Los 40 discos esenciales del metal argentino

Rolling Stone convocó a músicos, periodistas especializados y distintos personajes de la industria para confeccionar la lista definitiva del género

Por  ROLLING STONE

diciembre 8, 2022

Hermética, la banda liderada por Ricardo Iorio, está en el primer lugar de la lista de RS con Ácido argentino, su segundo disco

Foto: Andrés Violante

En 1980, los primeros shows de Riff y V8 plantaron las semillas del metal en la Argentina. En cuestión de meses, el sonido de las guitarras metálicas, acompañadas por un discurso contestatario que incitaba a la rebelión (interior y exterior), se convirtió en la válvula de escape de un puñado de jóvenes en aquellos tiempos violentos, ensombrecidos por la última dictadura, y la escena local cambió para siempre.

Para celebrar aquel hito, ROLLING STONE convocó a músicos, periodistas especializados y distintos personajes de la industria del metal para confeccionar la lista definitiva de los 40 discos esenciales del género que cuatro décadas después ha encontrado su lugar a fuerza de resistencia y convicción, evolución y diversificación, sangre, sudor y lágrimas. Vengan todos que acá hay un lugar, junto a las brigadas del metal.

1. Hermética – Ácido argentino (1991)

Hay discos que definen una era. Ácido argentino no es solo el trabajo definitivo de la que probablemente sea la banda más influyente del heavy nacional, sino también un testimonio importante para comprender una época marcada por la pauperización de vastos sectores de la población. Entre ellos, los pibes de clase media y baja de los suburbios que constituían el núcleo duro del público de “la H”, sujetos a una marginación cada vez mayor por las políticas aplicadas durante los 90. Una juventud que, en número creciente, se quedaba afuera del sistema, sin aspiraciones ni futuro.

Después de un primer disco que había sentado las bases de su estilo, y un EP de tributo a sus influencias (Intérpretes, 1990), que les permitió ganar tiempo, Hermética llegaba en su mejor forma al segundo álbum, para el que contaron con una mayor cantidad de horas de grabación. Además, la entrada de Claudio “Pato” Strunz en la batería aportó un mayor grado de profesionalismo en el sonido, coincidente con el salto en el nivel de convocatoria que la banda estaba atravesando. Su depurada técnica de doble bombo encajaba a la perfección con las composiciones, mayormente orientadas al thrash metal.

Y lo más importante, Ricardo Iorio tenía mucho para decir (como se ve en la extensión de las letras), y la expresión del cantante Claudio O’Connor, si bien conserva sus característicos agudos, se esfuerza para que cada verso sea comprendido.

Esto queda claro desde el comienzo con “Robó un auto”, casi una road movie con una pareja que huye de la ciudad para establecerse en la naturaleza. Esta oda a la libertad en un contexto rutero continúa en “Del camionero”, sobre alguien que encuentra su libertad solo a bordo de un camión.

“La revancha de América” reivindica la causa de los pueblos originarios y funciona como una especie de prólogo de dos temas enfocados en cuestiones espirituales: “Memoria de siglos” (basada en el I–Ching) y “Predicción”. La temática lleva naturalmente hacia “Atravesando todo límite”, con letra de Ana Mourin (por entonces esposa de Iorio).

La rebeldía contra la opresión alcanza su máxima expresión en “Gil trabajador”, uno de los temas emblemáticos del álbum: “Mientras el mundo policía y ladrón/ me bautiza sonriendo, gil trabajador”. “Vientos de poder” (que comienza con unos versos del Martín Fierro pasados al revés) podría integrar una trilogía con “Víctimas del vaciamiento” y “Olvídalo y volverá por más”, canciones que denuncian a los dueños del poder y los políticos corruptos, para finalizar con un mensaje de aliento a sus fans: “Yo seguiré junto al metal en mi mensaje/ Vacilaré si tú no estás en este viaje”.

La arenga a las hordas metaleras continúa con “Evitando el ablande”, y culmina en la extraordinaria pintura urbana de “En las calles de Liniers”, otro de los clásicos de este disco, con su descarnada descripción de la rutina ciudadana. Allí Iorio consigue su propósito de acercarse a otros autores que admira, precisamente por su cualidad de cronistas de la realidad, como Discépolo, Larralde y Javier Martínez.

No hay cabos sueltos en Ácido argentino. Los dos instrumentales finales de los lados A y B del disco, liderados con autoridad por la guitarra de Antonio “Tano” Romano, “Horizonte perdido” y “De Pismanta a Bauchaceta”, dan un cierre perfecto a esta idea de viaje, físico y espiritual, que convierte al álbum casi en una obra conceptual. Lo mismo puede decirse del dibujo de tapa, con el Tío Sam estrangulando a la República, y la foto de la banda, tomada “en los fondos de la planta productora de ácido clorhídrico, responsable de poluir las riberas del arroyo 3 Horquetas, en San Fernando”.

2. V8 – Luchando por el metal (1983)

Le bastaron tan solo veintisiete minutos a V8 para definir estética, musical y filosóficamente su visión del mundo y construir el álbum de metal más emblemático de la historia argentina. Porque en la estrecha senda del heavy nacional podemos encontrar otros trabajos de producción super cuidada y proyección internacional, pero ninguno que se haya erigido como la Sagrada Biblia de un estilo que, con los años, se convirtió en un peregrinaje a la tierra prometida de quienes quedaron fuera del sistema.

Con el vértigo del speed metal, la adrenalina del punk y la gravidez intrínseca de clásicos como Saxon, Iron Maiden y Black Sabbath, Luchando por el metal es la obra urgente de cuatro jinetes de la clase obrera que transformaron su hastío, enojo y frustración en un vehículo desesperado para despertar de los años oscuros y ser cronistas de su tiempo. Todo a la velocidad de la luz.

Equilibristas de su propio caos, V8, como había sucedido a finales de la década del sesenta, se presentaba como un frente de confrontación de aquellas músicas que entendían “complacientes” y que sugerían un “ablande”, encarnado por artistas volcados a la canción folk que habían dominado parte de los setenta (Pastoral, Pedro y Pablo, Sui Generis) y nuevas y refinadas expresiones (Seru Girán, Spinetta Jade).

