Dave Mustaine de Megadeth: “No me quiero bajar nunca del escenario”

Tras superar un cáncer de garganta y cambios de formación, la voz y la guitarra de la histórica banda metalera vuelve para confirmar su amor por Argentina

Por  DIEGO MANCUSI

abril 8, 2024

Dave Mustaine vuelve a la Argentina con Megadeth.

Foto: Gentileza Gibson

“No, no, eso nunca va a pasar. No, no, no, no”, dice Dave Mustaine con todo el énfasis que tiene en stock. Lo que no va a pasar es un show en el que toquen juntos algunos de los grandísimos guitarristas que lo acompañaron en Megadeth a lo largo de estos cuarenta años. Está claro que los fans no se ofenderían y en sí no sería imposible: invitó a Marty Friedman a subir al escenario cuando pasó por Japón el año pasado, con Kiko Loureiro también quedó en excelentes términos y básicamente todo podría arreglarse con un par de llamados.

El cantante y guitarrista de Megadeth, Dave Mustaine. (Foto: Getty Images)

Pero no, no, no, no, eso nunca va a pasar porque “estos tipos son demasiado importantes para mí como para hacer algo tonto como eso”, dice. Lo compara con “aquella vez que Muhammad Ali peleó contra un luchador” (Antonio Inoki, 1976), un yeite con más de circo que de música que “no sería respetuoso con el legado que estos tipos construyeron”. Sobre el final de sus carreras, dice, la gente hace gansadas como esa: “O saben cuándo retirarse, o siguen por demasiado tiempo y terminan avergonzándose a sí mismos”. Y él pasó por mil, pero el ridículo no lo pisó ni —jura— lo pisará jamás.

Como si le faltaran vínculos con este país, los últimos cinco años de Mustaine son el mismísimo meme de Alberto Fernández diciendo “qué pasó ahora, la puta madre”, con cara de haber sido repetidamente vejado por la vida. En mayo de 2019 entraron al estudio a trabajar en el sucesor de Dystopia (2016) y un mes después tuvieron que suspender grabación y gira porque al líder se le diagnosticó un cáncer de garganta. Del cual, por fortuna, se libró al cien por ciento en enero de 2020… justo para el momento en el que colapsaba el mundo por la pandemia de Covid-19.

Tenían un tour con Lamb of God listo para arrancar pero se tuvo que posponer para 2021, y cuando la cosa se encaminaba aparecieron en internet videos sexuales del bajista Dave Ellefson, y aunque después se supo que la fan que los grabó era mayor de edad y dio su consentimiento, igual el Colorado le sacó —valga la redundancia— la roja a su socio por el escándalo. Volvió James LoMenzo y al fin remaron el disco maldito, The Sick, the Dying… and the Dead! (2022), y entonces hubo que salir a presentarlo y en el medio de la gira Kiko se fue de la banda por problemas personales. Lo reemplazó el finlandés Teemu Mäntysaari (ex-Wintersun) y desde ese momento —tocamos madera— viene todo más o menos bien, gracias a lo cual los vamos a tener entre nosotros otra vez, entre el 12 y el 14 de este mes, en el Movistar Arena, a meses de cumplirse treinta años de aquella mítica seguidilla de Obras con la que debutaron en su querida Argentina.

Nadie cambia de guitarrista en medio de una gira mundial. Nadie en la vida, nunca, ninguna banda, ni Spinal Tap. Pero a Megadeth le tocó, y Mustaine le tiene a su nuevo soldado la misma fe que a su antecesor: “Teemu se sabía todas las canciones antes de llegar. Nos aseguramos de eso, y lo eligió Kiko. No podía ser la persona equivocada para el puesto, nos hubiéramos dado cuenta. Y creo que Kiko no se hubiera podido ir a casa tranquilo, habría quedado preocupado. Es un buen tipo, no quería dejarnos. La pasamos bien juntos, de verdad. Lo quiero mucho a Kiko, le deseo lo mejor. Y Teemu, por su parte, va a hacer feliz a todo el mundo. Ya lo van a ver”.

Con él hicieron parte de la segunda pata norteamericana del Crush the World Tour sobre el final de 2023 y con él bajan a Sudamérica (si no cae alguna otra calamidad) ahora, para tocar un set sorprendentemente horizontal: no más de dos temas por disco, con varios clásicos y los estrenos “Soldier On!” y “We’ll Be Back” (a veces ni siquiera el primero).

El finés, decíamos, subió con el camión en marcha, se perdió todos los preparativos y tuvo que aprender a andar, andando: “Cuando sumamos una canción nueva al set normalmente la probamos en los ensayos para las giras, porque no solemos ensayar mucho cuando volvemos a casa. O sea: vivimos en países diferentes. Con James y Dirk [Verbeuren, baterista desde 2016] vivimos en lados opuestos de Estados Unidos: yo vivo en el sur y ellos en el sudoeste, yo en Florida y ellos en California, y Teemu vive en Suiza. Pero hacemos algunos arreglos y nos encontramos en Nashville y de ahí salimos a la ruta”, detalla Mustaine sobre la logística.

