Fentanilo: origen, efectos y daños sin control de la “droga zombi“

Cómo el opioide sintético al que también llaman “inyección letal“ está causando lo que en algunos países ya califican como epidemia

Ilustración: Ezequiel García

marzo 30, 2024

William Burroughs viene del futuro. Y dice que es horrible.

“La droga sale de la cafetería, rodea la manzana y a veces cruza hasta Broadway para descansar en uno de los bancos de la isla. Un fantasma diurno que se extiende en una calle abarrotada hasta el tope”. Es un cut-up de Yonqui, biblia drogona firmada por el santo patrono de la heroína. Satírico profeta del horror, allá lejos en 1953 el escritor beatnik pinta un fresco del presente oscuro. Setenta años más tarde, un fantasma recorre Europa, Estados Unidos, Canadá: el fantasma del fentanilo. La droga zombi es una plaga en el hemisferio norte y, aún sin demasiadas certezas, se encienden alarmas también en estas pampas del sur.

El fentanilo es un opioide sintético cien veces más potente que la morfina y su hermana heroína. Según los fríos guarismos oficiales, en 2022 se cargó casi el 75% de las muertes por sobredosis arriba del río Bravo. El Centro Nacional de Estadísticas de Salud norteamericano registró cerca de 110 mil bajas, casi 2.000 por semana. La mayoría jóvenes, de entre 25 y 44 años. Ominoso es su apodo: “inyección letal”.
Los videos del infierno de la abstinencia se consumen hasta el cansancio en las redes sociales y con títulos catástrofe en las webs de medios amarillos. Escenas que parecen salidas de un cuadro de Brueghel el Viejo. Hombres y mujeres arrastrándose por las calles de los suburbios de las potencias occidentales. Desesperados, buscan el pinchazo salvador en San Francisco, Washington, Berlín, Toronto y más allá. Sentir el placer del alivio cuando las células sedientas beben de la aguja (¿Y si todo placer es, al fin, sólo alivio?).

En pleno pico de la experimentación contracultural de los 60, Burroughs, autor del alucinógeno El almuerzo desnudo, habló también de las drogas como un camino de opresión. Drama sanitario, disputa comercial, estigmatización de minorías y guerra perdida contra los narcóticos. La historia sin fin se repite como tragedia en estos tiempos duros del fentanilo. Salvo algunos casos rutilantes del mainstream, como moscas caen los mismos de siempre. Modelo puro y sin corte del capitalismo salvaje circa siglo XXI.

Agentes de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos exhiben un cargamento de fentanilo y metanfetamina secuestrado en Nogales, Arizona. (Foto: AP)

Oferta y demanda. La historia adictiva del fentanilo es económica. Había una vez a mediados de los años noventa una caterva de empresas farmacéuticas sin escrúpulos que con una agresiva campaña de mercadeo médico saturaron consultorios y botiquines de Estados Unidos con una pastilla “milagrosa” llamada Oxycontin. Sus andanzas y desandanzas son narradas en la serie Painkiller (2023). ¿La fórmula del éxito? Liquidar dolores al toque, “bajísimo” riesgo de adicción, pacientes aliviados… Puro marketing, clink caja. Cuando cayó la oferta de este derivado del opio, cientos de miles de adictos salieron a las calles yanquis a buscar sustitutos más accesibles, como la heroína. Hacia mediados de la primera década de los 2000, golpeó la ola inicial de la epidemia de opiáceos en el norte. Entonces entró en escena el fentanilo, una droga que pocos conocían por fuera de los quirófanos.

El segundo embate fue en 2014, cuando los dealers empezaron a cortar la droga con cocaína y metanfetamina. Por esos años los cárteles mexicanos instalaron laboratorios a pasitos de la frontera estadounidense. Los consumidores no tenían ni idea de qué estaban tomando o con qué se estaban picando. Cuentan que los mercaderes multiplicaron sus ganancias. También la cantidad de adictos. Si tenías la suerte de zafar de una sobredosis, quedabas enganchado para toda la vida. En 20 años, el fentanilo apagó la existencia de decenas de miles de anónimos y de unas cuantas estrellas distantes como Prince, Tom Petty, Mac Miller y Lil Peep. En una deriva por California, en 2019, pude ver postales dantescas en los arrabales de la desangelada Los Ángeles. Desde la miserable pandemia ya no se habla más de olas aisladas. La tragedia del fentanilo es un tsunami perpetuo.

