Billie Eilish está en el fondo de una piscina, sostenida por una gran pesa negra sujetada a sus hombros. Por decirlo de manera suave, no la está pasando bien. “Básicamente estuve haciendo el submarino seis horas seguidas”, me dice más tarde la superestrella de 22 años. “Si no sufro de alguna manera, no me siento del todo bien con lo que hago”.
Eilish lleva pantalones negros holgados debajo de un par de pantalones cortos, camisa con botones, camiseta térmica de manga larga, corbata a rayas, calentadores de brazos, variedad de anillos plateados y pulsera gótica con tachas, además de esa especie de ancla agarrada a sus hombros. Se ha estado sumergiendo una y otra vez dos minutos seguidos, conteniendo la respiración, con los ojos abiertos, sin antiparras ni tapones nasales, mientras el fotógrafo William Drumm la retrataba.
Estamos en un estudio en Santa Clarita, California, en una tarde fría y lluviosa de febrero. Eilish está rodeada por un equipo de casi 40 personas. Hay una estilista, su mánager y los encargados del catering parados junto a una mesa llena de comida y bebidas con jengibre. Hay hombres que la ayudan con una máscara de oxígeno que usa entre las inmersiones, y uno de ellos grita: “¡Tres respiraciones!” para contar regresivamente hasta el momento en que se hunde. Maggie Baird, la madre de Eilish, se sienta nerviosa en el borde de la piscina, observando a su hija someter su cuerpo a una exigencia propia de buceadores experimentados.
¿El objetivo de todo este sufrimiento? Eilish trabaja en la imagen de tapa para su tercer álbum, Hit Me Hard and Soft. “Si tengo algo es que soy capaz de pasar por un infierno y volver después para darme la vacuna”, me dice. “Siempre he sido así y así seguiré. Muchas de mis obras son físicamente dolorosas en muchos sentidos y eso me encanta. Dios mío, vivo para ello”.
Hace menos de 48 horas que Eilish ganó el Grammy a la Canción del Año por “What Was I Made For?”, su delicado y devastador éxito en la banda de sonido de Barbie. Después de los Grammy, estuvo despierta hasta las 7:30 de la mañana siguiente, se quedó dormida hasta la una, comió unas tostadas con palta y luego se tiñó el pelo completamente de negro, despidiéndose de sus raíces rojas, en preparación para la sesión de hoy.
Ha sido un período extraño para Eilish. “¿Para qué fui hecha?” resultó mucho más grande de lo que esperaba. Los últimos meses fueron una confusa sucesión de entregas de premios que la dejó lista para desaparecer por un tiempo, al menos hasta que salga el nuevo álbum. “No me dejan en paz”, me dice. “Cada segundo de cada día es Barbie, Barbie, Barbie, Barbie, Barbie, lo cual es genial, pero en cuanto pasen los Óscar y pierda, me voy. Literalmente, me fui”.
Pero no pierde: el 10 de marzo, está en el escenario del Dolby Theatre aceptando el premio a la Mejor Canción Original, el mismo que ganó en 2022 por “No Time to Die”, de la última película de James Bond, lo que la convierte en la ganadora de dos Óscars más joven de la historia. “Anoche tuve una pesadilla sobre esto”, le dijo al público. “Simplemente no pensé que esto ocurriría. No lo esperaba. Me siento increíblemente afortunada y honrada”.
Momentos inimaginablemente surrealistas como este le han sucedido a Eilish desde hace tiempo. A los 17 años, se convirtió en una sensación mundial con When We All Fall Asleep, Where Do We Go?, el ya clásico debut de 2019 que expuso su frágil psique y sus más crudos sentimientos de inseguridad. Eilish nos arrastró a su universo oscuro, un reino donde sus brillantes ojos azules sollozaban tinta negra mientras de su boca salían arañas y le crecían enormes alas de plumas.
Hit Me Hard and Soft nos sumerge de cabeza en ese universo, desde los más profundos nudos de la depresión hasta el agotamiento que conlleva especular sobre cada movimiento. No hay arácnidos en lugares raros, pero al entrar en contacto con su lado más oscuro, Eilish finalmente se siente de nuevo ella misma. “Siento que este álbum soy yo”, dice. “No un personaje. Es como una versión más personal de When When We All Fall Asleep, Where Do We Go?”.
Aunque 2019 fue como un torbellino, Billie de algún modo lo extrañaba. “Fue el mejor momento de mi vida”, dice. “Todo este proceso fue como si estuviera volviendo a ser aquella chica. La he estado llorando, buscándola en todo; es casi como si el mundo y los medios la ahogaran. Ya ni recuerdo cuándo se fue”.
