El cínico juego del hambre: una crónica sobre la peor cara de la crisis en Argentina

La pobreza crece y agrava aún más el drama histórico del hambre en la Argentina, mientras los comedores resisten tanto la recesión como los recortes y los cuestionamientos

Por  NICOLÁS G. RECOARO

julio 9, 2024

Ilustración de Ezequiel García

En los comedores, en los merenderos, en las barriadas populares, hay hambre. En el enflaquecido Impenetrable chaqueño, sobre los huesudos márgenes del Gran Rosario, por los estrechos pasillos de la Villa 21, dentro del chupado bajofondo del Bajo Flores, hay hambre. Entre los jubilados, los pibitos postergados, los laburantes precarizados, los desocupados, los eternos olvidados. En la Argentina, “granero del mundo”, el país rico con unos pocos dueños. Hay hambre.

La pobreza sirvió en bandeja un banquete famélico en los últimos meses. El drama es más viejo que el hambre, pero desde la llegada del ultraliberal Javier Milei a la Casa Rosada, la pobreza avanza. Según los impasibles guarismos tatuados en el último informe del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina, ascendió al 55% de la población en el presente libertario. No es una marca exclusiva: venía del 44,7% al cierre del aciago mandato de Alberto Fernández. Pero la indigencia se duplicó: del 9,6 al 17,5 por ciento. El estudio de la UCA, titulado “Deudas sociales estructurales en la sociedad argentina”, sostiene que la pobreza alcanza a 24,9 millones de residentes en áreas urbanas del país, mientras que 7,8 millones se encuentran en una situación de pobreza extrema.

Los cientistas sociales la llaman “inseguridad alimentaria”. Hambre candente: en frío lenguaje académico, la sufren quienes por un período sostenido no pueden satisfacer sus necesidades básicas de nutrición. El informe de la casa católica de altos estudios con sede en Puerto Madero agrega que la inseguridad alimentaria en las áreas urbanas de la Argentina alcanza al 24,7% de las personas, al 20,8% de los hogares y al 32,2% de los niños, niñas y adolescentes: “Se encuentran en una situación aún más grave, con inseguridad alimentaria severa, el 10,9% de las personas, el 8,8% de los hogares y el 13,9% de los niños, niñas y adolescentes”.

Sin eufemismos, lejos del mapa académico, en el territorio hay hambre a secas.

¿Sabés qué es el hambre? Acá en José León Suárez la podés ver todos los días en el barrio. La vivo en mi casa, cuando mis ocho hijos no pueden comer, cuando no llego a comprarles la leche, cuando mi marido trae los descartes de la recicladora para parar la olla. Vivir con la soga al cuello, eso es el hambre”, explica Lorena Gómez, responsable del merendero Salazar, comedor comunitario nacido y criado en la zona norte del conurbano bonaerense. El espacio tiene apagadas sus hornallas desde el verano pasado por los recortes en asistencia alimentaria impuestos por el gobierno nacional.

De acuerdo con el informe del Centro de Economía Política Argentina (CEPA), hasta mayo, la ejecución presupuestaria de Nación para comedores y merenderos cayó casi el 70% en 2024. En cinco meses, se “gastaron” 10.950 millones de pesos cuando en 2023 el presupuesto llegó a 35.000 millones. Si se considera la inflación anual acumulada, la dimensión del ajuste a los más necesitados es histórica.

Las bocas que alimentaba el merendero de Lorena sufrieron en carne propia el sablazo: “Los problemas arrancaron en la época de elecciones, por noviembre habrá sido, cuando Nación dejó de bajarnos alimentos. Veníamos haciendo magia con lo poco que pasaba el gobierno anterior y dábamos tres ollas de merienda para 85 pibes. Con Milei ni un aceite nos bajaron. Por eso cerramos. Es un dolor terrible, hay mucha necesidad en el barrio, gente sin laburo, sin nada para comer. Nadie nos quiere ayudar, somos las sobras”.

