Anthony Kiedis de Red Hot Chili Peppers: “No es que dejé las drogas, es que encontré la salud”

En esta entrevista de 2002 -parte del flamante bookazine coleccionable Rolling Stone-, la periodista Gloria Guerrero narra un encuentro con la banda que cambió la heroína por la homeopatía

Por  GLORIA GUERRERO

agosto 8, 2023

Anthony Kiedis y Chad Smith en el lanzamiento de 'By The Way', en septiembre de 2002.

Foto: Scott Gries/Getty Images

Esta nota, publicada originalmente en octubre de 2002, es parte del bookazine de colección, con cien páginas de contenido sobre Red Hot Chili Peppers, que Rolling Stone acaba de lanzar en Argentina.


Debajo del puente, en el centro de la ciudad, dibujé algo de sangre/ Debajo del puente no conseguí lo suficiente/ Debajo del puente me olvidé de mi amor/ Debajo del puente me deshice de mi vida. (“Under the Bridge”, Blood Sugar Sex Magik, 1991)

Cuando son las 10 de la mañana y el avión se acerca a Los Ángeles y a todas las casitas ahí abajo ya se les notan el techo y las entraditas de garaje, empiezo a cogotear por la ventanilla, buscando aquel puente bajo el que Anthony Kiedis se inyectaba droga, se deshacía de su vida y, ya que estaba, convertía a su banda en multiplatino por primera vez. Pasamos en vuelo sobre tres autopistas gigantes que se hacen un moño; al llegar al puente número 22, paro de contar. Más adelante, lejos pero nítido, se ve un prolijo canal de agua, cruzado por más puentes, como una Venecia tecno. No, no deben ser esos puentes. Me he puesto en la cabeza encontrar Aquel Puente. Tengo que saber dónde queda.

La tapa del nuevo bookazine de Red Hot Chili Peppers de Rolling Stone.

No –escupe Anthony Kiedis–. No te lo voy a decir.

Agita las uñas pintadas de negro.

Andá y encontralo, si querés.

Hay cien puentes en Los Ángeles… ¿Por qué tanto misterio? ¿Querés evitar que tus fans lo convier
tan en un lugar de, digamos, “peregrinación”? ¿O, como escribiste en la canción, no querés volver a sentir lo que sentiste aquel día?

No me da miedo mirar mi pasado. Mi pasado es muy interesante, ¿sabés? Especialmente porque me siento muy cómodo siendo como soy ahora. De mi pasado [en castellano] soy orgulloso.

Estoy.

Estoy. Orgulloso. No hay razón para no estarlo. Mirá: siempre hay un puente, no importa donde esté. Está en tu cabeza, de última. Más que un lugar físico, es un lugar emocional.

[El Principito nunca renunciaba a una pregunta después de haberla formulado]. ¿Y dónde queda?

Bueno: ese puente está controlado por pandillas callejeras. Si querés entrar en esa área, ellos pueden no permitírtelo, a menos que seas miembro de esa pandilla, cosa que no creo. Es un lugar realmente peligroso. Ellos deciden quién sale vivo y quién sale lastimado.

Me doy.

“Queremos hacer música y queremos hacerla fuerte”, dice John Frusciante. (Foto: Gentileza Warner/Archivo RS)

Intentemos entonces arrancar desde más atrás, diez años antes del Puente, a principios de los 80, en la Fairfax High School de Los Ángeles, donde Anthony conoció a Flea (Michael Balzary) y a Hillel Slovak, quien a su vez era amigo de Jack Irons, a la sazón baterista (que duró en la banda hasta 1987). Los primeros Peppers escribieron porquerías en los pupitres, compusieron canciones chiruzas, hicieron pis y rindieron orales en esta secundaria, fundada en 1924 en la esquina de las avenidas Fairfax y Melrose, zona semipituca, pero como árida, sin un solo árbol en las veredas. Enfrente de la tienda La Gitana (lámparas y muebles) y una estación de servicio, el establecimiento ocupa una manzana entera bajo un cartel rojo que reza HOME OF THE LIONS (Hogar de los leones); comprende un edificio antiguo, tipo castillo chato, con tejas rojas; un estacionamiento y una construcción moderna, muy ambiciosa y fea, en la otra punta. Todo fan y todo periodista deben haber pretendido entrar aquí alguna vez. Por eso hay tres carteles: uno escrito en inglés, otro en español y un tercero en griego (!).