Lo más probable es que eso haya ocurrido en 2020, en los albores del Covid. “Estaba tan metida en mí misma que ya no podía verme objetivamente”, dice. “Y luego me teñí el pelo de rubio e inmediatamente dije: ‘Oh, ya no tengo idea de quién soy’”.
Grabó su segundo álbum, Happier Than Ever, en esos confusos meses de encierro. Sus canciones introspectivas y de tendencia jazzística obtuvieron excelentes críticas, al igual que sus glamorosos vestidos y su nuevo peinado. Pero carecía del brillo incandescente de We All Fall Asleep, Where Do We Go?.
Finneas, su hermano y colaborador más cercano, recuerda esa época como difícil y confusa. “De una manera extraña, fue un poco como estar bajo un tornado, leyendo una pequeña y bonita historia”, dice. “Ese disco fue un mecanismo de preservación”.
Eilish no se arrepiente. Sabe que tuvo que intentar algo fuera de su zona de confort para poder volver a ser ella misma. “En cierto modo, crecer en [Hit Me Hard and Soft] significó revisar muchas cosas”, dice Finneas. “Siento que este álbum tiene algunos fantasmas muy reales, y lo digo con amor. Hay ideas en este álbum que tienen cinco años y hay un pasado ahí que me gusta mucho. Cuando Billie habla de la era de When We All Fall Asleep, Where Do We Go?, se refiere a esta misma teatralidad y esta oscuridad. ¿Qué es lo que nadie hace tan bien como Billie? Este nuevo álbum fue una exploración de eso”.
Sumergirse nuevamente en esa oscuridad, más la experimentación con nuevos sonidos (desde un cuarteto de cuerdas hasta un brillante trance para la pista de baile), hace de Hit Me Hard and Soft el mejor álbum de Eilish hasta ahora, donde lleva a fondo algunas ideas insinuadas en Happier Than Ever, ignorando las críticas.
“Ella entiende la narrativa”, dice Donald Glover, que convocó a Eilish para su debut como actriz en la inquietante serie Swarm. “Y es auténtica en su experiencia. Creo que vive la vida por sí misma”.
Y ahora, después de seis horas en el agua, el disco ya tiene tapa. Una vez finalizada la sesión fotográfica, Eilish se pasa 20 minutos sonándose la nariz en su tráiler.
“Eran sólo mocos blancos que salían volando, como si esa sustancia viscosa blanca fueran mis entrañas”, me cuenta más tarde. Se va a la casa de los padres y se recuesta en el sofá y descubre que apenas puede caminar. La pesa le dejó moretones; le duele la garganta; le cuesta hablar. Intenta aliviar el dolor con un enjuague nasal. Se lava el pelo dos veces. Se pone una mascarilla y se lava los oídos en tres ciclos: primero con peróxido de hidrógeno, luego con alcohol y luego con agua tibia. Después come algo picante.
“Todo el mundo me decía: ‘Deberías irte a tu casa y darte un buen baño’”, recuerda Eilish. “Pensé: ‘¡Estuve en el agua seis putas horas!’”. De todos modos, se da un baño, no sin antes notar algo extraño en el jardín de la casa de sus padres. “Vi una especie de guirnalda de luces, y cada luz tenía alrededor un orbe circular, un aura completa. Me sentí drogada y borracha, y hacía días que no dormía. Yo estaba tipo ‘Mamá: ¿estás viendo esas luces?’, y ella me dijo: ‘¿De qué diablos estás hablando?’”.
Se va a la cama y se desmaya por nueve horas, un tiempo tan inusual para ella que Maggie casi entra a su habitación para asegurarse de que esté bien. “Nunca había sufrido tanto después de una sesión de fotos”, recuerda Eilish. “Nunca había sentido tanto dolor en mi vida. Eso es lo que siempre se dice de un parto. Fueron como doce horas de un dolor horrible y agonizante, y todo por la tapa de un gran álbum. ¿Entendés lo que digo?”.
De chica, el agua era lo que más miedo le daba a Eilish. Tiene algunos recuerdos traumáticos: el profesor de natación cuyo método era sumergirla y esperar a que “se diera cuenta”, o el momento en que fue absorbida por las olas en la playa y un guardavidas tuvo que rescatarla. Siempre se animó a meterse al agua, pero durante años la sola idea de nadar hacía que su corazón se le acelerara. Y ni siquiera le hagas hablar de las ballenas.
“Oh, Dios mío”, dice. “¿Cómo puede alguien simplemente aceptar que existe una ballena? Esas cosas son enormes. Los ruidos que hacen. Esa mierda me da miedo. ¡Puaj! Espantoso”.
