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El futuro de la moda en la música

Dos medios que reflejan la realidad de la sociedad a través del tiempo, ¿qué es lo que sigue?

Por  VALENTINA VILLAMIL

mayo 8, 2024

UPPA/Zuma Press.

La moda y la música, desde siglos atrás, han sido sinónimos de identidad y expresión. Aunque como humanidad no siempre fuimos conscientes de ello, ambos medios, que son accesibles a las masas, son un espejo de la cultura y los cambios sociales por los que ha atravesado la sociedad en diferentes épocas. La evolución de la moda junto al ritmo de la música es dinámica, pues cada uno influye y da forma al otro en un diálogo continuo en el lenguaje de la creatividad.

Conforme pasa el tiempo, la música se ha consolidado como algo mucho más allá que mero entretenimiento, transformándose en una plataforma para comunicar ideas personales, discursos políticos y comentarios sociales. Esta evolución allanó el camino para una relación simbiótica entre ambos medios, que más adelante se reflejaría en los estilos que surgieron a partir de los diversos movimientos que acompañaron a la música a lo largo de las décadas.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo, azotado por las pérdidas y la agitación económica, buscó consuelo en la reafirmación de su identidad. Mientras las naciones se recuperaban y se reconstruían, la música y la moda se convirtieron en campos de batalla para la expresión y el orgullo nacional. El flujo transatlántico de mercancías e influencias culturales, sobre todo de Estados Unidos, alimentó una cultura de consumo que reconfiguró tanto la moda como la música a lo largo de todo el globo.

En la década de 1950, Estados Unidos y la Unión Soviética exhibieron sus respectivas proezas culturales en exposiciones sobre moda y diseño. Esta época sentó las bases de una conversación global en la que la moda se entrelazó con las narrativas geopolíticas, y cada prenda estaba cargada de simbolismo e identidad.

Durante la Guerra de Vietnam, se dio paso a una nueva ola de activismo artístico, en la que músicos se convirtieron en voces de disidencia y defensores de la paz, el amor y la libertad. Esta situación dio origen a un movimiento contracultural en el que los jóvenes se rebelaron contra las normas sociales y encontraron refugio en la autoexpresión a través de la música y la moda. La ropa se convirtió en algo más que un simple atuendo: se trataba de una insignia de identidad, un manifiesto visual de creencias y una afirmación de la individualidad en medio de la inconformidad.

Podríamos partir desde los años veinte, cuando la moda acaparó a la sociedad, yendo más allá de las pistas de baile de los bares clandestinos. La música jazz llegó como himno de rebelión y liberación que rompió los límites de lo tradicional e invitó a las mujeres a abandonar los corsés y los dobladillos con la moda flapper. El jazz se convirtió en el grito de guerra de una generación de feministas que buscaban desafiar las limitaciones sociales y disfrutar de una nueva autonomía. 

Bettman/Getty Images.

Sin embargo, no fue sino hasta 1950 que con la proliferación de la televisión y el cine, unida al ascenso de iconos del pop adolescentes como Elvis Presley, catalizaron un cambio radical en el panorama de la moda. Cuando los adolescentes clamaban por emular el estilo de sus ídolos, los diseñadores se vieron obligados a atender la creciente demanda, anunciando el nacer de una nueva era en la moda.

En los 60s, la sociedad fue testigo de una explosión de diversidad musical, y Reino Unido emergió como una potencia cultural. Mientras que el jazz se había transformado durante los últimos años, una subcultura conocida como los Mods se popularizaba entre los jóvenes con su fusión de R&B, ska y soul. Pero no fue hasta la llegada de la Beatlemanía que algunas tendencias empezaron a ser mucho más tangibles, marcando el comienzo de la era del rock ‘n’ roll chic. Diseñadores como Ossie Clark redefinieron la moda con su espontaneidad que capturó la esencia de los conocidos swinging sixties.

Ron Case.

Mientras que en una parte del mundo, la humanidad estaba luchando para reunificar Vietnam, en occidente veíamos nacer una revolución psicodélica que se extendió por Estados Unidos, transformando la música y la moda en expresiones caleidoscópicas de rebelión. Al mismo tiempo que las estrellas del momento creaban himnos de protesta y liberación, una ola de experimentación se tomó el panorama cultural, alimentada por el consumo de drogas y otras sustancias, y un gran deseo de escapar de la realidad. 

El rock psicodélico se convirtió en la banda sonora de este despertar colectivo, con figuras como Jimi Hendrix y The Doors liderando la movida. Paralelamente a la música, la moda se desplegó como un sueño a todo color, fusionando estampados, materiales y texturas, haciendo de la extravagancia un factor imprescindible a la hora de vestir.

