La vida de película de Dillom: “Nunca me puse el límite de la realidad”

Poniéndole la cuota pop que le faltaba al trap argentino con su disco ‘Post Mortem’, Dillom agitó la escena al frente de la Rip Gang

Por  LUCAS GARÓFALO

junio 3, 2022

Dillom posando en el Cementerio de San Isidro, en mayo de 2022

Juan Francisco Sánchez

Cuando la producción del Lollapalooza Buenos Aires lo contactó para ofrecerle un spot en la grilla de su edición 2020, justo antes de la pandemia, Dillom tuvo que tomar una decisión difícil. Las condiciones de contratación no eran las mejores (“Íbamos a tocar en el escenario ojete, a las 10 de la mañana, por re poca guita”, dice él), pero la oportunidad parecía seductora para un pibe de 19 años que recién asomaba como uno de los impulsores de la segunda ola del trap argentino, después del éxito de Duki, Cazzu y Paulo Londra. En ese momento, tampoco podía aspirar a mucho más: tenía apenas cinco temas. Sin embargo, se la jugó y dijo que no. Confió en negociar mejores condiciones en el futuro. Un poco resignado pero convencido de su decisión de no apurarse, se compró la entrada para ir como espectador. 

Ahora, el 18 de marzo de 2022, debido a la cancelación y posterior reprogramación del festival por dos años, obligada por el Covid-19, esa entrada todavía sirve pero Dillom no está entre el público sino arriba del Perry’s Stage, mirando de frente a unas 30.000 personas en el horario estelar de las ocho y media de la noche, justo antes de cantar “220”, una balada confesional de piano en la que dice: “Les puedo contar mi vida si les gustan las historias de terror”. Mientras trata de contener la emoción (o quizás hace un poco de acting), dice: “Vine a todos los Lolla y siempre soñé con estar acá arriba. No tengo palabras. El próximo tema se lo quiero dedicar a ustedes, a toda la gente que vino… Esto es un sueño totalmente cumplido”. (La entrada, por si se estaban preguntando, se la regaló a un amigo).  

Entre la negativa de 2020 y la presentación consagratoria de 2022, Dillom trascendió el trap y se construyó a sí mismo como un personaje pop multifacético que refrescó la escena musical argentina, sobre todo a partir de “Opa”, un hit contagioso y colorido de rap sintético en el que, paradójicamente, hace referencia a H.P. Lovecraft y a Edgar Allan Poe, a su mamá tomando cocaína enfrente de su cara y a su papá que lo echó de su casa, y en cuyo video Dillom aparece como una mezcla de Slim Shady, los Muppets y Chucky, el muñeco maldito en el set de El resplandor, el clásico de Stanley Kubrick con Jack Nicholson como protagonista. Desde entonces, no paran de pasarle cosas que parecen guionadas, como por ejemplo que el español C. Tangana cancele su presentación dos días antes del Lolla y entonces él se quede con el mejor horario del festival. “Tenemos un orto tremendo, la otra vez puse en Twitter que me voy a terminar haciendo evangelista o algo así”, dice él tres días después del show, sentado en la cabecera de una mesa para doce personas en la sala de reuniones de Bohemian Groove, su propio sello discográfico. “A veces me da la sensación de que el universo finalmente está obrando a mi favor”. 

Hoy el joven empresario y artista conocido como Dillom tiene puesta una remera negra de AC/DC, pantalones de básquet XL y unas Jordan bien faroleras en los pies, además de una cadena alrededor del cuello con un dije grandote y plateado que dice “Bohemian Groove”. Cabe aclarar que recién cumplió 21 y que su carita de bebé igual haría que le pidieran documentos en cualquier boliche, si no fuera porque desde hace un tiempo él es la atracción principal de esos boliches (dicho sea de paso, en esa carita tiene un tatuaje de un juguito en cartón con la palabra “drip”). 