Pasaron dos días de la sesión de fotos y la lluvia apenas amainó en Los Ángeles. Estamos con Eilish en el estudio de la casa de Finneas, sentados en sillas de escritorio color melón frente a una consola de luces azuladas. Agarra el teclado del escritorio de su hermano. “Nunca aprendí a tipear porque no soy de esa generación, y ahora me arrepiento”, afirma. “Para ser justos, mis padres nunca me enseñaron”. En un esfuerzo por mostrarme unos videos de animales que influyeron en el álbum, abre YouTube. “¡Guau!”, exclama. “¿Finneas no tiene el puto Premium?”.
El título Hit Me Hard and Soft deriva de una conversación que tuvo con Finneas, cuando pensó erróneamente que el nombre de un sintetizador en Logic Pro se llamaba así, Hit Me Hard and Soft. “Pensé que era una síntesis perfecta de lo que provoca este álbum”, explica. “Es un pedido imposible: no te pueden golpear ni con fuerza ni con suavidad. No podés hacer algo duro y blando al mismo tiempo. Soy una persona bastante extremista y me gusta mucho cuando las cosas son muy intensas físicamente, pero también me encanta cuando las cosas son muy tiernas y dulces. Quiero dos cosas a la vez. Entonces pensé que era una muy buena manera de describirme, y me encanta que no sea posible”.
Por ahora, su cabello negro está suelto y hacia atrás, dejando al descubierto unos aros con diamantes incrustados en forma del signo de dólar. Está vestida completamente de negro, incluida una camiseta con una cita a menudo atribuida a Kurt Cobain: “Nadie muere virgen, la vida nos coge a todos”. Cuando Eilish gira la silla, la parte superior de su nuevo tatuaje en la espalda (líneas negras caóticas que recorren su columna) se asoma por debajo de la remera. Más tarde, me dice que en realidad disfrutó cuando se lo hicieron. “Esa mierda me salvó en cierto modo”, dice. “Estuve todo el día sin remera ni corpiño, porque era sobre la columna vertebral, y eso me obligó a ponerme cómoda”.
A la izquierda de Eilish hay un piano Petrof. Arriba del instrumento hay una tarjeta que usó durante una participación en Saturday Night Live, en 2021, que dice “Hola, soy Billie Eilish y hoy seré la presentadora e invitada musical del programa”. También hay pilas de sintetizadores, desde un Sequential Prophet XL hasta un Memorymoog antiguo, y un rack con guitarras eléctricas y acústicas. Un gramófono Columbia en aparentemente perfectas condiciones se encuentra cerca de un sofá de terciopelo color terracota. Junto a la puerta hay una Xbox edición limitada en colaboración con Gucci. Más allá está el baño, con las paredes cubiertas por los discos de platino que grabó con su hermana.
Finneas dice que tuvo que nombrar el estudio por motivos de derechos de autor “anticuados”, por lo que se decidió por Astronave. Le preocupa que suene “tonto y pretencioso”, pero yo le digo que me parece encantador. Hay un portaincienso en forma de huevo frito (obviamente, la varilla atraviesa la yema) y varios libros: Alta fidelidad, de Nick Hornby, e In Search of Mycotopia: Fungi Fanatics and the Untapped Potential of Mushrooms, de Doug Bierend.
Finneas se mudó de lo de sus padres en Highland Park (una casa que se hizo famosa por el documental Billie Eilish: The World’s a Little Blurry) y armó Astronave en 2019. Uno podría pensar que vivir separados complicaría el proceso creativo de los hermanos, pero Finneas dice que la distancia en realidad mejoró la dinámica.
“En casa, siempre tuve esa sensación de pensar ‘¿Deberíamos trabajar?’”, dice. “‘¿Debería decirle que entre en mi habitación y escriba una canción en lugar de jugar a un videojuego o chatear con mi novia?’. Así que estuvo bueno poner un límite. Cuando venís acá, estés o no trabajando, sabés que para eso viniste. Y si no estamos trabajando es porque no estamos inspirados y vamos a ir a jugar a algo, o lo que fuera”.
Shark, el pitbull gris rescatado de Eilish, se cierne detrás de ella, sacudiendo su cola rápidamente. Mañana cumplirá cuatro años y Eilish planea celebrarlo con una caminata de cumpleaños. Pero por ahora está ahí, esperando que lo recoja el asistente de Eilish. “Sé que tuviste el día más aburrido de tu vida”, le dice.
Shark no puede estar en la casa de Eilish en este momento debido a un accidente que ocurrió esta mañana. Eilish preparó un licuado, pero la taza estalló y los fragmentos se esparcieron por tres habitaciones diferentes. Estaba particularmente orgullosa de este licuado (frutilla, arándano, ananá y yogurt no lácteo) que acompañaría sus dos salchichas italianas veganas Beyond Meat (Eilish fue criada como vegetariana y es vegana desde hace mucho tiempo).
