La nueva religión de La Piba Berreta: “Mía, inventada, a mi manera”

La cantante de Los Rusos Hijos de Puta estuvo por “rendirse” y dejar los escenarios por un trabajo bien remunerado, pero un día encontró “un dios nuevo” y acá está otra vez

Por  PAZ AZCÁRATE

abril 10, 2023

Foto: Sol Santarsiero

La Piba Berreta conoce los rincones de los ríos que forman la cuenca del Plata. En esas aguas recuerda con particular claridad una escena. Ella tenía unos 9 años y paseaba en el barco de madera de su papá, junto a su familia, cuando los sorprendió una tormenta brutal. Estaban llegando al río Uruguay en su tramo más ancho y el viento empezó a peinar unas olas grandes, turbulentas. Frente a la mirada impávida de sus dos hijos, el papá de La Piba Berreta juntó las palmas de las manos y le pidió a Dios que su vieja embarcación resistiera firme hasta la próxima orilla. A cambio, toda la familia volvería a ir a misa. El acuerdo se cumplió de ambos lados, aunque para la Rusa (tal como se la conoció al frente del grupo Los Rusos Hijos de Puta) estuvo lejos de ser el comienzo de una vida religiosa muy intensa. “¡Fuimos a una sola misa y no volvimos más!”, cuenta a ROLLING STONE con picardía y ternura dos décadas más tarde. Pero después de pilotar varias tormentas propias, la inquietud por encontrar alguna forma de fe menos tradicional dio con nuevos cauces en su vida. “En el último tiempo me apareció la necesidad de entender de otra manera el concepto de dios, de correrlo de la cara de Jesús y de lo que te enseñan cuando sos chico”, dice. Consciente de que a esta altura de lo posmo su iniciativa no es exactamente el epítome de lo cool, para un track que grabó junto a Intendente, escribió: “A veces creo en dios y no le cuento a nadie”. “Me interesa la construcción de una figura a la que puedo recurrir para que me proteja cuando ya no puedo conmigo misma”, dice. “Mía, inventada, a mi manera”. De esa búsqueda surgió Un dios nuevo (2023), el próximo álbum solista de La Piba Berreta. Un GPS espiritual, postpunk y electrónico para cuando el río se pica.

Y hablando de bravura: mientras Lulú repasa el leit motiv de sus últimas canciones en un café porteño, afuera, su perro está sembrando un pequeño caos. Embajador de la vagancia canina bonaerense, con una vida híbrida entre la Zárate natal de Lulú y CABA (donde hoy vive la música), se pierde más allá del campo visual y reaparece masticando no se sabe bien qué cosa. En medio de la charla, una mujer se acerca para avisar que Río —así se llama el perro negro de la Rusa— está caminando por la calle, entre los autos. “Dejalo, está todo bien, así es cómo él se maneja”, dice la Rusa sobre el autogobierno que rige para todas las especies del universo Berreta. Y vuelve sobre Un dios nuevo: trece tracks trabajados con un detallismo que es una verdadera novedad en su música, no sólo si se lo compara con Golpe de (M)Suerte (2021), su álbum solista debut, sino también en contraste con todo el material de Los Rusos Hijos de Puta, el proyecto que fundó hace diez años junto a Flor Mazzone (batería), Julián Desbats (voz y guitarra) y Santiago Mazzanti (bajo).

Es que los recursos de la autoproducción combinados con cierta urgencia por decir, en general, derivaron en material grabado con una lógica más parecida a la del registro en vivo. Las bases de su primer álbum solista —que grabó en Mendoza, en 2017, por iniciativa de Luca Bocci, que se había entusiasmado con sus nuevas canciones aún inéditas— fueron solo tres horas en el estudio. Un dios nuevo se planta en la antítesis de eso: la autoproducción sigue intacta, pero la administración del impulso cambió. “Hubo un trabajo largo desde la preproducción, muchos meses de ensayo”, dice K4, que acompañó a la Rusa en la producción del disco junto a Juampi Dicésare. “La edición fue igual de minuciosa, escuchamos el disco 500 millones de veces. Sacamos guitarras que habíamos agregado y sumamos efectos que no estaban en la grabación. Dejamos solo lo esencial”. Acercarse a esa plasticidad que marcó la forma de producir la música en los últimos cinco años se prestó para que aparezcan sonidos nuevos en las canciones de la Rusa. Bajo el paraguas de impronta rabiosa y melancólica hay derivas dreampoperas, como “Mágica intuición”, el track que comparte con la cantautora mendocina Anyi. Otros artistas invitados dan cuenta de los nuevos links que aparecen en su material más reciente, como la rapera Sara Hebe y K4 y Odd Mami, ambos parte del nuevo y singular oleaje artístico que es la RIP Gang.