“El fentanilo es un opioide, un fármaco derivado de la morfina. Estos opioides pueden ser de origen natural, semisintético o sintético. El fentanilo es sintético. Lo sintetizó el laboratorio belga Janssen en 1960. La FDA, el órgano que controla los medicamentos en Estados Unidos, autorizó su uso en 1968. Se buscaba un opioide que tuviera el rol analgésico de la morfina, pero con menor efecto adictivo”, explica Miguel Miceli, experimentado anestesista y capo de la cátedra de Farmacología de la Universidad de Buenos Aires.

Miceli, con casi 30 años en el gremio, da una clase magistral a la hora de trazar la genealogía de los opioides: “Vienen de la amapola, una planta oriunda del Asia Menor, la misma zona de donde es la marihuana. Los babilónicos y los asirios la utilizaban, hay referencias del 3.000 antes de Cristo. Luego llegó a Egipto y después se introdujo en Europa. A fines del siglo XIX se pudo identificar el principio activo de la amapola: la morfina y la codeína. Se usaban como analgésicos. Calmaban el dolor y controlaban la diarrea. Ayudaban en intervenciones quirúrgicas, donde se usaban esponjas soporíferas con opio, beleño y mandrágora. Provocan una especie de sueño. En una guerra, si el paciente iba a una amputación, quedaba medio borracho, como dormido. Pero el riesgo que tiene la morfina es la adicción, por eso se trabajó en laboratorio para disminuirla o sacarla”.

Un cargamento de fentanilo y metanfetamina secuestrado en Nogales, Arizona. (Foto: AP)

El tiro salió por la culata cuando apareció la semisintética heroína. Bayer la empezó a comercializar en 1895 bajo el eslogan “sustituto no adictivo de la morfina”. Para los locos años veinte, el “caballo” superó sin transpirar la tasa de dependencia que tenía la morfina. Y con altas y bajas, la epidemia de “Brown Sugar” sigue hasta nuestros días. Miceli agrega capítulos a la historia: “Más tarde se intentó identificar la molécula de morfina y sintetizar el químico, ahí empiezan a aparecer los opioides sintéticos, de los que hay aproximadamente cincuenta. El fentanilo es uno de ellos y no tiene origen natural. Es muy buen analgésico, con poder adictivo alto como la morfina, pero tiene ciertas características que para los médicos son fundamentales. El comienzo del efecto es mucho más rápido, la intensidad es mucho mayor, pero la duración es menor. Es muy potente. Para hacerte una idea, 10 miligramos de morfina equivalen a 50 microgramos de fentanilo”.

¿Cuáles son sus efectos?

El primer contacto quizá no es agradable: los opioides pueden generar dos efectos con respecto al ánimo: la euforia y la disforia. Con la primera, el individuo toma y se siente bien, está contento. Con la disforia puede aparecer la sensación de miedo. Me pasó con una paciente en una operación de vesícula. Le hice fentanilo e hizo un ataque de pánico. Decía que se sentía mal, como que estaba flotando arriba de la camilla.

También está esa idea del adormecimiento en el consumo recreativo, que viene del imaginario del opio.

Esa sensación de orgasmo, que es abdominal y genital. ¿Viste la película Trainspotting? Se juntaban, pero no estaban conectados, cada uno dormido en su mundo. Después de esa sensación de orgasmo viene una relajación, eso es lo que se busca en el consumo. Pero cuanto más consumís, más necesitás. Eso te puede llevar a la muerte.

En Argentina no se produce fentanilo. Los laboratorios de China son los principales fabricantes. En las últimas semanas de enero, el gigante asiático enfrentó presiones de Estados Unidos para reducir la producción. ¿Tercera Guerra del Opio en el horizonte? Quién sabe. Detalla el anestesista Miceli sobre el escenario en Argentina, trinchera alejada del teatro de operaciones: “El fentanilo llega de afuera. Lo importan ciertos laboratorios y ellos después hacen parches o las cápsulas que usamos. Las agencias regulatorias ponen las disposiciones para adquirirlos. No cualquiera puede comprar. Hay que estar registrado, tener recetarios triples oficializados por la Anmat, que son los que uso con mis pacientes cuando hago medicina del dolor. Si hay consumo recreativo, es por medios non sanctos. Tráfico ilegal, entra al país no sé por qué medios, o quizás hay derivados del sector médico. Hay preocupación en nuestro ámbito”.

¿Es un tema que se habla en las asociaciones o en los congresos médicos?

Sin dudas. El año pasado dimos una charla sobre adicciones en el Congreso Internacional de Psiquiatría. El consumo de fentanilo en particular y de los opioides en general son un grave problema a nivel internacional. ¿Con qué se cortan en el consumo ilegal? En paralelo, en el ámbito médico, una de las principales adicciones es al fentanilo. Está ahí, a la mano. Es una droga que juega al límite.

