclamo a una mujer o con su cita al superhombre de Nietzsche abre el juego al reclamo del Cristo debilitado en la cruz, que duda y le reclama al Padre? Todo sucediendo mientras Los 7 Delfines, encabezados por Richard Coleman, sacudían en vivo su versión de Post-crucifixión (Pescado Rabioso), incluso en la presentación de Canción animal en el estadio de Vélez, en aquel diciembre de 1990.

Pero entre tanta mística, es carne el sustantivo clave. “Este álbum tiene tantas alusiones a las drogas que se corre el peligro de quedar colocado oliendo su portada”, decía una crítica de época a Sticky Fingers, el clásico de los Rolling Stones, de 1971. Cambiemos ‘sexo’ por ‘droga’ y ‘colocado’ por ‘en celo’ y estaríamos hablando de Canción animal. Desde la foto de tapa, con unos leones copulando (prohibida en algunos países), hasta la desgarrada Entre caníbales (algo así como la versión Mondo Cane de una relación sexual). Esa vitalidad priápica, ese rock caníbal, ese Hombre al agua que debe saltar por la borda para calmar tanta incandescencia y deriva, gira entre el presente perfecto de 1990 y la imposibilidad de quedar anclado en el tiempo que habitaba, y dos despedidas. La primera se da en De música ligera, un adiós al amor primero, a las uvas viejas de un amor sobre el placard, y quién sabe si al viejo fan de Soda. La segunda es Té para tres, la balada acústica y terminal donde Cerati pone en escena una tragedia latente y se permite un supuesto error semántico (“Te vi que llorabas”) donde el pronombre (“Te”) y el sustantivo (“Té”) juegan a los dados con el surrealismo.

El cierre de la obra, Cae el sol, es blando y un tanto soso, pero se lee como zeitgeist, mesiánico y “poptimista”, con un tratamiento de cuerdas que mejorarían en lo operativo para su último opus: Sueño Stereo (1995). Seis meses después de Canción animal, Soda iba a editar un EP de remixes (Rex Mix) y a Cerati lo sobrevolaría un rush de creatividad antológico: Colores santos, su disco a medias con Daniel Melero, de 1991; la cumbre sónica de Soda en Dynamo, de 1992; y Amor amarillo, su primer disco solista, de 1993. Música popular comprometida y responsable con el oyente, excitante, fresca. Todavía se busca el paradero.

Por Jose Bellas

Dynamo

1992

Los Soda se convirtieron en padrinos de la naciente escena sónica y arriesgaron su éxito por las ganas de experimentar

En el minidocumental Haciendo Dynamo, dirigido por el actor Boy Olmi, los músicos no explican nada. La cámara fragmenta las escenas de una cocina experimental: Gustavo Cerati canta y fuma con total naturalidad mientras dirige las acciones; la idea es correr el foco de atención. Una nueva década en el bolsillo y la intención de riesgo se nota en esas canciones que aún suenan modernas: guitarras y samplers liberadores, melodías y ritmos que le pelean al avanzado Achtung Baby de U2 y ubican, como nunca antes, a Soda en la vanguardia pop.

Dynamo es sintonía fina con la oreja pegada al noise de My Bloody Valentine y la diversidad electrónica de Massive Attack. Es el trabajo más extremo del trío y la versión Soda Stereo de Colores santos, el disco a dúo entre Cerati y Melero. Ruido blanco (En remolinos), electrónica down-tempo (Nuestra fe) y hits para coleccionar (Luna roja, “Primavera 0”) forman un legado futurista.

Una vez más la banda mostró su capacidad anfibia: presentó Dynamo en Fax, el programa más visto de la TV argentina modelo 92, y a fines de ese mismo año, justo cuando Serú Girán plantó su regreso en la cancha de River, Soda tocó en Obras con Babasónicos y otros, capitalizando la naciente escena sónica. Toda una apuesta en pos del recambio generacional.

