Postpunkdemia: la escena surgida en tiempos de encierro que se autoproclama como la nueva esperanza del rock

Con nombres como Mujer Cebra, Kill Flora, Dum Chica y Winona Riders, una nueva camada de bandas jóvenes retoma las guitarras y agita los escenarios porteños

Por  MARTÍN SANZANO

mayo 5, 2023

Un pibe con la remera de Joy Division hace mosh en el show de Mujer Cebra

Foto: Segismundo Trivero

Hace algunos minutos se abrieron las puertas de Strummer, el “club de música” de los Attaque 77 Leo De Cecco y Luciano Scaglione. La fila que antes copaba toda la cuadra en la calle Godoy Cruz ahora es una masa uniforme que invade el patio interno de este bar clave del barrio porteño de Palermo. Aunque prácticamente no se ve, en un rincón detrás de toda la gente hay una pequeña mesa en donde las bandas de turno venden su merchandising. Esta noche, en otra fecha sold out de Mujer Cebra, nadie quiere irse sin su remera del trío que en 2021 editó su primer y hasta ahora único disco, el homónimo Mujer Cebra, pero que en este verano asfixiante está viviendo un momento especial.

Hay un runrún, una suerte de axioma repetido y detentado al menos una vez cada diez años por una nueva generación de artistas, fans y comunicadores: acá está el nuevo rock. Es una respuesta lógica al otro axioma que dice que, en realidad, el rock está muerto. “Se está empezando a ver un resurgimiento del rock, que venía un poco en decadencia con la pandemia, y un poquito antes también”, dice el baterista de Mujer Cebra, Patricio García Seminara, a ROLLING STONE.

“Son todas bandas muy distintas, pero con algo en común: el público y su agite”, dice Lucila, la cantante de Dum Chica (Foto: Gentileza Maia Chaves)

Si bien sus integrantes rondan los 30 años, este trío de formato clásico (guitarra, bajo y batería) y melodías dreampop bien podría oficiar de mascarón de proa en esta legión de grupos jóvenes –algunos muy, muy jóvenes– que, unidos y organizados, se encargaron de armar su propio relato y convencerse de que sí, son los referentes de esta cosa nueva que vino a recambiar el tubo de oxígeno a un género en aparente estado de coma. Otros nombres salen casi de memoria: Dum Chica, Kill Flora, Winona Riders, Buenos Vampiros, Las Tussi, Revistas y la lista sigue.

Precisamente en esta noche calurosa de febrero, la antesala de Mujer Cebra en Strummer está a cargo de Kill Flora, la banda de Quilmes que combina un punk de corte riot grrrl con sonidos más alternativos de marcada herencia indie. En un momento del show, una de las cantantes, Ana Julia González Sastre, avisa entre risas: “Esta es una canción que nos gusta mucho y que nunca vamos a dejar de hacer”. Y le da comienzo a una versión muy personal de “Nuevos discos”, de Él Mató a un Policía Motorizado. El cover es celebrado por un público en su mayoría sub 25, con chicas y chicos –acá no hay problemas con el cupo– que lucen remeras rockeras que van desde Descendents hasta Joy Division, Fontaines D.C., Pixies, Sumo y Viejas Locas. En el intervalo entre bandas, el DJ hará sonar a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, David Bowie y The Flaming Lips.

Kill Flora combina un punk de corte riot grrrl con sonidos más alternativos de marcada herencia indie (Foto: Segismundo Trivero)

En el prólogo de su libro Postpunk, el crítico de música británico Simon Reynolds marca el verano de 1977 como el temprano momento en el que el punk se convirtió en una “parodia de sí mismo”, lo que le dio comienzo al postpunk, una camada de bandas “vanguardistas” que se encomendaron una misión: concretar la revolución musical inconclusa que había prometido el género. El autor pone en la misma batea a bandas como PiL, Joy Division y Talking Heads, y también a los experimentales Throbbing Gristle, al saxo de James Chance y sus Contortions, y a los new wave Scritti Politti. Lo que Reynolds deja bien en claro es que el postpunk no es un género musical, sino una cuestión de actitud que compartieron estos y más grupos (The Fall, Gang of Four, Cabaret Voltaire, The Human League, por mencionar algunos) en un espacio temporal determinado: de 1978 a 1984. Una etiqueta que sirve para agrupar a todos esos proyectos que decidieron, ahora sí, romper todo y empezar de nuevo.