Desde el comienzo anfetamínico de “Destrucción” (tema que Gustavo Rowek compuso durante sus horas en una fábrica de plástico) hasta el himno tribal “Brigadas metálicas”, pasando por la ominosa “Parcas sangrientas”, el debut de V8 no ofrece descanso. Con un certero Beto Zamarbide, un inspirado Osvaldo Civile, un Ricardo Iorio conveniente y alerta (que comenzaba a agudizar a través de la lírica la mirada social que luego profundizaría en Hermética) y con Pappo como invitado en “Hiena del metal”, la ópera prima de V8 se nos presenta hoy como una joya insuperable dentro del estilo para la música nacional.

3. Riff – Ruedas de metal (1981)

Aunque todavía subsistan en el panteón de la música argentina como unos avatares dignos de un cómic (¿Los Caballeros del Rock Cuadrado?), se pueden divisar variantes y mojones en el sonido de Riff. Los moldes están a la vista, nada tenues, como siempre en ellos.

La grabación del disco, con un título que estaba afanosamente inspirado en el previo y contemporáneo Wheels of Steel de Saxon, fue realizada en un estudio que hoy ya es parte de la historia (Take 1), que Vitico recuerda como “de juguete” y sin productor artístico. A esa suma de adversidades agreguémosle la falta de entrenamiento de los técnicos de época para grabar rock pesado y estaremos cerca de poder explicar por qué Ruedas de metal (1981) es abordado por tantos puntos de vista diferentes a la hora de recordarlo.

El sonido opaco y cavernoso del himno que lo titula lleva una cinemática que hasta podría acercarlos a una versión más guitarrera de Joy Division (comprueben al mismo tiempo lo cerca que los de Manchester estuvieron de Black Sabbath en “New Dawn Fades”). En un tour de force singular advertían la posición que venían a ocupar: “Nosotros los reyes/ de este pesado rock/ estamos alerta/ por cualquier situación”. Se filtran pasajes de punk-rock (“No detenga su motor”, “Rayo luminoso”), que se reafirmaban con el look de pelo relativamente corto y camperas de cuero de cierres cruzados que tenían más que ver con el combat look de The Clash que con otros uniformes metálicos de época.

Nada de esto quita que Ruedas de metal sea una obra destinada para las huestes pesadas y que, como recuerda hoy Juanse, el solo de guitarra a lo Ritchie Blackmore que Pappo ejecutaba en “El marqués bajo la luz” era un ítem a sacar entre los pibes del barrio. Vale recordar que las composiciones oscilaban una repartija entre el Carpo y Vitico (que canta “Sordidez” y “Mucho por hacer”), luego de haber intentado en vivo con otro vocalista (Juan García Haymmes). Este primer opus es de los que trazan una línea divisoria. Antes de él, hard-rock/pesados/zapadas/blues. Después de él, metal/cuero/ciencia ficción/alienación.

4. Rata Blanca – Magos, espadas y rosas (1990)

Más cerca de Arda que del Bajo Flores. Cueros, baladas y violas. Magos, espadas y rosas. En 1990, Rata Blanca tallaba la piedra angular del power metal en Argentina usando la épica y las distorsiones ATP como martillo y cincel. Si hasta entonces el heavy local se caracterizaba por relatar las vicisitudes del hombre suburbano, Walter Giardino y los suyos vinieron a proponer un escapismo a bosques encantados. El inicio con “La leyenda del hada y el mago” seguido por “Mujer amante”, que responde al arquetipo tema-potente-seguido-de-un-lento, terminó por convertirse en icónico para el grupo. En esas canciones se establece una imaginaria ideal para la alta rotación. Amor, teclados y pompas. Eran tiempos en los que el heavy metal a nivel mundial se probaba mil nombres sin cambiar de apellido y a Rata Blanca le cabían los más discutidos por la doxa (soft, glam, hair).

Magos, espadas y rosas fue un acercamiento a dotar al rock pesado argentino de carga sexual, de direccionar la libido hacia el amor romántico antes que hacia la destrucción del sistema y la denuncia social. La mujer es el objeto de deseo y el hombre refuerza su masculinidad apropiándose de elementos a priori femeninos. Pelos, hombreras y botas. Los Rata Blanca recuperaban la imagen del rockero como sex symbol. Y con ello, la popularidad.

Lejos de la tribu pero al calor de las masas, la banda le daba al heavy su crossover definitivo -y a la postre el único-. Magos, espadas y rosas es el disco de las grandes formas (“El camino del sol”), las epopeyas fantásticas (“El beso de la bruja”), los agudos inmaculados (“Días duros”) y los solos con aspiraciones orquestales (“Preludio obsesivo”, de su primer disco, incluido como bonus track). Y en ese dar riendas sueltas a la ambición y las fantasías, con un despliegue de técnica acorde, se abría un universo de posibilidades. Para el obrero y la ama de casa, una burbuja posible antes de la burbuja imposible del 1 a 1. Si los viajes a Miami iban a ser para otros, el trabajador tenía un pasaje a la Tierra Media de Tolkien a un play de distancia. Cuentos, australes y cuotas. Magos, espadas y rosas.

7. Logos – La industria del poder (1993)

A finales de los 80, mientras las esquirlas de V8 mutaban en bandas como Hermética, Horcas y Rata Blanca, Alberto Zamarbide, Miguel Roldán y Adrián Cenci convertían a Logos en la prolongación, bajo sus propios términos, de aquel supergrupo. La industria del poder, su disco debut, parece encarnar una versión más pulcra y elaborada de V8, proyectada siempre a través de la gola combativa de Zamarbide. Grabado en 32 canales bajo la producción de Néstor Randazzo, el álbum de puro heavy clásico gana relieve en sus textos, dividido entre temáticas sociales (“La industria del poder”, “Marginado”) y piezas religiosas alineadas por las creencias evangélicas de sus integrantes (“No te rindas”, “Ven a la eternidad” y “Como relámpago en la oscuridad”). Lanzado en plena noche menemista -en sintonía, la foto de portada corresponde a la película Metrópolis, de Fritz Lang (1927), film donde los obreros tienen prohibido salir de su gueto-, el disco rápidamente se convirtió en clásico.