Ron Howard.

Desde la cruda energía del movimiento punk hasta el brillo del glam rock, la década de 70 transformó la escena cultural por completo. Vestidos con chaquetas de cuero intervenidas a mano, con el cabello de colores, piercings y botas militares, la juventud punk se revelaba contra las normas sociales con su sonido agresivo, dejando atrás el “amor y paz” de los 60s. Al mismo tiempo, el glam rock se hacía un lugar dentro del panorama, exponenciado por artistas como David Bowie, quien desafiaba los roles tradicionales de género con sus atuendos andróginos y teatrales. 

Incluso, Bowie logró materializar sus propias ideas de la mano con el diseñador japonés, Kansai Yamamoto, dando lugar a trajes que fusionaron elementos futuristas con visiones vanguardistas. Inspirado en la tradición oriental, con diseños coloridos y de lujo extravagante, Yamamoto impulsó a Bowie a convertirse en todo un referente de la moda por aquellos años dorados, cuando el británico se encontraba en la era de la gira de Ziggy Stardust a principios de la década.

Masayoshi Sukita.

Otros artistas como Marc Bolan y agrupaciones como KISS fueron pioneros en la movida del Glam Rock, transformando la música y haciendo de ella un nuevo espacio en donde las narrativas tomaban nuevas formas. La unión de música y ciencia ficción cautivó al público y provocó un fenómeno cultural que trascendió a la cultura pop tradicional. Las tiendas de segunda mano se empezaron a popularizar, tanto para los amantes del punk como del glam rock, haciendo eco a la idea del “hágalo usted mismo”. Ahora, el vestir a la moda ya no era un lujo de algunos pocos, sino un dominio de las masas.

En el cine, los efectos especiales revolucionaron las producciones, y tanto músicos como diseñadores se inspiraron en la ciencia ficción e incorporaron elementos futuristas a sus actuaciones y creaciones. El resultado fue una notoria evolución de sonidos y estilos, que vimos en el desarrollo de propuestas artísticas como las de Jim Morrison o Iggy Pop.

A finales de los 70s, la música disco dio sus primeros latidos, siendo uno de los primeros movimientos en los que la moda era en un componente integral de la experiencia en la pista. Por aquel entonces veíamos a John Travolta como Tony Manero en Fiebre de sábado por la noche, sin saber que su traje blanco lo convertiría en un ícono que personifica a la perfección la sofisticación del estilo disco.

Diseñadores como Diane Von Furstenberg redefinieron la moda femenina con el inigualable wrap dress, que celebraba a las mujeres de todas las tallas con un estilo versátil y chic. La era disco se convirtió en sinónimo de opulencia y extravagancia, ya que los accesorios, los tejidos brillantes y el maquillaje llamativo adornaban tanto a hombres como mujeres. Este estilo, al igual que la música, supuso el inicio de la liberación sexual masculina, en donde las preconcepciones de géneros se desdibujaron en la vida nocturna.

Pero conforme llegaba cada época, parecía que cada estilo daba un salto contrastado y en la década de los 80, la sociedad enalteció su lado más atrevido y oscuro. Mientras Prince perpetuaba la evolución del Glam Rock, por su parte, la música gótica surgió como una subcultura enraizada en la escena del deathrock, el synthpop y el new wave. Diseñadores como Christian Lacroix se tomaron la moda del momento con la extravagancia colorida y aterciopelada, al mismo tiempo que Drew Bernstein sacaba provecho de la floreciente escena gótica y punk con su línea de ropa Lip Service.

Axl Rose y Drew Bernstein.
Veglam.

La década de 1990 marcó un cambio significativo tanto en la música como en la moda, cuando la cultura hip-hop ascendió de las calles de una Norteamérica urbana a la vanguardia de la conciencia general. Figuras como Snoop Dogg, Diddy y Tupac encarnaron el espíritu de la época con su estilo característico, con pantalones holgados, camisas de seda y zapatos de piel. La influencia del hip-hop contagió a diseñadores como Tommy Hilfiger, quien en su momento sacó partido con la creación de prendas que resonaban con la sensibilidad estética del género, vistiendo a diferentes íconos de la época y convirtiéndose en una de las casas referentes del hip-hop americano.