“A mí, en un momento me jodía que nos dijeran que hacíamos postpunk porque me parecía que estábamos relejos. Y, además, porque cuando arrancamos estábamos convencidos de que hacíamos protopunk… ¡Pero es imposible porque es algo que ya sucedió!”, dice Juana Gallardo, bajista de Dum Chica, el trío compuesto por bajo, batería y voz que acaba de editar su primer disco, Dum. “Haríamos una especie de post-proto-post-punk… Es una cosa rarísima”, imagina.

Lucila Storino, la cantante de la banda, explica: “Toda esta escena tiene un sonido en particular, pero todavía no sabemos cómo se llama. No es punk porque hay pocas bandas de punk, tampoco es postpunk, tampoco es rock and roll. Hay que ver qué nombre le terminamos poniendo a todo esto”. En la misma dirección, el cantante de Mujer Cebra dice que sienten “la libertad de hacer lo que se nos cantan las pelotas y eso está haciendo como una especie de fuerza en este núcleo de bandas y movida artística en el que estamos. No tiene que ver con un género o con una manera de vestirse, es una cuestión de expresión”.

Ciclo generacional

La pandemia del coronavirus, que a lo largo de 2020 y 2021 obligó a implementar cuarentenas en prácticamente todo el mundo, atacó con fuerza la industria del espectáculo. La imposibilidad de tocar en vivo, o siquiera de reunirse con otros en un mismo espacio, modificó la dinámica de trabajo y de relación entre los artistas, los promotores, los escenarios y el público, por supuesto.

“Hubo algo de reorganización, un repartir de vuelta… Y salió esto”, dice entre risas Santiago Piedra, el guitarrista y cantante de Mujer Cebra. “Hubo un filtro –aclara el baterista del trío–. Músicos que dejaron de hacer música y se pusieron a hacer otra cosa, gente que ya estaba haciendo música y le puso más garra, y gente que necesitó empezar a hacer música”.

Ana Julia, de 18 años, y Lucía Szellner, de 19, son las cantantes y guitarristas de Kill Flora y también un buen ejemplo de cómo el encierro forzoso potenció el impulso de agarrar instrumentos, pescar algunas referencias y salir. Se habían conocido en el taller de música del Colegio Alemán de Quilmes –cuyo director es Guillermo Mármol, cantante de Eterna Inocencia–, pero cuando llegó la pandemia la virtualidad terminó disolviendo ese espacio. La química, no obstante, quedó.

“Había notado en Ana que tenía las mismas ganas de componer que yo”, dice Lucía. Empezaron a dúo con guitarras, pero no querían hacer nada parecido al folk. Entonces, consiguieron bajista (Ignacio Domínguez) y baterista (Andrés Bussola) a un barrio de distancia y salieron a la carga recurriendo a las bases: Bikini Kill y Hole. También sumaron una pizca de My Bloody Valentine y algo de frescura de lo más reciente, los californianos The Regrettes. El resultado de ese combo se puede escuchar en Entrada triunfal, el EP que sacaron en 2022 y que es una nítida primera foto del grupo que sueña con formar parte de la grilla del festival Primavera Sound.

“Es toda una generación de bandas que fue creando sus canciones, sus ideas, en pandemia”, reflexiona Ana y recuerda: “Cuando se levantó la cuarentena explotó la necesidad de la gente de ir a escuchar algo que no fuera reggaetón o trap. De ir a ver bandas, de salir a un show, y a nosotros de tocar. Ahora hay una movida, existe, es así y la podés ver todos los fines de semana”, asegura.

La frontwoman de Dum Chica dice que se cumplió una especie de “ciclo generacional” y que ahora el “cambio musical” es evidente. Coincide en que hay más presencia femenina, tanto arriba como abajo del escenario, e insiste con la libertad de etiquetas. “Son todas bandas muy distintas, pero con algo en común: el público y su agite. Está todo más libre y desencajado. Está volviendo la hinchada, el pogo, la gente saliendo solamente a recitales. Vuelve a suceder eso que ocurría acá en los 90, por ejemplo, pero con otros matices. Bandas que tienen la característica de ser postpandémicas, lo que no es menor, porque eso hace que sean mucho más viscerales y salgan a romper todo. La escena ahora tiene ese tono”, sostiene Lucila. Y además de nombrar a los australianos Amyl and the Sniffers como una de las primeras referencias a la hora de formar la banda, tira otra punta sonora: “Los Rolling Stones y toda esa fiebre ricotera del rock and roll nos identifica mucho”.

