[Archivo RS] Gustavo Cerati y la vuelta de Soda Stereo: “Siento orgullo de haber sido parte de una banda así”

En esta entrevista histórica de 2007, el trío recibió a Rolling Stone en su sala antes de emprender la gira récord que se despediría el 21 de diciembre en River

Por  ERNESTO MARTELLI

agosto 11, 2023

FERNANDO GUTIÉRREZ & DAVID SISSO

Este artículo fue publicado en la revista Rolling Stone Argentina #115, editada en octubre de 2007.


“¿Esta cómo la hacíamos?” Las salas de ensayo tienen algo de no-lugares. Una distribución del espacio que complota contra el paso del tiempo. Después de estar sentado cuatro horas viendo tocar a tres personas, una y otra vez, los mismos temas, los mismos acordes –con ligeras diferencias sólo perceptibles por el oído atento y entrenado–; después de las cinco horas, digamos, los sonidos y el ambiente que se genera desafían también la ubicación geográfica. Hay una intensidad, una repetición visual y sonora que confunden. No hay ventanas, no hay noción de la hora, del día… Da lo mismo, casi, que estemos en los imponentes y espaciosos estudios Abbey Road o en un garaje repleto de herramientas donde una banda está haciendo su primer ensayo versionando viejas canciones de su artista favorito. O que estemos en la pieza del fondo de un dúplex a diez cuadras de Cabildo y General Paz.

Soda Stereo en la tapa de la revista Rolling Stone Argentina #115, editada en octubre de 2007.

Estábamos, en realidad, en el primer piso cuando desde abajo, desde nuestros pies, un sonido apenas se filtraba. ¿Puede una línea de bajo, sólo una línea de bajo, vibrar de un modo que atraviese veinte años y una capa de hormigón? “Eso que suena es Soda Stereo“, nos dice una voz. Como si hiciera falta. Detrás del vidrio-consola, con la visión obstaculizada por cajas e instrumentos, con las puertas herméticamente cerradas, parece que alguna de las tres personas y diez más que participan como extras del ritual hubieran decidido ponerle play a un disco del pasado… Con ligeros cambios. Lo que en la versión original, de 1985, era una guitarra funk-punk ahora es un torbellino de efectos rockeros. “¿Y ésta, antes, cómo la hacíamos?”, pregunta uno de los tres. “En la gira la terminaba seco, pero en el disco se iba en fade. Probemos de nuevo”, responde el segundo. “¡Uh, eso fue en la prehistoria!”, insiste el tercero. “¡Y bueno! ¿Vos lo grabaste con este bajo? ¡No, usabas el otro!” Y el bajo se cambia por uno de aspecto ochentoso. “Es loco… Vuelven los instrumentos y vuelve el sonido, aquel espíritu”, explican. Y es verdad: todo suena, deliberadamente, como en aquel entonces. Es que la pregunta recurrente acá dentro, formulada no importa por cuál de los tres, no es ya por qué ni para qué vuelve Soda: los cientos de miles de tickets vendidos para la Gira Me Verás Volver, que los llevará de Bajo Belgrano –el lugar fundacional– a Hollywood –el símbolo de la consagración–, ya dieron respuesta suficiente.

La pregunta tampoco es qué rol tiene cada uno de los tres: esa respuesta dejó cicatrices, quizá visibles pero ya cerradas. Cada uno sabe bien lo que debe hacer en los márgenes de este delicado ecosistema anímico. Acá, cuando uno supone que son las ocho de la noche, la pregunta importante es: “¿Y esto cómo lo tocábamos?”, y la respuesta es tres tipos que literalmente sin mirarse y casi sin hablarse vuelven a tocar con una escalofriante sincronicidad. Sí: la voz líder de Cerati es la que ordena y llama a la reflexión; el bajo de Zeta y la batería de Charly suenan como lo que siempre fueron –una base rítmica sólida hasta apabullar–; pero la memoria es decididamente colectiva. Y física. Como si manipular esa guitarra azul, ese bajo sin cabezal, esos parches, devolviera una hermandad química sonoramente inalterable.

“Todo este tiempo sin Soda fue muy enriquecedor para mí”, decía Gustavo Cerati. (Foto: FERNANDO GUTIÉRREZ & DAVID SISSO)

“Estamos buscando las canciones en su formato original”, nos explica Zeta. “No tiene sentido tocarlas en las versiones que veníamos haciendo en vivo, porque eran producto de nuestras improvisaciones, de todas las horas que habíamos tocado juntos. Y ahora es como que volvimos al comienzo. Vamos a buscar a los orígenes. Hay algo que es increíble, que pasa cuando los tres nos juntamos. Hay una forma de caminar juntos por la música que es como ir bailando. Con naturalidad y pasándola bien. Eso me volvió a pasar ahora, que volvimos a tocar los tres.”

