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El ecofeminismo: una crítica y una alternativa a la crisis planetaria

Ante la crisis climática que atraviesa el planeta, la ecofeminista española Yayo Herrero comparte sus reflexiones y apuestas para tener una transición energética centrada en las personas y no en los intereses económicos

Por  LAURA VÁSQUEZ ROA

mayo 9, 2023

Opcions.Org

Yayo Herrero es una de las voces más importantes del ecofeminismo, una corriente teórica y práctica que analiza la crisis ecológica desde una mirada crítica de la vida.

¿En qué consiste la apuesta ecofeminista y a qué le pone atención?

El ecofeminismo es un movimiento social y una corriente de pensamiento que ya tiene unas cuantas décadas de historia. Ha tenido aproximaciones diferentes según se haya producido en Europa, India o en comunidades campesinas y pueblos originarios de distintas partes del mundo. Subvierte las prioridades del orden dominante y pone el foco en la vida, reconociendo que la vida humana es una parte indisociable del resto de la vida. Formamos parte de una trama compleja integrada por animales, plantas, microorganismos, aire, agua, y no podemos vivir al margen de ella. Los seres humanos, para poder mantenernos con vida, necesitamos vivir en comunidades. No hay ninguna persona que pueda vivir en solitario, nadie es completamente independiente. Del reconocimiento de esas dos dependencias, surge un enfoque, una corriente de pensamiento y de acción también, que es la de la sostenibilidad de la vida, el pilar del pensamiento ecofeminista. Se piensa que hemos de construir sociedades, culturas, políticas, economías, que pongan en el centro la vida, es decir, que se garanticen condiciones dignas de existencia a todas las personas, haciéndolas compatibles con el mantenimiento de la naturaleza y el resto del mundo vivo del que formamos parte.

Esa articulación entre feminismo y ecología, evidentemente, nos habla de las mujeres. ¿Cuál es el papel de las mujeres en esta apuesta ante la crisis ecológica?

Las mujeres, prácticamente en todos los lugares y a lo largo de todas las épocas, han sido las que han sostenido mayoritariamente las condiciones de vida cotidianas de las sociedades de las que formaban parte. Esto no ocurre porque sea una condición natural de nosotras, sino porque vivimos en sociedades que denominamos patriarcales, que han asignado de forma no libre la tarea de sostener cotidiana y generacionalmente la vida a mujeres. Los sujetos patriarcales, que son mayoritariamente hombres, pero también pueden ser algunas mujeres, se han desentendido de la corresponsabilidad en el cuidado de la vida y la han asignado mayoritariamente a mujeres. Desde nuestro punto de vista esa circunstancia debe cambiar, es el conjunto de las personas y de la sociedad quienes deben hacerse corresponsables del mantenimiento de la vida.


“El conjunto de las personas y de la sociedad son quienes deben hacerse corresponsables del mantenimiento de la vida”


¿Este rol de las mujeres como mantenedoras de la vida es lo que ha hecho que estén presentes en muchas luchas ecológicas?

Si, en las luchas contra el extractivismo, en las luchas contra la contaminación del aire o de los alimentos, en la lucha en defensa del territorio y de la vivienda… Es decir, tanto en el ámbito urbano como en los ámbitos rurales, nos encontramos con muchas luchas construidas por mujeres que se articulan comunitariamente, son montones las lideresas de comunidades que en este momento confrontan y defienden la salud de los territorios. Esto porque entienden que la salud del territorio es también la salud de las propias comunidades y de las personas.

Has hablado del extractivismo como un neocolonialismo. ¿Cuál es la persistencia de esas relaciones entre zonas del Norte global con países del Sur global como América Latina en esta crisis ecológica?

