Esquina de Palermo. Pleno Palermo Hollywood, calle Humboldt. Zona de radios, agencias digitales, cafés de especialidad, pizzerías modernas, turismo. Esquina vidriada: del lado de adentro, el Chino Darín cuenta detalles de su relación con Úrsula Corberó. Del lado de afuera, un cartonero frena el carro y se pone a mirar y escuchar. La escena es como las de las fotos retro de la peatonal Florida cuando los transeúntes se agolpaban para ver alguna noticia frente a los televisores en las casas de electrodomésticos o, ejem, cuando el valor del dólar se publicaba en carteles digitales en el Microcentro. Ahora, el puñado de gente que se detiene en la esquina se deja guiar por una curiosidad genuina y mira, de cerca, la ñata contra el vidrio, sin mediación digital, una de las curiosidades del año: el streaming. No es radio, pero la disposición espacial y de micrófonos se le parece. No es TV, pero se registra y emite audiovisualmente.
La escena callejera transcurre en el clima social posterior a las PASO, devaluación, dólar sin freno, remarcación de precios, análisis diversos sobre el triunfo de Javier Milei, pero el cartonero se detiene a ver-escuchar una partida de strip-pong en la que los jugadores, el host Migue Granados y el actor sex symbol, deben sacarse prendas de vestir por cada punto que pierden. La cortina musical, como de la era de oro de Hollywood, de music-hall, refuerza la idea. Un espectáculo. Un show.
Es la misma esquina donde Migue Granados junto a su equipo, hacen, cada mañana, Soñé que volaba, que se transmite vía YouTube y Twitch en la plataforma Olga. Al día siguiente, montaron una puesta llamativa: él, junto al productor, músico y amigo Lucas Fridman y la actriz y content-creator Sofi Morandi, improvisaron una competencia “a lo Bukele”. Como en las imágenes virales que llegan de El Salvador, armaron una carrera por las cuatro esquinas, trotando por las sendas peatonales, agachados, encorvados y con las manos atrás, como esposadas. Un delirio.
Ahí, un par de meses atrás, cuando el programa recién comenzaba a emitirse, un auto chocó en la bocacalle y casi se incrusta en el estudio. Literal: se subió a la vereda y recorrió varios metros, sí, ahí mismo donde se frenó el cartonero; esquivó el vidrio de la radio por centímetros. Era la semana en que debutaban en la plataforma, sumándose a una ola que comparte con otras iniciativas y que sin dudas definen el paisaje actual: Urbana Play con María O’Donnell, Andy Kusnetzoff, Matías Martin y Sebastián Wainraich; la exitosa LuzuTV de Nico Occhiato, la pionera Vorterix, El Método de Tomás Rebord, Somos Gelatina, Blender, la fallida Loft, Generación Z…: todas con una modalidad de start-up de medio orientado a público joven y un formato de imagen de radio casi calcado, con matices y estilos propios, claro. La reacción (una palabra clave en la cultura streamer) de Migue, en vivo, al ver el auto desviarse de trompa hacia la emisora y maniobrar de manera virtuosa, su cara de susto, su salto en la silla, sus auriculares volando, todo quedó registrado y se hizo viral. “¡Vos entendés que se moría la comedia!”, exclama instantes después. Al aire. Bien espontáneo.
Espontáneo. Delirio. Show. Bienvenidos al mundo de Migue Granados, la figura que ha logrado convertirse en el nuevo modelo de entretenedor. No pensemos ya en conductor, humorista, ni siquiera streamer o creador de contenidos, aunque su vida profesional actual aplique a y se explique en todos esos oficios muy bien remunerados. Migue parece haber logrado una síntesis muy particular que lo convierte en eso: un “entertainer” en estado de gracia que combina el humor gestual y el arte del exabrupto (el insulto, la palabrota, lo incorrecto, decir una de más) con, diríamos, el marketing de la ternura. O el miserabilismo. “Lo que se viraliza es la primera capa de todo lo que uno es”, dice sentado en el box de un restaurante de comida bien yanqui, a pocas cuadras de su casa, también en Palermo. “Esa es la cagada. Todo, subido en un corte de un minuto y fuera de contexto, puede ser decretar una guerra o generar algo ingenuo. Yo creo que la gente que a mí no me quiere mucho, que la veo en las redes cuando me googleo, si me conociera por ver un programa entero en vez de recortes, me querría un poco más. No me cabe duda de que la seduzco. Pero porque es una cuestión de sensibilidad real”.