Por Oscar Jalil

Sueño Stereo

1995

Hubo clima de fin de ciclo en el séptimo y último disco de estudio de la banda

Luego de un silencio prolongado, el más largo en la historia del trío, cruzado por rumores de separación, Soda prueba cargarse un disco clásico, esta vez a modo de final anunciado. Originalmente planteado como álbum doble en que uno de los discos estaría dedicado a temas “ambient”, Sueño Stereo derivó en una obra en constante estado Abbey Road: ante el desenlace inminente y sin la presión de seguir en esa cima imaginaria y tan alimentada por apetitos ajenos al grupo, la tradición pop marcó la despedida. El sello Beatle sobrevuela los arreglos orquestales, los juegos vocales y el uso de melodías con tiempo de caducidad. En los interludios y la sustancia electrónica, hay algo de banco de prueba solista para Gustavo Cerati, aquí asistido por sus viejos compañeros y con la tranquilidad de seguir siendo un Soda Stereo. Ella usó mi cabeza como un revólver inicia una sesión continua de bombas radiales con Disco eterno y su cadencia “cool”, para cerrar la trilogía con los mullidos loops ascendentes de Zoom. Hay pocos discos de rock argentino de los 90 que contengan esa carga de seducción inicial y, al mismo tiempo, manejen un contraste tan marcado con expresiones menos adhesivas como el viaje melancólico de Efecto Doppler y su frase fatal: “Sostenido por una ilusión cae la frecuencia de tu amor”. Para el largo adiós todavía quedan dos himnos: uno amable e inofensivo como Paseando por Roma, y otro bien cargado ––al estilo de Dynamo–– con sus imágenes de riesgo representadas en Ángel eléctrico. Mucho oficio para construir una despedida elegante que, con el paso del tiempo (casi 20 años), parece mejorar y destacarse frente a otros ejemplos que van del oportunismo al naufragio artístico.

Por Oscar Jalil

Comfort y música para volar – MTV Unplugged

1996

En los estudios MTV Soda mejora sus clásicos y plasma su octava maravilla pop. La primera edición ya es un objeto de culto

Después de rechazar varias ofertas para ser parte del catálogo Unplugged de la cadena MTV, Soda Stereo aceptó la invitación pero con algunos reparos: el más importante obedecía a electrificar algunas canciones y agregar varios inéditos de Sueño Stereo. A partir de estas consignas, el trío mejoró clásicos, reveló hasta qué punto una canción simple como Un misil en mi placard puede adquirir dimensión de maravilla pop, y experimentó en público cuando la norma indica que esa vidriera es un espacio ideal para promover grandes éxitos en formato acústico.

Gustavo Cerati también aprovechó esta oportunidad para develar influencias y conjugar riffs ajenos dentro de sus propias canciones: el medley entre Té para tres y Cementerio Club, de Luis Alberto Spinetta, es algo más que una cita, revela fascinación y también un sentido de pertenencia, algo que repite con Génesis de Vox Dei en otro tramo del registro en los estudios de MTV en Miami. En el otro extremo de las relecturas, la restauración de  En la ciudad de la furia, con la ayuda de Andrea Echeverri (Aterciopelados) y ese extraño modo de bolero psicodélico, logra archivar en el recuerdo la versión original. El último tramo del disco incluye regalos para fanáticos (Coral, Planeador). Pero esa primera edición, en la que no están todas las canciones del show, suma cuatro sobrantes de Sueño Stereo. Y en la reedición de 2007 fueron agregadas todas las canciones grabadas originalmente para MTV, mientras que los extras de Sueño Stereo quedaron otra vez afuera de un disco. La primera edición de este Unplugged, ya descatalogada, se ha convertido en un objeto de colección.

Por Oscar Jalil

Bocanada

1999

Nocturno y sofisticado, el primer disco de Cerati después de Soda es una obra cumbre en la que confluyen su affaire con la electrónica y una orquesta en Abbey Road, boleros humeantes y pop-rock imbatible