Banda de frases memorables más que de letras –Cerati siempre reivindicó para sí el rol de comunicador pop más que el de poeta–, este ensayo de Soda Stereo está entrampado en probar e insistir con un viejo tema en el que el cantante se ve obligado a repetir eso de “Mis ojos perciben, ooootra vez, imágenes retro”, para después sentenciar: “Esto parece un museo de cera, un simulacro demasiado real…”. Y algo de eso hay en la escena: porque este regreso temporal de la mayor leyenda del rock en español, reunida para reinterpretarse a sí misma pero en una versión aumentada por la historia, podría haber sido eso, una gira-regreso de una banda de rock, y se convirtió, una vez más, en un signo. Afuera, el signo de la inédita potencia comercial del rock y el show business. Y de la inesperada devoción popular por el fenómeno que mejor sintetizó los ideales de masividad y modernidad. Adentro, acá, en la sala de ocho por ocho, la efervescente y excéntrica reacción simbiótica de tres personas, sus instrumentos, su música… Inédita, simbiótica, excéntrica, música: alguna vez Cerati dijo que sería muy difícil combinar el rock en español y las palabras esdrújulas después de él. Tiene razón.

El anvil, la caja donde guardaba los bajos que habían viajado por el mundo, lo tenía al lado de la parrilla, en el quincho de casa, y era donde cortaba el asado. Lo usaba como mesada para cortar las cosas. Y ahí, en medio de los asados, miraba la caja y me acordaba de que había hecho eso alguna vez, pero lo guardé a Zeta de alguna forma, junto con los bajos, unos años. Yo venía naturalmente golpeado por el fallecimiento de mi hijo, que había ocurrido unos tres años antes de la separación de Soda. Estábamos todavía en un proceso familiar doloroso y de repente, por esas situaciones del destino, perdía también la contención que me daba la banda, que había sido mi banda prácticamente desde la adolescencia. Mi refugio. Ahí vino Jaime, que es el último de mis chicos. El adorable Jaime, con el que tengo una relación fantástica, porque le dediqué, a lo mejor, el tiempo que no tuve para dedicarles a los demás. Fueron tres o cuatro años, vividos muy intensamente pero fuera del circuito, alejadísimo de la música. A mí, la verdad, se me hizo bastante difícil. Soda ocupaba mucho lugar en mi vida. Hacíamos muchas cosas al ritmo que la banda marcaba. Y muchas cosas que tenían que ver con la realización de lo artístico, después de Soda, empezaron a entrar en un terreno de incertidumbre. Traté de aferrarme mucho a mis afectos y a mi situación familiar, que, sobre todo los últimos años, había quedado un poco de lado. Mi familia venía golpeada por un suceso terrible y me refugié ahí. Los primeros cuatro o cinco años post Soda, sencillamente, no hice nada.” (Zeta)

“Ni bien terminó Soda Stereo estaba tan cansado y tan saturado de todo, que pensé que no tocaría nunca más. Era una locura, porque toco la batería desde los 4 años. Pero en ese momento estaba convencido de que no volvería a hacerlo. Obviamente después se me pasó y me fui reconciliando con la idea. Lo que no sabía era si volvería a tener una banda o grabaría solo en casa. Tocaba muy poquito, porque había descubierto otras pasiones relacionadas con la creatividad que me divertían y cubrían mi necesidad de desarrollar ideas. No tuve la certeza de lo que haría hasta que me llamaron en 2003, para los MTV Awards, para tocar en un súper grupo con Vicentico, Juanes y Ricky Martin. Yo estaba en mi casa en California. Ese fue el día en que me di cuenta de que realmente estaba sintiendo mucho la falta de música en mi vida. A tal punto que en la semana siguiente cerré la empresa de tecnología que tenía desde antes de que terminara Soda, volví a Argentina y empecé a hacer música.” (Charly)

“Todo este tiempo sin Soda fue muy enriquecedor para mí. Después de tocar en una banda tanto tiempo necesitaba abrirme a compartir con otros artistas, abrir más el panorama musical. También necesitaba hacerme cargo de mi propio rumbo y esa perspectiva me hizo crecer mucho. Humanamente pienso que el tiempo sirvió para cicatrizar heridas y mirarnos más francamente, aunque no seamos todo lo unidos que fuimos alguna vez. Recuperar el humor y pasarla bien con todo esto es la clave. Seguir jugando. Porque el dinero en danza es sólo una parte y no puede comprarte amor. Es posible que no represente para mí un desafío a nivel artístico como todo lo que vengo proponiendo como solista, pero es un verdadero placer compartir nuevamente con ellos esa magia que se produce cuando nos juntamos a tocar. Es algo para disfrutar. Hay momentos en que siento lo gratificante que es ver a Charly y a Zeta tocando sus instrumentos nuevamente. Los tres volvemos a una especie de adolescencia. De hecho, las versiones suenan más frescas que en toda la última época. Diría que menos contaminadas.” (Gustavo)