REGLAMENTO DE LA JUNTA 1265. QUIEN INGRESE AL ESTABLECIMIENTO SIN ASUNTO ESCOLAR VÁLIDO SERÁ PASIBLE DE UNA MULTA DE 500 DÓLARES O SEIS MESES DE PRISIÓN, O AMBOS.

Hago cuentas rápidas: 500 dólares=2 lucas. Me doy.

Las apariencias indican que husmear en el pasado de una banda peligrosa como los Red Hot Chili Peppers modelo 1990 (tattoos, sexo feroz, sudor, lágrimas, jeringas, sangre) puede resultar muy poco saludable. Pero, si hablamos de cosas saludables, qué más saludables que los Red Hot Chili Peppers modelo 2002 (homeopatía, Dalai Lama, yoga, vitaminas, non smoking, cereales y yogur), con un nuevo álbum multimegatitanio y cuatro hombres grandes que rondan la cuarentena (Flea los cumple el 16; el batero Chad Smith, nueve días después; Kiedis, el 1° de noviembre. John Frusciante acusó 32 en marzo).

Ellos dicen que la música les cambió la vida.

Cuando le avisan que tiene que ir a un estudio de TV en Hollywood, uno piensa en enormes naves espaciales en forma de estrella llevándote a los pedos por autopistas colgantes y depositándote en planetas increíbles con atmósferas casi irrespirables. Pero el barrio es más bien modesto-residencial, con veredas de color claro y casas bajas, y el taxista (¿serbio?, ¿ruso?… ide Bangladesh!) habla un inglés peor que el de Menem.

¿De dónde es usted?

[Expectante.] De Argentina…

¡Maradona!

[Completamente hecha.] ¡Sí!

¡Maradona, gordo, drogadicto..!

Ya no nos queda nada. Lo hemos perdido todo.

Unos cien jóvenes, miembros de fans clubs de los Peppers, con remeras de los Peppers, pasan a través de un detector de metales, como los que hay en los aeropuertos, y se sientan a esperar en bancos largos, verdes, frente a un patio grande. Otros diez, con credenciales, organizan la manada y le explican que no habrá posibilidad de sacar fotos dentro del estudio, admonición que –se comprobará después– no tiene la menor relevancia. Los Chili Peppers van a grabar un especial para el famoso programa británico Top of the Pops de la BBC (biblia televisiva del rock cuya primera emisión fue en 1964, con los Rolling Stones haciendo “I Wanna Be Your Man”). Desde el Reino Unido, en un avión, llegaron a Los Ángeles el decorado completo del set, los directores y los técnicos. Falta media hora para la presentación cuando un hombre de las dimensiones y el peso de un portón de fábrica se para sobre un banquito tembloroso y, para ordenar el ingreso, arenga a la pequeña multitud. Una vez adentro, las voces five o’clock tea de los directores invisibles se hacen oír por los parlantes: “A ver… cuando yo les diga que aplaudan, ¡levanten los brazos! ¡Así!”. Los cien tipos aplauden en plan de prueba, levantando los brazos. “¡Todos pueden acercarse al escenario, pero no mucho, y nunca retroceder detrás de la línea blanca!” Todos miran la gruesa línea blanca pintada en el piso a sus espaldas, que casi les toca los talones y los separa de los cameramen. “A ver, de nuevo esos brazos, ¡arriba!”.

“El público es un horror, muy frío, ¿por qué no habrá un público fantástico?”, protesta Kiedis.

Empiezo a pensar en cómo se las arregla un público para ser fantástico si lo obligan a no zarparse, a levantar los brazos y a no pisar esa línea blanca. No hay tiempo. Cuando los cuatro Peppers saltan al pequeño escenario, el mundo se termina. Flea vuela y queda suspendido en el aire; Frusciante revolea los pelos como si su cuello no tuviera vértebras; Smith, completamente fuera de sí, abaraja a Kiedis, que se ha tirado en palomita sobre el bombo antes de tragarse el micrófono, al que se aferra con ambas manos enguantadas en negro. Camisa negra y corbata negra que dice LESBIAN en rojo. Mazas a los platos. Rap flúo, incandescente. Melodías a las brasas. Todo se ha prendido fuego aquí. Estamos a dos metros de distancia de un espectáculo Villa Villa de acrobacias y adrenalina in extremis que sacude pico por pico la cadena montañosa de Hollywood.