Liberado de “la prisión artística” en que se había convertido Soda Stereo, Cerati se recluyó en Casa Submarina, el estudio montado en el fondo de su hogar en Vicente López, donde vivía con Cecilia Amenábar y los pequeños Benito y Lisa. Tenía varios bocetos de la última época de Soda, pero buena parte de su segundo álbum solista ––que, por ser el primero después de la separación de la banda, tuvo mucho de nuevo comienzo— se definió durante la grabación. Cerati por entonces estaba compenetrado con la música electrónica, y el proceso creativo de Bocanada fue hijo de ese affaire. Organizaba los sonidos en un secuenciador MPC 3000 a la vez que desempolvaba sus viejos vinilos para samplear fragmentos que le servían de disparadores. Río Babel, por ejemplo, se levanta sobre un contrabajo que cita el leitmotiv de Momma, de Electric Light Orchestra. En este tema confluyen la atmósfera oceánica y el pulso funky de un álbum en el que la voz de Cerati alterna consistencias de escultura y holograma, mientras su guitarra parece domesticada para entregar lo justo y necesario. En el caso de Río Babel, un riff acuoso en segundo plano rompe la canción y la lleva hasta sus palabras finales: “Fluir sin un fin, más que fluir sin un fin…”. 15 años después, hay algo conmovedor y hasta un tanto doloroso en la vigencia de Bocanada, ese festín de melodías y texturas. Cerati armó las canciones en soledad, alejado de las salas de ensayo, y enfocó cada tema como un ejercicio de diseño (luego convocó a músicos jóvenes como Flavio Etcheto, Leo García, Leandro Fresco y Martín Carrizo para que ejecutaran sus ideas). Ese abordaje no hace más que resaltar el carácter romántico de la obra, su intimidad de laboratorio y su belleza nocturna. La interpretación vocal de Bocanada, un tema armado sobre un loop de la banda progresiva Focus (Eruption), es una cumbre de su catálogo. La historia de la letra la cuenta Pablo Schanton, y es esclarecedora la mención a Edward Hopper, el gran retratista de la soledad y la descomposición silenciosa de las relaciones en el mundo moderno. El humo, ese ruido óptico a través del cual se hace visible la alquimia, aparece entre dos “cuando no hay más que decirnos”.

En la presentación del disco en el Gran Rex, Cerati cantó este tema con un cigarrillo en la mano, desarmado de su guitarra, afectando la pose de crooner delante de la imagen proyectada de una mujer desnuda, pálida y fría como la protagonista de Reposo, la pintura de Eduardo Schiaffino.

Es casi un bolero ambient, cruzado por los scratches de Rudie Martínez y el contrabajo de Alejandro Terán. La voz de Cerati suena forrada en terciopelo azul, y dibuja arabescos que empujan a la hipnosis. Parece el sueño húmedo de un viejo publicista de Parliament, pero este momento de “distante placer” adelanta dos años la atmósfera neo-noir de Mulholland Drive, el film de David Lynch, su aura misteriosa, decadente e irresistible.

“Veo a Bocanada como una película”, le dijo Cerati a Alfredo Rosso en 1999, en la primera portada del ex Soda Stereo para ROLLING STONE. “No porque haya un argumento —el disco no habla de una sola cosa; es más bien ecléctico—, sino porque manejamos los moods, los climas de una manera fílmica. Por ahí pasa el hilo conductor, por cómo se entrelazan las canciones con los momentos instrumentales”.

Ese matiz cinematográfico se proyecta desde la tapa misma del álbum, una foto de Gaby Herbstein en la que se ve a Cerati a contraluz, en la pose del Bowie de Low, metido en un abrigo de piel, soplando humo blanco sobre fondo azul. Parece una cita al Greatest Hits de Dylan, pero Alejandro Ros, director de arte de Bocanada, ni siquiera había visto esa portada. “Con Gustavo Cerati queríamos transmitir el clima del disco”, dice Ros hoy. “Nocturno, refinado, un cabaret electrónico… Boleros para hojear revistas de moda. Como en su primer álbum solista [Amor amarillo] no estaba su imagen, decidimos que en este se viera solo una foto de él en la tapa, y adentro pieles y texturas rojo brillante”.

Detrás de esa carátula, que impone la idea de un relanzamiento estelar, Tabú funciona como una apertura aventurera y exótica, con una marcha tribal de sintetizadores, graznidos de pájaro y un Cerati que, a medida que va “trepando montañas”, busca su propia cumbre expresiva (el falsete de “por tiiii…” quedará para siempre). La carga dramática que impregna muchas canciones del álbum (“En algún punto es poético hasta la exageración”, decía él) llega a niveles altísimos con Verbo carne, una obra maestra en la que el narrador le pide la salvación a un “pequeño cristo en 3D”.  Escritos por Terán, los arreglos sinfónicos de esta balada teatral fueron grabados en Abbey Road por la London Session Orchestra. Después de presenciar la sesión, en la que el violinista Gavin Wright dirigió a 48 músicos, Cerati se fue “corriendo con las cintas” a otro estudio de Londres. “Ahí puse la voz —contaría él— en un estado de éxtasis total. Es un momento muy importante del disco, como un pináculo”.

