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La vida privada de George Harrison

El más joven y tímido Beatle se alejó de los reflectores muy pronto. Pero su vida no hizo sino tornarse más profunda, rica y salvaje

Por  BRIAN HIATT

noviembre 29, 2021

PRESSENS BILD (Mikael J. Nordström)

El chico casi esquelético con el cabello oscuro y grueso se sentó en la fila trasera de un salón de clases rebosante, con la cabeza gacha y los ojos de intenso color café fijos en su libreta. Mientras el maestro pontificaba, el muchacho hacía como si estuviera consignando cada palabra. Pero George Harrison no estaba escuchando. El hombrecito de 13 años, hijo de un conductor de autobuses, se había abismado en las visiones de su futuro, atiborrando su cuaderno con innumerables y obsesivos dibujos de guitarras, el instrumento que anhelaba aprender a tocar desde que escuchó los éxitos de Elvis Presley, la encarnación de todo el gozo y diversión que no hacían sino brillar por su ausencia en el gris y deprimente Liverpool de la postguerra.

Se volvió buen amigo de un compañero de clase –mayor que él–, Paul McCartney, quien andaba en pos de un guitarrista para una banda recién formada. “Conozco a un tipo”, le dijo McCartney a John Lennon, el líder del grupo. “Es apenas un jovencito, pero toca bastante bien”. Harrison pasó la prueba tocando una pieza instrumental, “Raunchy”; a partir de entonces se convirtió en un Beatle, o al menos en un Quarryman. Pero sus compañeros de banda nunca lograron desprenderse de la noción de que Harrison era su socio juvenil, así  que pronto comenzó a buscar la manera de subir de categoría.

Harrison no era realmente el Beatle silencioso: “Nunca se callaba”, dijo su amigo Tom Petty. “Era el mejor distractor del mundo”. Y asimismo era el Beatle más terco y el menos farandulero, se sentía incluso menos enamorado que el propio Lennon del mito generado en torno a la banda. Le gustaba repetir una frase que atribuía a Mahatma Gandhi: “Crea y preserva la imagen que te guste”, lo cual es raro porque su elección consistió en no tener imagen alguna. Era un genio de las salidas de emergencia, siempre evadiendo toda clase de expectativas y clasificaciones. Harrison desafió la primacía de Lennon y McCartney en el plano de la composición; introdujo prácticamente a solas la música del resto del mundo en Occidente, sobre todo gracias a su amistad con Ravi Shankar, se convirtió en la primera persona que hizo del rock un vehículo para una espiritualidad poco recatada y con el Concierto para Bangladesh, para la filantropía a gran escala, fue más exitoso que el resto de The Beatles en Hollywood, produciendo películas como Life of Brian, de Monty Python, y desmintió su reputación de ermitaño formando a The Travelling Wilburys.

Tal y como el nuevo documental-libro de Martin Scorsese enfatiza, Harrison no tenía objetivos casuales: le dio seguimiento a su gusto por el ukulele, desarrolló su afición por los coches de carreras, la jardinería y se abocó con vehemencia a la meditación y a las religiones de Oriente. “La mente de George era sumamente curiosa y cuando le daba por algo, quería llevarlo hasta las últimas consecuencias”, dice su viuda, Olivia Harrison, quien lo conoció en 1974 y se casó con él cuatro años más tarde. “Tenía un aspecto loco, también le encantaba divertirse”. La primera esposa de Harrison, Patty Boyd, lo describía como oscilando entre periodos de meditación intensa y de fiesta salvaje, sin ninguna zona intermedia. “Meditaba durante horas”, escribió en sus memorias, Wonderful Tonight. “Luego, si la tentación de la carne era imposible de resistir, dejaba de meditar, se metía un poco de coca, se enfiestaba y coqueteaba con mujeres… No había nada normal en esos arranques”.