8. Horcas – Reinará la tempestad (1990)

Los 80 habían terminado, V8 era un parche en un puñado de camperas de cuero y su diáspora empezaba a escribir el segundo capítulo del metal nacional con una nueva biblia en la mano: el recién abrazado thrash de grupos como Testament, Slayer, Overkill o los Metallica pre álbum negro. En esa veta se inscribe Reinará la tempestad, debut de Horcas, muy probablemente el álbum que aprovecha mejor que ningún otro la destreza de Osvaldo Civile. Al gran guitar hero del heavy nacional le da la nafta para machacar en “Devastación”, solear en “Desangren” o puntear en un neoclásico que orilla el power metal en “No habrá piedad”, sentando así la base para las fábulas de lucha y apocalipsis que disponen las letras. Como en todo el heavy de la época, la gran deuda es el sonido: por lo demás, Reinará es -junto al homónimo de Hermética- el primer disco realmente contemporáneo a la era del thrash anglo que se hizo en la Argentina.

9. Los Natas – Ciudad de Brahman (1999)

“Cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone”. La cita de Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, es oportuna para ingresar a Ciudad de Brahman, segundo disco de Los Natas. Entre Hawkwind y Kyuss; Pink Floyd y Black Sabbath; Pappo’s Blues y Vox Dei, el trío formado por Sergio Chotsourian, Walter Broide y Miguel Fernández despliega un sonido valvular abrasivo y una base pesada lisérgica que cabalga entre la aceleración al taco y la lentitud densa. Grabado en San Francisco, Ciudad muta y sugiere un sinfín de posibilidades según el viajero que lo visite. Canciones como “Meteoro 2028” o “Adolescentes” intensifican estímulos nerviosos con paisajes de metrópolis retrofuturistas. Otros temas de tensa calma, como “Paradise” o “El resplandor”, abren puertas de la percepción hacia la paz del desierto. Después de Delmar (1998), Los Natas construyeron un álbum que se apoya en la psicodelia y coquetea con el rock progresivo.

10. Malón – Justicia o resistencia (1996)

Ricardo Iorio esperó muy poco para ver pasar el cadáver de su enemigo. Esto sucedió cuando después de dos discos aplastantes (el debuEspíritu combativo, de 1995, y este, Justicia o resistencia), Malón se desbandó por sus propias internas. Hasta entonces, las tres cuartas partes de Hermética (O’Connor, Romano, Strunz) venían aventajándolo en la guerra fría desatada después de que el caudillo quebrara la H de cuatro puntas: mejor sonido, mayor convocatoria y unas líricas que, aunque muy inspiradas en las del caudillo pesado, se arremangaban para faconearle la onda.

A excepción del remanso instrumental 30.000 plegarias (una estela de new age para un reclamo que el rock luego abandonó) y de la pretensión de la banda de hacer groove metal, la idea de no dar tregua se hace carne en todo el disco. El menemismo es azotado en “Orgías bacanales”, uno de los temas claves del gran disco de thrash de protesta de la escena local.

11. Hermética – Víctimas del vaciamiento (1994)

La mirada aguda de Ricardo Iorio sobre la realidad social argentina adquiere aquí el estatus de inapelable. El conurbano veía cómo se apagaban chimeneas y se bajaban persianas, el sistema de salud público se derrumbaba, el país se conmovía con la muerte del soldado Carrasco y, para sumar desesperanza, Menem se encaminaba a su reelección. Todo eso abordado en un solo disco. Pero la pluma de Iorio perdería poder sin una banda que amplifique ese grito de realidad y resistencia. Hermética suena como los engranajes de una máquina primitiva que se niega a dejar de funcionar; una fábrica en pleno control obrero dispuesta a poner en marcha sus motores y llevarlos al límite de sus posibilidades. Víctimas es una crónica sonora escrita desde las tripas, emplazada en esa cartografía de límites imprecisos (de Pacheco a La Paternal y de Dock Sud a 3 de Febrero), pero con proyección federal. El heavy metal como aguantadero fraternal para negros y grasas, pero para conchetos no.

12. El Reloj – El Reloj (1975)

Probablemente, la piedra fundacional del heavy dentro del rock argentino es el homónimo álbum debut de El Reloj, una banda de la zona oeste del Gran Buenos Aires con un sonido que conjugaba hard y rock progresivo, a la manera de sus admirados Deep Purple. Tenía la particularidad de estar integrada por cinco músicos virtuosos. Su guitarrista y líder, Willy Gardi, tenía formación clásica, influencia que trasladó a la composición y arreglos del grupo. El bajista y cantante, Eduardo Frezza, que junto a Gardi era el principal compositor, poseía una voz aguda y penetrante a la vez que tocaba intrincadas líneas de bajo, casi como si fueran Ian Gillan y Roger Glover fundidos en una sola persona. Luis Valenti era uno de los pocos especialistas en órgano Hammond, con un sonido majestuoso, y el baterista, Juan Espósito, fue uno de los primeros en utilizar doble bombo en el rock local. Osvaldo Zabala bordaba junto a Gardi complejos arreglos de guitarras armonizadas, una modalidad que también era inusual para la época. El sonido de la banda combinaba velocidad, precisión y virtuosismo. Su carácter pionero asombra más aún por el hecho de que sufrieron demoras para poder concretar su primer álbum, y las composiciones datan de varios años atrás (incluso hay dos singles previos, editados en 1973 y 1974). El primer tema, “Obertura–El viejo Serafín”, mostraba el lado más sinfónico de la banda. “Más fuerte que el hombre” está construida sobre el velocísimo ritmo de doble bombo de Espósito, e “Hijo del sol y la tierra” tiene una compleja estructura, con diversas secciones, cortes, cambios de ritmo, y un gran solo de Gardi. “Alguien más en quien confiar” y “Blues del atardecer” habían aparecido previamente en un simple, pero el grupo volvió a grabarlas para este LP, en versiones más extensas. Continúan siendo hasta hoy los dos clásicos por excelencia de El Reloj, que sigue tocando en la actualidad.