La cultura occidental es la cuna de la revolución industrial, de un modelo desarrollista que desde los ecofeminismos decimos que es un modelo de mal desarrollo. Se constituyó con la creencia de que la naturaleza era un gran almacén de recursos a disposición de las personas. El nacimiento del capitalismo es imposible de ser imaginado si no es con toda la dinámica colonial que fue revestida de descubrimiento en el caso de América, del Abya Yala, como si la gente que vive aquí no supiera dónde estaba o necesitara ser descubierta. Posteriormente, en el siglo XVIII-XIX, se incorporan las dinámicas coloniales sobre África o Asia, por países como Francia, Inglaterra, Alemania. No se puede entender el modelo económico hegemónico que tenemos en este momento, basado en una utilización ingente de energía fósil, de minerales y de recursos de la Tierra, si no es con esa dinámica desigual que hizo que los lugares de privilegio y los focos de poder saquearan los territorios de los países que llamamos del sur global. Primero fue interno, porque saquearon y usurparon los territorios de las sociedades campesinas de los propios países del norte global y después se extiende al resto del mundo. Podría parecer que esto terminó con la colonia o con las independencias de los países, pero entonces entran en marcha nuevos mecanismos de control neocolonial que no vienen dados por el hecho de que un país invada a otro y se apropie de sus territorios, sino que disponen de otros mecanismos, como las reglas de la Organización Mundial del Comercio que hacen que países enriquecidos sean capaces de comprar materias primas a precios muy baratos y que países empobrecidos, en muchos casos, se vean obligados a esquilmar sus propios territorios y a vender sus productos para mantener, incluso algunas veces, políticas sociales.

De aquí la crítica a la idea del desarrollo…

Cuando revisamos la huella ecológica nos damos cuenta de que todos los países que hoy llamamos ricos o con ese eufemismo de “desarrollados”, son países que viven con muchos más recursos de los que hay en sus propios territorios y puesto que nuestro planeta tiene límites físicos para que haya territorios en los que se vive con muchos más recursos de los que hay en ellos necesariamente tiene que haber otros territorios que sean utilizados como grandes minas o grandes vertederos y ahí se produce una situación de tremenda injusticia que esquilman los territorios, que los degrada y que hace que las personas que viven allí vean también degradadas sus propios condiciones de existencia. Por eso es muy importante hablar del extractivismo, porque a veces podemos llamar desarrollo a lo que es básicamente un proceso de saqueo al servicio de los lugares de privilegio y que no se limita solamente a la minería.

Usualmente se piensa que hay industrias “maléficas” como la minería o el petróleo, pero también hablas de los monocultivos como el de aguacate, que parece limpio e inofensivo

Al extractivismo lo tenemos que mirar de una forma amplia. Hay cultivos que demandan una enorme cantidad de agua y con la exportación de ese cultivo a precios baratos se va el agua de un territorio. Hay un concepto que manejamos en economía ecológica que es el de agua virtual, que es la cantidad de agua que no se ve, pero está contenida en los productos que se exportan, como el aguacate, que es un cultivo altamente consumidor de agua. En una escala adecuada es muy apropiado en los territorios donde siempre se ha producido, pero cuando esa escala se multiplica de forma tremenda se pueden esquilmar las fuentes de agua y lo que se hace es que aquello que parece una especie de oro verde, de repente se exporta y puede destruir un territorio. O, por ejemplo, pensemos en el extractivismo de la capacidad de cuidados. Cuando miras quién trabaja ahora mismo en las residencias de mayores como internas o cuidando a personas vulnerables en los países del norte global o en las propias ciudades en los barrios ricos de los países del sur global, nos encontramos una enorme cantidad de mujeres que realizan ese trabajo de cuidados.

¿Los trabajos de cuidados son parte de estas cadenas de extractivismo protagonizadas por mujeres?

Este ha sido un trabajo históricamente migrante. Primero fueron las chicas de los pueblos que iban a trabajar a las ciudades y posteriormente, cuando la economía se globaliza, son montones de mujeres las que migran a países enriquecidos a trabajar limpiando, cuidando, atendiendo los trabajos que no se pueden dejar de hacer. Es curioso que, durante la pandemia, en España, por ejemplo, el gobierno tuvo que hacer una lista de trabajos esenciales que eran los que había que mantener como fuera. Las limpiadoras y cuidadoras fueron denominadas trabajadoras esenciales y son los trabajos peor pagados. Muchos los hacen mujeres que tienen una condición irregular en términos de papeles para vivir en el país. Hay un problema grande cuando los trabajos que no se pueden dejar hacer son curiosamente los peor pagados y menos protegidos. Si miramos de dónde vienen las mujeres que hoy cuidan y trabajan como empleadas domésticas en Europa, nos damos cuenta de que vienen de los mismos países de los que vienen las materias primas que sostienen los metabolismos económicos, por tanto, hay también una lectura ecofeminista de la dinámica de extracción. Se extrae cultura, se extrae riqueza, se pueden extraer minerales, se extrae agua de los territorios, no hablemos ya de la ganadería industrial. Un filete un bistec requiere unas cantidades ingentes de agua. Con todo eso también se están extrayendo recursos de los territorios.

