La Fundación Joe Strummer, creada en 2003, un año después de la muerte del líder de The Clash, tiene en su estatuto tres objetivos básicos: “Crear empoderamiento a través de la música. La provisión de espacios e instrumentos. La promoción de la música y las artes”. Quince años más tarde, en mayo de 2018, en pleno corazón de Palermo, dos Attaque 77, Leo de Cecco y Luciano Scaglione, abrieron su propio “club de música” pensando en los mismos conceptos, pero sin conocer las máximas de la fundación. Y, vaya casualidad, lo bautizaron Strummer Bar.
“Queríamos hacer un lugar donde los músicos disfrutaran de tocar, que tenga equipos alucinantes, buenos instrumentos y que las bandas, del under o más conocidas, sean tratadas de la misma forma, con el mejor audio. Un lugar donde se pueda difundir la música en vivo y en el que los grupos under se puedan desarrollar”, dice Luciano. “Argentina siempre fue un lugar rico de under, hay mucha inquietud y talento y necesidad musical absoluta. Y montar todo esto también era una manera de devolverle al under del rock lo que nos dio a nosotros en su momento. Lugares como Cemento, El Parakultural o Medio Mundo Varieté nos dieron todo a nosotros. Estábamos a salvo en esos lugares. Es medio romántico, pero a mí me pone contento que vengan pibes de veinte años a tocar y se vayan felices, porque se les hizo fácil y copado tocar acá. Para nosotros no fue fácil, tocamos con equipos de mierda y siempre había un montón de peligro”.
Luciano recuerda que el sueño del club de música propio comenzó a instalarse en sus mentes a través de los más de 30 años de giras por el mundo. “En una época íbamos mucho a Suiza y a Alemania y tocábamos en lugares así, muy lindos, para 200 personas, con buena gastronomía y con un súper sonido y eso nos quedó guardado en algún lado. No sabíamos qué hacer, pero queríamos algo en esa línea”, dice y argumenta avalado en su experiencia como músico. Cuando éramos chicos, como músicos, la pasamos para el orto un montón de shows y sabemos que lo único que quiere el músico es poder escucharse, tener buen monitoreo. Cuando salís al escenario no te importa si vendiste o no entradas, si perdiste o ganaste, si llueve o no; lo único que te importa es sonar bien, escuchar acorde a tu deseo lo que toca el otro y lo que tocás vos. Eso pasa en todo nivel, cuando ves a Luismi puteando al sonidista, que parece que va a sacar un chumbo y lo va a matar, el chabón la está pasando mal de verdad y se quiere ir. Él quiere escuchar en su oído un disco, nada más. Y los músicos colegas salen de tocar de acá y nos dan un abrazo y nos dicen que nunca sonaron así. Leo se encarga de la agenda y de la curaduría, yo de la gastronomía y los dos también tocamos: tenemos a la Strummer Band, una vez por mes, como una suerte de banda residente”.
Con una programación a cargo de De Cecco entonces, basada en la variedad (del punk rock al swing y del pop indie al dub) y la imaginación (ciclos de bandas en vivo al mediodía para brunchear, fiestas temáticas, un cabaret o bandas armadas para una noche por los propios dueños del local), Strummer Bar (Godoy Cruz 1631) se consolida como uno de esos espacios a los que se puede ir en cualquier momento a ver qué pasa. “La idea es hacer algo como esos clubes europeos en donde tenés música en vivo de martes a domingo y todos los días una propuesta diferente”.