13. Carajo – Carajo (2002)

Sobre el fin de siglo, Marcelo “Corvata” Corvalán y Andrés Vilanova no parecían tener muchas a su favor. Recién desvinculados de A.N.I.M.A.L., el bajista y el baterista decidieron dar forma a un nuevo proyecto con Tery Langer mientras a su alrededor el país se derrumbaba con celeridad. Y ahí, donde muchos hubieran claudicado, Carajo encontró el combustible necesario para alimentar su maquinaria interna. Lejos de escapar al escenario, el debut homónimo del trío es una historia de supervivencia por partida doble: Carajo es una carta de presentación en un contexto turbulento, y también la banda de sonido de esa crisis presente en cualquier esquina. A fuerza de groove metal tocado con rabia punk, Carajo convirtió a “Sacate la mierda”, “Resistiendo con ideas” y “El vago” en himnos para librar la batalla cotidiana, y también sentó las bases sobre las cuales edificar una carrera con una paleta cada vez más amplia y a la que las etiquetas ya le quedaban chicas desde el comienzo.

14. V8 – Un paso más en la batalla (1985)

Partiendo los 80 por la mitad, el segundo de V8 fue el álbum que corrió por izquierda al metal más cortesano y radio-friendly de Riff. La banda del Oeste decidía no ser más pappista que Pappo, que no obstante los apadrinaba, y recrudecía en acelerar y machacar para quedar, sonoramente, en vías de empardar el despunte global del thrash. Así se desprende de la inmortal “Ideando la fuga”, uno de los dos temas del disco que incluye la palabra “destrucción”, continuando el leit motiv más fuerte de su primer opus. El otro, “Deseando destruir y matar”, presenta un caso de proto rap-metal en el estómago de sus cinco minutos. En general, no sin razón, se les aduce rusticidad y mal sonido a las grabaciones de V8. Pero las composiciones de Ricardo Iorio, el trabajo hemorrágico de las guitarras de Osvaldo Civile, la entonación convincente y mesiánica de Beto Zamarbide y el ataque de Gustavo Rowek justifican el mito, en la última ocasión que los cuatro compartieron fiereza, aleación y estudio.

15. Riff – Que sea rock (1997)

Dieciséis años después de su impactante aparición en 1981 (con la misión divina de cimentar las bases de la identidad del heavy metal argentino), Riff se merecía un álbum cuyo audio le hiciera justicia a su historia. Y ese trabajo sería Que sea rock. Editado de forma independiente en 1997, el sexto y último material de estudio del cuarteto -con su formación original- sorprende a la banda en un momento de reencuentro personal y altísima inspiración. Como sabios y experimentados druidas del hard-rock y el metal, Pappo, Vitico, Boff y Peyronel sacan a relucir los laureles conseguidos y sopapean los sentidos en uno de los más fuertes e irresistibles comienzos que se recuerden para un grupo sin contrato: “Que sea rock”, “No obstante lo cual”, “Bienvenida a mi lado oscuro”, “Lily Malone”, “Mala noche” y “En la ciudad del gran río”. Inexpugnable. Que sea rock volvió a poner a la banda en boca de todos con un sonido arrasador. Nada más merecido.

16. Jesús Martyr – Sudamerican Porno (1998)

En una escena acostumbrada a procesar las tendencias con delay, Jesus Martyr logró abrirse paso por saber tomarle la temperatura al metal en tiempo real. Con Matías Kritz de Carne para Cerdos como productor, Sudamerican Porno se para en el punto donde el death metal se cruza con la música industrial. Las canciones del debut de Jesus Martyr hacen que el doble bombo estridente y las afinaciones graves compartan plano con samplers, programaciones y sintetizadores, a veces en una armonía incómoda, y en otros pasándose el protagonismo en lo que dura un machaque. Sobre el borde del final del milenio, Sudamerican Porno parecía entregar una visión de hacia dónde debía seguir curso el metal en tiempos en el que el purismo perdía terreno ante alianzas improbables con otros géneros. Con el tiempo, la formación de Jesus Martyr cambió radicalmente, y por ende su propuesta, lo que dejó a su debut como un presagio posible de un futuro que nunca llegó.

17. Rata Blanca – Rata Blanca (1988)

Este disco, el debut de Rata Blanca, debería llevar un sticker que dijera: “Hecho en Flores”. Después de Roberto Arlt y antes que César Aira, nadie encarnó mejor al barrio porteño que este quinteto pesado. Suena al cementerio, la plaza, las galerías con disquerías, los videobares, los jeans y las tachas, y el aspiracional Blackmore del talentoso Walter Giardino, que solea como un rey y brilla en dos instrumentales: el trepidante “Preludio obsesivo” y el crespuscular “Otoño medieval”. Apenas un año después del final de V8, Rata Blanca territorializa el metal argentino: un pie en el barrio y otro en la imaginería barroca europea. ¿Flores de Bach? Saúl Blanch, una garganta ya probada en los hard-rockeros Plus, lanza agudos a lo Rob Halford. Si bien los textos no son el fuerte (“Son tus caricias, es tu palpitar, que llenan mi vivir”, canta como un Dyango desencadenado en “Solo para amarte”), clásicos como “Rompe el hechizo” y “Callejero” lo convierten en un hito ineludible del género.