—¿En qué sentido?
—De que juego al gordo de mierda, pero en realidad soy un putín de otro palo. Soy un spinettiano y me hago el de La Renga.
—¿Pero ese gordo de mierda, provocador, es un personaje?
—Es para la joda, pero después reculo siempre. Planteo la guerra y me voy al cuartel corriendo.
—¿Qué quiere decir spinetiano?
—Estéticamente en realidad no parezco una persona que ama Spinetta, porque estoy disfrazado de yanqui. Pero yo soy eso, un Sui Generis de Alabama. El que me conoce sabe que soy un cipayo absoluto. Pero amante de la cultura argentina. El asado, la empanada, Charly García, Spinetta, Fito Páez, Calamaro, la Negra Sosa. Pero con NBA.
Migue habla acelerado pero reflexiona a esa velocidad. Se contradice, va y viene. Habla en su código, que resulta más simple de decodificar cuantos más minutos u horas uno haya pasado consumiéndolo en cualquiera de sus facetas. En estos días sus obsesiones personales pasan por las cifras del minuto a minuto de este lanzamiento, pero también por la evolución de su podcast La Cruda o por experimentar con formatos audiovisuales. Y, claro, por el peso, el aspecto: “Ya bajé varios kilos. Le estoy metiendo”, y detalla: ayuno intermitente, dieta keto sin nada de hidratos de carbono y largas caminatas. Inquieto, añora a su vez la rutina que lo acompañó en temporadas anteriores: trabajar dos días por mes. Y dedicarse a la familia.
La reciente llegada de Benito, su segundo hijo tras Bernardita, lo tiene atareado y con ganas de volver al hogar. El nacimiento también tuvo aspectos públicos: en el episodio de La Cruda en el que entrevistó a la médium Noelia Pace, él intentó comunicarse con su madre (murió hace seis años, de un cáncer de piel), pero ella le anticipó un embarazo. Más de una vez, a lo largo de las charlas, aparecen esos asuntos: la mirada de los demás, la figura de “el gordo”, la rutina, la familia. Pero cómo semblantear a una figura pública que habla tres horas por día, en un show de delirio espontáneo. Y que ha basado su larga construcción en lograr que se entienda el personaje.
Nacido en Rosario y con 36 años, Migue es de la generación de Messi. Vivió allá hasta los 18, cuando decidió venirse a Buenos Aires, donde su viejo (Pablo Granados) ya era no sólo parte de la dupla Pachu & Pablo sino integrante estrella del clan que engendró Marcelo Tinelli en el más exitoso VideoMatch.
—En realidad, soy un gran hijo de los 90. Hijo de los que les fue bien en los 90. Y, bueno, hubo una construcción de eso.
—Por el laburo de tu viejo, creciste con Tinelli y su banda, te hiciste yendo al estudio. ¿Tenías conciencia de que eso podía ser un trabajo o que estabas aprendiendo una profesión?
—No. Encima en esa época era tan fácil hacer, más bajo el nombre Tinelli. Pedían un Jumbo 747 puesto en la esquina de Cabildo y Juramento y a los 10 minutos estaba, llamando de parte de Tinelli. Era un empacharse de hacer. Yo lo veía cerca. Mi viejo era un gran héroe del hacer. Le gusta hacer, hacer bien, 2.000 planos, todos vestidos bien. Como que él era una pata muy artística del programa, las notas con producción. Yo encima vivía en Rosario, que no es lo mismo que vivir en Capital. Yo cuando llegaba me sentía en Nueva York. Cuando me vine a vivir acá, mi viejo ya estaba en “No hay dos sin tres”, que la rompía, pero ya no eran los Rolling Stones.
—¿Y vos cuándo empezaste a laburar?
—Un par de años después estudié publicidad. Dejé y mi viejo me dijo “andá a buscar laburo porque acá al pedo no”. Y fui a Ideas del Sur.
—Jaja. La fácil.
—Era revago y también dejé. Mi viejo hizo tantas cosas bien que yo no podía ensuciar el nombre y me fui. Después me llamó Gustavo Pavan, exproductor de Videomatch, para Sin codificar. Ahí arranqué en producción. Nunca pensé ni quise hacer lo que hago. No era mi sueño ni en pedo.
—¿Pero vos te sentís un bicho más de tele o de dónde?