Kiedis mira de frente, moviendo, poquito, la cabeza, como una incrédula Mirtha Legrand, y explotan los temas de By the Way: “Universally Speaking”, el increíble “Can’t Stop”, “The Zephyr Song”, ese himno punkie setentista que es “Throw Away Your TV”, “Don’t Forget Me”, “Right on Time” (de Californication)… Abajo, restos de cerebros esparcidos por el estudio, y el ordenado aplauso de las manitas en alto.

Cuando los vi a ustedes salir así, en frío, sin calentar, pegando saltos de karate, pensé en qué tanto han aprendido a “actuar” una situación…

KIEDIS: No, no, hay algo que se llama música (se enoja). Hay una canción, que significa algo, y eso te da energía; no es actuar (se pone cabrero). Es el sonido lo que te pone loco, pero ese público estaba muerto, así que me concentré más en qué sucedía entre nosotros cuatro…

FRUSCIANTE: Pensás en el público que te va a ver por TV y te sale esa energía, te lo mentalizás. Es una filosofía: salir a escena del mismo modo si hay un solo tipo enfrente o si es un video o si hay un par de camarógrafos o si es un show para miles de personas…

Se suponía que iban a grabar dos temas y terminaron tocando una docena, ¿por qué?

FRUSCIANTE: Fue Anthony el que quiso hacer más canciones. Para mí no tenía sentido, pero [se encoge de hombros] si él quiso hacer diez más… estuvo bien.

KIEDIS: Es que ese público estaba tan frío… Lo quise despertar. ¿Lo conseguí?

John Frusciante, en Beverly Hills, California, diciembre de 2000. (Foto: Bob Berg/Getty Images)

Kiedis tiene un ojo más arriba que el otro. Para alinearte y mirarlo derecho tenés que doblarte un poquito al este, como avisando envido, y seguirle la vista cabeceando siempre. La cara es caballuna pero sexy, con mucha mandíbula cortada a pique. Tiene puesta una camisa negra (otra) que no se diría que está planchada: le pasó una alisadora industrial por encima. Nunca se ha visto una camisa tan lisa como esa. Nunca se ha visto un flequillo tan planchado, alisado y liso como ese tampoco, salvo Balá. Nada se mueve de su lugar. A excepción de la cabeza de uno, que sigue luchando por alinearse con esos ojos.

Kiedis observa a Mariano Martínez y Nicolás Cabré en la tapa de la última Rolling Stone. “¿Por qué esos chicos tienen tan pintados los labios?”

Y vos tenés tan pintados los brazos.

Le pregunto qué significado específico tienen sus tatuajes.

Sería un tarado si no tuvieran significado mis tatuajes… (Entiende todo mal).

Eso que tenés colgado del cuello [una cruz], ¿tiene un significado para vos?

Sí. Vos elegiste eso, yo elegí esto.

Está bien, me refería a un significado “específico”. El del tigre recostado en tu antebrazo, por ejemplo.

Es que amo los animales, especialmente a los tigres. Yo me llamo Tony, así que este vendría a ser Tony the Tiger, ¿no?… [El tigre Tony, ¡la mascota de Kellogg’s!]. Él es mi amigo.

Estamos para el cachetazo.

Se sienta y, de un bolsillo, toma una decena de cápsulas medicinales. Las mete en la boca (todas juntas, las diez) y las engulle de una sola vez (las diez) con un único trago de líquido. Toserá intermitentemente durante los siguientes quince minutos.

¿Vitaminas?

Homeopatía.

Tal vez la receta de todo sea saber detenerse a tiempo. ¿Lo fue para vos?

[Espacio de reflexión: ¿Quién no conoce el viejo truco de “no diría que dejé algo, prefiero decir que encontré algo”? Ejemplo: “No es que dejé a Alicia, es que encontré a Vanessa”; “No es que dejé el cigarrillo, es que encontré el aire puro”; “No es que dejé de ver a Mauro Viale, es que encontré una vida”.]