En esta casa de tres pisos a unas cuadras del Congreso solía funcionar un estudio de fotografía, pero desde que se convirtió en el lugar de trabajo de la Rip Gang (el grupo de amigos que conforma el entorno de Dillom, que incluye músicos, productores y realizadores audiovisuales, casi todos menores de 25), las cosas cambiaron un poco. “Ahora no hay nadie porque es lunes a la mañana, pero en general estamos todos acá”, dice él, recién llegado de su sesión de terapia. “Ah, no, pará, cualquiera… No es lunes hoy, ¿no?”. Tiene motivos para estar un poco mareado. El show del Lolla salió tan bien que sus planes actuales están cambiando sobre la marcha. Las entradas para la gira de presentación de Post Mortem, su primer disco, todavía ni salieron a la venta, pero ya es evidente que se van a agotar rápido, así que necesita sumar fechas o conseguir lugares más grandes. Pero ¿qué fue exactamente lo que hizo que el show de un artista nuevo con un disco recién editado se convirtiera en el más comentado del festival?

“Para mí fue como una escena de película, tipo 8 Mile”, dice él. “Salí pensando: ‘Hoy la rompo, no desaprovecho esta chance ni en pedo’”. Incluso si uno llega a un show de Dillom sin conocerlo, algo de esa seguridad se transmite inmediatamente. Es evidente que tiene un plan, que si en su banda van todos vestidos de boy scouts tiene que ser por algo, que si el tema que elige para abrir el show (“Amigos nuevos”) es una balada en la que habla con sinceridad de las cosas que discute con su terapeuta (por ejemplo, cómo manejar la contradicción entre los celos que le da ver a su chica con otro chico y el hecho de que él también quiera hacer cosas con otras chicas), entonces este no va a ser el show de un rapero estándar. 

Sus referentes son Eminem y Tyler, the Creator, el tipo de artistas que ven en la música la posibilidad de crear una narrativa y desarrollar un personaje. En ese sentido, Dillom todo el tiempo reclama tu atención. Sabe cómo mantenerte interesado en el relato. Cambia el escenario, juega a sorprender, te lleva de paseo de un reggaetón lento como “La primera” a un rap hardcore bien podrido y violento como “Piso 13” y se las rebusca para que la transición entre una cosa y la otra suene como lo más natural del mundo. Si en general el trap se caracteriza por la ausencia de matices, él da vuelta esa lógica: los matices son todo. La tendencia entre el resto de los artistas de la escena –de Duki a Wos– es salir a tocar en vivo con un sonido rockero y nu metal. Dillom, en cambio, elige la vía del pop. “La idea de composición del disco fue bien ‘vieja escuela’”, dice él. “Quería hacer un instant classic, y para eso teníamos que escribir canciones, no beats”. En vivo, no es un rapero que rima sobre una base ni un cantante que reversiona sus hits con sesionistas: es parte de una banda de amigos que le brinda un abanico de recursos amplio y variado, acorde a su necesidad de moverse todo el tiempo de lo más íntimo a lo más superficial. En los dos extremos tiene algo valioso para decir. “Para mí la dualidad es un eje muy fuerte del álbum”, dice. “Las cosas malas existen, no las podés dejar de lado”.

En “Pelotuda”, esos dos extremos conviven en un mismo tema. Arranca como un hitazo de rap-pop de esos que produce Pharrell, pero bien ostentotso –se habla de zapatillas, armas y dinero– y termina con Dillom en modo confesional, reflexionando sobre unos acordes de piano acerca de cómo cambió su vida desde que le va bien (“Antes nadie venía a mi cumple/ Ahora todos quieren venir a mi cumple”). Por un lado, le encanta alardear, como corresponde a la tradición del trap, un género cuyos exponentes suelen pasar de no tener nada a tener todo muy rápido. “Yo hoy llego a un lugar con la jeta tatuada y me dicen: ‘Sí, señor, por favor, pase por acá’, y eso me da ganas de cancherear”, dice. “Pero soy consciente de que no estamos en Estados Unidos. Acá enseguida viene otro y te dice: ‘¿Pará, flaco, quién verga te creés que sos?’. Por eso trato de exagerar al máximo, para que se note que es una parodia, medio en plan South Park. Es como decir: ‘Miren, yo también soy un pelotudo de mierda’. Y después de eso puedo hablar un rato en serio”. 