—No, yo creo que pegué en el palo y pude saltar. El bicho de tele, que solamente es de tele, que quedó ahí encasillado, ahora está con mucha bronca porque está pasando la ola, la cosa va por otro lado. A un excompañero de mi viejo, que yo tenía la mejor, sé que no me puede ver. Porque bueno, porque ahora me toca a mí.
—Igual, parece que los que están llegando son nuevos, pero ya tienen la edad que tenían los consagrados, Tinelli, Pachu y Pablo, en su momento de mayor popularidad, a mediados de los 90.
—Sí, pero por eso. También tiene que ver que yo no soy un señor. Soy un pibe de 36. No soy un tipo de 36.
—Un boludón, dicho como elogio.
—Más vale, gracias. Un pajero de 36, decilo bien.
—Con la particularidad de que estás en la ola, como vos decís, que sos el pendejo, pero llevás 10 o 15 de vivirla desde adentro. Lo pienso también por Nico Occhiato…
—Nico Occhiato, por ejemplo, empezó él siendo parte de un programa, estando delante de cámara con ganas de ser famoso. Pero un programa que no es casualidad, que es de uno de los mejores productores de la tele, Marcos Gorbán. Y ahí se curtió. Aprendía y miraba de reojo lo que hacía Marcos, que es un Rolling Stone de la tele.
La televisión, la televisión de los 90, es la que formó a Migue y a parte de su generación. Mientras los más jóvenes hoy tienen como referentes a streamers (de Ibai Llanos a Spreen o Davoo Xeneize) que forjaron sus comunidades y su oficio haciendo horas de emisiones en vivo capturando la atención, siguiendo las métricas, atentos al livechat, la TV, sus artificios de producción, le permiten a Migue tener distancia con el espectáculo que ofrece. En él no sólo se combina el clásico Tinelli vs. Pergolini (hizo Últimos cartuchos en Vorterix, la radio de Mario), sino aspectos del Cha Cha Cha de Alfredo Casero junto a Diego Capusotto y Fabio Alberti, de los formatos de humor en las señales deportivas (Roberto Pettinato, el personaje de Eber Ludueña) pero también de la radio de Fernando Peña: de algún modo, Migue funciona como puente generacional. De hecho, más allá de su talento y su formación musical, Migue representa el yin y el yang de varios clásicos: Tinelli-Pergolini, el humor popular y el de culto, la cosa naif o absurda y el estilo chabacano o grotesco, el guion de la TV y la improvisación del stream…
—Te hago el salto de Tinelli a Pergolini. Más allá de aquella disputa, estética, conceptual, que hoy es algo simpático, vos participaste del recorrido…
—Incluso vi el no bajarse a tiempo.
—¿Ejemplo?
—Algo que a mí me preocupa mucho, que espero que no llegue el momento en el cual tenga que saber bajarme a tiempo. Hay un pasito corto entre dejar una historia bien contada o pasar a ser un meado al que ya la pendejada lo detesta. Marcelo, si se hubiese retirado hace diez años, sería en los libros el mejor conductor. Ahora, la pendejada decide qué es la que va. Y no puede acercarse a una red social. Mario, al contrario. No quiere hacer más de lo que le toca ser hoy. El tipo se banca llamar a alguien para su radio y que mida más que él. A mí me pasó. Para mí eso lo aprendió metiendos en el orto el ego. Debe ser muy difícil para una figura tan grande como Marcelo, Mario, Susana, no sé, quien sea, no entregar el trono sino asumir que le toca a otro.
—Hay un mercado juvenil que en el nuevo escenario se convirtió en muy protagónico.
—Sí, muy Milei. Es lo que pasó. Igual el 30% no son todos pendejos. Pero ellos son los que construyen opiniones en las redes. Los que tienen tiempo para estar ahí. Que agitan. Pero en el fondo: ¿quién creó el fenómeno Beatles? ¿Los acordes de los temas que eran temazos o los gritos de las minas? En un principio, digo. Es una pregunta válida. Yo charlo con mis amigos estas cosas importantes: la gente que te va a acompañar se forja siendo joven. Porque si Duki dentro de 10 años se pone a hacer tango, estos pibitos van a decir que el tango está bueno. Y ahora dicen que es una verga. Porque el vínculo ya lo tienen con Duki. La gente que sigue a Matías Martin no es gente nueva, es gente que crece con él. Llega un momento en que hay un recambio generacional que les toca a todos. Y debe ser duro.
—A vos te toca protagonizar ese cambio de modelo…
—Yo no voy a decir que me va bien porque es arrogante. Yo estoy conforme. Para mí me funcionó porque es orgánico.