Se habla en el mundo de la transición energética como una necesidad ante un planeta con recursos limitados. Tú has hablado de una serie de condiciones para este proceso, ¿cuáles son?

En primer lugar, hay que decir que la transición energética no es una un ejercicio de voluntad política ideológica, sino que la transición energética se va a dar sí o sí. Viene dada por el hecho del agotamiento o declive de recursos fósiles, porque se han extraído tantos y tan deprisa que en este momento las propias empresas petroleras empiezan a manifestar dificultad en el suministro a la escala a la que la economía está acostumbrada. El resto de fuentes energéticas que conocemos hasta el momento necesitan otros minerales y algunos de ellos ya han alcanzado también sus picos máximos de extracción. La humanidad globalmente, quiera o no quiera, vivirá con menos energía. Esto es lo que nos dice la comunidad científica. Por tanto, esa transición energética se dará por las buenas o por las malas.

¿Cómo es por las buenas y cómo por las malas?

Por las malas es darla de una forma no planificada, que no considera la necesidad de todas las personas de acceder a unos mínimos de energía para mantener unas vidas dignas y no considera tampoco el destrozo en los territorios. También que se produzca en un momento en el que el cambio climático también pone en riesgo la vida. Eso es hacerlo por las malas. El resultado será que quien puede pagar energía siga consumiendo toda la energía que quiere. Quien no la puede pagar, no accede a la energía y los territorios se degradan y avanza de una forma notable la destrucción de la biodiversidad. Hacerlo por las buenas es abordar un proceso planificado que tiene varias dimensiones.


“Pensar en lo que las personas necesitan para sobrevivir no es lo mismo que pensar en qué necesitan los sectores económicos para sobrevivir”


¿Qué dimensiones se deberían considerar para esa transición?

Pensar qué es lo que las personas necesitan para sobrevivir es lo primero. Me interesa incidir en esto porque con la gravedad del momento que atravesamos, pensar en lo que las personas necesitan para sobrevivir no es lo mismo que pensar en qué necesitan los sectores económicos para sobrevivir. Son dos cosas diferentes. Desde nuestro punto de vista, la economía tiene que centrarse en la vida, es decir, hay que producir aquello que es necesario para sostener la vida, no aquello que es necesario para sostener en pie las ganancias de unos sectores. Son dos cosas bien diferentes. Ahí sí que hay una apuesta política entre la una y la otra, unas apuestas por la vida y las condiciones de existencia de la gente o apuestas por el mantenimiento del poder económico. Una vez que sabemos qué es lo que las personas necesitamos para sostener la vida la política pública, desde mi punto de vista, se debe avanzar en una doble dirección. Por un lado, garantizar condiciones de existencia dignas y por otro lado plantear un proceso planificado de reconversión de los modelos económicos que hagan que aquellos sectores altamente consumidores de energía fósil u otra energía, que además producen cosas no esenciales, vayan reduciendo su tamaño, a la par que se desarrollan otros que sí que son necesarios para sostener la vida.

¿Qué sectores te parecen esenciales en la transición energética?

Hablo de los temas de cuidados, de los que tienen que ver con la producción de alimentos en cercanía, alimentos que no envenenen ni a la Tierra ni a las personas, hablo de temas de salud. Eso se puede planificar por tanto en este momento estamos en un punto en el que hay que hablar de cómo evitar el fin del mundo como lo conocemos, a la vez que haces que todo el mundo pueda llegar a final de mes. Ambas cosas tienen que ir a la par y eso exige planificación y sobre todo la realización de una cierta disputa de la hegemonía cultural, porque la mayor parte de la gente considera que la posibilidad de vivir bien va directamente ligada a la exigencia de que las empresas ganen dinero. Lo cierto es que si miramos cómo estamos en términos de desigualdades y de malestares no se sostiene la idea de que cuando las empresas ganan más dinero a la gente le va mejor. En España, por ejemplo, las grandes empresas eléctricas tienen beneficios cada vez más grandes y sin embargo a mucha gente le cortan la luz porque no la puede pagar. Hay que hacer una disputa cultural que exige que los gobernantes, que las expertas, que las comunidades hablen y entiendan bien que es necesario realizar una transición energética urgente y drástica. Eso no significa que un gobernante diga “mañana cerramos las empresas de extracción de minerales”. Pero sí hay que anunciarlo porque para hacer esos cambios necesitamos que una gran parte o una masa crítica de la ciudadanía los entienda y los desee.