Despejemos la euforia, esa contaminacion semiótica: y los egos, la psicológica. En definitiva, la historia íntima, personal, de Gustavo, Zeta y Charly, la leyenda de Soda Stereo encierra, casi como un secreto, el relato quintaesencial de una banda de rock, la gran epopeya de tres jóvenes que simplemente se juntaron para tocar y convirtieron en profecía autocumplida todo lo que el rock como forma de ser les prometía a comienzos de los 80. Una larga, larguísima vida de ensayos, discos, hits, fama, excesos, devociones irracionales, novias comunes, multitudes incontenibles (ese fanatismo desconocido hasta los 8o al sur del río Grande y bautizado “soda-manía”), una productora independiente, peleas, distanciamientos temporarios, reconciliaciones, una separación, álbumes brillantes (Canción animal y Signos entraron en el top 25 entre los 100 Mejores del Rock Nacional elegidos por esta revista) y hasta este regreso con inédita grandeza. Todo. Ninguna otra banda, en la música en español, representa mejor esa épica que incluye el desgaste de la convivencia (“No hubo piñas”, dijeron en 1997) y este reencuentro inevitable.

Y esto es rock, sin lugar a dudas… Pero hay algo de la geografía fundacional que cerrará el círculo de esa trama: fue en los pasillos del club River donde el adolescente Carlos Alberto Ficicchia conoció y coqueteó con Laura Cerati –la hermana de Gustavo– y serán los camarines del mismo club los que amparen la serie de seis estadios repletos –si se confirma una fecha de despedida final para diciembre– que los convertirá en un récord impensado en la historia del espectáculo en la Argentina, cifras que difícilmente vuelvan a repetirse. Es más: curiosamente, hay algo hasta barrial en el relato. La casa familiar de Cerati en Villa Urquiza, la discoteca Airport de Cabildo y General Paz (Núñez) donde improvisaron un primer set en público en 1982 con temas como “Dietético” o “Vitaminas”, el también cercano Stud Free Pub –frente al túnel de Libertador y La Pampa– donde se repartían con Sumo las preferencias del público moderno.

Si se quiere, ésta es la historia perfecta: dos compañeros de facultad con gustos musicales similares (la new wave; del rock estilizado de XTC al reggae y el ska versión británica), deciden sumar a un tercero (baterista de rock, hijo de baterista de jazz) al que conocen por ser un insistente picaflor tras la hermana de uno de ellos. Se juntan, arman una banda con una postura escéptica frente al modelo del rock de la época (a la que bautizan Los Estereotipos, un mensaje tomado de un tema de The Specials), y se ponen a repartir el demo en las radios FM (Lalo Mir les da aire en Del Plata), a pegar afiches, a tocar en los pubs de la zona. En menos de un año logran convencer al cantante de una banda admirada (Federico Moura, de Virus, pionero en la síntesis de rock y modernidad) para que les produzca el disco debut. Apenas cinco años después de formarse ya estaban de gira por siete países, convocando más de 300.000 personas: habían inventado el rock latino. Nada menos.

River fue muy fuerte y digo River porque fue el último-último. Esa gira fue muy emocionante, toda. Pero ese último momento en que se apagó la luz del escenario, recuerdo estar con mi familia, abrazados fuerte, porque se venía un momento de mucho miedo.” (Zeta)

“Estaba tocando «La ciudad de la furia» y me puse muy mal, porque en ese momento yo pensé que cada tema que terminaba ya no lo tocaría nunca más en mi vida. Pero algo pasó y logré revertir ese sentimiento. Me acuerdo de que a la mitad del tema me enfoqué en otra cosa y pensé: «Yo quise hacer esta gira; y la promoví con la idea de pasarla bien y de compartir este momento con los chicos y con el público. Esto tiene que ser una fiesta». A partir de ese momento, lo que podría haber sido un garrón total se convirtió en uno de los mejores shows de mi vida. Desde lo emocional y desde lo musical.” (Charly)

“El concierto final fue algo muy pesado para mí. No porque estuviéramos peleados como mucha gente cree, sino por la carga emocional que tenía una despedida anunciada. Era la sensación de agotar la última reserva de energía tratando de que, aun en la agonía, pudiéramos presentar un espectáculo digno. Actualmente, cuando veo esos shows, siento que la música sufrió mucho menos de lo que yo individualmente sentía y me alegro por eso; hubiera sido un poco frustrante por todo lo que hicimos. Luego sobrevinieron el alivio y la necesidad de pensar para adelante, pero reponer las energías me llevó un buen tiempo.” (Gustavo)