Más allá de los gestos ampulosos, Bocanada es también una clase de pop-rock de precisión. El enjambre de guitarras distorsionadas de Puente, que estalla a la par del verso jinglero “gracias por venir, gracias porvenir”  —hipervínculo al “gracias totales” pronunciado en River dos años antes—, es el primer guiño a los nostálgicos. A Cerati no le interesaba hacer un disco conceptual, sino probar formas diversas, conectar sonidos actuales con viejas influencias y detonar ráfagas de emoción en escenarios sónicos sofisticados (esa “doradez” del pop de la que hablaba él). Así llega el tono relajado de Beautiful (outtake de Sueño Stereo), con su frase de cabecera: “Mereces lo que sueñas”, el aura tripera de Perdonar es divino, los toques andinos de Raíz (con el sampleo de Los Jaivas) y la prepotencia melódica de Paseo inmoral, coescrita con Francisco Bochatón. Balsa, el último tema (tercer instrumental), es un cuelgue electrónico circular en el que Cerati y Etcheto invocan los ratos de su proyecto Ocio. Un extracto remoto de la voz de Elvis cierra esa cantinela de cuna posnuclear: el paisaje blando y desolado del final de una rave.

“Es un álbum en el que la melancolía juega un papel muy importante”, le decía Cerati a RS en 1999. “Pero intento que nos lleve hacia una situación eufórica a través de la música. Que percibas la melancolía de las melodías, de los arreglos y de las letras, pero que el todo tienda hacia la felicidad. Eso es lo que intento conseguir con mi música”.

Por Pablo Plotkin

11 Episodios sinfónicos

2001

Con una orquesta dirigida por Terán y “una idea extraña que resultó muy feliz”, dejó atrás la quemazón abrazándose a la música clásica

“Gustavo Cerati me dijo: ‘este tema me sugiere una situación orquestal’”, cuenta el compositor y director de orquesta Alejandro Terán sobre el momento en el que Cerati le mostró el demo de Verbo carne, el track 8 de Bocanada. Terán le propuso “armar algo con amigos”. Pero Gustavo quería ir a fondo: “Yo me imagino, no sé, la Sinfónica de Londres, en Abbey Road”, le respondió. El resultado los dejó a ambos sin aliento y con ganas de hacer 11 Episodios sinfónicos, el disco que llevó parte del repertorio de Cerati del rock a la música clásica.

Ya había una idea previa, en realidad, del productor Diego Sáenz, que le acercó el proyecto a Cerati en 1995 como una versión sinfónica de las canciones de Soda, tentativamente titulada Sinfonía Stereo. Entre el MTV Unplugged y la inminente separación/despedida del grupo, el proyecto quedó en suspenso, hasta que en 2001 finalmente se dieron las condiciones para que el músico lo descongelara: un receso en las primeras sesiones de Siempre es hoy, mezclado con la separación de la madre de sus hijos. “Me di cuenta de que físicamente no podía seguir. Habíamos hecho mucha música y estaba muy bien. Bueno, okey, dejemos reposar esto y me metí a ensayar Episodios”, le contó a RS.

El disco fue grabado el 6 de agosto del 2001 durante un concierto ante 400 personas en el teatro Avenida (a puertas cerradas) y la prensa no recibió notificación. Con una orquesta de 42 músicos armada por Terán, quien compuso todos los arreglos, y con Cerati vestido por Pablo Ramírez, el repertorio incluyó siete canciones de Soda Stereo, una de Amor amarillo y tres de Bocanada, todas en versiones más cercanas al pop barroco que al delirio filarmónico de Metallica en S&M. El disco fue presentado en el Colón, y en shows en México, Chile y Mendoza. “Fue una idea extraña que resultó muy feliz”, dijo él.

Por Gabriel Orqueda

Siempre es hoy

2002

En medio de un divorcio y del inicio de su relación con Deborah de Corral, cortó con la electrónica y se lanzó a la búsqueda de un sonido más orgánico

Con 70 minutos y 56 segundos de duración, Siempre es hoy es el disco de estudio más extenso de Gustavo Cerati. También es el que más tiempo estuvo en etapa de gestación. La composición comenzó a finales de 2000 y las grabaciones se extendieron desde abril de 2001 hasta septiembre de 2002. En el medio, 11 Episodios sinfónicos y la banda sonora ambient de + Bien, el film del artista plástico Eduardo Capilla. Y en el plano personal, el fin de la relación con la madre de sus hijos, Cecilia Amenábar, y el comienzo de otra, con Deborah de Corral, que participa en coros. “Estaba seguro de que, con todas las cosas que me estaban pasando, no iba a poder hablar de otro tema. Es una situación extraña, me estaba separando de una idea de familia y por otro lado nacía una nueva relación”, dijo a ROLLING STONE.