Shark hace un cameo en el disco: se lo puede oír respirar y hacer tintinear el cuello en tema. No es el único invitado: está el baterista Andrew Marshall y también el Attacca Quartet, al que Finneas conoció al trabajar en la música de la serie de Apple TV+ de Alfonso Cuarón, Disclaimer. Las cuerdas del cuarteto en Hit Me Hard and Soft son un elemento intenso, pero delicado (duro y suave, precisamente) que atraviesa los diez tracks.
Finneas viene a sumarse a la charla y se sienta en el sofá junto a un almohadón arcoíris de Takashi Murakami. Están a punto de ponerme el álbum y me hacen saber que soy una de las primeras personas en escucharlo; nadie, aparte del equipo de Interscope y dos amigos de Eilish, lo ha experimentado. Falta una semana para la fecha límite para mezclar y masterizar, por lo que planean tomar notas. “Mientras lo disfrutás, nosotros estaremos acá sentados haciendo muecas y escribiendo lo que creemos que se podría mejorar”, bromea Finneas.
Eilish y Finneas llaman a Hit Me Hard and Soft “un álbum de álbum”. No es un disco conceptual, pero es un conjunto conscientemente cohesivo de canciones, inspiradas en obras “de autor” de los últimos 15 años, como Viva La Vida de Coldplay, Born to Die de Lana Del Rey, Goblin, de Tyler, the Creator, Electra Heart de Marina and the Diamonds, y Big Fish Theory, de Vince Staples. “Me encanta sumergirme en el universo de un disco”, dice Finneas, “cuando encontrás todo un conjunto de obras que te encanta escuchar, de principio a fin. Soy mucho más feliz que cuando escucho una gran canción, y digo: ‘Oh, vaya, podría cocinar toda la cena escuchando este álbum’”.
Menciono que escuchar discos completos no es algo muy de estos tiempos: la mayoría de los chicos consumen canciones, de una a la vez. O, como señala Finneas, ni siquiera un tema completo: “Ya ni siquiera hablamos de ‘canción’”, dice. “Ya estamos hablando de la línea del segundo verso que explotó en TikTok. Principalmente vemos contenido que se creó hace una hora: una persona que te cuenta su opinión sobre algo que pasó hace un rato”. Pero siente que escuchar música a la manera de la vieja escuela es algo que va a volver, de la misma manera que pasó con el cine el año pasado con el fenómeno Barbenheimer. “Todo es un contramovimiento al movimiento”, dice. “Creo que eso nos llevará a sumergirnos de nuevo en los discos. Realmente pienso así”.
Esta es también la razón por la que Eilish no adelantó singles de Hit Me Hard and Soft. “No me gustan los singles de los álbumes”, admite. “Cada vez que un artista que amo lanza un sencillo sin el contexto del álbum, ya soy propensa a odiarlo. Realmente no me gusta cuando las cosas están fuera de contexto. Este álbum es como una familia: no quiero que ningún nene esté solo”.
Tan pronto como le dan play, me doy cuenta de que Eilish tiene razón. La canción de apertura, cuyo título acordé no revelar, suena como un tema hermano de “What Was I Made For?”. Eilish ya contó cómo ella y Finneas experimentaron un grave bloqueo antes de componer la canción para Barbie, pero lo que nunca había revelado es que esta apertura del nuevo álbum nació antes y fue el catalizador para escribir ese otro hit. Tiene la misma fragilidad que “What Was I Made For?”, con la voz susurrada de Eilish sobre una hermosa melodía. Pero la letra es aún más devastadora, cuando Eilish aborda la idea errónea de que bajar de peso es una forma de felicidad.
Inmediatamente después está “Lunch”, un giro completo, de 180 grados, tanto en sonido como en contenido temático. Es un tema sexy con muchos bajos en el que Eilish está enamorada de una chica con tanta intensidad que compara el sexo con ella con devorar una buena comida. Finneas recuerda haberle mostrado ese tema a la gente del sello Interscope y ver que empezaban a moverse en sus sillas. “Lo divertido de comenzar el álbum con [el tema de apertura] es que es una promesa totalmente falsa”, dice. “Si recordás ‘What Was I Made For?’ y luego lo escuchás, decís: ‘Bueno, está bien. Entiendo este mundo’. Luego entra la batería [en ‘Lunch’], y realmente es como que mata al protagonista. Es como si mataran a Drew Barrymore en los primeros cinco minutos de Scream. Dirías: “No pueden matar a Drew. ¡Dios mío, mataron a Drew!’”.