18. Lethal – Maza (1994)

Lanzado dos años después de Warriors (1992), un disco cantado casi íntegramente en inglés, la vuelta de Lethal a su lengua madre con Maza lo propulsa hacia lo alto de su propia discografía. Dividido entre el thrash y el speed metal, el tercer disco del grupo fundado en 1987 en Villa Martelli por Claudio Ortiz y Pablo Álvarez -ambos ex integrantes de Legión- gana efecto tanto por el kilaje de su base tronadora como por la lírica catártica pero descriptiva de sus canciones. “Por las calles de la ciudad, muy harto de perder, sin dinero ni qué tomar, muy pronto estallaré”, canta Tito García con su garganta apretada en “Maza”, un clásico del grupo que se abre como un testimonio de desaliento y hartazgo, sobre una Buenos Aires cada vez más desigual. Entre los nueve tracks que lo componen, el disco cuenta también con un homenaje a Mike Tyson (“A veces pienso todo el tiempo que perdí detrás de la derrota, pero pronto he de salir”) y el clásico interno “Chicos de la calle”, en el que García releva los suburbios como un Fabián Polosecki del heavy metal: “Criaturas de la noche /vacíos y en soledad/ durmiendo en algún coche/ sin nada que comer / Trepándose a la vida/ a un nuevo despertar/ que golpea cada día/ bajo un presente cruel”.

19. Bloke – Demolición (1984)

La primera mitad de los 80 fue el escenario perfecto para la voraz aparición de los grandes exponentes internacionales del heavy metal que definirían el sonido y la estética del resto de la década e influenciarían a un puñado de artistas locales que asomaban hambrientos. En ese marco y en Argentina, Bloke lanzaba en 1984 Demolición, su encendido y fervoroso debut y despedida. A través de sus nueve canciones, el quinteto entrega un álbum inspirado en partes iguales por la NWOBHM y el incipiente thrash norteamericano, aunque dotado de una personalidad curtida en estudios precarios y antros del conurbano. Si bien este trabajo conecta estilísticamente con otras expresiones nacionales (Riff, V8), en menos de treinta y cinco minutos Bloke despliega un muestrario de su propio e intenso manifiesto, apreciable en la nerviosa “La fuerza de metal”, el riff indecente de “Identidad real”, el tour de force pseudo progresivo de “Bajo el signo del terror” y la velocidad hipersónica de “Alma de chacal”.

20. O’Connor – Hay un lugar (1999)

Así como Malón había perpetrado la vena thrash de Hermética, el lanzamiento solista de Claudio O’Connor marca tanto una línea de continuidad como una ruptura en términos de estilo e identidad. Los temas de machaque y doble bombo (“Reflexión”) conviven con los de riffs de menos notas, pero más cuerpo en plan groove metal (“Se extraña araña”) y hasta con los de tinte de balada alternativa (“Las entrañas”). En ese cóctel, la voz de O’Connor muestra la visceralidad ya conocida y también matices que desarrollaría a futuro. Hay un lugar, afirma el título del disco en una referencia beatle que es declaración de principios hacia el conservadurismo del género. Hay un lugar para O’Connor en la escena. No el de mero intérprete ni el de líder condescendiente: el de un artista en expansión, con su garganta como machete para abrirse camino.

21. Almafuerte – Almafuerte (1998)

Como le había pasado en V8 y Hermética, Ricardo Iorio decidió empezar la carrera de Almafuerte en guerra contra el sonido. Mundo guanaco (1995) y Del entorno (1996) son ejercicios de thrash puro y duro en colisión directa con todo tipo de claridad, como si la velocidad fuera irrenunciable, el empaste inevitable y la fidelidad un pecado. Las canciones estaban, pero el hecho de entender la precariedad como una virtud terminaba dejando una duda que hasta el día de hoy aqueja al metalero con oídos: ¿cómo pegaría esta barbaridad si se escuchara como manda Jesú?

Entonces llegó la bisagra del 98. La banda se internó dos meses en Del Abasto al Pasto con un nuevo productor: nada menos que Ricardo Mollo, que se planteó como objetivo limpiarlos sin ablandarlos. Y a partir de ahí, lo que vale: la música, empezando por la “Mano brava” con la que sacan pecho de arranque, una triquiñuela criolla para autoproclamarse invencibles. Invencibilidad que se retoma en “Almafuerte”, el homenaje explícito de Iorio a Pedro Bonifacio Palacios. La saludable altanería sigue con la mojada de oreja del líder a sus ex compañeros de Hermética, que acababan de separar Malón por primera vez: “Triunfo” es la parada airosa de quien ve deshilacharse lo que considera una traición que duró “lo que un pedo en el aire”. Los ¡tres! autocovers de Hermética (“Memoria de siglos”, “Tú eres su seguridad” y “Desde el oeste”) dejan entrever cierto apuro por terminar el álbum, además de las ganas de Iorio de arrebatarle la voz a Claudio O’Connor en temas que llevan su firma. Pero si hay una canción que resume el espíritu de la banda y el disco es “Sé vos”, infaltable de ahí en más en cada uno de sus shows, sobre uno de los valores más preciados del metal pesado: la autenticidad.

22. Tren Loco – Venas de acero (2008)

En su sexto disco de estudio, Tren Loco conoce su mejor versión. Grabado en los estudios de La Nave de Oseberg, Venas de acero (que cuenta con invitados como Willy Quiroga, de Vox Dei, y Leonor Marchesi, ex Púrpura) propulsa al grupo liderado por Carlos Cabral hacia su versión quinteto, en su primer registro junto a Dany Wolter en batería y a Facundo Coral en guitarra. Esta nueva disposición, con Coral y Cristian Gauna levantando muros de guitarras sucias que martillan y dialogan entre sí, lleva a la banda hacia su versión más expansiva, facturándose algunos clásicos como “Venas de acero”, espasmo thrash que funciona como toda una declaración de principios dentro del género (“mis venas de acero y mi sentir metalero me enseñaron adónde ir y arrancar de nuevo”, repite con emoción Cabral sobre el estribillo), el himno fierrero de “Pueblo motoquero” y “Acorazado Belgrano”, una oda rasposa y anfetamínica sobre la guerra de Malvinas.