Aunque los sencillos Cosas imposibles, Karaoke y Artefacto tuvieron amplia difusión, el disco fue recibido de forma esquiva por la crítica, sobre todo por cierta dispersión (iba a lanzarse como disco doble, pero finalmente salió todo en uno) que diluye momentos como la presencia de Charly García como teclista invitado en Vivo y Sudestada. Con producción adicional de Sacha Triujeque y Toy Hernández de Control Machete, en el disco Cerati se explaya con sintes, loops y samples, un sonido algo distante del paladar rockero, aunque interpeló a la escena electrónica, que comenzaba una década de masificación y megafestivales. Hacia el final de la gira del disco ya se vislumbraba la próxima transformación. “Tenía una actitud y un sonido mucho más rockeros. Quería correrme un poco del uso de la tecnología; lo que también es relativo porque cualquier disco pasa por un proceso tecnológico”, reflexionó en una entrevista a Página/12.

Por Gabriel Orqueda

Ahí vamos

2006

Con su disco más rockero desde Canción animal y una power-ballad asesina, Cerati allanó el camino para la vuelta de Soda Stereo

“¿Qué otra cosa puedo hacer?”, preguntaba el estribillo de Crimen, power-ballad y enorme sencillo debut de Ahí vamos. El cuarto disco como solista de Cerati, coproducido junto a Tweety González, fue clasificado como un regreso a las bases y lo más cercano a las canciones de Soda Stereo en toda su carrera como solista. Cerati por supuesto aborrecía la idea de que se interpretara como un proyecto reaccionario: “Lo que hago hoy es muy superior a Soda, si no puedo ir mejorando con el tiempo estoy en la lona… Para mí, volver atrás es realmente un suicidio, y jamás lo haría”, le dijo a Página/12.

Eran días apenas posteriores a los stencils de su cara con el título “viejo choto” en los murales de Buenos Aires. La antipatía de cierta parte el público rockero era la de siempre, potenciado por el rechazo de la escena indie de fines de los 90. “Quise que la sustancia sonora esencial del disco no fueran los samples ni las secuencias, eliminé todo eso y me concentré en canciones más clásicas con un sonido más orientado hacia la guitarra”.

Cual fuera el motivo, la decisión fue un éxito: Ahí vamos se convirtió en disco de platino —40 mil unidades—, aun antes de salir a la calle, con seis singles sencillos en total y una exitosa gira de 76 fechas.

Ya nadie iba a poder decir que volvía a la banda por su fracaso solista.

Por Gabriel Orqueda

Fuerza natural

2009

Tras el regreso de Soda Stereo y un encuentro cercano con el líder de Pink Floyd, Cerati construye una obra conceptual y deja una serie de mensajes cifrados

El quinto y último disco de estudio de Gustavo Cerati como solista llegó después de la exitosa gira-reunión de Soda Stereo, que ocupó la segunda mitad de 2007. Tras la masividad que alcanzó este retorno, era previsible que —por oposición— el próximo trabajo de Cerati en solitario revistiera un carácter más intimista.

Pero hubo un episodio menos público que probablemente haya tenido una poderosa influencia en la gestación de Fuerza natural, y es el contacto de Cerati con Roger Waters, en marzo de 2008. Los líderes de Pink Floyd y Soda Stereo se reunieron —junto a Pedro Aznar— para grabar una canción para la Fundación Alas, de Shakira. Sería de esperar que esta sesión viera la luz algún día, al igual que los cinco temas descartados de Fuerza natural. Pero al margen de esto, el encuentro de Cerati con el autor de Dark Side Of The Moon, The Wall y Amused to Death seguramente haya influido en su decisión de hacer una especie de obra conceptual.

Una de las últimas veces que vi personalmente a Gustavo fue en un ágape de su compañía discográfica, Sony Music, aunque no puedo recordar el motivo específico que lo había originado. Estaban presentes varios artistas del sello, él entre ellos, y me acerqué para decirle que me había gustado Fuerza natural particularmente (acababa de salir), y que —en mi opinión— era el más logrado de sus trabajos como solista. Visiblemente complacido, me respondió algo así como que “nosotros somos de la misma generación, tenemos las mismas influencias”, y recuerdo que hablamos de Led Zeppelin III, el disco “acústico” de la banda británica, que en su momento desconcertó a muchos fans de estos artífices del sonido pesado.

