Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente
Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

El triángulo de la tristeza

El director de The Square deja de criticar el mundo del arte contemporáneo, para denunciar la eterna desigualdad de las clases sociales, en una sátira que se siente más pretensiosa que efectiva

Ruben Östlund 

/ Harris Dickinson, Charlbi Dean, Zlatko Buric, Vicki Berlin, Woody Harrelson

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Diamond

En 1969, mientras los Beatles grababan su último álbum, el baterista Ringo Starr de unió al comediante Peter Sellers para protagonizar una exquisita comedia satírica que denunciaba el absurdo poder del dinero. El cristiano mágico, dirigida por el escocés Jopseph McGrath y basada en la novela de Terry Southern, el guionista de Dr. Strangelove y Easy Rider, es una alocada y absurda odisea llevada a cabo por una pareja conformada por un magnate y su hijo adoptivo, que termina en un lujoso crucero convertido en caos y desorden.

Al parecer, el director sueco Ruben Östlund, ganador de la Palma de Oro de Cannes por su película The Square, una deliciosa sátira sobre el arte contemporáneo, decidió apuntar a un blanco más amplio, amalgamando las premisas de El cristiano mágico con las de El sentido de la vida de Monty Python (probablemente, la mejor comedia satírica de todos los tiempos).

A la mezcla le añadió elementos de El admirable Crichton, la obra de teatro de 1902 escrita por J.N. Barrie (el autor de Peter Pan), acerca de un capitalista, un profesor, un periodista y una secretaria que naufragan en una isla; así como de la famosa novela El señor de las moscas, del ganador del Nobel William Golding, acerca de un grupo de niños que entran en un estado salvaje al quedar solos en una isla desierta, alejados de la civilización.

Al igual que sucede con El cristiano mágico, el significado del título Triángulo de la tristeza se revela como algo efímero y circunstancial, más no carente de subtexto. Y la pareja conformada por el millonario Sir Guy (Sellers) y su aprendiz Youngman (Starr), aquí es reemplazada por dos jóvenes y atractivos modelos e influencers conocidos como Carl (Harris Dickinson de La chica salvaje) y Yaya (Charlbi Dean, quien falleciera a los treinta y dos años de edad, debido a una infección pulmonar).

Sir Guy y Youngman disfrutan gastando dinero y viendo como todas las personas, al final, tienen un precio. Carl y Yaya, discuten y pelean por el dinero como si no tuvieran lo suficiente. Pero al final, tanto los protagonistas de El cristiano mágico como los de Triángulo de la tristeza, terminarán embarcándose en una lujosa embarcación que iniciará su recorrido en medio de la etiqueta y la elegancia, para terminar en anarquía y destrucción. Pero no esperen a Yul Brynner vestido como mujer e intentando conquistar a Roman Polanski, a Christopher Lee vestido como Drácula mordiendo el cuello de Wilfrid Hyde-White o a Raquel Welch vestida como amazona y dando latigazos a diestra y siniestra. Aquí lo que vamos a tener es una sesión repugnante de vómito explosivo similar a la del Señor Creosote de la cinta de Monty Python, así como cascasdas de mierda y orines, al peor estilo de la infame La gran comilona, la sátira maldita de Marco Ferreri.

El papel del capitán del navío encarnado por Hyde-White, aquí lo asume Woody Harrelson, quien termina recitando textos de Karl Marx y Noam Chomsky mientras el barco naufraga, acompañado de Dimitry (Zlatko Buric), un ruso capitalista, y quien literalmente amasó su fortuna vendiendo mierda. Se suman a las peripecias de Carl y Yaya, la supervisora Paula (Vicki Berlin), obsesionada con la atención al cliente y las propinas; Theresa (Iris Berben), una mujer alemana que sufrió un ataque cerebral que la dejó paralítica y sin la posibilidad de emitir un discurso coherente; Jarmo (Henrik Dorsin), un hombre tan solitario y retraído como millonario; y Abigail (Dolly De Leon), la encargada de la limpieza de los baños.

Carl y Yaya, junto con Dimitry, Theresa, Jarmo, Abigail y el supuesto pirata Nelson (Jean-Christophe-Folly), terminan como náufragos en una isla desierta y, en ese momento, las cosas toman el rumbo de El admirable Crichton, El señor de las moscas y la serie Lost, como si se tratara casi de una película diferente. También hay un burro que va a tener el mismo destino de EO y el tierno animalito de Los espíritus de la isla.

Se perdonaría la falta de originalidad de El triángulo de la tristeza  si el resultado no fuera un plato pesado e indigesto, más pretencioso que honesto, al que le falta sentido del humor, así como la sutileza y el espíritu cruel y corrosivo, elementos que Östlund incluyó en The Square y que son indispensables a la hora de embarcarse en una sátira social de gran envergadura.

El triángulo de la tristeza y Todo en todas partes al mismo tiempo tienen algo en común. Son dos películas que aparentan ser profundas, pero que, en últimas, no lo son. Dice mucho sobre nuestros tiempos que ambos trabajos sean celebrados como si se tratara de dos obras maestras. Estas cintas merecen que alguien inteligente y sarcástico las satirice.    

CONTENIDO RELACIONADO