23. Vrede – Raíz (1995)

Vrede fue una especie de nave espacial que bajó sobre la música pesada argentina a principios de los años 90: segundos después de que el thrash vieja escuela se asimilara como lenguaje de base, llegó este cuarteto a deformarlo con influencias contemporáneas como Helmet o “extrapartidarias” como Black Flag o Bad Brains. Más aún: para la época en la que grabaron Raíz (con Gabriel Raimondo en voz, Hernán Espejo en guitarra, Claudio Filardo en bajo y Gonzalo Espejo en batería) ya habían engordado su costado extremo (con Sepultura o Voivod como referencias), rasgo tan insólito como saludable para una escena que necesitaba imperiosamente subir la apuesta y recuperar terreno ante el estándar anglo. Temas como “Sangre”, “Frío” o “Desaparecer” fueron hits del submundo (incluso llegaron a rotar en el mítico Headbanger’s Ball de MTV) y aportaron la necesaria cuota de opresión y crudeza en los años de la asquerosa alegría.

24. Dragonauta – Cruz invertida (2010)

“Te odio, te odio, te odio”, grita José “Topo” Armetta (ex Massacre) hacia el final de “Muerte y destrucción”, el primer track de este álbum de Dragonauta, el tercero del grupo, mientras las guitarras de Daniel Libedinsky y Alejandro Gómez disparan a toda velocidad, cruzando al doom metal con el heavy más clásico, sin por ello dejar de sonar brumoso, pesado y psicodélico. A diez años de su formación, la banda graba su disco más compacto, luego de varios cambios de integrantes. La llegada de Armetta (que también coprodujo el disco) le suma melodía y profesionalismo y encuentra en el espíritu de Black Sabbath un aliado esencial (chequear “Cruz invertida/Altar penumbra”, cantada además en inglés). El mid-tempo es el que guía casi todo el álbum, con climas espesos que bien podrían funcionar como la banda sonora de una película de terror en la que te invitan a una fiesta temática de satanismo y ocultismo.

25. Nepal – Manifiesto (1997)

Casi como víctima de una premonición, Nepal grabó su tercer y último disco en condiciones que podrían ser las de una despedida laureada. Un audio trabajado bajo la norma holofónica fue la excusa para convertir a Manifiesto en una celebración en vida, con el aporte y la presencia de músicos de Angra (Andre Matos y Kiko Loureiro) y Blind Guardian (Hansi Kürsch). Aun con un elenco estelar alrededor, en su último opus Nepal no sacó los pies del barro y militó las mismas causas por las que plantó bandera en cada ocasión: “Besando la tierra” es una denuncia a los genocidas de la última dictadura, “Nadaísmo” dispara artillería pesada contra el avance imperialista y “Ciegos de poder” es un llamado de atención sobre una situación ambiental de extrema fragilidad. La presencia de Ricardo Iorio en la reversión de “Lanzado al mundo hoy”, de V8, fue la estocada definitiva para revalidar la aceptación de una camada fundadora del género ante una escena en readaptación constante.

26. Vibrion – Diseased (1995)

Cargado con algunas de las canciones de Erradicated Life, su demo de 1993, el primer disco oficial de Vibrion resultó un trampolín certero en busca de proyección internacional. Editado por el sello Frost Bite Records, Diseased confirmaba al grupo como un bólido de death metal que cruzaba riff thrasheros con la voz apabullante de Luis Guardamagna Cederborg, un cantante que, en vez de revolverse en la sangre de alguna fantasía distópica -como sugiere la portada del disco, con un enorme parásito emergiendo del abdomen de una mujer-, prefería cantar sobre aspectos de la vida cotidiana, la corrupción, la destrucción del mundo y la extinción de la humanidad. Casi siempre a medio tiempo, dominado por guitarras graves, la ópera prima de Vibrion se abre paso apostando a la agresividad y la potencia, por encima de cualquier gesto de complejidad melódica, generando atmósferas misteriosas de gran resolución, como en “Polluted Areas”, “Erradicated Life” o “Full of Sickness”.

27. Alakran – Vagabundear (1989)

Mario Ian contaba ya con una cantidad suficiente de horas de vuelo acumuladas en proyectos compartidos cuando decidió tomar las riendas de uno propio. En un momento en el que el glam metal y sus derivados comenzaban una lenta retirada, Alakran decidió despedirlo con honores y, de ser posible, mantener vivo su legado. Entre chispazos guitarreros a velocidad Harley (“Si todo sigue igual (Enciéndelo)”), himnos a la libertad individual (el tema que da nombre al disco) y power ballads con crescendo épico (“Siempre que pienso en vos”), Vagabundear es bastante más que un ejercicio de estilo. Con el disco ya publicado, Alakran comenzó 1990 teloneando a Bon Jovi en Vélez en su primera visita al país y cerró el año como parte del festival Metal en Acción, esta vez junto a Hermética, Riff, Kamikaze y Horcas, todo un correlato de la parábola que recorrió la música pesada local y el propio grupo en menos de doce meses.

28. Avernal – El sangriento (2006)

Luego de una suerte de paso en falso con su tercer disco titulado III y algunos cambios de integrantes, la banda de death metal argentino se reinventa con lo que se convertiría en su trabajo más celebrado hasta aquí, ahora con Federico Ramos a cargo de las composiciones y Cristian Rodríguez cantando en castellano. Grabado a la velocidad de sus canciones, en apenas cinco días, el disco es una patada en la mandíbula de principio a fin. Desde el arranque con el acelerador a fondo de “La tormenta después de la calma” (un clásico instantáneo de su repertorio) hasta el cierre oscuro con “Zero”, poco menos de cuarenta minutos sin respiro que reubicaron a Avernal como referente del género tanto aquí como en Latinoamérica. En temas como el que le da nombre a la placa, la banda anticipa además el camino hacia el death & roll que tomaría en sus próximos años y que sería su marca distintiva.