“No es que dejé las drogas, es que encontré la salud -dice Kiedis-. No es que no como carne; es que como otras cosas. Como plantas vivas, cosas que me hacen sentir bien, que me dan energía… Sí, dejé de drogarme pero empecé a hacer más música, a hacer más el amor, a estar más tiempo con mi familia, con la vida en general. Yo no reniego de nada: aquello funcionó bien durante un tiempo, pero después dejó de funcionar. Tuve suerte en poder darme cuenta [tose]. Cuando me drogaba, de chico, todo andaba fenómeno: las drogas hacían lo que se suponía tenían que hacer. Después empezaron a matarme. Yo no quiero parecer ningún bullshit santurrón ni un gurú espiritual, sólo que en mi vida hay cosas que ya no sirven más”.

Periodistas de ojos redondos, ojos rasgados, ojos con sueño, pelos rojizos, morochos, pringosos, todos estamos aquí, saliendo o entrando del Chateau Marmont (el mismo superhotel donde se grabaron las voces de By the Way). Hay un día de entrevistas para la televisión y otro para las radios y la prensa gráfica. Me da pena Chad. Es como Ringo, el último orejón batero. Nadie quiere a Chad. “No me vas a dar a Chad, me imagino”. “No, yo quiero a Kiedis, no quiero que me toque Chad”. Pobre Chad.

Se abre la puerta a la hora no indicada y aparece John Frusciante, con almohada virtual incrustada en la sien. Lleva en la mano, colgando, una botella de gaseosa, de esas gaseosas imposibles que venden en Estados Unidos, con gusto a lúcuma-cereza-arándano, y observa, perdido, la cara de su interlocutora. “Es en la otra pieza”, le digo. En lugar de salir, enfila hacia las habitaciones, relojea el dormitorio y el baño, husmea en la cocina, y cuando finaliza la inspección, cabizbajo, desaparece por la puerta, en silencio y con una sonrisa-Mona-Lisa. Flea está practicando kundalini yoga en su habitación. El pobre Chad descansa en la suya (parece que ayer cometió el pecado de clavarse una cerveza).

“Yo no bebo ni me drogo ni fumo -dice Frusciante-. Yo soy saludable, lo único que me importa es que haya verdulerías. Como un poco de carne, no más, una vez por semana”.

Las marcas de abscesos en sus muñecas y en sus brazos dan escalofríos.

“A veces tenés que tener la fuerza suficiente como para ser capaz de aceptar las cosas y tener un poco de paciencia. Mucha gente cree que cuando deja de tomar drogas se va a sentir automáticamente bien, pero eso no funciona así: tenés que esperar que pasen varios meses en los que estás como… ciego. Pero, si tenés la paciencia de esperar… Todos los sentimientos que te daba la droga se te hacen ahora más naturales, te duran más tiempo y son… reales”.

Frusciante ríe mientras se toca los huevos. Siempre, cada vez que cambia de posición en el sofá, se toca los huevos.

¿Qué cambiarías de By the Way, ahora que ya es tarde para cambiar algo?

Quisiera cambiar el bajo del final de “Can’t Stop”: cuando la batería se detiene, podés escuchar todavía la guitarra y el bajo, por la compresión… [Piensa] Quisiera subir el melotrón en “This Is the Place”, quisiera cambiar esa mezcla.

Podría decirse que este disco es más “tuyo” que Californication.

Sí, es cierto. Antes yo mandaba una guitarra, por ahí hacía un solo, pero ahora hago casi todos los coros, toco la guitarra, sintetizadores, piano, glockenspiel, lo que me viene a la cabeza, así que hay más… muchas más ideas mías. Y puse muchas más guitarras.

Se siente como si, de algún modo, fueras vos el que dirige los cambios entre disco y disco…

[Se incomoda]. Puede ser. [Sonríe, como aliviado por haber logrado decir eso.] Pero no invado el lugar de nadie; todos seguimos componiendo juntos, Anthony escribe las letras. Yo sólo he encontrado más cosas para hacer.

Frusciante se la pasa escuchando música folk inglesa: Steeleye Span, Fairport Convention, Incredible String Band y discos de la primera época electrónica (como Metamatic, de John Foxx, 1980). Del folk a la electrónica: así amenaza sonar su nuevo álbum como solista. “En mi disco hay una interesante mezcla de ambas cosas. Ya hice los temas, pasé el último mes grabándolos en un estudio de Los Ángeles”. Chad, que sigue durmiendo, toca la batería; y Flea, que sigue parado de cabeza en su habitación, aporta su bajo en un tema. “Después de la gira por Sudamérica, voy a volver a Los Ángeles para poner las voces, después salgo otra vez de gira y veré… pero siempre vuelvo a Los Ángeles”.