Erguido y con el bajo colgado a la altura de los muslos, Gonzalo Muhape, bajista de Mujer Cebra, parece una versión musculosa de Dee Dee Ramone. Sin embargo, le dicen “El Gordo”. Da pisadas firmes y de vez en cuando mira por el rabillo del ojo izquierdo a Santiago, que con el rostro cubierto por su propia cabellera le emboca al micrófono a ciegas. Del pogo al mosh y del mosh al escenario, sobre todo cuando suena “Verano (sin personas)”, uno de los temas más coreados de la noche en Strummer.

Mujer Cebra y su público en Strummer, el club de música de los dos miembros de Attaque 77 (Foto: Segismundo Trivero)

El cantante de Mujer Cebra recordará después del show que, durante los años de pandemia, las bandas más grandes no tenían lugares para tocar porque no estaban habilitados. “Pero había lugares más chicos en donde no pasaba nada y eso, de alguna manera, era solamente para las bandas que recién empezaban. Los lugares te concedían cualquier cosa porque no tenían nada para hacer”, explica. Así fue como llegaron a ser una de las primeras bandas en presentarse en Moscú, un pequeño centro cultural ubicado en el límite de Palermo y Villa Crespo, donde, aseguran, nació esta escena.

“Todo el mundo empezó en Moscú”, coincide Juana de Dum Chica. “Mejor dicho, todos empezamos en Moscú. Es como Cemento, todos pasaron por ahí”, dice.

La referencia a la discoteca del barrio de Constitución no es inocente. Existen tantos Cemento como generaciones de músicos que eligen reflejarse en esa narrativa romántica del underground. Artistas que, por una cuestión inexorable como el tiempo, nunca tuvieron la chance de pisar el lugar mítico de la calle Estados Unidos, pero que conocen bien su importancia en la historia. “Se alinearon los planetas y Moscú se convirtió en una especie de templo under”, sintetiza el baterista de Mujer Cebra, en la misma sintonía. “Cumplió su verdadero rol de centro cultural”, apunta el cantante del trío. “Hoy es casi una regla que las bandas que empiezan a tocar en Capital tienen que tocar en Moscú, sí o sí”, sentencia Patricio.

Que algo nuevo pase

Ariel Mirabal Nigrelli tiene 25 años y es el guitarrista y cantante de Winona Riders, la banda de neopsicodelia que, semanas después de hacer su primer Niceto Club, abrió el show de The Brian Jonestown Massacre en Argentina. Como sus colegas, coincide en que la pandemia fue fundamental para gestar esta ebullición. Pero no sabe si fue por el simple hecho de querer aprovechar el “tiempo de libertad”, como lo llama, o si se trata de la misma rueda de siempre, girando una y otra vez. “En 2004, 2005, era muy chico, pero crecí sabiendo que en esa época hubo toda una movida acá con Viejas Locas, La 25, Los Piojos, etcétera. Y la verdad es que, al menos yo y sé que un montón de gente también, soñamos alguna vez con que haya de nuevo una movida así. En la década de 2010 había movida, había bandas, pero no, digamos, mucha chispa. El cachetazo de la pandemia acomodó ciertos átomos y pasó esto”, dice.

El primer álbum de Winona Riders, Esto es lo que obtenés cuando te cansás de lo que ya obtuviste, está disponible en las plataformas digitales desde la semana pasada. “El motor que impulsó el proyecto fue el cansancio que nos generaba ver el mismo tipo de bandas siempre”, asegura Ariel y agrega que la principal diferencia que tiene esta nueva generación con respecto a la anterior es la actitud. “Ahora las bandas van en serio, les creés y tratan de ser lo más profesionales posible. Ese es uno de los factores más importantes que caracterizan a esta movida”, asegura.

“Se está empezando a ver un resurgimiento del rock, que venía un poco en decadencia con la pandemia”, dice el baterista de Mujer Cebra (Foto: Segismundo Trivero)

Ramiro Pampin, el baterista de Dum Chica, opina algo similar. “En 2017, 2018, ibas a ver una banda de gente joven, pero como que te quedaba muy lejos… la postura era la banda en el escenario y el público abajo. Ahora, de a poco, se va rompiendo eso. El público también es parte del show y es necesario para que pase lo que está pasando”. Juana, bajista del trío, completa la idea: “Es re animal lo que pasa, hay muchísima entrega del público, es muy partícipe, ya no hay una mirada pasiva”. Ariel se anima a mirar al futuro: “Ahora estamos emergiendo, pero si todo sigue así, creo que en 10 años habrá bandas tratando de imitar a las de ahora”.

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