Otro ejemplo de la manera en que Dillom salta de un extremo al otro: a fines del año pasado fue de invitado a un programa de la TV Pública y el conductor le pidió a una nena de la tribuna que cantara su tema favorito. Medio tímida, la nena se acercó al micrófono y recitó: “Mis opps son medio opa/ Lo fumo con falopa”. Días más tarde, en la pantalla de LN+, Alfredo Leuco, Débora Plager y Jonatan Viale condenaban la letra de “Opa”, con la misma indignación sobreactuada que alguna vez Eduardo Feinmann le había dedicado a L-Gante. Dillom reaccionó rápido; en dos semanas ya había lanzado “Opa ATP”, una versión con la letra cambiada que dice: “Mis opps son medio opa/ Lo tomo con la sopa/ Y también en el colegio yo me saco buena nota”. De repente tenía otro tema con un millón de reproducciones. Y así, más o menos, es como funciona la cabeza de este pibe, siempre en ese umbral finito entre la frescura y la ambición. O, como dice él mientras se come una medialuna y se toma un té que le preparó su asistente de prensa: “Yo parezco muy espontáneo pero en realidad soy un frío calculador hijo de mil putas”. 

Dylan León Masa nació el 5 de diciembre de 2000 en el barrio de Once y a partir de ese momento casi todo lo que vivió es digno de una película, como sabe cualquiera que haya escuchado alguna de las muchas entrevistas que dio en el último tiempo, en las que no tiene problemas en hablar de su pasado. En Caja Negra, por ejemplo, le contó a Julio Leiva que sus papás se separaron cuando tenía 6 años, que él se quedó viviendo con su mamá, que su mamá tenía problemas de adicciones, que los novios de su mamá solían ser violentos y que un día –cuando Dillom tenía 15– cayó un allanamiento policial en su casa y él vio cómo se la llevaban esposada por posesión de cocaína. En ese allanamiento la policía también confiscó la computadora y el celular en los que Dillom tenía los archivos de sus primeras producciones, pero él justo alcanzó a rescatar un pendrive y con ese pendrive al día siguiente dio el primer show de su carrera. 

También contó que, después del allanamiento, la policía llamó a su papá para que lo fuera a buscar, pero que, como era sábado, su papá –un baterista aficionado que de joven había tenido una banda de covers de los Ramones– al principio se negó porque hacía unos años se había convertido al judaísmo ortodoxo junto a su segunda esposa, y los sábados son sagrados para un judío ortodoxo. Por supuesto, Dillom duró poco viviendo en la casa de su padre: lo echaron después de unos meses. Esa noche durmió en una plaza. Entonces un amigo le dijo que podía parar un tiempo en su casa, y en esa casa, con su amigo y la mamá de su amigo, Dillom vive hasta el día de hoy.  

“Igual la historia no es taaan así…”, dice Mariano Masa, también conocido como Jhayim Elkana Masa, dependiendo de en qué ámbito uno se lo cruce. “Es verdad que yo le puse un parate, pero nunca le solté la mano”. Estamos con el papá de Dillom sentados en unos banquitos de madera, debajo de un gazebo, protegiéndonos del sol en el parque de diversiones del shopping popularmente conocido como “el Auchan de Avellaneda” (que en realidad ya no se llama así). Vino hasta acá a traer a dos de los tres hijos de su segundo matrimonio –Marcos y Jonás–, al rodaje del video de “Rocketpowers”, el tema de Dillom y Saramalacara (otra de las artistas de la Rip Gang) incluido en Post Mortem. Más allá de las diferencias que pueda haber entre la versión de la historia familiar que cuentan Dillom y su papá, es evidente que la relación sobrevivió a las turbulencias. 

Si uno no tuviera el dato, no habría nada en el aspecto de este hombre morrudo que permita adivinar la religión que profesa. Tiene puesta una gorra con visera, un pantalón cargo y los tatuajes le asoman por debajo de las mangas de la remera. Sin embargo, en su casa se come kosher, no se entra comida de la calle, los viernes no se usa electricidad, los sábados no se hacen actividades laborales. En una época, esaw reglas a Mariano le salvaron la vida. Venía de separarse de la mamá de Dillom después de lo que él describe como “una relación bastante insana”, atravesada por las fiestas y el consumo. Estaba en la búsqueda de enderezar su vida. Así que, con su novia nueva, que andaba en una búsqueda similar, fueron a ver a un rabino… y decidieron casarse en Israel. “Nos pusimos muchas reglas porque íbamos a terminar mal”, dice. “Dylan siempre cuenta que él viene de un hogar complicado, pero yo vengo de uno mucho peor. Gracias a Dios, hoy tengo una familia formada. La religión me permitió poner el foco ahí, pero me costó muchísimo todo”. 