—Es una palabra remanida esa también. Hay varias cosas. El humor es un vehículo muy potente, más allá de cómo sea hoy el oficio del comediante. Ese estilo espontáneo, ¿cuán trabajado está? ¿Es buscado?
—Y no. Gracias igual, es un elogio. El que es espontáneo… Es algo genético.
—Con el podcast le sumaste algo más profundo.
—Sí, porque es algo que me interesa. Aparte yo no sé entrevistar. Después me dije: para qué tengo que saber si simplemente es preguntar lo que me intriga. El que más me atravesó fue el de la mamá de Ángeles Rawson. Ese fue tremendo. Fue el más escuchado. Hablando antes con la mina diciéndole “yo no soy Matías Martin, no soy María Laura Santillán”. “Pero obvio”, me dice. La mina me conocía, me consumía. Me pidió una foto, era divina. Y no se come ni media. De qué se puede asustar una mina a la que le pasó eso.
—Tu curiosidad por la vida del otro se nota en La Cruda, era la guía.
—Yo no podía entrevistar. Siempre sentí que no podía. Y quise decir: chúpenme todos la pija, lo voy a hacer igual y la voy a romper. El desafío fue más de gordo de mierda, de la bronca, que de entrevistador. Después funcionó y me dio placer. Pero era un “sí, puedo”. Me lo tomé personal. Ahí está donde realmente tomarse la cosa personal puede convertirse en motor donde transmitir la bronca, la frustración, el enojo. O como sea que proceses la injusticia o algo que te dijeron que te quedó picando, convertirlo en combustible. Funcionó.
—Tiene mucho que ver con transformar la mirada que el otro tiene sobre vos. Querer agradar. Lo que decías de los haters…
—El qué dirán está bueno si tenés las herramientas para darlo vuelta o demostrar: “¿Y? ¡Miren ahora!”. Pero si solamente te pegan y no podés mostrar nada, es bullying. Y siempre es del lado gangstas, negro de la NBA: ahora chúpenmela. Bien sorete. Onda: “Ahora los miro desde arriba”. Como los traperos. Todo antispinettiano. Es linda la arrogancia, igual. A mí me causa gracia. La materia prima de las pelotucedes que hago es eso. ¿Esto se supone que está mal? Hagámoslo. De hecho, cuando tenemos reuniones de produción con Olga, yo les digo a los pibes “tenemos que hacer cosas que no están bien que se hagan en un medio”. Sacarle una muela a un tipo en vivo. Que venga Susana y metamos una moto de 1.200 cilindradas y ella la acelere en punto muerto dentro del estudio. Lo que estamos haciendo. ¿Te acordás de cuando Peña le apuntó con un fierro a Mirtha?
—Sí.
—Está mal. Peña es palabra mayor, obviamente: él dijo quería ver qué pasaba nada más. Es como estar haciendo teatro.
La referencia a Fernando Peña es más que oportuna. Con su talento único, lograba hacer que varios personajes que interpretaba con su voz, cada uno con su personalidad, hablaran en simultáneo, se confundieran entre sí. La magia de la radio. Ahora, Migue prueba su gracia: todo lo que dice está acentuado o relativizado por sus gestos. Eso le permite decir barbaridades, a sus compañeros, sus colegas, sus invitados, los que chatean y que su gesto ajuste el tono. En el vivo. Una suerte de “stream art”, como ponen en los graphs de Olga. Y si su popularidad le llegó desde la TV (Sin codificar o el late night deportivo que hace en ESPN), su nueva personalidad de criatura digital se forjó en las temporadas del podcast La Cruda, producido por Spotify Originals. Allí, con un elevado nivel de ambición, las profundas conversaciones de dos horas con invitados de lo más dispares le permitieron mostrar un Migue diferente: curioso, profundo, humano. Empático, si es que es el calificativo que define a la época.
—Lo tuyo es 100% improvisado, lo que decís del teatro: el streaming es performático, sucede. Pero después está el corte de 30 segundos, que es lo que queda. En TikTok. Y lo que te opina el chat. ¿Vos estás pendiente?
—Muy. Hoy, que hablamos de política, yo estaba todo el tiempo mirando el chat. Uno te dice: “Gordo K”, el otro: “Gordo votaste a Milei”. No podés vivir.