A finales de mayo, invitado por el Instituto Hoover, en el marco de su exposición en la Universidad de Stanford, California, el presidente Milei habló del impacto de la pobreza y la reacción de la sociedad. Durante su discurso de 50 minutos sobre el capitalismo, la regulación de los monopolios y su huella en el crecimiento económico, sostuvo: “Se creen que la gente es tan idiota que no va a poder decidir… va a llegar un momento en el que la gente se va a morir de hambre y va a decidir alguna manera para no morirse”. En el cierre de su clase magistral sobre ultraliberalismo, el Presidente de raro peinado viejo sentenció: “No necesito que alguien intervenga para resolverme la externalidad en consumo porque a la postre alguien la va a resolver”. En el aula magna estallaron entonces los aplausos de la mano invisible del mercado.

Conicet, Incaa, Inadi, Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, bibliotecas populares… “¿Estás dispuesto a financiar esos gastos contra el IVA que les saca el alimento a los chicos pobres del Chaco?”, disparó Milei ante las cámaras en una entrevista de febrero pasado. Jaque mate presidencial en los cínicos juegos del hambre. Forma implacable de justificar los tijeretazos en el presupuesto estatal. Los recortes también alcanzaron a los remedios para enfermos oncológicos, las prestaciones para jubilados y hasta los fondos para comedores. “¡¡Afuera!!”. Es pecado para los libertarios subir impuestos a las grandes fortunas, a los terratenientes y a los capitales golondrina como alternativa para financiar políticas públicas. El rol del Estado quedó reducido a su mínima expresión.

Reina en la Argentina el “capital humano” como nuevo paradigma ideológico. Se materializa en las prácticas del elefantiásico ministerio –incluye áreas sensibles como Trabajo, Educación y Desarrollo Social–, piloteado por la licenciada en Ciencias de la Familia Sandra Pettovello. “El capital humano es un concepto que desarrolló la Escuela de Chicago a partir de los años sesenta con autores como Gary Becker, premio Nobel de Economía en 1992. Es una ‘teoría económica’ que se caracteriza por utilizar el análisis economicista en tanto el cálculo de costo-beneficio para pensar la totalidad de las prácticas sociales. Tiene antecedentes en la Escuela Austríaca que tanto cita Milei y el análisis de la teoría subjetiva del valor, a partir de la asignación de recursos limitados. Pensar cualquier práctica social y humana como la familia, la educación, el trabajo, la salud… sometidas al cálculo de costo-beneficio”, le explica a Rolling Stone el doctor en Ciencias Sociales, filósofo y sociólogo Iván Dalmau.

El investigador de la filosofía política contemporánea, con foco en los pensamientos neoliberales, da cátedra: “Todo es pensado bajo esta lógica, desde la educación de nuestros hijos hasta las prácticas recreativas, el acceso a vacunas o a una dieta saludable. Si ‘lo humano’ constituye un capital, resulta razonable abordar los problemas que lo aquejan bajo la lógica empresarial de la ‘gestión’”.

¿Ese pensamiento entra en la línea histórica del neoliberalismo a ultranza de la última dictadura cívico-militar, el menemismo, la experiencia cambiemita?

Hay que salir de la falsa dicotomía del “no hay nada nuevo bajo el sol” o esto es “la novedad absoluta”; nada es absolutamente novedoso o réplica de lo que ya vivimos. Eso impide pensar los fenómenos en su especificidad. El escenario actual tiene muchas particularidades. En modo grosero: cuestiones de época, la irrupción de las redes sociales, el capitalismo de plataformas, pero eso no quita que efectivamente haya una línea de continuidad entre Martínez de Hoz, Menem, Macri y ahora Milei, la “historia” de la implementación de las políticas neoliberales en América Latina. Las especificidades de las propuestas de Milei hay que leerlas en la consolidación hegemónica del neoliberalismo y los fracasos y decepciones de los proyectos que pretendieron ser alternativa. El neoliberalismo logra alimentarse de sus propias crisis, destruye el entramado productivo. El Estado no dio respuestas a la pérdida de derechos, hay fragmentación de los sectores populares y, con este caldo de cultivo, vuelve a reinar.

