Los Rolling Stones lo hicieron de nuevo. Mick Jagger, Keith Richards y Ron Wood tocaron anoche en Boston en el marco del Hackney Diamonds Tour. La banda se paseó por algo más de dos horas a través de canciones de todas las épocas en el imponente Gilette Stadium (ex Foxboro), que vibró ante unas 60.000 álmas.
El dicho es “piedra que rueda no junta musgo”. Y estas piedras no sólo no juntan musgo, si no que se reinventan, sobrepasan tendencias, modas, obstáculos, obtienen más logros, agigantan su historia y un legado inalcanzable.
A las 21, la banda irrumpe en escena y Keith Richards dispara con su guitarra el primer y letal riff de “Start Me Up”. Luego seguirá el paseo por los años sesenta de “Get off of My Cloud” y una vuelta por los setenta con la sanguinaria versión de “Bitch”. El turno de los ochenta llega con “Emotional Rescue”.
Boston es la octava parada de los Stones en el tour de veinte shows para presentar su reciente disco Hackney Diamonds, casi tres meses a través de los Estados Unidos y Canadá. Durante el set de 19 canciones y de poco más de dos horas, interpretan clásicos inoxidables como “Tumbling Dice”, “Sympathy For The Devil”, “Gimmer Shelter”, “You Can’t Always Get What You Want”, Paint It Black” y “Honky Tonk Women” y algunas novedades como “Angry”, el primer corte del nuevo álbum, el épico góspel “Sweet Sounds Of Heaven” y con el contagioso y bailable “Mess It Up”.
El escenario durante esta gira es más bien minimalista. Cuenta con dos pasarelas a cada lado y una extensa tarima central, que termina en círculo. Una pantalla gigante de alta definición dividida en tres secciones y una puesta de luces fabulosa y efectiva.
La primera parte del show cuenta con un listado renovado. Ronnie se luce en varios solos y hace coros en “Angry”, una postal que hace tiempo no se veía. Jagger presenta a cada integrante de la banda: Darryl Jones en el bajo, Chuck Leavell en teclados y el baterista Steve Jordan, que con su propio estilo-, ocupa el lugar del irreemplazable Charlie Watts. Los coros están a cargo del ya habitual Bernard Fowler y la debutante Chanel Haynes. La agrupación se completa con Matt Clifford en teclados y cuerno francés y los vientos de Tim Ries y Karl Denson.
Luego llega el turno del mini set de Keith. Primero va con “Tell Me Straight”. Sonidos de guitarra acústica que se entremezclan con el slide de Wood y la voz rasposa y sentida de Keith. “En todas partes donde miro hay recuerdos de mi pasado. ¿Todo mi futuro está en el pasado?”, se pregunta el guitarrista. Pero en “Little T&A” vuelve a ser un lobo feroz aullando en lo profundo de una noche de luna llena.
La segunda mitad del show, como ya es tradición, consiste en una incesante catarata de grandes éxitos. Al tiempo que el ritmo percusivo anuncia la llegada de “Sympathy For the Devil”, el escenario se tiñe de rojo. Tampoco “Midnight Rambler” podía faltar en esta ciudad: la oda blusera alude al estrangulador de Boston, al tiempo que sus intérpretes brindan un concierto asesino.
Chanel Haynes demuestra toda su potencia vocal a través de “Gimme Shelter” respaldando a Mick Jagger en un atractivo y sensual ida y vuelta. Aparecen las cartas y largas piernas con tacos para la intro de “Honky Tonk Women”.
Previo al interludio, la crónica de un final anunciado, pero siempre emotivo. Keith arroja dos bombas letales: “Paint It Black” y “Jumping Jack Flash”. Se retiran ovacionados del escenario y se apagan las luces. Aunque sólo por unos instantes.
La banda regresa para “Sweet Sounds ff Heaven”, otro de los estrenos dotados de alto voltaje y emotividad. La multitud enciende sus celulares ante el pedido de Mick. Chanel Haynes calienta el ambiente con su sensualidad y con una voz tan sugestiva y expresiva como no ocurría desde el apogeo de Lisa Fischer.
Se cierra el telón con “(I Can’t Get No) Satisfaction”, el himno de 1965 tan vigente y actual como desde entonces. El público ovaciona a sus héroes.
El tiempo no espera a nadie, pero sigue estando del lado de una banda que le gana la batalla al tiempo, se resetea y sigue allí en su “oficina” -el escenario- haciendo felices, cada noche, a miles de corazones.
Tras más de 60 años de trayectoria, ellos están allí. Agradecen, sonríen, vuelven a regalar una felicidad impagable. Recorren su amplio repertorio a base de blues, rock and roll, soul, folk, country, góspel, disco y baladas.
Keith acaba de aparecer en el concierto celebración por los 90 años de Willie Nelson y Mick en el de Post Malone. Y allí está uno de los secretos de su vigencia: esa amplia versatilidad.
Los Stones son la combinación perfecta de potencia cruda y distorsionada, sincronización y por supuesto la calidad creativa en cada melodía que enaltece el arte musical con una marca registrada hace 62 años y con un pulso rítmico inimitable. Las guitarras están finamente entrelazadas, y un Jagger incontenible que desborda de energía, es todo entrega, gracia y elegancia. Su voz está intacta y no se guarda nada, inclusive en los ocasionales falsetes.
Los Stones, a esta altura patrimonio cultural del mundo, se despiden y reverencian a una audiencia que queda extasiada y que emprende la retirada con la convicción de haber presenciado un acto histórico.