Un par de semanas después, Eilish y yo llevamos a Shark a una caminata de más de un kilómetro. En un momento, nos encontramos con una anciana recogiendo su correo, que se queda mirando el atuendo de la artista: pantalones deportivos negros estampados con huesos, una camisa de Biggie Smalls y un par de zapatillas de skate negras que son una colaboración entre Osiris y Fuck the Population. “¡Me gusta tu disfraz de Halloween!”, le dice a Eilish. La estrella del pop le agradece, riéndose incontrolablemente. “Maldita sea”, dice Eilish.
Incluso con un equipo de seguridad y su pitbull, Eilish ha tenido experiencias aterradoras, con acosadores que se le aparecieron en la casa sin previo aviso. Shark puede estar medicado con ansiolíticos como trazodona, pero conoce su deber con Eilish: “Sólo porque esté ansioso no significa que no pueda arrancarte la cara si entrás a mi casa”, dice. Es la parte fea de la fama: la desventaja en la que la gente normal y no famosa rara vez piensa. Le digo a Eilish cuánto lo siento por ella, que estas cosas me hacen acordar demasiado al argumento de una película de terror.
Eilish está intentando salir más. Es parte de su esfuerzo por recuperar su antiguo yo: la Billie de su primer disco, a la que cariñosamente llama “yo 2019”. El verano pasado sufrió un ataque de depresión al que describe como “más real que nunca”. Más tarde, me muestra una página de su diario, donde escribió dos líneas en mayúsculas: “Sé que tengo suerte/ Pero soy tan infeliz”.
“Era más real que nunca”, dice. “En toda mi vida, nunca he sido una persona feliz, realmente. He sido una persona alegre, pero no feliz. Experimento alegría y risa y puedo encontrar diversión en las cosas, pero soy una persona depresiva. He sufrido mucha depresión toda mi vida. Cuando suceden cosas en mi alma, o lo que sea, siempre me he aferrado a la idea de que ‘bueno, ya pasará. Vendrá en oleadas y empeorará y mejorará’. Y eso siempre me ha reconfortado. Y, esta vez, literalmente dije: ‘No me importa. Ni siquiera quiero que mejore’”.
Eilish le da crédito a Maggie; su padre, Patricio; Finneas; y Zoe Donahoe, su mejor amiga desde la infancia, por mantenerla a flote durante todo este tiempo. Algo era seguro: tenía que salir más de casa. “Llegué a un punto de inflexión”, dice. “Tuve ese momento en el que pensé: ‘Dios mío, no me he divertido en siete años’. Tenía esta ilusión, porque… ¿quién experimenta ir a los Grammy básicamente con 17 años y ganar cinco premios? Pero en la vida me di cuenta de que en realidad no había experimentado tanto. No salí durante cinco años. ¿Cómo se suponía que iba a tener alguna experiencia?”.
Decidió empezar poco a poco: con las compras. Hace un año, entró en Lassens, una cadena de alimentos naturales en Los Ángeles, donde no había estado desde chica. Fue a Erewhon, la tienda de comida frecuentada por celebridades en Silver Lake. Vio a Turnstile en concierto. Fue a Target, CVS y algunos negocios de segunda mano. Fue a fiestas. Fue con Donahoe a comprar helado y entró en la heladería en lugar de quedarse en el coche, como lo hace normalmente. Y la otra noche fue a una lectura de poesía (llegó tarde y no se quedó hasta el final, pero lo contamos igual).
“Tengo miedo”, dice. “Por una maldita buena razón. Tengo miedo de la gente, tengo miedo del mundo. Simplemente todo eso le da miedo a alguien como yo; e incluso si no da miedo, significa estar expuesto y ser vulnerable y ser visto y filmado y lo que sea. Pero con todo eso en mente, he elegido hacer lo que más me asusta. Estoy haciendo el esfuerzo de ponerle el cuerpo y de existir en el mundo, de una vez”.
“Hemos hablado un poco sobre eso y me encanta lo que plantea”, dice su amiga Hailey Bieber. “Cuando veo a alguien como ella o como Justin, es algo con lo que no necesariamente me identifico, porque tuve una adolescencia completamente normal. Pero hay muchas cosas normales que ellos nunca podrán experimentar. Siento que todos, especialmente las mujeres jóvenes, deberían tener la oportunidad de vivir la vida y sus altibajos sin sentir constantemente que lo estás haciendo frente al mundo y que siempre alguien tiene algo que decir al respecto. Eso es lo único malo para Billie. Pero le doy mucho crédito por exponerse y por querer experimentar todo de la forma en que debe hacerlo como una mujer de 22 años”.