¿Por qué es importante hablar de decrecimiento?

Cuando hablamos de crecimiento se refiere al crecimiento de la esfera material de la economía, es decir, al uso de energía y minerales, al uso de agua, de productos que genera la naturaleza dentro del marco económico. Decrecimiento no se refiere sólo al producto interior bruto o no; es que cada persona aprenda a vivir con menos. Hay personas que son tan pobres o sus condiciones de vida están tan esquilmadas, que su consumo individual no debe decrecer, sino crecer en términos materiales. Globalmente se decrecerá por las buenas o por las malas y esto no viene provocado por una opción política ni nada por el estilo, sino precisamente por haber superado esos niveles de extracción o por encontrarnos ante el cambio climático que plantea la comunidad científica. El último informe del panel intergubernamental de cambio climático menciona muchísimas veces la palabra decrecimiento, es decir, no es un invento y además hay toda una línea de trabajo de la economía ecológica que tiene su desarrollo académico en estas cuestiones desde hace muchísimo tiempo. El decrecimiento se producirá por las buenas o por las malas y la clave es cómo lo afrontamos.

¿Qué responsabilidad deberían tomar los gobiernos frente a la necesidad de decrecer?

Que los gobernantes hablen de esto es un enorme ejercicio de responsabilidad política y social. Que hablen de que nos encontramos en una situación de forzoso decrecimiento material de la escala de la esfera de la economía es clave, porque cuando no se habla de ello eso no quiere decir que la situación desaparezca. Al no hablarlo dejamos las cosas con su hacer habitual y lo que sucede es que quien raciona, quien gestiona ese inevitable decrecimiento de la esfera material de la economía es el mercado y el mercado raciona con la lógica de que quien tiene dinero paga y quien no tiene dinero se queda sin ello. Esto genera una brutal injusticia. Si miramos esa realidad y de una forma planificada y consciente, podemos conseguir que las vidas de todas las personas sean mejores. Que todas aquellas personas que no tienen lo suficiente lo tengan, que todas esas otras personas que tienen más de lo que les corresponde tengan una vida más sencilla. Vivimos en una sociedad en donde el crecimiento es una especie de religión. Fruto de esa religión capitalista se ha articulado una especie de lógica sacrificial que dice que todo merece la pena ser sacrificado para que la economía crezca, aunque sepamos en nuestros cuerpos que cuando la economía crece no necesariamente está mejor la gente en sus vidas cotidianas. Me parece muy importante hablar de ello y me parece valiente que haya políticos que inicien esa tarea pedagógica complicada, porque sabemos que hay un enorme poder mediático que inmediatamente manipula, entra en la dinámica de fake news. Estamos en el terreno de una disputa y es muy importante que los medios de comunicación hagan un ejercicio ético, transparente que vuelque la información tal cual se ha dicho, y no manipulando y sacando de contexto.


“Fruto de esa religión capitalista se ha articulado una especie de lógica sacrificial que dice que todo merece la pena ser sacrificado para que la economía crezca”


Me parece interesante conocer un poco más de algo que has llamado Principio de suficiencia, necesario para la transición ecológica.

El principio de suficiencia es clave para la transición ecológica y energética. Lo que dice es que todo el mundo ha de tener derecho a tener lo suficiente, pero también, en un marco de extralimitación, todo el mundo ha de tener la obligación de no usar o intentar usar más que lo suficiente. Es un derecho para las personas que no tienen, porque todo el mundo tiene derecho a tener lo suficiente y es una obligación para quienes tenemos en lo material más de lo que nos corresponde, aprender a vivir de una forma más sencilla en lo material. Por ejemplo, estamos pensando en cómo reducir la jornada laboral para garantizar una vida en la que se tenga más tiempo y más riqueza relacional. En países enriquecidos hay unos brutales problemas de depresión, de toma de ansiolíticos. La prisa y la forma en la que se vive enferma directamente. Por otro lado, hay que analizar bien qué hay detrás de cuando decimos que toda la política social o las posibilidades de que la gente viva bien dependen de la extracción de un mineral. Hay que analizar históricamente que en un país que ha sido saqueado y con una extracción brutal, si esa extracción ha servido para que la gente viva bien, porque claro, quienes tienen muchos intereses en las energéticas o en el petróleo no van a decir “no, no, continuemos extrayendo que yo voy a perder dinero”, sino que la excusa siempre es “si no se extrae la gente en pobreza no se va a poder desarrollar, si no se extrae no vamos a poder hacer políticas sociales”.

