10 artistas nuevos que debés conocer: K4, un ente oscuro e inclasificable que quiere saber quién es

Con pulsiones casi teatrales, este joven productor multinstrumentista encuentra su máxima expresión en el despliegue sobre el escenario

Por  JUAN FACUNDO DÍAZ

julio 28, 2023

Foto: Isidro Gamarra

K4 es una experiencia oscura, para nada amable, y abrumadora. Su figura es una especie de ente, una incógnita. Es el alter ego musical y performático de Tomás, un joven productor multinstrumentista que, con pulsiones casi teatrales, encuentra su máxima expresión en el despliegue sobre el escenario.

Es el hijo paria de Bohemian Groove, la familia discográfica que reúne a Dillom, Saramalacara, Ill Quentin y tantos otros más. Sin embargo, es el más difícil de etiquetar del grupo. K4 se mueve en un campo inclasificable y difuso que se debate a lo largo de dos discos entre un post-trap deforme, sucio y agresivo, que a la vez coquetea con el post-punk y la música electrónica. Además, como eje central de su obra y particularmente a lo largo de la presentación de su último álbum, persigue dar respuesta a una pregunta fundamental, existencial y personal: intentar saber quién es.

Para acercarse a eso, creó un ciclo de shows al que llamó “No sé quién soy”. Allí personificó a diferentes individuos, casi monstruosos, para permitirse ser otro y averiguar, durante el proceso y frente a todos, su identidad. “Soy amplio, contengo multitudes”, dijo Walt Whitman, el gran poeta norteamericano que representa el arquetipo de la libertad política, sexual y artística. Whitman transformó en belleza los estratos más marginales y hostiles de la existencia humana hasta generar algo nuevo; casi como la música de K4, donde toma elementos periféricos, incómodos y otros tantos conocidos para generar una nueva visión.

K4 también contiene multitudes: “Inventé tres personajes / Ahora que lo pienso un poco no sé si los inventé / O si surgieron de la realidad de mierda en la que estaba que no podía ni ver / Y ahora no sé quién soy”, canta en “No sé quién soy”, uno de sus últimos singles donde se resume a sí mismo. 

Pienso que K4 es una máquina del tiempo que viene a narrar tres líneas temporales distintas a la época de hoy y que logró conectar a esos diferentes personajes”, explica Tomás. “Es un ente que narra otras temporalidades y otras generaciones, futuras, presentes y pasadas con las cuales puede desenvolverse y tratar de generar preguntas, ruidos, movimientos dentro de las personas. Ese es su objetivo”. Esas tres líneas temporales son las que presentó a lo largo de un ciclo de cuatro diferentes shows que enumeró como K1, K2, K3 y, justamente, K4.  Cada uno de estos personajes fue montado con la narrativa de cada uno de sus universos, su puesta en escena, su sonido particular y su voz. Allí, además, contó con participaciones de Rodrigo Gómez (Proyecto Gómez Casa) como baterista estable, Sergio Rotman en saxo invitado, La Piba Berreta, Juana Gallardo de Dum Chica en bajo, Ill Quentin en voz y más.

La forma en la que logra su cometido está atravesada por la experiencia a la que expone a sus espectadores. Y, justamente, los shows, esos espacios performáticos, son incómodos, oscuros e intensos. Sus recitales no son aptos para el consumo pasatista, sino más bien algo transformador, cargado de tensiones e incomodidades para plantar preguntas en quienes asistan. “K4 es el mejor performer del país”, tuiteó Dillom meses atrás. Su desarrollo escénico está pensado al detalle y es la instancia en la que el espíritu de su obra se completa.

Para mí lo que sucede en vivo es lo más importante de todo lo que hago”, afirma. “Ahí está la significancia real de los hechos, es donde el hacer música cobra sentido. De hecho, últimamente compongo pensando en cómo va a ser en el show”. Todo el ciclo de “No sé quién soy” surgió luego del disco que publicó a fines del 2021, el álbum homónimo llamado K4, donde Tomás desarrolló esas tres líneas paralelas. “Era como ver tres películas diferentes en un mismo disco”, dice. “Después surgió la idea de presentar a cada uno de los personajes por separado, un show dedicado a uno, uno a otro y luego al otro para que, finalmente, el cuarto le dé cierre a algo”. 

K1, para empezar, fue un personaje que tenía un suéter rojo de, literalmente, 20 metros cada manga, algo que dificultaba sus movimientos sobre el escenario. Tomás acompañaba con el pelo totalmente colorado y las canciones iban por el lado del trap más duro. K2 fue el que tuvo mayor desarrollo narrativo. “Con la historia de este personaje podríamos hacer una película”, dice Tomás. “Lo que mostramos y lo que se pudo ver en los videos es solo el final”.