29. Thor – El pacto (1985)

Más allá de su parecido con Judas Priest (ver Hell Bent for Leather) y la ubicuidad de encontrarse en la escena metalera argentina apenas después de que Riff y V8 abrieran el camino, Thor El pacto (su único disco, editado originalmente en casete) adquieren su valor por ser punta de lanza en el ahora hipertransitado tópico de las letras de corte satánico. Los títulos “Emisario de Satán”, “Anticristo” y “Blasfemias” pueden sonar livianos y hasta inocentes hoy, pero a mediados de los 80 su peso era mucho mayor. Visto en perspectiva, El pacto es un documento de época condenado al ostracismo como un libro oculto. Su rescate posterior funciona como recordatorio de que aquello que se cocinaba en los márgenes de una subcultura ya marginal en sí misma sonaba y se pensaba de esta manera. El desafío de sintetizar una estética diabólica de manera artesanal tiene aquí su rito iniciático. Satanismo fatto in casa. Calaveras y diablitos invadiendo la primavera alfonsinista.

30. Horcas – Vence (1997)

Tras un proceso de empastamiento interno y conflictos contractuales que experimentó el grupo los años posteriores al lanzamiento de su segundo álbum, Oíd mortales el grito sangrado, de 1992, Vence inaugura una nueva vida para Horcas. Grabado a cinta abierta en los estudios Panda, con Mario Altamirano de ingeniero, y editado en 1997 por NEMS Enterprises, el tercer disco del grupo fundado por el ex V8 Osvaldo Civile reconfigura casi por completo su esquema a través de los ingresos de Walter Meza en voz, Guillermo De Luca en batería y Sebastián Coria en segunda guitarra, abriéndoles paso hacia una nueva época dorada. Con catorce canciones que el grupo ya venía tocando en vivo, ajustadas a mitad de camino entre el heavy metal y el thrash, este clásico de Horcas resuena como un grito de supervivencia y superación, con textos urgentes que abordan la opresión del hombre en tiempos de neoliberalismo y convertibilidad, como en las tronadoras “Resistencia” (“Entre el llanto y la enfermedad/ Donde la gente sufre y morirá/ Grandes gobiernos aniquilarán/ Manos sangrientas descargan su maldad”), “Argentina, tus hijos” (“Estalla un paro general/ El pueblo ya no aguanta más/ Reunión en la plaza central/ La crisis nos inundará/ Argentina, tus hijos ya no pueden más/ Argentina, tus hijos mendigan el pan”, dice la canción que además aportó el primer video en la historia del grupo), “Mentes perversas” y “Sangre fría” (con la guitarra invitada de Pappo Napolitano). Cuando la banda celebró los veinte años de Vence con una gira, Meza aseguró: “(el álbum) marcó la vida de todos nosotros y reposicionó a Horcas. Más allá de que en lo personal fue mi primer disco con la banda, después de Vence fuimos soporte de Pantera y el grupo se reposicionó en un ambiente donde la gente pensaba que Horcas no tocaba más”.

31. Los Antiguos – Madera prohibida (2015)

El guitarrista David Iapalucci se compró una Gibson y se la confiscó el FBI porque estaba hecha con madera de un árbol en vías de extinción: de ahí el nombre de este segundo disco de Los Antiguos. La referencia lovecraftiana que los bautiza (unos viajeros espaciales ancestrales) encierra su paradoja: son el último fenómeno del -llamémoslo de alguna manera- stoner local pero no tienen pretensiones de modernidad ni tampoco se regocijan en el retro. Las cosas con Madera prohibida son -como anticipaba su primer disco- simples, y por ende atemporales: hard rock riffero de escuela Black Sabbath, no particularmente brutal, pero sí pesado y analógico. Y denso, sobre todo denso, un poco por el grave siempre latente, otro poco por la arena en la garganta de Pato Larralde, otro poco porque cuando hay que tocar lento (como en “El inventor del mal”, una de las canciones más motivadoras del rock argentino de este siglo) lo hacen con sabiduría y otro poco por las letras, que extraen cierta angustia existencial de la ciencia ficción oscura y la mitología y la disparan hacia objetivos concretos como la religión establecida (“HPV”, “El hombre que no se puede ir”) o… un vecino hinchapelotas (“Eslayer te va a matar”).

32. Walter Giardino Temple – Walter Giardino Temple (1998)

El debut en solitario del héroe de la guitarra de Rata Blanca tras la momentánea disolución de la banda. Un regreso a las fuentes que habían hecho de Giardino el mago del heavy metal una década atrás, recuperando la fórmula de intercalar temas veloces y solos virtuosos (“Corte porteño”) con baladas épicas (“Azul y negro”). Para los viejos fans, el guitarrista incluyó “Héroe de la eternidad”, un tema de Rata Blanca que nunca había sido grabado.

33. Poseidótica – La distancia (2008)

Si el stoner de los últimos años ha pecado de convertirse en una carrera hacia la densidad de afinaciones bajas y ecualizaciones con los medios en 0, La distancia (el segundo disco de Poseidótica) es una tangente posible que se enriquece en climas y paisajes sonoros que van mucho más allá de las fórmulas estereotipadas. La psicodelia espesa del arte de tapa resume de manera cabal eso que suena. Hay válvulas al rojo vivo chorreando distorsiones por parlantes a punto de desconarse, pero también pasajes acústicos, casi folklóricos, que aportan al contraste, a ese “sueño narcótico”. Cuando pisan el acelerador, los Poseidótica suenan como bandidos rurales atravesando las llanuras pampeanas. Cuando todo se esparce en el espacio, se respira la inmensidad agobiante de esa Argentina bien alejada de la urbe que se extiende a veces repleta de verde y otras veces en sepia. El imaginario del desierto californiano de Kyuss encuentra aquí un correlato local, más como transliteración que como traducción.

34. Retrosatan – Grito mortal (1987)

Los pioneros del black metal argentino, con una puesta escénica teatral única para los años 80 que incluía explosiones, fuego y sangre por aquí y por allá. Esta primera y única grabación en plan demo terminó convirtiéndose en todo un disco de culto para los seguidores del género, y recién en la década de 2000 fue reeditada en CD y en vinilo gracias a la influencia que tuvo Retrosatan en cientos de bandas metaleras de América Latina e, inclusive, del resto del mundo. En sus inicios, los integrantes del grupo definían su música como “rápida, con cortes, elaborada y bien trabajada. Sería muy difícil decir si tenemos influencia de algún grupo en especial, pero si hubiera que definirla se podría afirmar que es heavy metal puro”.