Cada uno de los doce primeros tracks del álbum está asociado a alguna forma de deidad. “Colchón”, por ejemplo, que grabó junto a K4, se vincula con Afrodita, lo terrenal, los deseos, el placer. Está más en línea con la dimensión podrida de la Rusa, esas canciones que pueden empezar con la timidez de unas pocas notas de guitarra, unos versos casi recitados, un silencio y pum: la tormenta. En el video, K4 y La Piba Berreta hacen acrobacias sexuales sobre un colchón que sobrevuela Buenos Aires y llega a lugares insólitos (incluyendo una cancha en la que Messi está metiendo un gol). “Conseguí un colchón para que hagamos el amor, en esta ciudad roñosa, en esta ciudad apestosa”, grita la Rusa. El videoclip del tema es tan explícito que el trabajo de blurear lo censurable del video, con la esperanza de hacerlo ATP, demandó el laburo de dos personas. No fue suficiente: YouTube le bajó el pulgar antes del día de su estreno.

Después de algunas idas y venidas con representantes de la plataforma, la Rusa decidió dejar de insistir y apostó a un estreno en vivo. Lo proyectó durante el Festival Refresco mientras lo tocaron sobre el escenario de Niceto. Para alguien a quien le gusta jugar con los bordes, que está siempre dispuesta y buscando de forma activa que ocurra lo inesperado (para el público pero también para ella misma), lo normado de las plataformas, que adoran el impacto siempre y cuando sea medido, no puede ser buen aliado. El escenario, que no permite ni exige blureo, en cambio, sí.

Lo que Un dios nuevo exploró hacia adentro, rompiendo y volviendo a reconstruir lo grabado tantas veces como fuera necesario, Golpe de (M)Suerte lo exploró hacia afuera, en una expansión hacia otros lenguajes. Además de un disco, fue un libro de poemas y una película de 10 capítulos que funcionan como videoclips de cada uno de los tracks y que muestran el universo de los personajes que Cartón Pintado creó para el arte del álbum. La producción, que la Rusa guionó junto a Rita Pauls y codirigió con Nina Kovensky, sigue a una tribu de criaturas imaginarias que viven junto al río y que encuentran a una mujer dormida, que es traída hacia ellos por un barco con arreglos fúnebres. Hay en la peli una huella innegable del cine de John Waters: un puñado de personajes encantadores que no están buscando explicarse a sí mismos, escenas de pura experimentación con la luz y el color y un destemor a armar situaciones que a ojos sensibles podrían causar rechazo. Divine comía caca de perro en Pink Flamingos (1972). La Piba Berreta, en el capítulo “Loba”, mastica un chicle a dúo y lame una dentadura postiza mientras se enreda entre los pastizales de la vera del río con una de las criaturas que la despertaron de su sueño eterno.

Una serie de ideas que quedaron afuera de esta película se reciclaron para otro proyecto: en diciembre de 2022, Lulú decidió despedir su debut solista con un show performático protagonizado por las criaturas que gestó Golpe de (M)Suerte, en el que Mimi Maura y K4 se sumaron a La Orquesta Disfuncional. “Venía actuando un poco más desde que publiqué Poesía nuclear”, dice sobre la etapa que abrió su primer poemario. Cuando le contó sus intenciones a la directora de arte y realizadora audiovisual Giselle Hauscarriaga, se empezó a delinear un guion. Después, se sumaron Juampi Dicesare y Sebastián Verea para los arreglos corales y orquestales. Lo que había empezado con la intención de terminar unas sobras se convirtió en un banquete de fantasía.