A veces siento que mi única amiga/ es la ciudad donde vivo/ La ciudad de ángeles (…)./ Conduzco en sus calles/ porque ella es mi compañía/ Camino en sus colinas/ porque ella sabe quién soy/ Es difícil creer/ que estoy completamente solo/ Al menos tengo su amor/ La ciudad me ama. (“Under the Bridge”)

Pocos le han cantado a Los Ángeles con tanta devoción y esperanza como los Red Hot Chili Peppers. Y el caso es más notable todavía si consideramos que ninguno de los cuatro miembros de los Chili Peppers ha nacido en Los Ángeles: Flea es australiano; Kiedis es de Michigan; Chad, de Minnesotta, y Frusciante, de Nueva York.

“Amo a Los Ángeles -dice Frusciante-. La amo. Cuando tenía 7 años, mi mamá me dijo de mudarnos y a mí me encantó la idea, porque me gustaba hacer skate, y pensaba: ‘Bueno, L. A. es donde viven las estrellas de rock y es donde están los skaters…’. Es el mejor lugar del mundo para mí. Cuando camino por la calle, cuando tomo algo, cuando miro el aire, es tan… espeso…”.

Sí, hay una polución de novela.

[Se ríe] No… Quiero decir que está cargado de una energía… Hay algo ahí que no entiendo.

Hay un cantante que sigue tosiendo.

Hace tres años, casi toda la prensa dijo que Californication era, finalmente, el álbum “maduro” de los Peppers.

Maduro es una palabra estúpida.

Ahora se dice que, finalmente, By the Way es el álbum maduro de los Peppers.

Eso prueba qué tan estúpida es esa palabra.

Siendo así, no me atrevo a preguntarte, en este caso, qué entendés por “maduro”.

Yo nunca llegaría tan lejos como para describir un álbum con una palabra como maduro ni con cualquier otra. Es muy [tose] bidimensional [tose]. Escuchás ese disco, lleno de canciones que cubren un enorme territorio y usan muchos colores y texturas y sentimientos y experiencias y sabores y aristas de la vida… y no podés encontrar una palabra y decir: “Oh, es esto”. Nosotros hemos estado juntos por mucho tiempo, pero la cantidad de… jugo, lo que sentimos por nuestro trabajo, es igual que hace veinte años: queremos hacer música, queremos hacerla fuerte, tanto ayer como hoy. Tal vez eso sea ser maduro.

Red Hot Chili Peppers en Argentina: 24 de enero de 2001, estadio de Vélez. (Foto: Ananké Asseff/Archivo RS)

A Anthony Kiedis le gusta el jazz, como a Flea. Y el doo-wop, las armonías vocales de principios de los 60. Y los primeros discos de los Bee Gees…

¿Eh?

Me dan vuelta, no sabía lo buenos que eran sus viejos discos hasta que hace seis meses tuve, digamos, una revelación… [Sonríe]. Yo tomo direcciones diferentes; diferentes de las de John, por ejemplo. Y siempre ha sido así. Cuando empezamos esta banda, en 1983, yo me hice cantante sólo por casualidad. Yo no trataba de estar en un grupo: me gustaba escribir textos, poesía, historias; me gustaba bailar, rebotando de un lado a otro de la habitación, pero no quería saber nada con estar en una banda. Todos mis amigos querían estar en una banda. Y yo terminé en una banda por accidente, porque necesitaban un cantante por una noche, por un show, y yo dije: “Lo hago, lo hago, lo hago”. Pero nunca había escuchado música con la idea de hacerme cantante; no estudiaba de los cantantes, no les prestaba atención: me gustaba bailar, y que la música fuera excitante, y poder arrojarme de lado a lado de la pieza, pero nunca pensaba: “¿Podré cantar como este o como aquel?”. Prefiero inventar lo que me sale ese día en la sala de ensayo. Me conecto con la música y con el espacio, y escucho ciertas melodías o ciertos sonidos y estiro mi garganta hasta llegar allí. Depende de cómo me sienta ese día: tiene que ver con mi novia, o con el clima que hay afuera, o con mi perro, o con la luna, con cualquier sentimiento fuerte. Lo que hago es tratar de meter todos esos sentimientos en mi voz.

Suena a terapia.

Sí. Lo es. Absolutamente.

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