“Yo hice la colimba acá a la vuelta en el 78. una época tremenda, te imaginás. Me acuerdo de que en esa época escuchaba El tren fantasma, el programa de Morano.” La zona, ya lo dijimos, es familiar: Cerati llega al estudio fotográfico de Cabildo y Dorrego, frente al predio de Fabricaciones Militares, con cierto ánimo matinal, cierta tensión. No hubo hasta ahora ninguna situación pública de los tres juntos ante los ojos ajenos, menos ante el ojo fotográfico. Frente al despliegue escénico de cámaras, piensa en voz alta: “Nosotros siempre bajamos línea estética, ahora también debemos hacerlo. Pero los años pasan para todos, ¿no?”. La sesión de fotos y los recuerdos de adolescencia deberían llevar la charla al merecido recuerdo de Alfredo Lois, el verdadero “cuarto Soda” (compañero de facultad de Zeta y Gustavo, iconógrafo oficial de la banda), mientras un staff de estilistas ya dispuso un ambiente repleto de camisas, sacos, accesorios. Zeta hace honor a su mood amable y ligero pero también a su rigurosa impuntualidad: “Después de que ves a tu hijo tocando en calzas, ya está. Simón tiene 17 y ya tiene su banda… ¿Qué hacés después de ver a tu hijo tocando en calzas? ¡Aunque seas un Soda Stereo! Ya fue. ¡Podés ponerte lo que quieras!”. Charly, amigable, puntual, profesional, preferirá deambular y ocuparse él mismo del asunto.

Hasta dará consejos de software y repasará su vida al frente de un proyecto editorial: “Es un re quilombo. Llegué a manejar una empresa de más de cien personas. Imaginate… ¡Tremendo!”. Ya están los tres. Cada uno en la suya. Empieza la sesión. Volvió Soda. Los tres están más flacos, más en forma. Y no dejan de ser tipos cercanos a los 50 años. “¿No nos pasamos de rosca?”, preguntará Gustavo por el look. “¡Muy onda Velvet Revolver!”, se ríe. Prende otro cigarrillo. Acaso sea por el regreso de Soda, o simplemente porque es un vicio bravo, pero volvió a fumar. Una modelo adolescente, algo ingenua, toca timbre. Nada que ver. Viene para hacer una producción para una marca de cigarrillos (de algún modo, en las notas de Rolling Stone, siempre hay cigarrillos). Mira y abre los ojotes morenos: ¡están los tres juntos! Su acto reflejo la lleva a sacar el celular y digitar un mensaje de texto a velocidad luz. Sus amigos, su novio, ¿su madre?, también se enteran. “¡Están los tres juntos!” “Sí, parece que se llevan bien.”

¿Cuál es el primer recuerdo –el primero– que tienen de Soda?

Gustavo: Me acuerdo de que entre el 82 y 83 teníamos unas ganas locas de salir a tocar por primera vez y no nos animábamos, buscábamos un cuarto integrante, ensayábamos casi todos los días, escuchábamos juntos mucha música y grabamos nuestro primer demo en casete. Varios amigos, como Richard Coleman, Daniel Melero, Ulises Butrón, Eduardo Rogatti y otros se sumaban a esos ensayos, pero no salíamos de ahí. Parece que éramos demasiado exigentes y teníamos la ilusión de controlarlo todo. Finalmente, una noche estábamos los tres comiendo unos tallarines en la casa de Charly y recibimos un llamado de alguien que nos pedía tocar en un bar de Núñez, ya que la banda Nylon, contratada para esa noche, no podía tocar. Cargamos todo en una furgoneta y fuimos. No recuerdo que hubiera mucha gente, pero tocamos con una excitación desbocada. No creo que tuviéramos más de seis o siete temas, pero los hicimos durar una eternidad. Esa noche había un directivo muy conocido de CBS, Horacio Martínez, productor de Los Gatos y otros. Quedó flasheado con la banda y nos propuso un contrato para hacer nuestro primer disco. No podíamos creerlo, al fin rompíamos el cascarón y con yapa, así que en la madrugada regresamos a comernos los tallarines recalentados.