Ese es uno de los argumentos más comunes en contra de la transición energética

Hay que ver cuánto de esto es cierto, porque muchas veces, en muchos de estos países, la gente no vive de la renta petrolera, sino de economías de subsistencia. Vive de los mercados ambulantes, de la economía informal, que es más o menos lo que les mantiene vivos. Hay que ver si la renta petrolera es una renta que se está yendo en beneficio sobre todo de las élites. En cualquier caso, si la política social dependiera de la renta petrolera, los países lo que deben hacer es un proceso planificado y tranquilo. La sensación que tengo es que la mayor parte del petróleo que se extrae en Colombia y en otros lugares del sur global es un petróleo comprado por los países centrales y que se utiliza en beneficio de sus propios territorios. El economista ecológico, José Manuel Naredo, habla de la “regla del notario”, usando la metáfora de este oficio donde una persona gana muchísimo dinero sólo al poner su firma. Naredo dice que, en el proceso productivo capitalista, quien más esfuerzo y más salud invierte es, por ejemplo, el minero que está extrayendo y es el que menos gana. A partir de ahí se dan una serie de escalas profesionales. En la construcción podría ser el albañil, el arquitecto, hasta llegar al notario que es el que menos salud invierte en el proceso y más gana. Lo que se ha llamado desarrollo de países es una cuestión posicional. Para que haya países que desarrollan actividades de alto valor añadido que no destruyen sus propios territorios tiene que haber otros países que desarrollan las actividades que no tienen valor añadido, que es sacar la tierra y contaminar el territorio, para poner esos bienes al servicio de quienes sí tienen poder.

Hay que hacer análisis serios de cuánto es la renta petrolera, en qué se invierte, y si realmente la renta derivada de la extracción del petróleo es una renta que el Estado maneja para hacer política pública. Pensemos en que esa renta se invierta durante un tiempo en posibilitar dinámicas de economía endógena, que produzcan los alimentos en el territorio, que generen bienes para el territorio y no pensar en una economía extractivista que vende los territorios y los cuerpos para que durante un tiempo se pueda hacer una política social y que en el momento en el que el territorio quede degradado y la extracción haya finalizado porque no quede más, queden territorios vendidos convertidos en zonas de sacrificio.

Para terminar, me gustaría que nos dejaras un mensaje de aliento ante una crisis ecológica que también genera mucha frustración

La clave en este momento es no estar solos. Son tiempos para estar articuladas. Aunque la crisis parezca que es global, porque hay un sistema energético mundial, el deterioro se produce en territorios muy concretos donde nos podemos articular y trabajar para intentar hacer cosas de otra manera. Apoyar las producciones de alimentos en clave agroecológica, dinamizar circuitos cortos de comercialización, pensar en dinámicas de redes compartidas en proyectos de vivienda mucho más colectiva… Lo que quiero decir es que si nos articulamos en un territorio podemos hacer cosas concretas que por un lado sean laboratorios de experiencia para el cambio grande y por otro lado sirvan para tejer poder colectivo. A mí me da mucho pudor decirlo en América Latina, porque es un lugar donde esa capacidad de resistencia, creatividad e imaginación de la gente sobrepasa con mucho lo que yo vivo en mi territorio. Mucho de lo que he aprendido es mirando cómo se articula la gente, cómo se organiza en América Latina. Hay países como Colombia con una historia tan dura y sin embargo genera procesos de resiliencia de verdad, y llamo resiliencia de verdad a generar modelos y dinámicas comunitarias potentes en circunstancias muy hostiles. A veces el poder le llama resiliencia a que te aguantes con tu situación y estés contento con lo que tienes. Incluso la palabra resiliencia tiene que ser también muy contextualizada y muy bien aterrizada.

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