Eilish y Finneas quedaron impactados por algo que John Mayer les dijo en 2019, cuando su nueva fama era abrumadora: “Recuerdo que dijo: ‘Aunque pareciera que siempre será así, desaparecerá, y en un futuro se enfriará y la gente ya no reaccionará cuando la vea como si fuera Pie Grande’”, dice Eilish. “Eso se me quedó grabado porque pensé: ‘No, me voy a sentir así siempre y dondequiera que vaya, la gente me mirará como si acabaran de ver un fantasma’”.
Eilish dice que la profecía de Mayer aún no se ha cumplido del todo, pero espera que el impacto de verla en público disminuya a medida que salga más. “Si lo hago bien, puedo existir”, dice. Finneas usa Trader Joe’s como ejemplo: “Si vas cuatro veces, alguien en el local dirá: ‘Dios mío, la conozco’, y se lo va a contar a los amigos. Alguno le dirá: ‘Sí, va ahí todo tiempo’. Te normalizás, esa es la forma correcta de hacerlo”.
“No creo que la gente entienda, y no hay manera de que la gente entienda”, dice Zoë Kravitz, amiga de Eilish. “La sensación de que todos te están mirando y luego tenés que saludar como si fueras el presidente, o fingir que no sabés que todos te están mirando, es energéticamente agotadora. Muchos artistas pasan por esa etapa en la que piensan: ‘Preferiría no salir. Me veo como la mierda hoy, así que no quiero salir a caminar, aunque el día esté lindo’. Te quitan esos pequeños momentos”.
Había otro factor que la mantenía encerrada: al no salir, seguía siendo un enigma. “Eso solía ser algo por lo que me esforzaba”, dice. “Solía estar tan obsesionada con esa idea de misterio, y creo que es, cien por ciento, el motivo por el que no hice ningún amigo, porque no quería que nadie me conociera, porque quería que todos pensaran en mí como algo misterioso y genial. Me encantaba la idea, pero luego pensé: ‘Oh, aquí estoy, sentada sola en mi habitación, encantada con la sensación de que todo el mundo piense que soy genial, pero en realidad no estoy sacando nada de eso. No estoy disfrutando nada en mi vida, en absoluto’”.
Tuvo lo que describe como una crisis existencial en la fiesta de su vigésimo cumpleaños. “Miré alrededor y cada invitado era un empleado mío”, dice. “Pensé: ‘Oh, mierda, literalmente no tengo amigos. No tengo gente que me vea como una igual. No tengo gente que no me tenga miedo’”. No podía identificarse con canciones que hicieran referencia a la amistad: “With a Little Help from My Friends” de los Beatles, “Smile” de Lily Allen. Dice que escucharlas le hacía doler la panza.
Por esta época, Kravitz solía invitar a Eilish a hacer algo, pero Eilish nunca quería. Finalmente, la actriz la confrontó. “Recuerdo que me dijo: ‘¿Por qué no querés estar un rato conmigo?’”, dice Eilish. “Y yo dije: ‘Porque me conocerías y eso me resulta aterrador, porque entonces ya no voy a ser simplemente esa persona que ahora te parece genial. ¿Qué pasa si no te gusto?’. Estaba obsesionada con la idea de ser una rareza, de ser sólo este personaje de Billie Eilish. De todos modos, desde entonces descarté esa idea y he estado viendo más gente. Si llegan a conocerme, está bien”.
“Ambas somos de Sagitario, así que entiendo totalmente su volatilidad porque puedo ser parecida”, dice Kravitz. “Creo que le dijo que se callara y lo superara. Y hemos sido muy buenas amigas desde entonces. En realidad, es lo contrario de lo que ella dijo: cuanto más la conozco, mejor”.
De todas las “cosas normales” que Eilish ha estado haciendo últimamente, una se destaca: su reciente excursión al local de comida mexicana Chipotle, que documentó en Instagram con una selfie tomada junto a dos empleados. “¿No fue relindo?”, dice. “Entré y me dijeron: ‘¿Qué hacés acá?’. Y yo respondí: ‘Porque me gusta y quiero comida’. Y me dijeron: ‘Pero podés comer cualquier cosa que quieras. Podrías tener la mejor comida del mundo. ¿No tenés a nadie [que te cocine]?’. Y yo: ‘No, no tengo. No soy así. Y además, el puto Chipotle es fuego’”.