La solución que se propone es más neoliberalismo.

Se impone una metáfora parecida a la que se ve en El juego del calamar, la serie coreana de Netflix, donde tras descubrir en qué consiste el juego –básicamente las personas participantes pasan por distintas etapas en las que se encuentran expuestas a la muerte violenta hasta que, finalmente, una sola quede viva y gana el millonario premio– los jugadores deciden “democráticamente” detenerlo y volver con sus vidas. Al salir del juego y confrontarse nuevamente con sus vidas precarizadas, vacías, sin horizonte de salida, cada una va decidiendo libremente volver. El Estado no desaparece, es el que interviene sobre el medio y crea las condiciones, socioeconómicas y jurídicas, para la desproletarización de la fuerza de trabajo y la promoción de su reconfiguración en clave empresarial, con el monotributista como figura paradigmática. Milei hace pie en los sectores donde la falta de derechos es algo presente, esa es su realidad desde hace décadas. Cuando tenés amplios sectores pauperizados, fragmentados, esto permite imponer lógicas de hiperexplotación, sin alternativas, y de eso se aprovecha el neoliberalismo. De la gente desesperada, sin alternativas.

Horneritos, uno de los cientos de comedores funcionando, más allá de los cuestionamientos. (Foto: Archivo La Nación)

El barrio Zavaleta aguanta como puede la crisis. Está abrazado a la triple frontera que hermana Parque Patricios, Nueva Pompeya y Barracas. El cielo otoñal en el sur de la ciudad está tramado arriba por cables tendidos a la marchanta. Abajo, en la cocina, las laboriosas trabajadoras del comedor comunitario Evita les meten dosis parejas de justicia social a las ollas.
El pan nuestro de cada día lo prepara María Ballesteros. La “Baby” lleva bocha de años alimentando a sus vecinos. Mientras ralla zanahorias con parsimonia, reflexiona sobre las carencias pasadas y presentes: “Acá pasé el 2001, la pandemia, otras crisis. Y esta es bravísima. No hay un mango, la gente del barrio se queda sin trabajo, los precios vuelan, cada vez más vecinos vienen a buscar la cena. Encima, desde diciembre mandan menos mercadería. ¿Qué vamos a comer?”. Las cocineras del Evita rascan la olla, estiran raciones, hacen colectas y bingos para no interrumpir su esencial tarea.

Tres mil pesos un paquete de arroz, cinco lucas una pasta de dientes y varios billetes más el papel higiénico. El magro sueldo de Baby es tupacamarizado por la motosierra: “Cobramos un Potenciar Trabajo de 78.000 pesos y algunos extras, no alcanza para nada. A muchos compañeros se les cortó. Encima, los del Gobierno dicen que somos vagos, planeros, pero acá trabajamos para que todos los días llegue un plato de comida a todas las familias. Hacemos lo que no hace el Estado”.

Lorena Corral es una de las madres fundadoras del espacio. Llegó a la “Quema” 30 años atrás para dar una mano en el mítico comedor de doña Olga, el primero de la Villa 21-24, creado en los tiempos de la postdictadura. “Siempre hubo necesidad, pero está todo muy difícil. Somos 30 personas que alimentamos a 700 vecinos y a gente que viene porque hace una changa en la Capital, creció la demanda casi un 20% desde diciembre”, dice Corral.

Las cocineras del Evita se movilizaron en enero pasado hasta la sede de Capital Humano. Llegaron tempranito y esperaron pacientes en la larguísima fila del hambre a que la ministra Pettovello cumpliera su promesa de atender “a cada hombre, mujer, niño y anciano” que tuviera una necesidad. Se fueron con las manos vacías. La cocinera Blanca Alfaro pela papas con estoicismo y mastica bronca: “No les interesamos. ¿Por qué no dicen abiertamente que quieren que nos muramos de hambre? Creo que San Martín dijo que el rey español pensaba que si el pueblo no tenía para prender leña, tenía que usar poncho. Que si no tenía para darles de comer a los caballos, no podía tener caballos. Que si no podía comer, el pueblo se tenía que cagar de hambre. Un día el pueblo decidió ir a buscar al rey”.