—¿Y cómo se maneja eso? Los influencers y streamers se quejan cada vez más, no aguanta la cabeza ese nivel de intensidad de los otros sobre tu vida, y tu trabajo es ese.
—Igual, para mí los locos de ese palo… No hay manera de que sobreviva alguno mucho tiempo, aunque haya sido exitoso y tenga cinco millones de seguidores y ya tenga cinco palos verdes. No hay manera de que sin producción sobreviva. Eso sigue siendo televisivo. El gordo Ibai es un fenómeno. ¿Por qué? Porque ahora hace shows televisivos. Con los globos, La Velada, a diez cámaras, con un director de televisión, y es televisión. Hay streamers que tienen un montón de seguidores y también tienen guita porque la hicieron. Y fueron una explosión. Pero para mí cuanto más fuerte fue la explosión, más rápido se apaga. Y ya no tienen más qué mostrar. Y los pibes se están dando cuenta de que ya no tienen más qué mostrar. Los pibitos también crecen y ahora te piden más.
—El público también es muy variado: no es lo mismo los de 30 que los de 20. La Cruda era gente más grande.
—Sí, con La Cruda llegué a un público que era distinto y que me encantó. Un público que se dio el lugar para conocerme y encima con cosas de una hora. No un videíto de un minuto. Igual yo sé que el mío es de 25 en adelante y en Luzu, por ejemplo, es de 16 en adelante. Obviamente tener gente más joven es una conquista mucho más grande. Pero también lo es conquistar a gente que ya hizo sus cimientos sin streaming en su vida. Trajimos gente al streaming. Eso es más difícil. Gente que está en su casa, en la oficina con la segunda pestaña del navegador abierta. Y es diferente hacer un show sabiendo eso. Le prestás atención al graph, a los detalles.
—Eso también tiene que ver con tu formación.
—Mi viejo siempre me dice: “Vos sos un hijo de puta porque te lo toman como muy pro aun haciéndolo de taco”. Me lo dice como un elogio. Lo hiciste de una y quedó hermoso y no estás subestimando a los que lo ven. ¿Sabés en qué tuve mucha suerte yo? En que, para mí, a lo mejor yo tengo una personalidad bien marcada y soy todo como medio aparatoso. Entonces está bien claro el estilo. Pude darme a conocer bien como para que después entiendan que muchas cosas son un chiste. Por ejemplo, si yo hoy al aire digo que tengo un amigo que está enfermo de puto, la gente entiende que es irónico. Primero tuvimos que construir un código para que entiendan que eso es un chiste. Por eso, en el contexto entre los que me consumen son inimputables. Pero eso se viraliza por afuera…
—Tu physique du role incluso te jugó a favor.
—Exactamente. Estoy muy seguro.
—Es el gordo pendejo…
—El gordo que se hace el pendejo inimputable. Si repasás los ejemplos: Francella sí. Capusotto sí, Mister Bean. Pero sobre todo los que son comediantes sin sketch. Y programas donde eran amigos pasándola bien. Mar de fondo, Sin codificar. Es una fórmula: amigos pasándola bien y, cuando trasciende y la gente lo ve como un grupo de amigos pasándola bien, es una bomba. Si te ponés a ver Videomatch en la cresta de la ola, eran amigos y no solamente eso: riéndose entre ellos, porque el chiste era entre ellos. Bardeaban a Marcelo por cabezón, a otro porque salía con gatos y era como un microclima, era un reality. Y es lo que pasa ahora con los músicos de hoy en día. Ya compraron su persona, a Duki ya compraron lo que es. Entonces si el Duki mañana se pone a hacer jazz, que ojalá, los pendejos van a decir que el jazz está buenísimo. Bancan al chabón. Y si lográs que después te acompañen en las búsquedas que hagas, es un golazo.
—¿Sentís que estás un poco en esa?
—Ahora sí. Te das cuenta de que mucha gente que te sigue es igual que vos. Vos lo representás públicamente.
—Pero ahora tenés tres horas de vivo, las grabaciones, los nuevos formatos… Más las caminatas, y la vida familiar… Intenso.
—Sí… Yo había logrado no laburar todos los días. Era una locura. Porque yo iba un martes a buscar a mi hija al cole y estábamos almorzando acá y después dormíamos la siesta. Era una hermosura.
FOTOGRAFÍAS: FERNANDO GUTIERREZ
ESTILISMO Y PRODUCCIÓN: VIRGINIA GANDOLA
PEINÓ Y MAQUILLÓ: JOR ANTICO
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