A la Rusa no parece interesarle mucho su propia infancia, revisarla o reconstruir cómo empezó su relación con la música. Al menos no tanto para esta nota. Da la impresión de que esta pregunta casi obligada le parece un poco una pelotudez. Y tiene algo de razón: la arbitrariedad de todos los estándares es una tontería. Cuestionarlos suele traer mucha más frescura que apegarse a ellos, y eso es justamente lo que atraviesa todo aquello en lo que se involucra La Piba Berreta. De todos modos hace un comentario muy escueto de esa época: “Escuchaba música clásica y tenía ese sentimiento de que todo el mundo era un imbécil. Mi forma de ser rebelde era decirles: ‘Todo esto es una mierda, ¡aguante Mozart!’”. También coqueteó con el rock nacional (abrazó Sui Generis y Serú Girán), con algo del rock británico (The Kinks y Rolling Stones la interpelaron en su adolescencia) y hasta llegó a dar concesiones a Los Saicos, la banda limeña que para muchos fue punk antes de que el género se fundara como tal. Estudiaba piano clásico y los punkies de su pueblo le parecían muy pavotes. Cuando conoció a Julián Desbats, con quien estuvo en pareja varios años y fundó Los Rusos, se empezó a abrir un poco más a la escena local: “Casi no salía más que a ver la banda de Julián, nada me gustaba. Me llevó mucho tiempo deshacerme de los prejuicios, que creo que siempre fueron un gran enemigo para mí”.

Cuando en 2007 se mudó a la Ciudad de Buenos Aires para estudiar actuación en el IUNA, esa actitud no cambió tanto. “Todos me parecían muy creídos y el ambiente estaba viciado de algo re sexual. Sentía que vivían en una pileta de barro y que estaban todo el día re excitados”, dice sobre el círculo de la actuación. Cursó toda la carrera con rigor, pero cuando empezó la residencia una escena algo denigrante la terminó expulsando. “Teníamos que subir al escenario y hacer algo para conseguir un papel en una obra”, se acuerda. “La idea era hacer cualquier cosa, pero había una exigencia de parte del profesor de ser creativos, de causar impacto. Un compañero subió y se puso a chupar el piso”. Eso era su tesis, pero decidió dejarla. Y aunque se sintió ajena en ese entorno, fue ahí donde conoció a Florencia Mazzone, con quien luego iba a fundar sus dos primeros proyectos musicales.

“Un día entro a Ladran Sancho y escucho ruidos”, dice Mazzone, cofundadora del espacio cultural que todavía funciona en el barrio porteño de Almagro. “Era lunes, el lugar estaba cerrado y Lulú y Julián estaban boludeando en la sala. Me puse a jugar con ellos, agarré la batería, que es un instrumento que yo no tocaba y terminamos armando una banda”. Desde Hola (2013) la banda delineó una base de seguidores que le permitió rotar por muchos escenarios, incluyendo una gira por México. “Con los Rusos fue la primera vez que me ilusioné por algo. Yo tenía 22 años y recién ahí entendí qué quería de mi vida”, dice Lulú, que además de la voz, estaba a cargo de los teclados. La banda tenía una mezcla de elementos que los distinguían de la escena del indie porteño de la época. Van dos que aportaba la Rusa, indisociables de su formación como actriz. El primero: una forma de cantar desajustada de cualquier posible expectativa, que sabe jugar con la voz en su dimensión dramática, y subrayar la intención de su poesía de formas que si se apegara a técnicas tradicionales del canto no podría lograr, un estilo que te hace pensar en el terremoto alemán que fue Ari Up en The Slits. El segundo: cada show de Los Rusos era una perfo que te sacudía. Eso era un mérito de todo el grupo, pero la presencia de Lulú, si estabas en el público, realmente te venía a buscar. Era una forma de llevarte al tiempo presente que hacía imposible mirar el show con apatía (en todo caso podía no gustarte, pero seguro te invitaba a retirarte). E igual que en los vivos de La Piba Berreta, toda clase de cosas que YouTube querría borrar de su plataforma ocurrían en esos recitales.