Eilish odia la idea de que alguien tan rico como ella deba tener un chef personal. “¿No podemos hacer nada solos?”, bromea. Tiene un Porsche eléctrico, pero no tiene chofer. No va de vacaciones muy seguido (“las vacaciones son una estafa”, dice). Y ciertamente no tiene un avión privado. Entonces, ¿qué es lo único que tiene Billie Eilish? Hace una pausa y se toma un minuto para pensar. “Lo más extraño que tengo… um…”. Sus labios forman una sonrisa. “Dinero”.
Eilish siempre ha sido una persona activa. Le encanta hacer ejercicio, a veces de forma obsesiva, y recientemente volvió a bailar, que era su principal salida creativa antes de lesionarse la cadera a los 13 años.
Le pregunto qué le gusta hacer para descomprimir. “Sexo”, dice. “Básicamente hablo de sexo cada vez que puedo. Ese es literalmente mi tema favorito. Mi experiencia como mujer ha sido que esto se suele ver de una manera muy extraña. La gente se pone incómoda cuando hablás de sexo y se extraña cuando las mujeres se sienten cómodas con su sexualidad y son abiertas al respecto. Creo que es un tema muy mal visto y creo que eso debería cambiar. ¿Me preguntaste qué hago para descomprimir? Hablar de sexo te puede salvar. No podría recomendarlo más, para ser sincera”.
A Eilish también le gustaría hablar sobre la masturbación, según ella, otro tabú. El placer personal, dice, le ha dado más confianza. “El placer personal es una parte enorme, enorme, de mi vida, y una ayuda enorme, enorme para mí”, dice. “La gente debería estar sacudiéndola. Como alguien con problemas corporales extremos y dismorfia, no puedo recomendarlo más”.
A Eilish le gusta masturbarse frente a un espejo. “En parte porque hace calor, pero también me hace tener una conexión tan cruda y profunda conmigo misma y con mi cuerpo, y tener un amor por mi cuerpo que nunca antes había tenido”, dice. “Tengo que decir que mirarse en el espejo y pensar ‘me veo muy bien’ es muy útil. Podés inventar la situación que más te guste. Una luz tenue, un atuendo específico, una posición específica que sea más propicia. He aprendido que mirarme y observarme sentir placer ha sido de gran ayuda para amarme y aceptarme, y sentirme empoderada y cómoda”.
Eilish quiso hablar de esto conmigo. Y ahora que lo ha dicho todo, exhala y retrocede unos centímetros hacia atrás en el sofá. “Debería tener un doctorado en masturbación”, dice.
Pasamos un largo rato hablando sobre la nueva etapa que está a punto de comenzar y cómo promoverá Hit Me Hard and Soft mientras prioriza su salud mental, privacidad y bienestar. Con todo eso en mente, me pregunto si está lista para que los periodistas la acribillen con preguntas sobre el tema del álbum, particularmente la naturaleza sexual de “Lunch”. “Esa canción fue en realidad parte de lo que me ayudó a convertirme en quien soy, a ser real”, dice Eilish. “Escribí una parte incluso antes de hacer nada con una chica, y luego escribí el resto. He estado enamorada de chicas toda mi vida, pero simplemente no lo entendía, hasta que el año pasado me di cuenta de que quería mi cara en una vagina. Nunca planeé hablar de mi sexualidad. Es realmente frustrante que haya surgido”.
Eilish se refiere a su entrevista con Variety el otoño pasado, en la que mencionó que se sentía atraída por las mujeres. La cita –“Me atraen de verdad”– se convirtió en un titular nacional. El mes siguiente, Eilish asistió al evento Hitmakers de Variety en Los Ángeles. Al pasar por la alfombra roja, le preguntaron si había salido del clóset intencionalmente. “No, no lo hice”, les dijo. “Pero pensé: ‘¿No era obvio?’”. Luego, Eilish publicó sobre el tema en Instagram, con una leyenda que decía: “Gracias a Variety por mi premio y por mostrarme también en una alfombra roja a las 11 a.m. en lugar de hablar de cualquier otra cosa importante. Me gustan los chicos y las chicas, déjenme en paz, por favor, literalmente, ¿a quién le importa?”.
Eilish admite que reaccionó exageradamente con esa publicación de Instagram. “¿A quién carajo le importa?”, dice. “De repente, el mundo entero decidió quién era yo y no pude decir ni controlar nada. Nadie debería ser presionado a ser una cosa u otra, y creo que hay demasiadas etiquetas. Amigo, conocí personas que no conocen su sexualidad o no se sienten cómodas con ella, hasta los cuarenta, cincuenta o sesenta años. Lleva un tiempo encontrarte a vos mismo, y creo que es realmente injusto cómo Internet te intimida para que hables sobre quién sos y qué sos”.