Según Olivia, “Para George, blanco y negro, arriba y abajo no eran cosas distintas. Él no solía encasillar los tonos y humores de su vida. La gente piensa, ‘él era esto o aquello, un personaje muy extremo’. Pero sus extremos se encontraban dentro de un círculo. Y él podía ser el más silencioso del mundo, pero también el más ruidoso. Y una vez calientes los motores, no había poder humano que pudiese frenarlo. No era un cobarde. Aguantaba más que cualquier otro”.

Harrison y sus compañeros de grupo perdieron algunos concursos de bandas pero ni este tratamiento indigno hizo mella en su alma colectiva. “Nos sentíamos superiores”, declaró Harrison. La situación dio un giro abrupto, y a Harrison, al principio, le gustó la nueva vida, dando cabida al triunfo por fases “como todo un adolescente”. Su aprendizaje como menor de edad en la zona roja de Hamburgo (en donde perdió su virginidad mientras sus compañeros fingían dormir en la misma habitación sólo para aplaudir al final de la sesión); el doloroso desarrollo de su propio estilo, en deuda con los sonidos del country y el R&B, los primeros asomos de la Beatlemanía, la fama, el dinero, las mujeres, el estrecho vínculo entre los miembros del fabuloso cuarteto. “Éramos cuatro personas relativamente cuerdas en el ojo del huracán de la demencia”, dijo Harrison. A lo largo de los primeros años idolatró sobre todo a Lennon. “Me confesó que en verdad admiraba a John”, dice Petty. “Me parece que lo que buscaba era la aprobación total de su jefe”.

Pero en 1965, Harrison probó el ácido y, en una sola sesión, dejó de creer en su banda. “No tardó mucho en darse cuenta de que su grupo no lo era todo”, dice Olivia. “Pensó, ‘Esto no me sostendrá; no me satisface totalmente’”.

“Está muy bien eso de ser popular y de que el público te solicite, pero, ¿sabes?, es también una ridiculez”, Harrison declaró a esta publicación en 1987. “Caí en la cuenta de que se trataba de algo serio, de que me vida estaba siendo afectada por los gritos de las masas”. Físicamente, se sentía inseguro. “Con todo lo que estaba ocurriendo, los presidentes asesinados, la magnitud de nuestra fama me ponía nervioso”.

En el set de la cinta A Hard Days Night conoció a Boyd, una diminuta modelo rubia; en el set de la siguiente película, Help!, descubrió la música clásica de la India, lo que lo condujo a una búsqueda que duraría mucho más que el matrimonio. Los esfuerzos realizados a fin de dominar la cítara le llevaron al yoga, ésta última a la meditación y la meditación a la espiritualidad oriental que, en gran medida, contribuiría a definir su vida. “Buscaba algo mucho más elevado, mucho más profundo”, señaló Shankar, el virtuoso de la cítara que se convirtió en el mentor y amigo de Harrison. “Daba la impresión de estar familiarizado con algunos elementos hindúes. De otro modo, resultaría muy difícil explicar por qué se sentía tan seducido por un estilo de vida tan filosófico, incluso religioso. Me parece en verdad muy raro. A menos que creas en la reencarnación”.

Durante un tiempo, Harrison daba la impresión de estar sentado al fondo en el salón de The Beatles, haciendo sonar las guitarras, de ahí la gran sorpresa producida por “Within You Without You”, ese tema anómalo y hermoso que forma parte de Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band. Pero tras caer en la cuenta de que jamás pasaría de ser un citarista mediocre, se enfocó de nuevo en la guitarra y en la composición, contribuyendo al repertorio con algunas de las mejores canciones del cuarteto: “Something”, “Here Comes the Sun”, “While My Guitar Gently Weeps”, “Not Guilty” y “All Things Must Pass”, rechazada equívocamente por Lennon y McCartney.  Asimismo comenzó a tocar slide, desarrollando de esta forma una emotiva y distintiva voz instrumental que sin duda constituía el reflejo de su espíritu liberado.

