Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente
Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Crítica: Garra de hierro (The Iron Claw)

La historia de una familia de luchadores es, en realidad, un conmovedor ensayo sobre la idea de la masculinidad.

Sean Durkin 

/ Zac Efron, Harris Dickinson, Jeremy Allen White, Holt McCallany, Maura Tierney, Lily James, Stanley Simmons

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Cine Colombia

El ensayo de Roland Barthes titulado “El mundo del catch“, publicado por primera vez en 1957 en la revista Les Lettres Nouvelles, es una exploración fascinante del mundo del wrestling o lucha libre desde una perspectiva semiótica y cultural. En lugar de simplemente analizar la lucha libre como un deporte o entretenimiento trivial, Barthes profundiza en sus significados simbólicos y su relación con la audiencia.

Una de las ideas centrales del ensayo es la noción de la “lucha semiótica” que se desarrolla en el ring. Barthes argumenta que la lucha libre es una forma de teatro ritualizado donde los luchadores interpretan roles estereotipados y se enfrentan en una batalla de signos y símbolos. Los personajes, los movimientos y los gestos en el ring son todos signos que comunican mensajes específicos a la audiencia.

El ensayo también aborda la cuestión del realismo de la lucha libre. Barthes señala que, aunque el catch está coreografiado y los resultados están predeterminados, los luchadores deben actuar de manera convincente para mantener la ilusión de la realidad. Esta tensión entre lo real y lo ficticio es parte de lo que hace que la lucha libre sea tan atractiva para su audiencia.

Siguiendo la línea trazada por tres excelentes cintas sobre el mundo de la lucha libre (el estupendo documental Beyond The Mat y las magníficas argumentales The Wrestler y Fighting With My Family), llega a los cines The Iron Claw, un recuento sobre la historia de la familia Von Erich, una de las dinastías más reconocidas en la historia de la lucha libre profesional, donde dejaron un legado perdurable. La familia se hizo famosa gracias a su participación en la World Class Championship Wrestling (WCCW), con sede en Texas, durante las décadas de 1970 y 1980.

Fritz Von Erich (interpretado magistralmente por el sólido actor de carácter Holt McCallany) fue el patriarca de la familia y el fundador de la dinastía Von Erich. Inició su carrera en la década de 1950 y llegó a ser uno de los luchadores más famosos en Texas. Además de su éxito en el ring, también fue promotor de la WCCW. 

Sus hijos Kevin (Zac Efron convertido en He-Man en una interpretación que va más allá del deber), David (Harris Dickinson de El Triángulo de la tristeza), el lanzador de disco Kerry (Jeremy Allen White de la serie The Bear), el aficionado a la música Mike (Stanley Simons) y Chris (omitido en esta cinta), siguieron los pasos de su padre en el mundo de la lucha libre profesional, convirtiéndose en luchadores destacados en la WCCW, ganando múltiples campeonatos y obteniendo el cariño del público por su estilo de lucha emocionante y carismático.

A pesar del éxito en el ring, la familia Von Erich también sufrió varias tragedias. Cinco de los seis hijos de Fritz, fallecieron prematuramente. Jack Jr. murió electrocutado a los seis años, David murió en 1984 debido a una perforación intestinal, Mike se suicidó en 1987, Chris murió en 1991 de una sobredosis, y Kerry perdió un pie en un accidente de motocicleta y murió en 1993 debido a un disparo autoinfligido (Fritz muere de cáncer en 1997). 

El director y guionista Sean Durkin (autor de las poderosas The Nest y Martha Marcy May Marlene), nos cuenta cómo Kevin se va quedando sin hermanos y su familia se va desintegrando debido a la “maldición Von Erich”. También nos narra una historia de triunfos, unión y celebraciones familiares. Pero este biopic sobre una familia de luchadores, es en realidad un conmovedor ensayo sobre la idea de la masculinidad.

Aquí, Kevin, el mayor de los cuatro hijos (el pequeño Jack Jr. era el mayor) y sus hermanos Kerry, David y Mike, son criados bajo la sombra de un padre dominante que quiere que sus hijos logren lo que él nunca logró. Para Fritz, ser un hombre implica ser fuerte, ganador y responsable. La expresión de los sentimientos no tiene cabida en su definición. De acuerdo con él, un hombre debe actuar como un luchador dentro y fuera del ring y ocultar todo el miedo y dolor ante los demás. La debilidad jamás debe ser mostrada y está prohibido llorar. De una manera astuta, Durkin nos muestra cómo la tragedia de los Von Erich está ligada a esa doctrina patriarcal y no a una maldición sobrenatural. 

Kevin, el protector de sus hermanos y narrador de la película, parece ser el destinado a convertirse en campeón. Pero su hermano David le roba el protagonismo con sus actuaciones fuertes y decididas en las entrevistas que sirven de prólogo y epílogo a las peleas. Después Kerry, quien estaba destinado a ser el primer atleta olímpico de la familia, ve truncados sus sueños cuando los estadounidenses se retiran de los Juegos Olímpicos de Moscú de 1980 y, por consejo de su padre, se enfoca en la lucha. Finalmente, está Michael, el más joven y sensible, un guitarrista con poco interés en la lucha libre como carrera, al que no le queda otra alternativa más que seguir con el legado, para obtener la aprobación de un padre que también abandonó la música cuando era joven para convertirse en un “verdadero hombre”. 

Abarcar en una cinta de más de dos horas a todos estos personajes complejos es una tarea casi imposible y lleva a pensar que esta historia  hubiera ameritado una miniserie. Por tal razón, unos se sienten más desarrollados que otros. La película también se resiente por la falta de escenas de lucha, algo de lo que también padece Cassandro, el sensible retrato protagonizado por Gael García Bernal del luchador exótico que se enfrentó a El Santo. 

Sin embargo, Durkin compensa la situación con una hermosa inmersión al Texas de finales de los años setenta, algo que nos recuerda aquellas maravillosas películas juveniles de Richard Linklater llenas de Rock y camaradería llamadas Dazed And Confused y Everybody Wants Some!!. Y es que el alma de The Iron Claw está en unos hermanos que se aman, se apoyan y se hacen bromas, pese a un padre que intenta dividirlos y ponerlos a competir el uno contra el otro. 

El aire de tragedia griega nos recuerda a esa magnífica adaptación de El Rey Lear en clave de lucha que fue Warrior, y en esa relación paterno filial insana establecida entre Jon Du Pont, el empresario de la lucha libre grecorromana y el medallista olímpico Mark Schultz en la obra maestra del género Foxcatcher. En estas dos cintas se produce una fuerza asfixiante y aplastante de la autoridad masculina, al igual que en The Iron Claw y, prácticamente, en toda la filmografía de Durkin. Aquí, las mujeres no tienen otra opción que apoyar a sus hombres, parafraseando la canción de Tammy Wynette. Eso va para Doris (Maura Tierney), la madre de los Von Erich, una mujer estoica y religiosa que abandonó la pintura para convertirse en madre, pero también para Pam (Lily James), la jovial novia y esposa de Kevin.  

Puede que la cinta tambalee al carecer de un desarrollo psicológico profundo de los personajes, optando por el sentimentalismo, y que suavice muchas de las situaciones para resaltar la nobleza de una familia de luchadores, pero la escena final, en la que Kevin se permite llorar frente a sus hijos y les dice “lloro porque antes era un hermano y ahora ya no lo soy”, nos dice con elocuencia y humanidad, por qué esta es una buena película después de todo.  

CONTENIDO RELACIONADO