Organizaciones sociales ofrecen un desayuno popular junto al Obelisco porteño. (Foto: Archivo La Nación)

El palacio de los deportes es el escenario de otra polaroid de los juegos del hambre. Noche de miércoles: el presidente Milei presenta en el Luna Park su nuevo libro con pompa, banda de cantobar y formato de living televisado. La obra se titula Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica. El volumen se suma a su biblioteca denunciada por plagio: Pandenomics, Libertad, libertad, libertad y Otra vez sopa: maquinita, infleta y devalueta. ¡Para la dama, para el caballero, tan sólo a 27.000 pesitos! Merchandising oficial en los puestos habilitados en el estadio.

Aunque las entradas son regaladas, el Luna Park no muestra un lleno ejemplar. Se puede caminar con libertad, libertad, libertad. Palabra fetiche, mantra eleuteremaníaco y hasta cantito popular de los ejércitos de la noche mileísta llegados desde el conurbano y más allá. En el corralito pegado al escenario pastan las vacas sagradas de la casta libertaria. Celebran varios dinosaurios negacionistas, unos cuantos nostálgicos del menemato, peronistas arrepentidos, estrellas distantes del mejor equipo macrista, púberes streamers y hasta trumpistas criollos. El Gabinete luce casi a pleno.

La foto de familia la completan el padre del Presidente, Norberto Milei, raro ejemplo de movilidad social ascendente de self-made man: colectivero devenido patrón de siete líneas de colectivos. Y su madre, Alicia Lucich, abnegada ama de casa. En los últimos tiempos, el Presidente retomó el contacto con sus “progenitores”, como los llamaba. Por el VIP camina también la hermana del primer mandatario, otra rara avis exitosa del provecho del libre albedrío: Karina, “El Jefe”, consejera, pitonisa, asesora todoterreno y, desde diciembre, secretaria general de la Presidencia.

No hay micros, puros “móviles particulares”. Así subrayan que llegaron los militantes. El operativo coordinado por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich acogota el estadio. Debe costar varios millones de pesos, que no llegarán a los chicos hambrientos del Chaco.

“No me traen por el chori y la coca”, escupe una coqueta señora antes de ingresar bien empilchada al festín desnudo libertario. Desde el lejano oeste llegaron les muchaches de La San Martín. Agitan sus banderitas con el león y la serpiente cascabel de Gadsden. Cristian Morales viene desde Ramos Mejía. Es virgen en el barro de la política: “Esto es familiar, sin gente pagada, nadie nos baja plata. Apoyamos al Peluca porque dice la verdad, no miente. Si dice que hay que seguir ajustando, es por el bien del país”.

Simpatía por el diablo. Suena pertinente el clásico de los Rolling Stones desde los parlantes del estadio. El setlist incluye también el hit de AC/DC “Autopista al infierno”. Baila en el campo un muchacho ataviado de Mickey Mouse. Parece fugado de un trencito de la alegría. El ratón agita un cartel: “Milei te bancamos, estás limpio, VLLC”.

José milita en La Alberdi. Ucedé histórico, fundamentalista del “Chancho” Alsogaray. No leyó ningún libro de Milei. Sí, todos los clásicos de clásicos del liberalismo: “Papá Estado nos dejó este desastre. Milei lo va a arreglar, pero falta, hay que privatizar todo”.

El show del pánico debe continuar. Milei llega al escenario a los empujones desde el campo. Lo espera sobre las tablas una banda animada por los hermanos liberales Benegas Lynch y su biógrafo. El “León” desata su furia con dos covers de La Renga. Hace su gracia en un karaoke alucinógeno. Confiesa el Presidente, se saca las ganas de cantar en el Luna. Les grupies deliran. Circo sin pan.