La lucha por un espacio dentro del grupo, así como para sus canciones en los discos de The Beatles, minó la resistencia de Harrison, quien tenía sólo 27 años cuando el cuarteto tocó a su fin. “A veces sentía como si tuviera mil años de edad”, dijo el guitarrista. “Envejecía prematuramente…  todo se reducía a detenerme o morir”. La banda ya no realizaba giras, pero la Beatlemanía dejó secuelas en la forma de una especie de estrés post-traumático. “Si dos millones de personas gritaran por ti todo el tiempo, me parece que el eco en tu cabeza tardaría mucho en desaparecer”, dice Olivia. “George no estaba hecho para soportar algo así”.

Harrison hizo migas con Bob Dylan (“Sus almas estaban unidas”, dice Olivia) y Eric Clapton. El tiempo que pasó con estos dos solistas le sirvió para vislumbrar un sendero. Cuando The Beatles implosionó, en 1970, él no perdió tiempo y al cabo lanzó un álbum triple que le permitió aminorar la sobrecarga de canciones: All Things Must Pass.

Un año más tarde, a manera de respuesta a un pedido de Shankar, Harrison persuadió a Clapton, Dylan y Ringo Starr, entre otras luminarias, y consiguió ensamblar un grupo para tocar en el Concierto para Bangladesh, que estableció criterios muy elevados para los conciertos rockeros a beneficio a lo largo de los siguientes cuarenta años. El concierto fue todo un éxito, pero las repercusiones constituyeron un muy doloroso desastre, sobre todo porque los esfuerzos que Harrison realizó para hacer llegar las ganancias a los refugiados toparon con un gran muro de impuestos y burocracias.

Asimismo, su matrimonio se colapsaba: la infame Boyd lo cambió por Clapton, a pesar de lo cual la amistad de los dos hombres perduró. Y el bagaje espiritual de Harrison jamás fue obstáculo para las borracheras, las fiestas y el sexo con diversas mujeres. “Senses never gratified/ Only swelling like a tide/ That could drown me in the material world”, cantó, cansinamente, en el tema que daba nombre a su siguiente álbum, Living in the Material World.

La gira norteamericana que realizó en 1974 fue la última, salvo por un breve periplo en Japón, efectuado en 1991. A causa de los eternos sets de Shankar, la voz agotada de Harrison y su renuencia a tocar temas de The Beatles (solía gritar en medio de sus versiones de “Something”), las reseñas fueron despiadadas. Harrison no aguantaba ni la rudeza del público ni la fiesta incesante de su grupo de apoyo; ya no se sentía parte de ese mundo. “George hablaba frecuentemente acerca de su sistema nervioso, de que ya no podía tolerar el estruendo”, comenta Olivia, quien comenzó a salir con él ese mismo año. “Despreciaba los sobresaltos. No quería sentirse estresado”.

Harrison lanzó siete discos más como solista, pero el arco convencional de una carrera musical dejó de interesarle con el paso del tiempo. “George no quería hacer carrera”, dice Petty. “No contaba con un representante auténtico. Hacía lo que le venía en gana. Creo que el estatus de una estrella de rock no tenía ningún valor para él”.

Su relación con Olivia suponía una especie de centro, y esto le ayudó a aminorar los estragos de la excesiva diversión. Harrion se sintió en éxtasis tras el nacimiento de su único hijo, Dhani, en 1978. “Él pensaba que lo único que yo debía hacer en mi vida era meditar y buscar la felicidad”, dice Dhani, quien creció en Friar Park, una mansión de 120 habitaciones ubicada en la campiña inglesa y adquirida por Harrison en 1970 por una cantidad demasiado elevada incluso para un Beatle. La propiedad era bella y misteriosa, con cavernas, gárgolas, cascadas y vitrales instalados por Sir Frank Crisp, un millonario excéntrico que había sido dueño de la casa hasta su muerte, acaecida en 1919. Harrison trató de restaurar los ruinosos jardines de la propiedad de treinta y cinco acres. 