Zeta: Estuve escuchando mucho el primer disco y me amigué con ese sonido. Cuando salió no nos gustó mucho cómo quedó, pero con la remasterización ganó muchísimo. Ahora la new wave está sonando de nuevo. Recuerdo lo que fue grabar con Federico Moura en ese estudio enorme, muertos de frío. El lugar era para orquestas de tango, en realidad. Me acuerdo de cuando hicimos el comienzo de “Mi novia tiene bíceps”, y simulábamos una situación de gimnasio. Era la época en que la gente empezaba a tener la costumbre de ir al gimnasio. Reproducíamos un gimnasio, con Taverna [Adrián, el técnico de sonido histórico –y actual– de la banda] haciendo de profesor y nosotros moviendo los pies de los micrófonos como si estuviéramos en una clase de gimnasia, ¡para que quede grabado! Y ahora que la escucho es como una estupidez de chicos, ¿no? Pero nos divertíamos mucho. En “Jet-set”, que es el comienzo de nuestro disco debut, también. Empieza el tema y hacemos “tuc tururuc tuc tac tac” y lo que estalla junto con la música es una fiesta, un montón de gente gritando. Yo fui a comprar espantasuegras, papel picado, serpentinas, globos. En el momento en que largaba el tema, tirábamos papel picado, zapateábamos los globos y gritábamos. Eramos tres o cuatro, divirtiéndonos en un estudio enorme, como si estuviéramos en una fiesta de cumpleaños. Es una pista que casi ni se escucha, pero me acuerdo mucho de las ganas de divertirnos dentro de un estudio.

Charly: Yo todavía los puedo ver a Gustavo y a Zeta entrando por la puerta de mi casa, el primer día que nos encontramos para conocernos y para ver qué hacíamos. Sentí una fuerte conexión humana. Recuerdo que ese día no tocamos: hablamos. Soñamos como cualquier grupo que recién comienza. Dijimos: “Vamos a hacer una banda y vamos a hacer esto y lo otro y estaría bueno aquello y la estética”.

La verdadera sensación la tuve el primer día de ensayo, estábamos juntos por primera vez después de diez años para tocar y hacer lo que siempre hicimos: música. Ya venía registrando muchas sensaciones con la enorme respuesta del público cuando se difundió la noticia, pero fue ese día cuando comprendí que en cinco minutos de tocar juntos ya superábamos a cualquier banda tributo.” Hasta cuando habla de su mayor emoción, ante el show de más convocatoria, Cerati se permite ese toque de humor. “Se podía palpar la excitación y curiosidad de la gente que trabaja con nosotros, estaban como embobados mirándonos. Así que tuve que echarlos a todos para poder estar un rato divirtiéndonos y tocando los tres solos.” Las últimas imágenes que tengo de los tres, por separado, antes de los ensayos, de esta entrevista, de la sesión de fotos, son similares, con matices y no más de un año de distancia: de noche, en fiestas, con música electrónica de fondo, diferentes pero no tanto: Zeta con amigos y un balde de champagne y latitas de energizantes; Charly rodeado de mujeres y varones que parecían gerentes de empresas en un momento de ocio intenso y reparador; Gustavo con mujeres, músicos y un entorno de incondicionales, creativos. Los tres animados, entusiastas, pasándola bien sin mayores pretensiones. Separados. Parecidos. Ninguno antes de las 3 am. Areas VIP “Jet-set”, podría decir alguien… Pero ahora estamos detrás de la consola y es Cerati el que nos grita desde adentro de la sala, nos invita, nos hace sentar, y marca cuatro. En los ensayos, el repaso de una selección de 35 temas es estrictamente cronológico: “Vitaminas”, “Trátame suavemente” de Daniel Melero, “Sobredosis de TV”, “Tele-ka”… Hoy arrancan por “Signos”.

La distribución espacial es como la de dos triángulos isósceles (otra esdrújula, si se me permite). El primero –formado por baterista sobre tarima y bajista sentado en el piso en posición de medio loto–, tiene su vértice en el guitarrista, también sentado, rodeado por una pedalera y un escritorio con un teclado MIDI. El guitarrista tiene de frente al tecladista, y si hay un diálogo dominante, visual y oral, esta noche, es entre ellos. A su vez, el tecladista, parado frente a sus dos juegos de “chapas”, forma otro triángulo con los otros dos invitados. Así, la identidad siempre lábil de “el cuarto Soda” se reparte en tercios con el histórico Tweety González y Leandro Fresco (de la última banda de Cerati) y Leo García. Ya pasó la primera semana de ensayos, el clímax de este regreso. El momento clave cuando todas las dudas, propias y ajenas, debían despejarse. El propio Cerati rescata todo lo que estaba en juego entre esas tres partes: “Yo mismo no estaba muy seguro de lo que iba a ocurrir antes del primer ensayo, aun teniendo la mejor disposición. Luego de charlar un poco y aflojarnos, anotamos en un pizarrón todos los temas que nos gustaría ensayar, casi cuarenta, y a los cinco días ya los habíamos tocado todos. Eso borró cualquier duda. En un punto siento como si no hubieran pasado diez años. Estar trabajando con la mecánica de siempre nos mantiene a los tres bastante cuerdos y tranquilos frente a toda la presión alrededor”.