“La Rusa es siempre el elemento disruptivo de sus rancheos”, dice Mazzone. “Para mí tiene la energía de un arado, y como buen arado sus movimientos no son siempre amables, pero cuando pasa siempre remueve algo, aparece una cosa nueva, algo brota”, define la baterista. “Su arte siempre me interesó porque lo disfruto, pero me parece sobre todo valiosa su capacidad de incomodar, de hacer preguntas. La considero sobre todo necesaria para la escena”. Con Mazzone, Lulú también formó Hienas, un dúo que nació en cuatro días con la misma espontaneidad que Los Rusos: se había caído un show de la Dilda Feminista que coorganizaba Mazzone y armaron ese proyecto como un reemplazo. La separación de Lulú y Julián como pareja, en 2016, marcó un declive en la intensidad de la banda, aunque el proyecto continuó algunos años más, con un último show en 2019. “Laburar en equipo es muy lindo, pero implica generar consensos para todo y te termina hinchando las bolas”, dice Lulú. Antes de que el clima se enrareciera, decidieron dejar de poner a Los Rusos como su proyecto prioritario, lo que para la Rusa fue un gesto muy maduro del grupo: “Salvamos a las personas antes que salvar a la banda”.

(Foto: Gentileza de Joaquín Cozzi)

Los años que siguieron solo tuvo que consensuar decisiones con ella misma. Los considera un poco solitarios: se dedicó a escribir canciones y poemas. Su primer libro, Poesía nuclear, lo escribió mientras trabajaba en lo que se conoce como “la parada”, en el Complejo Nuclear Atucha. “La parada” es el freno de uno de los reactores nucleares, diseñados para estar en funcionamiento constante. El cese de su actividad implica un riesgo, por eso, se frena solo una vez al año y se hace todo el mantenimiento, arreglo y tareas programadas de los últimos nueve meses. Para eso, el complejo contrata entre 300 y 400 operarios temporales que trabajan de lunes a lunes, en turnos de doce horas, durante doce semanas. Las tareas de la Rusa eran de instrumentación, control y calibración de aparatos de medición. Todo ese mundo, al que cualquier hijo de vecino solo puede asociar con Homero Simpson, para Lulú es, de forma literal, muy familiar, ya que su papá trabajó 45 años en el complejo ubicado en las afueras de Zárate. A pesar de las jornadas de trabajo extendida, las paradas (hizo esta tarea en dos períodos distintos) fueron oportunidades introspectivas, pero también para pensar y escribir sobre cómo se trabaja en un lugar como Atucha (lo predominante de lo masculino ocupó una parte de sus reflexiones). Además la puso en una situación a la que no estaba acostumbrada: tener guita.

“Trabajaba muchas horas, pero por lo intenso del trabajo estaba muy bien pago. Me dejó muy cerca de rendirme y me hizo entender por qué mucha gente también lo hace y prefiere entregar todas las horas de su día por un sueldo. Lo pensaba yo misma todo el tiempo, ¿y si me mudo al campo, agarro un laburo fijo acá y me dejo de joder?”.

Para la Rusa esto se planteaba sin grises, algo así como un juego televisivo de preguntas y respuestas en el que el participante puede elegir un premio gordísimo o quedarse detrás de lo que hay en la puerta con el signo de pregunta. “Me estaba ganando el discurso del mundo entero que me decía ‘rendite’. ¿A cambio de qué? De plata, para pasar ocho horas scrolleando en Mercado Libre viendo cómo la iba a poder gastar, que era lo que veía a diario en Atucha, porque como no tenés tiempo de nada esa es tu única satisfacción: comprar cosas”. Eligió la puerta misteriosa y publicó un libro de poemas. Esta decisión de no tener un empleo fijo, que alguien que tiene su vida material resuelta puede tomar sin ningún tipo de miramientos, no fue gratis para ella. “Vivo al día, tengo deudas y la plata es algo que me angustia muchísimo siempre, porque además no es una decisión que signifique tener un montón de horas libres: estoy todo el día trabajando como lo hacía en Atucha. No conozco los domingos, solo que trabajo mucho en algo que no produce dinero”, dice.

Seguir en el camino que venía armando desde que fundó Los Rusos también la acercó a personas que estaban en recorridos similares. “Siento que estuve enojada durante mucho tiempo, pero los últimos cinco años empecé a tejer mi manada”, dice. Esa idea de reconstruir la fe que orientó Un dios nuevo también tiene que ver con estos cambios. “Estaba en unas tinieblas muy oscuras, muy rancias. Estaba enojada, pero sobre todo estaba sola. Estar en lugares donde toda la gente me cae bien y con los que comparto formas de pensar me cambió mucho la vida”, dice. “Sigo enojada porque el mundo no me gusta, pero ahora el enojo es compartido”.

Producción y make up: Lisa Jakubavicius (@liisszzaa

Vestuario: Gone (@es.gone)

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