En ese contexto, mientras trataba de recomponer su vida antes de que fuera demasiado tarde, en 2017 a Mariano le sonó el teléfono y era la policía que tenía a su hijo. Dillom no se llevaba nada bien con las reglas del hogar paterno, mucho menos en ese momento en el que ya había empezado a producir beats, a salir de noche y a organizar eventos por su cuenta. Pero era eso o el instituto de menores. Arrancó a trabajar en la pinturería de su papá (“Básicamente le pagaba un sueldo para tenerlo cerca”) y los dos hicieron lo que pudieron… mientras pudieron. En los lapsos breves en los que hubo paz, fue gracias a la música. “Desde siempre lo crie en un entorno musical”, dice Mariano. “Cuando la madre estaba embarazada, le ponía los auriculares en la panza con temas de Bob Marley: hasta los 4 años, su canción de cuna era ‘Three Little Birds’”. Fueron juntos muchas veces a ver a Miranda!, a Leo García y a Gustavo Cerati. La fascinación de Dillom por los Ramones es herencia de su padre. También fue él quien le mostró a su hijo el FL Studio, un programa de edición de sonido con el que Dillom hizo sus primeros beats (entre ellos el de “Drippin”, su primer tema). De hecho, cuando Dillom empezó a organizar eventos en un bar del centro, su papá le hacía el sonido. “Nos quedábamos domingos enteros en ese lugar”, dice. “De paso, también trataba de que el pibe no volviera a las 3 de la mañana”.

Pero el pibe quería volver a la hora que quería volver y, sobre todo, tenía clarísimo a dónde no quería ir por nada del mundo. El camino de la religión no le interesaba en absoluto. La relación con la esposa de su papá se volvió cada vez más hostil. “Dylan estaba enojado con la vida y tenía razón”, dice Mariano. “Pero yo tenía dos hijos chiquitos, y si eran las 5 de la mañana y él no volvía, yo caminaba por las paredes y mi esposa también”. Así que, después de muchas broncas y peleas, cuando ya era evidente que la convivencia era inviable, lo invitaron a retirarse. “La verdad, yo pensé que al día siguiente lo tenía de vuelta en casa”, dice. “Pero consiguió lugar en lo de su amigo y ya no volvió. Al toque también dejó de laburar en la pinturería. Me dijo: ‘No vengo más, esto me quita tiempo’, y yo pensaba: ‘¿Tiempo para qué?’”.

Una asistente de producción del rodaje nos interrumpe para avisar que está listo el almuerzo. Vamos con Mariano hasta la carpa del catering en la otra punta del parque ahora vacío, y en el camino vemos cámaras y equipos de todo tipo ya listos para retomar el trabajo dentro de un rato. “No me deja de impactar”, dice. “Semejante nivel de profesionalismo, y están todos acá por él”. 

En la carpa, sentados en una mesa larguísima como en La última cena de Da Vinci, los integrantes de la Rip Gang le cantan el feliz cumpleaños a Broke Carrey, uno de los miembros fundadores. Odd Mami, otra de las artistas del colectivo, le trajo una torta de sorpresa. El brindis es con Coca-Cola en vasitos de plástico. Una fiesta de cumpleaños en un parque de diversiones: probablemente Dillom haya soñado con esta escena más de una vez.

El motivo principal por el que Dillom se sentía ajeno a cualquier tipo de religión era que Dios –sea cual fuera ese Dios– siempre representaba las cosas “buenas”, mientras que las cosas “malas” se metían debajo de la alfombra, eran pecado, no se las nombraba. Y si algo había aprendido él en el poco tiempo que había vivido era que las cosas malas estaban ahí. No solo eso, sino que además ya empezaba a descubrir que la única manera de lidiar con su sufrimiento era mirarlo de frente y redoblarle la apuesta. A fines de 2018 y principios de 2019, en el comienzo de su carrera, toda la mierda que había atravesado estaba demasiado fresca, y Dillom se dio cuenta de que podía poner esa violencia a trabajar. La letra de “Superglue” –un feat. con su amigo Ill Quentin–, el primero de sus temas que alcanzó el millón de reproducciones en YouTube, dice:

Tengo la glock en la mochi 

Yo no estoy pegado, estoy jalando poxi 

Me dice “Te quiero”, yo le digo “Fuck it” 

Pegándole en el suelo a raperos con Quentin 

Le tiro del pelo y le saco la Fenty 

Vendo caramelos, compran como candy 

Hago lo que quiero, puta se hace trending

De más está decir que Dillom no tenía una glock, ni era dealer ni las chicas le decían “Te quiero”. De hecho, más o menos por esa época una novia lo dejó y él terminó destruido, llorando bajo la lluvia mientras volvía en bicicleta a su casa (que ni siquiera era su casa, sino la del amigo que lo bancaba), en lo que recuerda como “la escena más triste de mi película”. De esto hablaría más adelante en “Bicicleta”, el tema de Post Mortem. Pero, en ese momento, Dillom todavía necesitaba hacer algo con la violencia guardada debajo de la alfombra. Como le dice Max Demian a su protegido Emil Sinclair en Demian, la novela del escritor alemán Hermann Hesse: “Hasta ahora has sabido que tu mundo permitido solo era la mitad del mundo y has intentado escamotear la otra mitad, como hacen los curas y los profesores. ¡Pero no lo conseguirás! No lo consigue nadie que haya empezado a pensar”. 

“Yo me siento muy identificado con ese libro”, dice Dillom. “Ahí aparece en juego esta deidad que se llama Abraxas, que es Dios y el Diablo al mismo tiempo, todo lo bueno y todo lo malo”. Cada semana de su vida durante casi una década, entre los 8 y los 16, Dillom vio a Dios en la casa de su papá y al Diablo en la casa de su mamá. Ante sus ojos, no estaba tan claro cuál era el mejor de los dos. De alguna manera, eso le abrió la cabeza. Empezó a pensar. A modo de homenaje, en Post Mortem incluyó un interludio llamado “Demian”, en el que Mario Pergolini lee un cuento corto de terror escrito por Dillom. Se trata de un niño poseído que mata a sus compañeros de campamento. 

Hermann Hesse en Demian: “Todos los hombres pasan por estas dificultades. Para el hombre medio es este el punto en que las exigencias de su propia vida entran en colisión dramática con las circunstancias, el punto en que tiene que luchar más duramente por alcanzar el camino que conduce hacia adelante. Muchos viven tal morir y renacer solo en ese momento de su vida en que el mundo infantil se resquebraja y se derrumba lentamente, cuando todo lo que amamos nos abandona y, de pronto, sentimos la soledad y la frialdad mortal del universo que nos rodea. Muchos se estrellan para siempre en este escollo y permanecen toda su vida apegados dolorosamente a un pasado irrecuperable, al sueño del paraíso perdido, que es el peor y más nefasto de todos los sueños”. 

Lo que sigue es un lugar común pero no por eso es menos cierto: para que Dillom naciera, Dylan tenía que morir. Así que se entregó a su destino. No solo se fue de lo de su papá y renunció a la pinturería, sino que también abandonó el colegio en sexto año. Ahora el tiempo estaba en sus manos.

De nuevo en el parque de diversiones del video de “Rocketpowers”, estamos con Quentin y Carrey sentados en unos autitos chocadores estacionados, mientras en la pista se filman unas escenas con Saramalacara. En un ratito los van a llamar a ellos también (toda la Rip Gang tiene cameos en el video), pero mientras tanto, para matar el tiempo, ya con la ropa que van a usar en cámara, reconstruyen la génesis de su crew para Rolling Stone. “La primera vez que supimos de la existencia de Dillom fue porque él estaba estudiando publicidad en el colegio y nos escribió para hacernos un brief de prensa”, dice Quentin. “¡Tremendo chanta!”, agrega Carrey. “Quería ser medio manager, algo así. Encima armó un grupo de WhatsApp re de prepo y nos empezó a dar unas lecciones de publicidad megabásicas. Lo sacamos re cagando”. 