Charly agrega: “Antes del primer ensayo estaba nervioso, con mucha expectativa, provocada más por el reencuentro humano que por el musical, que en definitiva es lo que mueve todo esto. Un mes y medio antes, me puse a tocar los temas solo en la sala para poder llegar al primer día de ensayo habiendo hecho un repaso total de toda la discografía de la banda y calmar un poco mi ansiedad y nervios. Ya nos habíamos visto y charlado en diferentes eventos, nos habíamos reunido en mi casa y hasta teníamos un contrato firmado, pero la ficha no me había caído del todo. Recién después del primer ensayo las cosas se relajaron. Fue el día en que tomé real conciencia de la concreción de la vuelta de Soda”. Zeta va más lejos: “Los primeros días tocando fueron realmente emocionantes. Nos dimos cuenta de que seguía pasando algo especial. Estábamos los tres solos, tocando, e íbamos a los pedos, los temas salían y te los acordabas. Definitivamente estaban ahí, en el ADN de cada uno”.

Alberti, Charly. Baterista.

“Creo que fui el primero que se reconcilió con la idea de que Soda podía volver”, sentencia Charly Alberti. “Sin duda el proceso llevó su tiempo y fue una suma de circunstancias y vivencias que fueron generando señales de distensión entre nosotros. En lo personal, la razón quizá fue que post Soda Stereo me dediqué a desarrollar ideas y proyectos fuera del campo de la música, que a su vez eran parte de un desafío personal que quería afrontar y que por suerte tuvieron éxito. Con la tranquilidad y seguridad personal que me daba el hecho de lograr mis objetivos solo y en otra industria (la tecnológica), pude tener otra visión y comenzar a entender lo que había sucedido con el grupo, desde afuera y con otra calma. Pude analizar lo bueno y lo malo, y el porqué de cada momento. Quizá por eso fui el primero en hacerlo público. Ya hacía varios años que yo venía diciendo: «Bueno, alguna vez puede ser que Soda vuelva».” No escapa al ojo externo el rol visible de Charly: su despegue absoluto de la escena musical hasta la aparición, este año, del disco de Mole; su rol mediático como embajador de Apple, pionero de Internet, referente tecnológico. Y también como figura en las vidrieras de las revistas.

Fuiste un pionero tecnológico, tu empresa transmitió la despedida de Soda por Internet. Muchas de las cosas que prometías se cumplieron. ¿Cuál es tu mirada sobre la industria hoy?

En lo tecnológico hay muchísimas cosas pasando, muy interesantes. Lo tangible de forma inmediata en América Latina será 3G y todo lo que venga en un celular. El teléfono va a ser tu mundo. Es ahí: el wireless, la videoconferencia, la música, todo.

Por otro lado, tu vida mediática post Soda parecía marcada por tu vida social…

Sí, fue así. Lo poco que la gente supo de mí durante mucho tiempo fue a través de las fotos que salían en la sección de “sociales” de las revistas. Pero en los últimos años decidí tener un perfil mucho más bajo: una vez que cerré mi empresa de tecnología, asumí que no me interesaba que la gente supiese qué era lo que estaba haciendo. Tengo como política de toda la vida no dar entrevistas si no tengo nada que contar. No me interesa estar en los medios porque sí. La vida social es algo que uno no puede evitar. Tengo una vida como la de cualquiera. Dentro de la complejidad de cada uno, soy un tipo bastante sencillo y no dejo de hacer las cosas que tengo ganas. Si voy a un lugar o a un evento obviamente me van a sacar fotos y seguramente saldrán publicadas. Por eso la gente no me leía, no sabía de mí y sólo me veía cuando asistía a algún evento social y me sacaban una foto.

¿En qué momento de estos diez años extrañaste más a Soda Stereo?

Fue in crescendo. Soda se separó por cansancio, porque estábamos saturados. Hoy puedo ver que los roces que se producían tenían que ver con haber crecido juntos, sin haber dedicado el tiempo y las ganas de entendernos. Por no hablar. Las broncas estaban generadas por el exceso de tiempo juntos y por el cansancio en la relación, pero no por otra cosa. Si bien con los proyectos post separación realmente la pasaba muy bien y me entretenía muchísimo, de a poco y al ir madurando y entendiendo qué había pasado, comencé a sentir cierta nostalgia por la banda.

¿Cómo será tu primer día después de esta “burbuja en el tiempo”?

El primer día, no sé… Quiero dedicar mis próximos años a Mole. Tengo una gran banda esperándome, un proyecto absolutamente nuevo que no tiene nada que ver con Soda Stereo. Seguramente después de un corto descanso comenzaremos a ensayar, porque quiero salir a tocar en febrero, pero no sé. Supongo que el último día que toquemos con Soda estaré muy sensible.