Esta anécdota, así como su encuentro con Waters, son útiles para referenciar dos de las principales vertientes que forman Fuerza natural, una obra conceptual influida por el rock de fines de los 60 y principios de los 70 —anglosajón y argentino—, una etapa fundamental en la formación de Cerati. Claro que es una obra conceptual no demasiado formal (la tradición ochentera de Gustavo Cerati le impedía pensar en una ópera rock), que tiene como ejes temáticos el viaje y el paso del tiempo.

Los viajes incluyen espacios terráqueos (llanuras, médanos, campos, pueblos, mares) y cósmicos (galaxias, constelaciones, planetas), y también viajes internos, donde aparecen signos de un enigmático misticismo. La tapa es un claro homenaje a Hipgnosis (responsables de portadas clásicas de grupos como Pink Floyd, Led Zeppelin, Electric Light Orchestra), y el dibujo que ilustra la lámina central del librillo contiene referencias a la numerología, la astrología y la alquimia. “Estoy tratando de que mis discos sean como viajes por lugares diferentes, incluyendo también lugares internos”, decía el cantante a la revista La Mano.

Las alusiones al paso del tiempo tuvieron un hecho desencadenante, que fue el cumpleaños 50 del cantante. Aunque en general las letras tienen un tono optimista, frases como “los números no mienten… Paré de contar”, dan cuenta de cierta perplejidad ante la llegada de la edad adulta.

En este terreno el artista concedía tanta importancia a la música como a la letra. Por algo en Déjà vu resalta que “la poesía es la única verdad”. Es un aspecto que el mismo Gustavo Cerati consideraba como su lado más débil (a pesar de que su influencia dentro del rock nacional es enorme, también como letrista), y para este álbum apeló a la colaboración de tres escritores: el cantautor platense Adrián Paoletti, el guitarrista Richard Coleman, y su hijo Benito, presentes en más de la mitad de las canciones.

Pero una de las características centrales de Fuerza natural es un sonido cercano a lo acústico en algunos temas, que cuentan con el propio Gustavo y el ex Suárez, Gonzalo Córdoba, tocando abundantes guitarras acústicas, dobros, mandolina y charango, y el sesionista Byron Isaacs en lap-steel (parte de los músicos que se sumaron en las sobregrabaciones realizadas en los estudios Looking Glass y Stratosphere Sound de Nueva York, que incluyeron también al baterista de David Bowie, Sterling Campbell, y al teclista Glenn Patscha). “Quería limpiarme de la distorsión de Ahí vamos y buscar la energía por la interpretación de instrumentos más acústicos”, decía en la misma entrevista.

Dos de los temas más conmovedores del álbum fueron compuestos —no casualmente— por Cerati solo, lo que le permite un acercamiento más confesional. Tracción a sangre está montada sobre arpegios de acústicas que evocan al mencionado Led Zeppelin III, y Cactus surgió a partir de ritmos que el malogrado percusionista santiagueño Domingo Cura había grabado para su participación en Sulky, del álbum Siempre es hoy. La canción se suma a las escasas pero antológicas aproximaciones de Gustavo al folclore argentino (entre las que hay que contar Cuando pase el temblor y Corazón delator, de Soda Stereo). Su estribillo, épico, imbuido de un aliento cósmico, resuena con la fuerza de una elegía: “Y los médanos serán témpanos / en el vértigo de la eternidad / Y los pájaros serán árboles / en lo idéntico de la soledad”.

Por Claudio Kleiman


Especiales

Colores santos

Cerati-Melero – 1992

La alianza funciona entre el laboratorio electrónico (Cozumel) y el pop detallista (Vuelta por el universo), pero sobre todo refleja un estado de ánimo: el duelo (Tu medicina) y la resurrección (Colores santos). La muerte del padre de Cerati domina los climas de un disco marcado por la pérdida.

Amor amarillo

Gustavo Cerati – 1993

Autosuficiencia mientras la dulce espera (nace Benito) instala a Santiago de Chile como la mejor capital para perderse. Cerati divide miras entre el fervor acústico (Te llevo para que me lleves), la technodelia (Pulsar) y la admiración (la versión del clásico Bajan, de Luis Alberto Spinetta).

Hábitat individual

Plan V – 1996

Del ambient sedoso al techno inteligente, Cerati cubre con Plan V la fascinación de convertirse —al menos por un rato— en un músico anónimo. Junto con tres camaradas chilenos, ofrece su faceta electrónica minimalista.

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