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Crítica: Anatomía de una caída

La Palma de Oro de Cannes es una profunda y dolorosa disección de las relaciones, cuya apariencia es la de un drama judicial.

Justine Triet 

/ Sandra Hüller, Swann Arlaud, Milo Machado Graner, Antoine Reinartz, Samuel Theis

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Festival de cine francés

Este  año, la película Anatomía de una caída, dirigida por la talentosa cineasta francesa Justine Triet, se alzó con la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Como si se tratara de una cinta de suspenso, el festival terminó con un giro inesperado, ya que este galardón, otorgado por un jurado presidido por el sueco Ruben Östlund (ganador del premio el año pasado por El triángulo de la tristeza), no era la película favorita de antemano. 

Anatomía de una caída es, en apariencia, un elegante drama judicial que explora los misterios en torno a la muerte de Samuel Maleski (Samuel Theis), un hombre que cae desde el segundo piso de su chalet en los Alpes franceses. La principal sospechosa es Sandra Voyter, su esposa, interpretada magistralmente por Sandra Hüller, la grandiosa protagonista de esa joya devastadora  del cine alemán conocida como Toni Erdmann). Pero, más allá del entramado judicial, la película se adentra en una profunda disección de la vida conyugal y las insatisfacciones existenciales, arrojando luz sobre la noción de justicia en estos tiempos de acusaciones simplistas y sin miramientos y de una morbosa invasión a la intimidad facilitada por la internet y sus redes sociales y fenómenos virales.

Con este triunfo, Justine Triet (Sibyl) se convierte en la tercera mujer en ganar la Palma de Oro en la historia del festival, siguiendo los pasos de Jane Campion (El piano) y Julia Ducournau (Titane). Este logro es aún más relevante en un año en el que Cannes batió récords al contar con siete directoras entre los competidores, de un total de 20 películas en competición. En su discurso de agradecimiento en el Palacio de Cine de Cannes, Triet, de 44 años, dedicó su premio a “las jóvenes directoras que luchan por encontrar su espacio en la industria cinematográfica”. 

Escrita por la propia Triet y Arthur Harari, el título de la cinta le rinde homenaje a Anatomía de un asesinato, el clásico de Otto Preminger, pero también bebe de Testigo de cargo, la obra maestra de Agatha Christie que el gran Billy Wilder y la leyenda del cine alemán Marlene Dietrich llevaron a la pantalla con suma maestría. Müller encarna a una escritora de origen alemán, pero que ahora vive en un chalet ubicado en los Alpes franceses junto con su esposo, el también escritor Samuel, su hijo Daniel (un estupendo Milo Machado Graner) y el perro Snoop. En apariencia, estamos ante una familia perfecta e ideal. 

En su casa, Sandra intenta dar una entrevista a Zoé Solidor (Camille Rutherford), para su tesis de grado, pero el ruido causado por la música de Samuel, impide que se pueda realizar. La música en cuestión, se repite en un loop ensordecedor es P.I.M.P, una pieza instrumental alegre y ligera de la Bacao Rhythm & Steel Band, que el rapero 50 Cent sampleó para convertirla en un éxito crudo y de connotaciones misóginas.

Samuel está arreglando el chalet para convertirlo en Airbnb, debido a las enormes dificultades económicas al interior de la familia, causadas por un accidente que dañó de manera irremediable el nervio óptimo de Daniel. Su sueldo como profesor ya no le alcanza y un bloqueo creativo ha interrumpido su carrera como autor. Sandra despide a Zoé e intenta tomar una siesta y Daniel saca a pasear a Snoop. Pero cuando el niño regresa, encuentra a su padre tirado en la nieve con una herida mortal en su cabeza. ¿Fue un accidente y se golpeó al caer desde el segundo piso del chalet? O ¿Fue golpeado y lanzado y eso provocó su deceso? Lo cierto es que la única persona en el chalet, además del fallecido, es su esposa. 

La autopsia no descarta un crimen y la policía sospecha que la muerte de Samuel fue un asesinato. Eso lleva a Sandra a contratar a Vincent Renzi (Swann Arlaud), un abogado y viejo amigo de la escritora, quien estuvo perdidamente enamorado de ella “No lo recuerdo” confiesa Sandra. El caso termina en un largo juicio. El fiero fiscal (Antoine Reinartz), con su interrogatorio incisivo y sin miramientos, va desentrañando los múltiples problemas que subyacen al interior de la supuesta familia ideal. Sandra es bisexual y había tenido relaciones sexuales con otra persona. Samuel estaba sumido en una profunda depresión y tenía un fuerte resentimiento hacia su esposa por sus aventuras amorosas y por plagiar lo que él consideraba una idea suya. Sandra culpaba a su pareja debido a que el accidente automovilístico que dañó la visión de su hijo, fue producto de un imperdonable descuido por parte del padre. Triet nos muestra al inicio de la cinta, una serie de fotografías de esta familia supuestamente feliz, pero que, en el fondo, esconde un oscuro triángulo de tristeza, odio y envidia.  

Con su magnífica actuación, Hüller demuestra el viejo adagio de “menos es más”. Su interpretación hace que simpaticemos con ella, pero al mismo tiempo, hace que sospechemos mucho de su culpabilidad. El corazón de la cinta de Triet, no está en las escenas al interior de la corte, sino la recreación de la grabación de una discusión entre Sandra y Samuel, la cual es tan elocuente sobre la naturaleza de una relación de pareja en toda su complejidad, en ese mismo modo punzante, incómodo y profundo de la película de Historia de un matrimonio de Noah Baumbach.

No espere una cinta con giros sorpresivos o cambios de personalidad repentinos, al estilo que nos tiene acostumbrado Hollywood. Triet nos entrega una cinta que nos va agarrando lentamente mientras se van retirando las capas, para al final descubrir que por más que pensemos lo contrario, las relaciones humanas siempre estarán separadas por una barrera, la cual solo podrá ser superada mediante un salto de fe. Si caemos o no, ese es precisamente el riesgo que implica amar y convivir con una persona. 

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