En cuanto a esa cita de la alfombra roja que apareció en todos los titulares, Eilish dice que trató de pensar en una respuesta que fuera entretenida para sus fans e Internet. “Entré en modo entrevista a Billie Eilish, [como], ‘Oh, no me importa’. Sí, diré lo que sea. ¿No era obvio?”, dice. “Y luego pensé: ‘Esperá. No era obvio para mí’”.
Pensando en lo que pasó, extrae una lección importante. “Sé que todo el mundo pesaba eso de mí, pero recién ahora estoy descubriendo lo que soy”, dice. “Y, sinceramente, lo que dije fue gracioso, porque en realidad solo estaba diciendo lo que todos han estado diciendo”. Agrega que le caía bien el periodista con el que estaba hablando y no quería ser grosera. Pero se sentía explotada. “Hermano, ya tengo asma”, dice. “No puedo respirar”.
Si tuviera la oportunidad de volver atrás, dice, no habría respondido aquella pregunta. Pero reconoce que podría haber sido peor. “Tengo la suerte de estar en un momento en el que puedo decir algo así y las cosas me salen bien”, dice. “Pero esa no es la experiencia de mucha otra gente”.
Dos días después de la entrevista, Eilish me llama desde su celular. Conduce ansiosa por Los Ángeles, incapaz de librarse de la sensación de que me ha contado demasiado. Se ríe cuando le digo dónde estoy (en el sector de carteras de Saks Fifth Avenue en Nueva York, de compras con mi suegra) y quedamos en volver a encontrarnos la semana siguiente.
De vuelta en Los Ángeles, Eilish me saluda en un estudio diferente. No trabaja en estudios convencionales, pero le gusta pasar el rato en ellos. Lleva una camiseta negra de la bebida Monster Energy que le llega hasta los tobillos (dice que es Willy Chavarria, el diseñador de moda neoyorquino que cambió las reglas del juego). Me lleva a la sala de control bañada por una iluminación azul, donde nos sentamos en los extremos opuestos de un sofá.
Eilish me agradece por hacer otra entrevista. “He compartido demasiado toda mi vida”, me dice. “Es compulsivo, como si tuviera que contarte cada detalle de algo. Simplemente me importaba todo un carajo y decía cualquier cosa”.
Eilish dice que nuestras charlas fueron terapéuticas para ella. Eran las primeras entrevistas que hacía, más allá de la promoción de Barbie en más de un año, y estaba más que lista para hablar sobre su nueva música. Pero también se ha visto obligada a repensar cuánto de sí misma (y de su arte) está dispuesta a ceder.
“Siento que me han derrotado por sentirme así”, me dice Eilish. “La forma en la que el mundo me ha tratado, haciéndome sentir extremadamente ansiosa por todo lo que digo. Es agotador que algo de lo que digo pueda convertirse en un titular completamente sacado de contexto, y eso lleva a una paranoia constante”.
Quiere aclarar algunas cosas. Sobre todo, no tiene ningún interés en ser una portavoz de la salud mental. “Es muy extraño cuando estás en medio de algo y te piden que seas el defensor de aquello en lo que estás metido”, dice. “Entiendo que es importante, y entiendo que es una epidemia y es necesario hablar de ello, pero no quiero ser el modelo a seguir de la depresión. ¿Qué pasa cuando hago algo que no les va a gustar a todos?”.
Si Eilish quiere ser una inspiración en algún sentido, que sea su compromiso con el ambientalismo. Se pronunció contra la crisis climática y promovió la sostenibilidad en su gira, asociándose con la organización sin fines de lucro de su madre, Support + Feed, cuyo objetivo es combatir el cambio climático y aumentar la seguridad alimentaria a través de un sistema de alimentación basado en plantas. “Nunca he tenido interés en ser un modelo a seguir”, dice. “Si vas a pensar que soy un modelo a seguir, pensalo en términos de intentar salvar el medio ambiente y ser más consciente de la forma en que vivís, de tu huella de carbono”.
Eilish ha decidido oficialmente hacer algunos cambios en cómo se presenta ante el mundo. “Para mí, este álbum es una forma de reiniciar, en términos de compartir”, dice. Así que tomemos un segundo para reintroducir a Billie Eilish, la bohemia educada en casa que capturó nuestra atención cuando era adolescente. Ahora tiene 22 años, pero es más consciente de sí misma que las personas con el doble de su edad. Le gustaría tener espacio para crecer, para descubrir exactamente quién es, sin necesidad de etiquetas. No es el modelo de nada. Y le gustaría recordar que no es ninguna oradora de TED Talk.
Entonces, ¿en qué quedamos? Eilish resume las cosas con cuatro simples palabras que señalan su deseo de normalidad y aceptación.
“Sólo soy una chica”.