La secuencia muestra al personaje tirado en un colchón, prácticamente en sus últimos días de vida. Su historia lo ubica en la época de la dictadura militar argentina, se llama Agustín Espinosa que, de hecho, es el nombre real de un desaparecido. “Toca un tema muy específico y queríamos retratarlo de la manera más realista posible: Es un sobreviviente del motín de los colchones que sucedió en la cárcel de Devoto en 1978”, explica Tomás. “En la entrada del show que montamos te recibían dos policías y te obligaban de mala manera a sacarte una foto de ingreso. Te decían que no sonrías, que no estabas en un cumpleaños”. Sobre el final, cuando el personaje muere en el escenario y los policías lo retiran en una bolsa mortuoria, fue el mismo público el que reaccionó con gritos y arrojándoles cosas a los carcelarios. “Fue muy intenso”, recuerda. 

Dejé una carpeta por si muero / Llénense de plata si es que no me da el tiempo”, dice como advertencia familiar en “Yolanda”, la canción que abre el disco. “Muramos juntos. Ya nada importa. Quiero estar bien lo que nos queda”, canta en “Hisopos y disfraz”, con desparpajo etéreo y algo de esperanza amenizadora. Pero la presencia constante de la muerte la subraya en “1625”: “Quiero encontrar la solución y no matarme / Antes de que sea tarde”.

La presencia manifiesta del fin en el universo de K2, por su historia trágica y por su forma de trasladarlo al escenario, se ve reforzada en la parte discursiva de sus canciones. “Mis palabras golpearán tus oídos hasta que las entiendas”, dijo Walt Whitman. Y K2 golpea con alevosía, con lo que dice y con lo que muestra.

Tomás cree que ese tufillo a desesperanza y realización de la finitud fue producto de la pandemia y el recuerdo constante de la posiblidad de la muerte propia. “Fue muy fuerte para todos lo que pasó. Hay mucha más depresión en general y eso conduce a pensamientos afines a la muerte. Pero yo no creo que no haya futuro. Todo lo contrario, y quizás surgen cosas nuevas, distintas, divertidas, e interesantes”, reflexiona. “Empecé la psicóloga y con eso cambiaron muchas cosas. Se puede estar mejor y hay que esforzarse, pero estar mejor no es fácil, tampoco”.

K3, en cambio, fue la pata alienígena y futurista, la apuesta más alta de los tres. “Fue una locura, mal. Hubo gente que se tuvo que ir”, admite Tomás. “El show ese decidí que había que hacerle una evolución a la imagen: trabajamos con las personas más zarpadas que hay en Argentina haciendo prótesis, maquillaje y cosas así”. Para ese día, montó una escena donde científicos de un país desconocido llevaban adelante una especie de autopsia al estilo Chiche Gelblung sobre el cuerpo de un alien. 

“Proyectamos la filmación de ese laboratorio y al final yo salía en modo alienígena con los científicos persiguiéndome atrás mío desde las escaleras que hay en el lugar”. El sonido manipulado de su voz, fuerte, aguda y molesta, sumado al impacto visual y la irrupción de su personaje entre el público, generó un efecto de pasmo sobre la gente. “Musicalmente, adapté las canciones para que las pueda cantar el alien con autotune y con más drum and bass y otro palo. Quedó todo muy zarpado”, cuenta.

El cierre del ciclo fue bajo el nombre de K4, la coronación de esa peregrinación sin rumbo al saberse un desconocido para sí mismo y para el resto. “Si quiero me saco la vida / total yo la sigo donando”, canta en “Huevo Frito”. Y esa forma de donarla, de entregar su voz para hacerla circular en sociedad como una representación de la búsqueda de la identidad y el recuerdo constante de la falta de certezas, es el gesto de intentar que cada uno de los asistentes se sienta, de alguna forma, K4. “Siento que las conclusiones son más preguntas que respuestas. Y el objetivo era despertar en la gente algunas mínimas preguntas al respecto. Lo mejor que pudo pasar después de ese show no fue, ni siquiera, saber quién soy yo, sino que las personas que fueron compartan esa misma inquietud de quiénes son”, dice. “Creo que la identidad nunca se encuentra y a la vez se construye”. Y K4 la edifica sobre un montón de interrogantes, propios y colectivos. En ese show, luego de pararse frente al público y preguntarles a viva voz “¿Quién es K4?”, Tomás respondió con ironía de la mano de una versión del clásico de Sumo con Sergio Rotman montado en un saxo arrollador: “Mejor no hablar de ciertas cosas”. 

“El pasado y el presente se borran, los he colmado, los he agotado. Ahora me dispongo a colmar mi parte del futuro”, supo firmar Walt Whitman en el canto a sí mismo. Tomás, luego de cerrar la etapa que dividió en cuatro partes para saber quién es K4, no hace más que mirar hacia adelante para barajar, dar de nuevo y repensar su futuro: “La respuesta a la pregunta de quién sos es que no sos nada, y que eso te da la posibilidad de poder ser todo lo que quieras ser. No ser nadie es poder ser todo”.