30 años de Amor amarillo, el debut solista de Gustavo Cerati

Refugiado en la intimidad de su casa en Santiago de Chile y a punto de ser padre, Cerati compuso su primer álbum en solitario sin proponérselo

Por  JOSÉ BELLAS

noviembre 1, 2023

Foto: Contratapa del álbum

Este artículo fue publicado originalmente en el bookazine de Rolling Stone dedicado a Gustavo Cerati, en marzo de 2020.


Lo que diferencia el primer disco solista de Gustavo Cerati de una probable versión audiovisual de la revista Ser padres hoy es la mirada vasta, expansiva, con trazos de real sinestesia, que siempre desarrolló el músico. Aun así, Amor amarillo es un álbum que no puede desmentir el clima en el que fue grabado, el diástole/sístole que documenta una plenitud amorosa inaudita, del mismo modo que, en tiempos de Soda Stereo, Canción animal (1990) fue la proclama dionisíaca carnal y Doble vida (1988) la resaca agridulce del estrellato. Ni el propio Cerati, tan dado a la fachada distante hasta entonces, pudo renegar de su cara de marmota enamorada en el clip de “Te llevo para que me lleves”, el primer corte.

La tapa del bookazine de Rolling Stone dedicado a Gustavo Cerati, marzo de 2020.

Una vez finalizados los —llamativamente— escasos conciertos de Dynamo, lo suyo consistió en cruzar los Andes y liberarse transitoriamente del oficio de ser un Soda Stereo. Más que una especulación, una necesidad personal: tampoco terminaría presentando Amor amarillo, más allá de un show acústico para  una radio. Por entonces, su intimidad no era negociable y a duras penas terminaría volviendo a reunir al trío en 1995, y solo por motivos contractuales con su nueva compañía discográfica, BMG.

Al momento de publicarse, el término amor estaba atravesando un auge inédito en el rock argentino. El amor después del amor, de Fito Páez, llevaba más de un año siendo el disco más demandado (lo sería hasta transformarse en el más vendido de la historia de nuestra música) y “El amor es más fuerte” (de Fernando Barrientos y Daniel Martín, interpretado por Ulises Butrón), el tema central de la película Tango feroz, era el indiscutible hit de todo 1993. En las napas más nuevas, Babasónicos con “La era del amor” y los Avant Press de Leo García con el tema “Amor entre rosas” agitaban su contribución, mientras que Andrés Calamaro reaccionaba cantando con su canción “No se puede vivir del amor”.

El disco es uno de los cinco argumentos nodales para consagrar el primer lustro de Cerati en los 90 como uno de los más creativos que haya tenido un músico de rock en Argentina. Hablamos de un período que comienza con Canción animal, continúa con el exploratorio Colores santos junto a Daniel Melero, prosigue con el manto eléctrico de Dynamo (Soda Stereo, 1992) y, salteándolo, culminaría con la notable suite de Sueño stereo (también de Soda, 1995). Un estado de gracia casi arrogante.

Así como el amarillo tiene connotaciones psicológicas atadas a la vitalidad, la luz, el calor y la energía, también suele estar asociado a la dualidad. Y si hay un álbum previo contra el que pudiera asemejarse y oponerse a la vez, ese sería Artaud (Pescado Rabioso, 1973). Por empezar, el diseño de tapa, monocromático e inusual. El verde aquel del álbum con el que Luis Alberto Spinetta intentaba cerrar a una banda impregnaba el delirio suscitado entre él y el artista Juan Gatti. Alejandro Ros, en uno de sus primeros trabajos célebres, procuró para el estreno solista de Cerati una caja de CD y dos tonos de amarillo que son perforados en su centro. Luego, la opción de acudir a músicos cercanos para colaborar (Emilio Del Guercio y Rodolfo García, por un lado, Zeta Bosio y Tweety González, por el otro).

“Bajan”, el primer cover grabado por Cerati, es un homenaje que tuvo en su momento la aprobación emocionada de su compositor (tiempo después, los punteos de “Cementerio Club” adornarían “Té para 3” en el Unplugged de Soda). La visión de la “Cantata de puentes amarillos”, inspirada en textos de Antonin Artaud como Van Gogh, el suicidado por la sociedad y Heliogábalo o el anarquista coronado, presupone el degradé entre ambas obras, un contraluz entre la reveladora oscuridad del primero y el derroche de felicidad del segundo.

Hay al menos dos personas que podrían considerar a Amor amarillo como el mejor —o por lo menos el más emocional— disco del cantante. Ellas son Cecilia Amenábar, entonces pareja del músico, y Benito Cerati, siempre hijo, concebido cuando sus canciones comenzaban a gatear, y presente en los latidos de uno de los temas clave, “Pulsar”. Su madre, además de prodigarse como una versión trasandina de Bilinda Butcher (My Bloody Valentine) en las voces de “Te llevo para que me lleves”, es la responsable de las líneas de bajo de “A merced”.

“Adentro tuyo”, lo primero que se escucha en Amor amarillo, también los interpela e incluye, mientras un clima que cruza a los Beatles y Led Zeppelin arrulla y estremece. “Lisa”, una suntuosa balada que sería el nombre de la hija de la pareja, es curiosa y ambarina.

“Pulsar” encadena la alusión a los metrónomos cósmicos, la ecografía del hijo por nacer, el sampler de “Sirius”, de Alan Parsons Project, la cita a T. Rex  (“Es que la vida es gas” sale de “Life’s a Gas”) y la tormenta solar que acontece a los dos minutos y medio para convertirlo en uno de los temas más significativos que haya registrado. Y “Avenida Alcorta” juega con su doble residencia (“Providencia puede ser azar/ donde estemos juntos será nuestro hogar”) y su clima de capitulación ante las giras y las distancias. Había llegado el tiempo de fijar residencia en ese discreto albergue transitorio que es la felicidad.