En esa época, Quentin y Carrey ya habían armado su propia crew, la T.B.B. (por “Talented Broke Boys”), un antecedente claro de la Rip Gang que incluía productores, diseñadores y fotógrafos (dato curioso: Andrés Capasso, más conocido como Noduerm0, uno de los directores del video de “Rocketpowers”, ahora mismo dando indicaciones detrás de cámara, era de la T.B.B.). Dillom, por su parte, hacía poquito se había alejado de 31 Studios, un grupo de raperos de la Villa 31 a los que había conocido en una plaza y lo habían adoptado en su crew. Todavía casi no rapeaba, era más que nada un productor de beats. Pero ya tenía ganas de pasar al micrófono, sobre todo desde que, navegando por Soundcloud, había descubierto el trap. 

“Para mí era muy claro que eso era lo que se venía y dije: ‘Tengo que hacer esto acá antes que nadie’”, dice Dillom desde dos autitos chocadores más allá. “Veía que a nivel local Duki o Khea llevaban el sonido para un lado medio centroamericano, y a mí me gustaba la cosa más yanqui”. Las únicas personas a las que había escuchado hacer algo similar a su visión eran Quentin y Carrey, así que trató de acercarse a ellos por todos los medios. Cuando el plan del brief de prensa no funcionó, siguió insistiendo. 

“Nos terminó consiguiendo nuestra primera fecha”, dice Carrey. “Era en un subsuelo en el microcentro, sobre la calle Florida, un bar que en la entrada tenía un coso de ‘clausurado’”. El lugar se llamaba Fusión Bar y Dillom lo había encontrado googleando espacios para organizar shows. En esos eventos hacía un poco de todo: a veces era DJ, a veces pasaba visuales, tapaba baches. Para ese show inicial, la T.B.B. no tenía quién le tirara las pistas, así que Dillom dijo que él se encargaba y así fue como logró empezar a ensayar con ellos. “Al toque trajo sus primeros temas, que eran dos o tres”, dice Carrey. “Sí, boludo”, interrumpe Quentin. “Pero eran ‘Draco’, ‘Drippin’ y ‘Keloke’: tres temazos. Me acuerdo de que ‘Draco’ nos los mostró con otro beat, ni siquiera lo tenía grabado. Lo rapeó ahí en vivo y yo pensé: ‘La re concha de la lora, esto es otra cosa’. Fue una sensación muy clara, tipo: ‘Listo, este chabón es el mejor del país’”.

“Draco” era uno de esos temas en los que Dillom hacía sus excursiones exageradas por la oscuridad (“Puta, le doy con la Draco / Cinco disparo’ en el pecho”), pero más allá de que las letras fueran un tanto monotemáticas y el sonido todavía no se despegara un centímetro de la fórmula repetitiva del trap, su plasticidad maleable ya aparecía con fuerza. En un punto no tenía sentido que ese blanquito escuálido con la voz aflautada quisiera hacerse el gangster, pero eso era justamente lo que Dillom usaba a su favor para provocar, como si fuera un personaje de Gummo, la película de Harmony Korine. Su rol era el del que no tiene nada para perder, el outsider, el espantaniños. Lo importante no era tanto si ese papel era verdadero o falso, sino el hecho de que pudiera interpretarlo, de la misma manera que, ahora que exorcizó sus demonios, es capaz de interpretar al protagonista de “Rocketpowers”, una historia 100% ATP en un parque de diversiones con sus hermanitos, mientras le dice a la chica que le gusta cosas como: “Voy adonde estés, solo quiero estar bien con vos”.  

Dillom en el Cementerio de San Isidro. Foto: Juan Francisco Sánchez

“Yo nunca me puse el límite de la realidad”, dice Dillom. “Al contrario: trataba de imaginarme la peor situación en la que pudiera estar, la más cruda, y a partir de eso escribía lo más fuerte que se me ocurriera”. Cuando salió “Draco”, buena parte de la escena del trap local lo acusaba de ser un fake, de no cantar las cosas que vivía. “Y a nosotros eso nos chupaba un huevo”, dice Carrey. “Nunca dijimos que éramos traperos. Jamás usamos ese término. Éramos pibes jugando, y en un punto lo seguimos siendo. Para mí, ese fue el aporte más grande que nos hizo Dylan”. 