35. Bandera de Niebla – Desindustrial/P.L.C. (2014)

El grupo se formó y se dio a conocer de inmediato con dos EP simultáneos e incandescentes, reeditados en un único CD por Inerme. Yunta poderosa con un pesado CV: Adrián Outeda, de los pioneros del Buenos Aires Hardcore N.D.I. y de Satan Dealers; Hernán Espejo, de Vrede, Dragonauta y Compañero Asma; Ignacio Brizuela, de Fantasmagoria, y Martín Méndez, también Dragonauta. Veteranos al reencuentro de un sonido primitivo y veloz, pero con músculo y reflejos de años en escena, el resultado tuvo la extraña cualidad de remitir indisimuladamente a influencias (metal-core, punk-rock a la Black Flag, el V8 más visceral) sin sonar a ninguna. El secreto estaba en los haikus antisistema de Outeda sobre esa base precisa, pero minimalista.

36. Trepanador – Prisión racial (1996)

A Trepanador le tocó vivir mucho en poco tiempo desde su formación en 1992. Dos demos publicados en 1994 y 1995 (el debut homónimo e Inanición) fueron la antesala de un álbum debut producido por Pato Strunz al año siguiente, con una base rítmica monolítica a cargo de Gustavo y Javier Rubio, padre e hijo respectivamente. El fallido de Deolindo Felipe Bittel sobre liberación o dependencia dispara treinta y cinco minutos de thrash metal con conciencia de clase. Prisión racial es un testimonio del estado de las cosas para la clase trabajadora desde el lugar de los hechos, donde la falta de oportunidades y la represión policial son moneda corriente y la posibilidad de un futuro mejor no es siquiera una utopía.

37. Serpentor – Privación ilegítima de la libertad (2009)

La de Serpentor es una historia de constancia: mientras unos iban y venían del peluquero en su afán de venderle el mismo metal con sombrero nuevo al veleta de la moda de turno, la banda del Oeste se concentraba en perfeccionarse cada vez más en el thrash vieja escuela que Slayer y Testament nos legaron. En Legiones (2015) se permitieron al fin experimentar con temáticas más personales y ritmos más amainados, pero para eso tuvieron que hacer antes Privación ilegítima de la libertad, el disco en el que le terminaron de encontrar la vuelta a su fórmula de velocidad y rabia. La misión es inflamar: se nota en el riff/machaque de “Estado de resistencia”, en el vaivén de guturales y agudos de Guillermo Romero, en la metralla de doble bombo del tema que da nombre al álbum y, por sobre todas las cosas, en las letras, en las que encuentran a su enemigo, que se puede resumir, inocentemente, como “el sistema”, pero que se manifiesta de varias formas.

38. Kamikaze – No me detendrán (1988)

Para cuando se editó No me detendrán, su disco debut de 1988, Kamikaze ya cargaba con cambios de integrantes -el ex Punto Rojo Roberto “California” Cosseddu había ingresado al bajo en lugar de Gustavo Perugino– y había logrado hacerse un espacio de privilegio dentro de la escena heavy local, al lado de exponentes como Rata Blanca y Alakrán. El álbum venía a confirmar su fértil fórmula de metal y hard-rock apuntalada por Enrique Gómez Yafal y Miguel Ángel Oropeza, ex integrantes de 100DB, en voz y guitarra respectivamente. Con cuerdas sumergidas en Big Muff y la voz de Gómez Yafal proyectándose como una espada reluciente, la ópera prima de Kamikaze navega entre medios tiempos, en canciones que encarnan el desahogo de la nueva democracia (“De metal”, “No me detendrán”) y exudan espasmos del pasado reciente, como la guerra de Malvinas (“A fuego y metal”, “Dueño de los cielos”).

39. Ararat – Cabalgata hacia la luz (2014)

En sus dos primeros discos, Sergio Ch. convirtió a Ararat en un proyecto complejo donde canalizar junto a su hermano, el concertista Santiago Chotsourian, el luto eterno del pueblo armenio. Tras el fin de Natas, un cambio de formación llevó la propuesta de nuevo al terreno stoner: con Alfredo Felitte en la batería y Tito Fargo en guitarra, teclados y producción, Cabalgata hacia la luz es un disco espeso y brumoso, cocinado al calor de las válvulas. En formato trío, el viaje de Ararat comienza con la pesadez de un gigante que surca montañas a paso cansino en “El camino del mono”, que sienta las bases de lo que vendrá en “Nicotina y destrucción”, “Los viajes” y “Los escombros del jardín”. Aun cuando las descargas eléctricas y los paisajes tempestuosos dominan el cuadro, el disco convierte su recorrido en una suerte de escape necesario de la oscuridad, que encuentra su punto de desembarco en la belleza acústica de “Ayatolah”, el hipnótico instrumental de cierre.

40. Presto Vivace – Utopías color esmeralda (2000)

Riffs que parecen diseñados por un ingeniero civil, cambios de velocidad, métricas imposibles, virtuosismo individual y pasajes colectivos intrincados. Utopías color esmeralda tiene todo lo que el manual del metal progresivo propone y dispone. Las temáticas grandilocuentes, como un flujo de consciencia, atraviesan los dilemas del mundo globalizado, el individuo y la crisis existencialista a la que es llevado como una marioneta que lucha por cortar los hilos. A la manera de Dream Theater, Presto Vivace conjuga intensidad musical y lírica para una odisea de cambio de siglo, en la que se deja en claro que los días en el calendario pasan, pero las relaciones de poder quedan. En el medio, la vida del hombre común y su lucha por lidiar con el presente, ese laberinto que levanta paredes en tiempo real y no ofrece salida. Todo a velocidad 2.0 o, en términos musicales, como el nombre de la banda lo indica: rápido y animado.

Textos de Claudio Kleiman, Daniel Jiménez, José Bellas, Sebastián Chaves, Diego Mancusi, Juan Barberis, Esteban Bitesnik, Joaquín Vismara, Sebastián Ramos y Daniel Flores.