El monólogo de Milei es soporífero. Despierta los primeros bostezos de la noche. Una deriva sobre historia económica y los padres fundadores del libre mercado. Oda a los monopolios. También, destaca sus aportes invaluables como “yo, el supremo” referente de la libertad a nivel global. Demasiado ego. Luego despotrica contra el socialismo, Keynes, el Estado benefactor y vaya uno a saber qué demonio más. Cierre con papelitos y el tan vigente “Se viene el estallido” de la Bersuit. Entonces, los libertarios dejan el estadio en masa. Reptan por la avenida Corrientes en dirección a la Casa Rosada. En una esquina del Bajo porteño, un vendedor de sánguches de salame se lamenta por las alicaídas ventas antes de emprender la retirada. “Poco y nada”, confiesa el dealer. No hay plata.

Llegan los esperados alimentos al merendero Horneritos, en Las Heras, Mendoza.“Hacemos lo que no hace el estado”, repiten en los comedores solidarios. (Foto: Archivo La Nación)

Sí hay miles de toneladas de leche en polvo, yerba mate, botellas de aceite, cajas de puré de tomate, garbanzos, harina y arroz. Cuando finaliza mayo es noticia que el Ministerio de Capital Humano tiene retenidas 6.000 toneladas de alimentos en depósitos de Villa Martelli y la localidad tucumana de Tafí Viejo. Algunos víveres vencen en julio próximo. El escándalo es mayúsculo con el telón de fondo de los comedores desfinanciados y seis de cada diez chicos debajo de la línea de la pobreza.
Al conflicto, negación. Esa fue la primera respuesta del Gobierno. A principios de junio llegaron las escaramuzas judiciales para acelerar la distribución de los alimentos con el apoyo del Ejército, apelaciones, renuncias de funcionarios cercanos a Pettovello y hasta denuncias de negociados contra los intermediarios. El Ministerio de Capital Humano no respondió a las consultas de Rolling Stone sobre el tema. Hay silencios que dicen todo.

“Yo te puedo decir lo que me dicen los vecinos en el barrio. Perdón por las palabras, pero son unos hijos de puta. Retienen comida cuando la gente se está cagando de hambre. Atravesamos una situación terrible, cuesta horrores sostener las cuatro comidas, todos los días en la olla hay una historia nueva. Es todo muy triste y creo que todavía no se tomó dimensión de la necesidad que hay”, cuenta Alejandra Ramos, del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). Ella es responsable del Comedor Esperanza de Villa Caraza, en el arrabal de Lanús.

En el Esperanza se amasan 40 kilos de harina y polenta por día para las rosquitas de la merienda. Antes cocinaban de martes a viernes, pero desde que no reciben mercadería de Nación, sumado a la inflación, sólo martes y jueves. Gestionan el espacio 30 personas con diferentes roles: apoyo escolar, asistencia en salud o trámites. Algunos, a las 5 de la matina, van al Mercado Central a buscar lo que donan o desechan los productores, para sumar al menú. En ausencia absoluta del Estado, el comedor insiste en que ninguno se vaya a su casa con hambre. Ramos dice que los funcionarios juegan con las necesidades de la gente: “Milei acusa a los movimientos sociales de ser los gestores del hambre. Dice que ahora tenemos libertad de elegir, de elegir cómo nos morimos de hambre. Juega con los pobres como en un videojuego. Es un juego macabro, perverso, no toma dimensión de que sus políticas hacen daño, mucho daño”.

Es casi mediodía en Lanús. Gabriel apura el paso para retirar el preciado tupper y un paquete de yerba en el comedor. El joven se gana el pan como barrendero en una cooperativa: “Cobro y a los pocos días me quedo sin plata. En el mercadito agarro lo más barato, sólo eso. El comedor nos ayuda a zafar. No me imagino cómo van a ser los próximos meses con los aumentos de tarifas que se vienen”, cierra. Vivir al día es el epígrafe de esta cruel postal que sufre la demacrada Argentina plebeya.

Una familia come en una olla popular en Buenos Aires. (Foto: BBC News)

Como reyes comen los jefes del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas. Mientras el presidente Milei invoca la austeridad como valor supremo y la Argentina sufre el “ajuste más grande de la historia de la humanidad”, el Ministerio de Defensa destinó 205 millones de pesos para la opulenta alimentación de los altos mandos. El menú dista de ser frugal. La minuta incluye 84 kilos de salmón rosado, 203 kilos de bife de chorizo, 84 kilos de jamón crudo, 40 kilos de queso parmesano, 80 hormas de queso sardo y 333 kilos de papas noisette, entre otros manjares. ¿Desea algo más, mi general?