Pero no todo es juego en la vida de Dillom. Según lo publicado oportunamente en el Boletín Oficial de la República Argentina, la empresa Bohemian Groove S.R.L. quedó formalizada el 7 de julio de 2020, gracias a un aporte de capital de 100.000 pesos integrado en cuotas equivalentes por Dillom, Muerejoven (otro más de los artistas de la Rip Gang), Noduerm0 y Ramiro Ferreyra (más conocido como “Rama”, manager de Dillom y actual gerente de Bohemian). El más viejo de los cuatro socios todavía no cumplió 27. La compañía, de acuerdo a su sitio oficial de LinkedIn, tiene “entre 11 y 50 empleados”. 

“Cobrando un sueldo fijo todos los meses somos tipo 15”, dice Nacho Caiella, el CEO del sello, sentado en el rincón de un sillón lleno de ropa, en un trailer del parque de diversiones que ahora funciona como camarín improvisado de Dillom. “Pero indirectamente trabajamos como 40 personas”. Nacho tiene 32 años y conoció a la Rip Gang en Planck, su estudio de fotografía, hoy sede de Bohemian. La naturalidad con la que habla el idioma de los negocios es casi graciosa. “Como estudié marketing, un día los pibes me trajeron la propuesta de laburar una estructura a nivel ventas”, dice. “Armamos un briefcito para un pitch de emplazamiento de producto con la idea de salir a buscar sponsors”. 

El plan que Dillom había querido poner en marcha con la T.B.B. finalmente tomaba forma. “Cuando dejé el colegio, pensaba: ‘Esto no me sirve para un carajo’, pero la verdad es que esos dos años de publicidad me re sirvieron”, dice Dillom. “La idea de ponerme un nombre simple, fácil de pronunciar, de repetirlo hasta el cansancio, todo eso viene de ahí. Es branding”.

Si bien Nacho no conocía nada de la industria musical, vio en Dillom un personaje rico para desarrollar y aceptó la propuesta. También habló con Sara, Quentin, Carrey, Muerejoven, Odd Mami, K4 y Taichu (el resto de los artistas de la Rip Gang, aunque Taichu ahora no está más) para conocerlos mejor y plantear objetivos. Empezó a generar contactos que derivaron en las primeras acciones con marcas. Se interiorizó en el tema contratos. Durante muchos meses, trabajó gratis. Hasta que un día Dillom firmó un acuerdo de distribución digital con la agregadora ONErpm, cobró el adelanto y le llevó la mitad de la plata. “Yo le dije: ‘Si me das esta guita, no me voy a salvar, y vos te quedás sin recursos para producir’”, cuenta Nacho. “Mejor la dividimos en los próximos seis meses y armamos una proyección para empezar a hacer cosas”. 

Con ese presupuesto modesto a comienzos de 2020 filmaron el video de “Kelly”, dirigido por Noduerm0, en el que por primera vez quedaba claro el potencial de la Rip Gang a nivel narrativo y visual: la cantidad de ideas y personajes que aparecen en pantalla estaba muy por encima del resto de los videos del trap local. Además, esta vez el humor se manifestaba de manera explícita; parecía un video de Eminem. (Eso le abrió a Dillom un camino que pronto aprovecharía en “Dudade” y “Opa”, sus hits más populares). “Kelly” estuvo un día y medio en el top 3 de tendencias de YouTube, algo difícil de lograr sin ningún tipo de apoyo de la industria detrás. Se dieron cuenta de que el equipo valía porque enseguida los empezaron a llamar. Universal les quiso comprar el sello, pero la propuesta no les cerró. “No queríamos que pasara lo mismo que con la primera ola del trap, que hubo mucho manoseo y gente queriendo morder porcentajes”, dice Nacho. “Preferíamos esperar un poco y hacer un desarrollo artístico más propio”. Fue más o menos en la misma época en que Dillom rechazó la primera propuesta del Lollapalooza. Ahí pusieron los papeles en orden y oficializaron la creación de su propia compañía.

Hoy los artistas de la Rip Gang tienen firmados con Bohemian Groove unos contratos discográficos que no existen en el resto de la industria. Son contratos cortos, de dos años, en los que los músicos conservan la totalidad de sus masters, e incluyen cláusulas de cuidado de la salud que dicen, por ejemplo, que el sello no puede organizar tres shows en tres días consecutivos si el artista no está de acuerdo. “Lo que pasa es que Bohemian es una familia”, dice Nacho. “Es así de corta”.