Mientras tanto, esta era vio el nacer de la música grunge, una expresión cruda y visceral de la angustia adolescente. Artistas como Kurt Cobain canalizaron su desilusión con la vida en composiciones que resonaron en una generación de jóvenes descontentos. Por su parte, Marc Jacobs adoptó esta estética informal, pero grotesca y oscura, llevando la alta costura a las bandas de garaje. Las prendas desgastadas, los pantalones rotos y los Converse se convirtieron en elementos emblemas del grunge, contrastando a ese glamour dominante que le antecedía.

Colección Grunge para Perry Ellis de Marc Jacobs, Primavera/Verano 1993.
Rex Features.

Otros diseñadores como Alexander McQueen mezclaron las movidas del momento, rompiendo los límites de la moda con su visión vanguardista y su experimentación sin complejos. El romanticismo teatral de McQueen y sus versiones extremas de la feminidad desafiaron los cánones de belleza normativos, inspirándose en la cultura rave londinense y en la ropa deportiva urbana del hip-hop. Sus creaciones, caracterizadas por hombreras, y diseños que exaltaban la silueta, desdibujaban la línea entre moda y arte, encarnando el espíritu de rebelión de 1990.

En la actualidad, la moda es completamente imprescindible para la música y viceversa. Mientras que las prendas hacen parte de la identidad de un músico o simbolizan una etapa dentro de la carrera de un artista, la música sigue influenciando las tendencias, desde lo que se escucha en una pasarela, hasta lo que se debería vestir en un festival. Incluso, artistas como Drake, Billie Eilish, Kanye West, entre otros, colaboran con grandes casas de moda o incluso crean sus propias marcas.

Con la llegada de la tecnología y las redes sociales, ser un ícono de la moda ya no es exclusivo de las grandes estrellas de rock. Con perfiles meticulosamente curados y un branding bien estructurado, los artistas comparten su estilo personal en el día a día, mostrando cómo la moda hace parte de sus vidas, incluso fuera de los escenarios. 

En relación con el contexto sociocultural actual, la moda, la música y la tecnología se han cruzado al mismo tiempo. Mientras presenciamos el auge del techno, mientras artistas como Arca y Grimes juegan con las máquinas para crear música, las pasarelas ahora nos introducen prendas que cambian de color y patron con la luz, como fue el caso de una de las colecciones de la marca japonesa, Anreleage.

De esta misma manera, la moda y la música son reflejos de nuestra acelerada realidad. A diferencia de hace algunos años, un solo estilo ya no representa largos periodos de tiempo, sino que cambian o se transforman cada tantos meses. Ahora sentimos una gran nostalgia por el pasado, revivimos estas tendencias y nuestra forma de vestir se parece más a un collage que se crea a partir de diferentes influencias, sin limitarnos a un solo gremio.

Como sociedad hemos evolucionado en seres mucho más experimentales, y a este punto, ¿qué no hemos explorado? La sobreexposición a la información nos ha abierto los ojos lo suficiente para darnos cuenta que va en contra de la naturaleza humana definirnos en un solo concepto. Y con la música pasa lo mismo. Géneros como el reggaetón se han transformado al punto de adoptar otras influencias completamente contrastadas a lo que en un principio se concebía de la escena urbana. Tanto estética como musicalmente.

Artistas como Bad Bunny popularizaron la idea de que un intérprete no tiene que ajustarse a un sólo género, y logró que un artistas urbanos puedan experimentar con otros sonidos, más allá del clásico beat del reggaetón. Y aunque puede que no haya sido el primero, este fenómeno se replicó en las fórmulas de otros artistas como Álvaro Díaz o Tainy. 

Estéticamente, el género también se ha deconstruido. Ya no hablamos de reggaetoneros vistiendo prendas ostentosas, cargadas de opulencia y alardeo, sino de artistas que experimentan con otras tendencias, y que incluso rechazan esa imagen meramente “masculina” y “de calle” que a menudo se relaciona con esta escena. Sin embargo, también somos seres cíclicos, y luego de explorar otros territorios, volvemos a donde comenzamos. 

Y aunque nada podría volver a ser como antes, tomando como ejemplo una  vez más al género urbano, los artistas están regresando a los clásicos. El trap nuevamente está sonando entre los grandes exponentes latinos, y otros subgéneros como el dril están ganando tracción a nivel internacional. 

Por esto mismo, resulta imposible de hablar de un futuro de la moda en la música. Y aunque podemos adelantarnos a las tendencias con el sinfín de posibilidades que nuestra evolución nos ofrece, es clave entender que para ver el futuro, hay que repasar el pasado. Volveremos a las cosas que ya creamos y las reinventaremos conforme a la realidad del momento. ¿Qué es lo que sigue?