La información se desprendió de un expediente publicado en el portal oficial Comprar.gob.ar. La noticia de los banquetes pantagruélicos de los uniformados comenzó a circular el pasado 11 de junio, mientras los soldados rasos daban apoyo a Capital Humano en la distribución de los alimentos básicos prontos a vencer. El ministro de Defensa, Luis Petri, ordenó dejar sin efecto la operación. Medida de imposible cumplimiento, porque la compra ya había sido realizada, distribuida y, en gran parte, consumida. Bon appétit, mi general.

Huelga de hambre forzada tuvieron que hacer a finales de mayo las 130 familias que retiran viandas en la Escuela Popular San Roque. “Nunca había pasado en 35 años de historia. Los retrasos de dos meses en los pagos por parte de Capital Humano nos obligaron a bajar la persiana. Sostuvimos como pudimos la alimentación de los 350 pibes de la escuela. Ellos hablan de gerentes de la pobreza y en paralelo guardan alimentos. Es loco que hace dos años éramos los trabajadores esenciales y ahora somos los gerentes de la pobreza. Aplican licuadora y motosierra, demoran las entregas y estiran los desombolsos. Para el Presidente, el Estado no tiene nada que hacer contra el hambre”, afirma Nicolás Tamburrino, coordinador del espacio comunitario del barrio San Roque de San Fernando. Desde febrero, cuenta el joven, se arriman dos o tres nuevas personas por día a retirar la vianda salvadora: “No es algo nuevo, porque en la época de Macri la crisis económica se profundizó y nunca salimos del todo. Pasamos la pandemia y en los últimos meses el número no para de crecer. Es un plan de hambre sistémico”. Resignación, ese es el sentimiento que observa Tamburrino entre los vecinos de la barriada de zona norte: “La gente está como entregada. Te dicen ‘esta es mi vida y va a seguir siendo así’. Con el plato vacío”.

Municiones de goma, bombas lacrimógenas, bastones duros. Menú a la carta de la represión. Los mastines de la Gendarmería, la Prefectura y la Policía Federal están hambrientos. Muerden con rabia en la manifestación contra la Ley Bases que se discute en el Parlamento. Rige la ley gases en la tarde de Congreso.

El aire sazonado con gas pimienta lastima la garganta. No se puede respirar. Corridas y más corridas. A mansalva dispara sus escopetas un pelotón de uniformados desde la avenida Entre Ríos. Llueven las bombas sobre la plaza colmada por trabajadores, militantes de base, jubilados y cocineras de comedores comunitarios. Las motos azuladas aceleran a fondo y los hidrantes escupen por sus cañoncitos. Otra vez el panic show del protocolo antiprotesta.

A fuego lento arde un auto cerca de Solís. Se habla de infiltrados. Hay fogatas y pican las balas. Flamea una bandera: “No se banca más”. Los reventados por las políticas del shock cantan que la patria no se vende, se defiende. “Nos quieren calladitos, mientras saquean el país. Nos van a matar de hambre”, dice una señora cerca de una muralla de policías. Los hombres de negro disparan contra las columnas de los gremios. Fusilamiento digno de un cuadro de Goya. Luego llega la cacería. Hay 35 detenidos: laburantes, estudiantes, distraídos y hasta un vendedor de empanadas. El Gobierno los llama “terroristas” en las redes sociales.

Otra vez los gases. Corremos para el lado de la 9 de Julio y flota en el aire mil veces respirado la nube picante. Atrás nuestro la policía, la plaza desalojada, totalmente callada; enfrente, más callado, vacío, en sombras, el Congreso enrejado. Un cartel cuelga en el cruce de Avenida de Mayo y Sáenz Peña: “Mientras ajustan, la gente muere. El hambre no espera”.

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