Afuera del trailer, la familia sigue trabajando a full. O quizás habría que decir “las familias”. Marcos y Jonás, los hermanos de Dillom, corren detrás de Sara en una escena frente al Kamikaze. Quentin se está subiendo al remís que lo va a llevar de vuelta a su casa porque mañana toca en Villa Gesell. Siendo las siete de la tarde, Dillom anuncia en Twitter que ya salieron a la venta las entradas para la presentación de Post Mortem en Vorterix. Carrey y Odd Mami aprovechan un parate y van por un pedazo más de torta… 

El rodaje de “Rocketpowers” –que arrancó a las seis de la mañana y va a terminar pasada la medianoche– es el ejemplo perfecto de que el plan está funcionando. Hay al menos 100 personas involucradas en esta superproducción cinematográfica, financiada gracias a un acuerdo de emplazamiento de producto sin precedentes con Mercado Libre (el nombre de la marca no aparece en ningún momento del video, pero, durante unos segundos, se ve un código QR que al ser escaneado les ofrece a jóvenes de entre 13 y 18 años abrir su primera cuenta de Mercado Pago… con 500 pesos de regalo). 

Siete y cinco en Twitter la gente se queja de que ya no hay más entradas para Vorterix. Dillom dice que no puede ser. “Banquen que estamos viendo si es que efectivamente se agotaron o si se cayó la página”, tuitea. Un ratito después le llega la confirmación. Vuelve a Twitter: “GENTE CONFIRMADO SE AGOTARON LAS DOS FUNCIONES EN 4 MINUTOS NO ENTIENDO NADA”. Más tarde, con la noche cayendo en Sarandí y un par de horas de rodaje todavía por delante, hace el último tuit del día. “Nunca en mi vida lloré de la emoción”, dice, “pero hoy estuve más cerca q nunca”.

Dillom en uno de los shows agotados en el teatro Vorterix de Buenos Aires. Foto: Soulfilms.

Ahora es 3 de mayo y en la puerta de Vorterix hay estacionado un coche fúnebre con una corona de flores sobre el capó. Al entrar al teatro, junto al puesto de merchandising, lo primero que uno se topa es un altarcito con velas y fotos de Dillom de chiquito, cuando todavía era Dylan. Unas diez personas disfrazadas de viudas recorren el lugar, se te paran al lado, te miran y lloran de verdad. Es la última de las cuatro fechas de presentación de Post Mortem. El show arranca dentro de una hora pero de alguna manera ya empezó.  

En el backstage hay una mezcla extraña de felicidad y agotamiento. Todo lo que ocurrió en el mes y medio entre el Lolla y este concierto está pasando factura. El fin de semana, después de las primeras tres fechas acá, Dillom se fue a relajar a un hotel con spa, pero es evidente que no le alcanzó. El maquillaje de muerto-vivo que ya tiene puesto lo hace lucir aún más pálido y ojeroso. Hace unos días lo invitaron a PM, el programa de Andy Kusnetzoff, pero él prefirió no ir: no es solo que no da más, sino que el otro día estuvo en el Quilmes Rock viendo el show de su amigo Fermín Ugarte (uno de sus productores e integrante de su banda), y sintió que lo reconocían demasiado. Así que ahora quiere bajar un poco el perfil, volver a la estrategia que hizo que el universo obrara a favor de él.  

Se hace la hora de salir a escena. De repente la música clásica que ambienta la previa en Vorterix se corta. Las luces se apagan. La voz de Pergolini suena en los altavoces de su propio teatro: está narrando el cuento de “Demian”. “Durante aquella última noche de campamento”, dice, “las nubes cubrían la luna y tapaban la luz”. El telón se abre y detrás de unas telas blancas hay sombras de cuerpos que buscan escapar de sus tumbas. Elevado unos tres metros sobre una plataforma se ve un ataúd sin tapa. En la pantalla de fondo, un cementerio de noche. Suena la intro tenebrosa de “Post Mortem”, con sus relámpagos y gritos lejanos. “El pájaro rompe el cascarón y el cascarón es el mundo”, escribe Hermann Hesse en Demian. “Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo”. Dillom ya lo destruyó, y ahora se levanta muy despacio y sale del cajón para armarlo de nuevo en sus propios términos. El disfraz de zombi no engaña a nadie: agotado y todo, este pibe está más vivo que nunca.