¿Se puede hablar de epidemia en los países del norte?

El Centro de Control Epidemiológico con sede en Seattle emitió no hace mucho un comunicado sobre la epidemia de opioides. Se observa un aumento importante en la mortalidad generada por opioides, metadona y oxicodona. Hay discusiones en el ambiente médico sobre si es una epidemia. Está claro que se busca reducir el uso de opioides, y el fentanilo entra en esta discusión. En Latinoamérica ha crecido el consumo, pero todavía estamos lejos del escenario que se vive en Estados Unidos y en Europa.

Una de las pocas ampollas identificadas como fentanilo y secuestradas durante un operativo policial, en enero pasado, en un domicilio del barrio Fraga, en Chacarita. (Foto: Archivo La Nación)

Otra vez la “China Blanca”. La noticia del pasado 19 de enero habla de tres nuevas muertes por sobredosis en Los Ángeles: José Luis Vázquez, 44 años, músico californiano de raíces latinas, líder del grupo de post-punk Soft Moon; John “Juan” Méndez, 46 años, DJ pionero del techno underground angelino que piloteaba el proyecto Silent Servant; y su pareja, la artista visual australiana Simone Ling, 43 años. El frío comunicado forense del condado californiano detalla: “Fueron encontrados inconscientes en una casa en Silver Lake, un vecindario de Los Ángeles, y fueron declarados muertos en el lugar. Se determinó que la causa de la muerte fue una intoxicación aguda por fentanilo, un opioide sintético que es entre 50 y 100 veces más potente que la morfina. El fentanilo a menudo se mezcla con otras drogas, como heroína o cocaína, sin que el consumidor lo sepa, lo que aumenta el riesgo de sobredosis”. El under anda de luto.

En la tarde fría de Berlín, atiende angustiado la llamada el músico argentino Tomás Nochteff (Mueran Humanos, Dios). Hace dos semanas perdió a sus amigos. “Fue una tragedia, algo que le podría suceder a cualquier persona que consume eventualmente drogas. Ellos no eran un bardo. Era gente muy responsable, dulce, tranquila y generosa”, dice Nochteff, argentino, radicado en Alemania desde hace algunos años.

A los músicos los unía una larga amistad: con Vázquez compartieron hace una década escenarios en Buenos Aires, donde el norteamericano vivió casi dos años. Soft Moon era un proyecto solista en formato banda, mezcla inquebrantable entre industrial y post-punk. En 2020, Juan Méndez con su Silent Servant había remixado el tema “Los problemas del futuro” de Mueran Humanos. Detalla Tomás: “Nos vimos hace poco, vino con Simone a tocar a Berlín, pinchó en varios clubes y estuvimos juntos en bares. Juan tocaba más de cien veces por año, tenía muchos proyectos, era dueño de una gran sensibilidad, mezclaba post-punk y rock y los llevaba al techno, trabajos conceptuales; lo hacía muy bien, tuvo importancia en el underground. No estaba en el bardo, cero, nunca lo vi con la camisa afuera del pantalón. Esto es inesperado, inimaginable que mis amigos murieran por una sobredosis de nada”.

Nochteff arriesga que, desde hace algún tiempo, el fentanilo está remplazando a la heroína. Lo observa en su barrio de Berlín: “Siempre hubo yonquis en las calles, pero desde la pandemia noto que esas personas que veía deambular están ahora en un estado de degradación inconcebible. Lastimados, con llagas, amputados. Me resulta raro, debe ser el fentanilo. Es un nivel apocalíptico. No sé de datos oficiales, pero creo que el Estado no reconoce que hay un problema, algo que se ve en las calles, que ya empezó hace rato”.

Como en la guerra. Así describe Nochteff el escenario. “Es una masacre. Me hace acordar al libro Una mirada en la oscuridad de Philip K. Dick, con la droga D, por death, muerte. Pienso mucho en eso, en cómo se masacra a la gente que está afuera de la sociedad: yonquis, homeless, gente no agresiva que vive en dos estados. La crisis de abstinencia, el dolor y la necesidad. Y el otro momento cuando están high, como en somnolencia. El fentanilo es como una picadora de carne”.