El Colorado es seco para comunicarse, un poco intimidante, aunque nunca pierda la cordialidad, pero cuando habla de salir de gira se le achispa la voz porque es, a todas luces, un bicho de escenario. Y eso que nunca le costó componer: antes del parate conflictivo entre sus últimos dos discos, nunca había pasado más de tres años sin editar algo desde el debut Killing Is My Business… and Business Is Good! de 1985. Un ritmo de otra época.

“Yo iba, me encerraba en el estudio y eso significaba que teníamos un disco listo cada dos años. Lo hicimos por bastante tiempo. Pero en un momento noté mis responsabilidades como compositor: no era una contribución, estaba haciendo todo yo y se me volvió un poco más difícil redondear canciones significativas. Resumiendo: estando solo me costaba ir al punto todo lo rápido que yo quería y me gustaba cuando tenía a otras personas aportando”.

Así fue que se robó a Kiko Loureiro de Angra, mucho más un amigo y compañero creativo que un guitarrista a sueldo, con el que congenió de arranque y al que ahora, insiste, extraña mucho.

O sea: le gustaba escribir canciones, después se sintió muy solo y ahora le estaba tomando el gustito de vuelta. Pero igual: Mustaine —dice— necesita la tensión de cuarenta mil tipos transpirados gritando su nombre: “Viste que hay músicos que dicen ‘mi canción favorita es la última del set’ porque están ansiosos por bajarse del escenario para irse de joda. Honestamente, digo que Megadeth pudo haber hecho algo de eso en los 80, pero no siento que yo sea así. Yo no me quiero bajar nunca del escenario. Así que mi canción favorita es la primera, porque es el momento en el que todos se vuelven locos y quieren concentrarse y tratan de sacar sus cámaras… toda esa excitación es espectacular. Lo sentís. Ves cómo cambia la temperatura en el lugar. Está todo tranquilo y de repente ‘dale, vamos, está pasando’. Es como ver un choque en cámara lenta. Es fascinante. No querés perderte un segundo”.

Dave Mustaine, a puro headbanging, en un show de Megadeth. (Foto: Katja Ogrin/Redferns)

En ese amor por el vivo, la noche del 1° de diciembre de 1994 se encontró con un público que le potenciaba todavía más la experiencia. El momento en el que el líder de Megadeth se dio cuenta de que Argentina sería, de ahí en más, su lugar en el mundo, fue “aquella noche en la que tocamos en Obras”, y más precisamente el segundo en el que el riff de “Symphony of Destruction” mutó en grito de guerra: “Empezaron a cantar ‘aguante Megadeth’ y paré lo que estaba haciendo para poder escucharlos. Y dije ‘bueno, esto es genial, lo más cool que escuché’, pero no sabía qué significaba, me contaron cuando me bajé del escenario. Y me encantó. Esa es la conexión eterna que tengo con Argentina”.

Sabemos que no es biribiri demagógico porque si algo le resbala a Mustaine es “lo que se debe decir”. Por ejemplo: Robert Fripp le elogió “Holy Wars” y él le agradece con mucho respeto pero también remarca que “en realidad no conozco nada de cómo toca la guitarra el señor Fripp: sólo sé que es un guitarrista muy de avanzada y que tocó con Bowie y esas cosas” (él, dice, siempre fue más hincha de Angus Young, Michael Schenker y Jimmy Page).

También cuenta que lo más que se aleja del metal a la hora de escuchar música es hasta el punk, pero que la única banda del género que le parece que vale la pena porque “hicieron una diferencia” son los Sex Pistols. Y ni hablar si enfilamos para el lado de la política: cada vez que abre la boca hace desmanes.

Siempre comprometido, pero nunca panfletario, Mustaine se maneja con sus opiniones como con su banda: hay que lograr que lo que uno hace sea imponente, pero al mismo tiempo hay que evitar hacer una de más y terminar siendo un esperpento con diez guitarristas. Moderado en su desmesura, se le consulta si le parece que vivimos una época de sobreactuación de las reacciones y responde: “Estoy de acuerdo, pero no me importa. Nunca me importó. En Estados Unidos tenemos algo llamado Primera Enmienda: habla de la libertad de expresión”.

Y ese uso discrecional de la libertad de expresión norteamericana —elabora— es uno de los factores que hacen de Megadeth una banda movilizante en lugares con menos suerte: “Cantamos sobre nuestra vida en Estados Unidos. Para alguna gente es perfecta pero no, no es perfecta, está lejos de serlo, pero podemos cantar sobre eso. No en muchos países podés decir cosas como estas sin ser marcado como disidente. Andá a decir algo como eso en China: estás acabado. En Pakistán, donde ni siquiera creo que se pueda escuchar música estadounidense. Y nos encantaría ir, porque vamos a la India, por ejemplo. Pero no sé si la gente quiere escucharnos. Nosotros vamos y decimos ‘eh, algo está mal acá, fijate’, pero no le decimos a la gente cómo vivir”.