Bosio, Héctor. Bajista.

Es curioso escucharlo a Zeta, cada sábado, hablando de música en Rock & Pop. O verlo como conductor de Rock road, por MuchMusic. Siempre relajado, su tono y sus reflexiones sobre el nuevo rock internacional y los festivales de rock europeos contienen la infidencia del entendido, del que ya la vivió, pero con la mirada entusiasta de quien siente una pasión irreemplazable por aquello de lo que habla. Si no… ¿qué sentido tiene que dedique, él –que llenó todos los estadios que quiso– quince minutos a explicar el fenómeno The Gossip, o su fanatismo por The Presets, Cansei de Ser Sexy o New Young Pony Club? “Me sorprende la capacidad que tengo de sorprenderme. Son generaciones nuevas que vienen con otra data y procesan las cosas de otra manera. Hoy se puede encontrar música de todo tipo e incluso es más fácil conseguir que la música nos acompañe a distintos lugares. De repente, que vos puedas escuchar un tema, tres veces, en un teléfono, y así conocerlo, está bueno. Gracias a Internet también se ha recuperado mucho la posibilidad de autogestionarse, de autodifundirse. Hay bandas famosísimas como Clap Your Hands Say Yeah! o Arctic Monkeys, comentadas por todo el mundo, que se difundieron a través de la web. Y a mí, personalmente, me gusta mucho la experiencia conjunta, donde la música forma parte de una experiencia colectiva. Como en los festivales…”

Estuviste mucho tiempo sin hacer nada, pero tu rol, desde que volviste a la industria, estuvo del lado de las bandas nuevas.

Recién me conecté a fines del 99 o principios de 2000. Fue con Proyecto Under, una gran idea, un sitio que quiso ser algo como lo que hoy es MySpace: un espacio en la web para bandas que estaban empezando, para mostrar óperas primas. A partir de ahí volví a conectar con la música, con la industria… Y empecé a encontrar de nuevo la motivación. Después entré en Sony, estuve un año como director artístico. Ahí surgieron las ganas de hacer un sello discográfico como proyecto madre de mi reinserción en la música. En un año produje siete u ocho discos. Y después desarrollé la productora, Seres de Otro Planeta. Para el año que viene ya tenemos contrato para seguir con los programas, especiales en Chile, cosas audiovisuales en Internet.

Tu regreso al rock a escala fue con Catupecu Machu. Estuviste muy cerca de ellos: conectado a Gabriel, tocando el bajo…

La experiencia con Catupecu para mí fue fantástica. Cuando me invitaron a participar de esa gira, ni lo pensé. Me salió incondicional, porque lo necesitaban los chicos. Pero para mí, también era una historia re linda. Volver a estar de gira con una banda. Si bien era un esfuerzo muy grande, la idea de volver a subir a un escenario para tocar semejante música hizo que no me importara nada más. Encontré una hermandad. Los chicos son una familia y me han hecho formar parte de esa familia. Fueron conciertos muy intensos y memorables.

¿Y cuál fue el momento exacto en que sentiste que esto que volvía era Soda Stereo?

Hace dos o tres años, la discográfica lanzó un DVD que se convirtió en el más vendido, sobre cualquier artista que estuviera trabajando en ese momento. Eso me hizo dar cuenta de que había una vigencia arrolladora que naturalmente iba a llevar a la reunión del grupo. No tuvo promoción: se puso en las bateas y se agotó. Ahí me di cuenta de que la gente estaba necesitando y queriendo que el grupo volviera y eso iba a hacer que el grupo, tarde o temprano, regresara. Ahí empecé a sentir que era posible.

Eso siempre existió. Faltaban ustedes tres.

Yo, personalmente, me terminé de amigar con la idea viendo por televisión un show de Paul McCartney; viendo las caras de la gente, como en estado de éxtasis, qué sé yo, de amor… Con el corazón abierto y lágrimas en los ojos, viviendo el momento más emocionante de su vida. Y pensé: con Soda lográbamos escalas parecidas a ésa en los conciertos. Empecé a pensar en el valor que podía tener una posible reunión. Vi el poder que seguía teniendo Soda como banda. Después nos llegó una propuesta y la analizamos. Económicamente era súper gratificante pero quisimos respetar los tiempos, y nos pareció que con tanto apuro no lo íbamos a poder considerar como un disfrute. Podía no salir bien. Hacía mucho que no nos veíamos y que no hablábamos. Pero la sorpresa que me generó esa propuesta, hace dos años y medio, fue que al menos los tres la analizamos. A partir de ahí sentí que se abrió una puerta. Y después sí, ya vinieron los encuentros entre nosotros y un montón de cosas que fueron generando la corriente. Cambió la polaridad de la energía.