Cuando giró por Estados Unidos, cuenta Tomás, pudo apreciar la paranoia de los norteamericanos frente a la droga. El temor a perder la vida por tomar una raya o una pastilla cortada con fentanilo: “Las bandas toman recaudos, nadie sabe con qué están cortadas. Incluso hay merca ‘segura’ en los puestos de merch, no porque piensan que el público es heroinómano o busquen vender, sino para evitar que alguien se muera. Eso pasa en Estados Unidos y Canadá, no creo que falte mucho para que pase en Europa”. Al despedirse, Nochteff dice que da miedo pensar la expansión del fentanilo por Sudamérica: “Puede ser otra masacre. Parecida a la que sucedió en España después de la caída de Franco, cuando llegó la heroína. Murió una generación entera. Eso ya está pasando en muchos países”.

Un equipo de paramédicos intenta salvar a una mujer de una sobredosis provocada por lo que ella misma cree que fue fentanilo, en su departamento de San Diego, California. (Foto:

Hace 30 años que el abogado Alejandro Corda trabaja en el Poder Judicial. Es docente universitario y miembro de Intercambios, una asociación civil que actúa en el campo de las drogas y los cuidados desde el enfoque de los derechos humanos, la reducción de daños y los géneros. El hombre de leyes echa luz sobre la problemática del fentanilo y otros derivados del opio en la Argentina: “Creo que es un tema que está en agenda más por lo que pasa en Estados Unidos, y eso lo lleva a los grandes medios. No quiero decir que en el futuro no cobre relevancia, o que hoy no tengamos problemas con los derivados del opio. El escenario es distinto al del hemisferio norte. Nunca tuvimos una presencia importante de heroína en Argentina, lo dicen los datos. Acordate de que Luca Prodan viene por eso al país” [se refiere al hecho conocido de que el líder de Sumo optó por migrar a la Argentina ya que aquí no podría conseguir heroína, a la que era adicto].

La última encuesta de la Sedronar, organismo encargado de coordinar políticas públicas enfocadas en la prevención, atención, asistencia y acompañamiento de personas con consumos problemáticos de sustancias, parece darle la razón a Corda. “Es de 2017, habla de 12.000 consumidores de heroína, 0,1% del total. Eso sí, advierte sobre el consumo de opioides lícitos, entiendo, sin prescripción médica. Ese sí es un fenómeno muy presente al que hay que prestarle atención”, dice el abogado. Más datos duros: según el Observatorio Argentino de Drogas, entre 2017 y 2019 se registraron 24 muertes por sobredosis de cocaína adulterada con fentanilo en el país.

Corda recuerda algunos casos ligados al fentanilo que saltaron a la esfera pública: un allanamiento a principios de enero en el barrio Fraga de Chacarita, donde la policía secuestró nimias siete ampollas. “Estuvo también el caso de un anestesista, Ismael Billiris, acusado de violencia de género en 2017, que consumía de todo y lo sacaba del hospital. Siempre hubo desvíos en esos ambientes médicos. ‘Yo no quiero ir al doctor, sólo quiero ver al enfermero’, decía Charly. Sin duda hay un aumento en el consumo de derivados del opio, pero como el público no es el estereotipo clásico del usuario de drogas, no genera el mismo impacto. No es heroína, son los opioides de la industria farmacéutica, no hablemos del fentanilo, sino del tramadol, que tiene una circulación tremenda”.

Lo que queda claro es la ausencia del Estado en la materia. Para muestra basta un botón: el 2 de febrero de 2022, 24 personas murieron y 80 terminaron internadas por consumir cocaína cortada con carfentanilo, opioide 30 veces más potente que la droga zombi, en los angostos pasillos de Puerta 8, postergada barriada del partido de 3 de Febrero. “Guerra de dealers” y “Mejicaneada”, titularon los medios. Fue noticia efímera. Un mes después me acerqué al barrio. El Estado marcaba presencia con un destartalado patrullero y un monumento de Evita. Los vecinos me contaron del temor al abandono y el olvido. Venenos sempiternos que escupen las autoridades.

Según Corda, el tema drogas siempre fue una justificación para crear fantasmas, más que para resolver problemas concretos. El escenario global es preocupante en materia de consumo de opioides y los altísimos números de sobredosis en el hemisferio norte. Pero Argentina no enfrenta los mismos desafíos. “Es cierto que los cárteles se han profesionalizado, es un fenómeno global. Hay producción de amapola en México, Colombia y Guatemala, pero con números estables, no crece, según los datos. La producción de heroína viene históricamente de Asia. En la repartija de los roles del tráfico de drogas ilícitas, siempre fuimos un país de tránsito. No hay datos que hablen de producción o consumo de opioides en nuestro país, más allá de casos muy esporádicos. No leo el futuro, pero por ahora sólo el hemisferio norte anda en serios problemas con el fentanilo”. Nuevo opio de los pueblos en este valle de lágrimas.

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