De pequeño, dice Dhani, “Yo estaba convencido de que mi padre era jardinero”, una conclusión razonable tomando en cuenta que el guitarrista pasaba doce horas al día inmerso en la maleza, sin comer, mientras buscaba el culmen de su visión: la plantación de árboles y flores. “Ser jardinero y pasarse la vida en casa sin ver a nadie, no hay nada más rocanrolero, ¿no te parece?”, dice Dhani, quien comprendió a la perfección la afinidad que su padre sentía: “Cuando estás en un jardín tan bello, su sola existencia no deja de recordarte a Dios”.

Tras un periodo de inactividad de cinco años, Harrison llamó al productor Jeff Lynne a fin de crear Cloud Nine, lanzado en 1987. De este álbum se desprendió un sencillo, “Got My Mind Set on You”, que, a pesar de ser un cover de una oscura canción de los sesentas, se colocó durante un tiempo en el primer lugar de las listas. Pero ocurrió algo aún más trascendente, una sesión programada para grabar un lado B, que convocó casualmente a Lynne, Tom Petty, Dylan y Roy Orbison, condujo a la formación de The Travelling Wilburys, el proyecto post-Beatle que Harrison disfrutó más que ningún otro.

Le deleitó estar de nuevo en un grupo y además con Dylan, su antiguo héroe y amigo. “Me siento más a gusto jugando en equipo”, Dylan le dijo a Petty. Los Wilburys grabaron dos discos (Dhani recuerda haber pasado buenos momentos con Jakob Dylan y haber jugado en su Nintendo con Duck Hunt mientras la banda componía el segundo disco en el piso inferior), pero nunca tocaron en vivo. “Con un toque y un par de cervezas encima, a George le daba por hablar de las giras”, dice Petty. “Creo que incluso discutimos seriamente al respecto en un par de ocasiones, pero nadie quiso comprometerse”. Siempre existió la posibilidad de un tercer álbum. “Nunca creímos que el tiempo se nos estuviera acabando”, dice Petty.

En vez de ello, tras una gira de trece fechas por Japón al lado de Clapton, Harrison se transformó de nuevo en jardinero. “No quería sentirse obligado con nadie”, dice Olivia. Se encerró en su estudio y compuso algunos temas, pero no quiso aparecer en ceremonias de premiación. En realidad, declinó prácticamente todas las ofertas e invitaciones. “Simplemente me desprendí de todo ese mundo”, dijo. “No me importan los discos ni las películas; no me emociona estar en televisión, nada de eso”.

En 1997, cuando fue diagnosticado con cáncer de garganta, tuvo que someterse a un tratamiento con radiaciones. Dos años más tarde, un psicópata logró colarse en Friar Park y tras un horroroso y prolongado forcejeo apuñaló a Harrison en un pulmón antes de que Olivia pudiera dominarlo. Harrison se recuperó completamente, pero Dhani opina que las heridas lo debilitaron y le impidieron batallar adecuadamente contra el cáncer de pulmón. La enfermedad se extendió al cerebro y tras largos esfuerzos, George Harrison murió el 29 de noviembre de 2001. Olivia está convencida de que el cuarto de hospital se iluminó con un resplandor mientras el alma de su amado abandonaba el cuerpo.

“Él nos decía, ‘Miren, nosotros no somos esta carne; no nos quedemos fijados en lo material’”, dice Petty, quien ha practicado la meditación desde que su amigo le enseñó a hacerlo. “George decía, ‘Sólo quiero prepararme para irme de la manera más adecuada al lugar indicado’”. Hace una pausa y ríe, “Me parece que ese asunto ha quedado resuelto”.

Este verano, Dhani Harrison, ahora de treinta y tres años, regresó a Friar Park y contempló el jardín largo rato. Nunca había lucido mejor, los árboles plantados por su padre han crecido, finalmente. “Es probable que se esté riendo de mí”, dice Dhani, “diciendo algo así como, ‘Así es como tiene que verse’. Uno no cuida de un jardín egoístamente, un trabajo así es para las generaciones futuras. Mi padre definitivamente tenía una mirada de largo alcance”.

Citas extractadas del libro George Harrison: Living in the Material World, de Olivia Harrison, editado por Mark Holborn, publicado por Abrams el 26 de septiembre de 2011.

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