Cerati, Gustavo. Guitarrista, cantante.

¿En qué momento de los diez años extrañaste más a Soda Stereo?

No registro un momento en particular, supongo que es porque, por un lado, no soy muy nostálgico y porque estuve concentrado y entretenido en mi propio viaje, disfrutando a full. Eso no significa que no vengan a mi memoria recuerdos y experiencias imborrables con la banda. Además, en muchos lugares por donde ando tocando, anteriormente, estuve con Soda, así que salen a la luz anécdotas e imágenes que me conectaban con eso. Igualmente creo que fue sobre todo la gente la que mantuvo viva la cosa.

Sobre Cerati se supo casi todo: desde los experimentos abstractos de Plan V (su proyecto electrónico experimental con el que salió a tocar apenas minutos después del “Gracias totales”) hasta la gira internacional de Ahí vamos, su reconciliación con el público masivo.

Indudablemente, por la repercusión, la gente estaba esperándolos: ¿qué crees que Soda le devuelve al rock nacional y latino? ¿Qué vuelve con ustedes?

Soda se convirtió en una banda muy grande, pudimos combinar sofisticación y popularidad, incorporar elementos sonoros y estéticos de vanguardia con una visión pop y rockera. Varios discos potentes, shows tremendos, un montón de canciones, historia. Lo popular hoy en día parece un sinónimo de chato y falto de vuelo. Por supuesto que hay mucha gente por ahí haciendo música increíble pero pocas bandas pueden hacer gala de tantos años de éxito masivo y al mismo tiempo proponer evolución, sintonía, excitación y búsqueda. Nosotros redoblamos la apuesta con cada disco y gira, nos animamos a la aventura de hacer lo que nos parecía y sobrevivir a ello. No es poco. Convengamos que ahora vivimos otra época y eso le otorga una mística extra a todo lo que hicimos entonces. También creo que la repercusión de mi carrera solista levantó la temperatura para este encuentro.

¿Cuál era tu relación con la obra de Soda? ¿Más allá de para tocar los temas, escuchabas los discos?

Es parte de mi historia, por supuesto, y aunque uno dé vuelta la página, porque es necesario y vital hacerlo, son muchas las canciones e imágenes que han quedado resonando en la gente y en uno mismo. Y aun en un montón de músicos a los que les cuesta reconocerlo. Siento orgullo de haber sido parte de una banda así y creo que provocamos un sentimiento similar en mucha gente. Es una gran responsabilidad estar a la altura de ello y aunque no va a volver a repetirse algo semejante, podemos hacer algo especial y único nuevamente. Así que toda esta movida también es un desafío. Francamente, ¿acaso no es eso una característica de Soda?

¿Estás nervioso?

En todo caso son nervios que valen la pena, me mantienen ocupado. Siempre es más agradable pensar en un hola que en un chau, así que me preparo para una graaan fiesta.

¿Y tu primer plan para 2008?

Descansar de todo ayer.

“¿Podes bostezar para otro lado?”, Cerati apura al colaborador con tono de profesor de secundario. Zeta distiende, y convierte la frase en chiste: “Por lo menos hacelo apuntando a los pósters de la pared”. Charly sale volando de su banqueta y convierte el chiste en broma física: algo táctil, un empujón, una cachetada. Al toque Cerati vuelve al punto: “Se nos fue muy Pet Shop Boys, y es más Duran Duran”. Risas. Están grabando una versión de referencia de cada tema que atravesará el continente para caer en manos de Martin Phillips, el diseñador de la puesta en escena de Daft Punk y de Nine Inch Nails que le dará vuelo escénico a esta gira: ya envió unos bocetos con tres impactantes pantallas de LEDs detrás de cada músico. Están ultimando los detalles operativos que pondrán en marcha más de 10.000 kilos de cargas en equipos y más de 50 personas por toda América. Están definiendo los pasos a seguir con Juan Carr, de la Red Solidaria: no sólo quieren donar dinero (al Hospital Garrahan y Cáritas) sino además aprovechar este aluvión de popularidad para contagiar a sus seguidores a que donen su tiempo, una jornada de 2008, a tareas solidarias: “Doná un día de tu vida” se llamará la campaña. También están ultimando los detalles para el asado por el cumpleaños del mítico Taverna. Sí: hay una banda ensayando… Colgados por las paredes hay discos de platino, honores por los millones de discos vendidos, símbolos de una industria discográfica que, en definitiva, sigue dependiendo de esto: tipos que a los 20 años se cruzaron por algo tan circunstancial como una carrera universitaria o una hermana atractiva y superpusieron sus ambiciones en una banda de rock. Ningún guionista, ningún reality, podría haber ofrecido una leyenda mejor.