[Archivo RS] Aquel gran regreso de Illya Kuryaki and the Valderramas: “Tomamos la decisión de dejar de ser lo que fuimos durante diez años“

En esta nota histórica de ROLLING STONE, Dante Spinetta y Emmanuel Hourvilleur cuentan cuáles fueron las señales que les indicaron que era tiempo de volver

DAVID SISSO & GUIDO CHOUELA

octubre 1, 2023

Este artículo fue publicado originalmente en la edición #175 de Rolling Stone Argentina, en octubre de 2012.


Emmanuel Hourvilleur me mira y rápido corta unos pedazos de cinta para cubrirse los oídos. Tal vez yo debería hacer lo mismo.

A medio metro, Dante Spinetta, metido en una pechera azteca que tiene el dibujo de un águila amarilla, toca un solo de rock progresivo con una de las guitarras de su padre. Si no le viera los pies podría jurar que está en flotación. En palabras del coproductor del disco, Rafael Arcaute, “Dante es como un águila que vuela y se va, se va, y por momentos parece perder el contacto. Y Emma es un águila, también, pero una que prefiere manterner siempre a la vista su referencia de la tierra”.

La tapa de la revista Rolling Stone Argentina #175, editada en octubre de 2012.

El estudio no es el lugar más dócil para un artista. Ni siquiera para los Illya Kuryaki and the Valderramas, que empezaron a tocar cuando todavía iban juntos a la escuela primaria. Dante y Emma están grabando su primer disco juntos en más de diez años. Es junio y estamos en Unisono, la sala de Gustavo Cerati, en el barrio de Florida. Dante le pide a Arcaute: “Ponele más Mineapolis“. Traducdido, quiere que el beat suene como Prince. Después toca el solo dos, diez, veinte veces más. Lleva más de una hora tocándolo cuando finalmente lo coloca y se descuelga la correa de la guitarra. Una barra de transpiración le cruza la espalda, como un estigma.

“Épico” es el adjetivo que más resuena en el estudio. “Estamos buscando el sonido gladiador”, dice Dante. Doce meses atrás, después de unas vacaciones con sus hijos y una guitarra acústica en algún lugar de Brasil del que no dan detalles, pactaron la vuelta y empezaron a trabajar, en secreto, intentando “recrear la mística Kuryaki”, según Emma.

Entonces la muerte del padre de Dante, la leyenda de rock Luis Alberto Spinetta, que falleció de cáncer en febrero, partió el regreso de IKV en dos. Cumplieron con los compromisos que ya habían asumido (Cosquín Rock, Vive Latino en México) y pararon dos meses antes de entrar a grabar. “Me traje varias guitarras de mi viejo al estudio. Desde que murió, volví a tocar la viola”, dice Dante. “La onda ahora es fluir y disfrutar la vida.”

Para volver a encender eso que estaba en ellos hace diez o veinte años atrás, Dante y Emma parecen haber empezado desde un punto ciego en el gusto musical de los dos: el funk, la reducción sobre la que desarrollaron parte de la música y la lírica más original que se produjo en el rock latino de los 90. También se han propuesto consensuar cada detalle y firmar juntos los créditos de todo. Dante repite un dato: “A diferencia de todos los otros discos que hicimos, en éste las letras están hechas por los dos”.

Las canciones, que están justo terminando de escribir, reflejan con naturalidad el momento desde una perspectiva sanadora.

“Siento que está bueno el lugar hacia el que están yendo las letras”, dice Emma más tarde, con una bufanda con calaveras ovillada al cuello. “Porque yo en mis canciones como solista podía ser más melancólico, más dark, pero IKV es esperanzador. Siempre fue así. En el caos que es nuestra música, somos sobrevivientes.”

Emma canta el estribillo de “Jugo”, una canción vieja de la banda: “Yo vi matar, también vi nacer”,
es la letra. Emma dice: “Eso siempre estuvo”.

(Foto: Florencia Daniel)

Otro día, un par de meses más tarde, hace calor y Dante acaba de volver del gimnasio. Espero en la puerta de su casa a que termine de tomar una ducha. Cuando abre, está de ojotas Nike y pantalones de básquet, y sus rulos cortos estilo romano gotean sobre una remera blanca con una foto estampada en la que Muhammad Ali ya noqueó a Sonny Liston.

En el patio se ve una pileta vacía y un pequeño arco de fútbol Franklin. Es la casa que compartía con su exmujer, la bailarina Majo Carnero, con la que tiene dos hijos: Brando de Dios y Vida Unícua. Dante me cuenta sobre el barrio: “Acá atrás tengo un edificio gigante tomado”, dice, “y mis vecinos se cortan el pelo en la calle, como en el Bronx. Hay uno con un afro medio Zé Pequeno mortal”. Y, ya con medio cuerpo dentro de la heladera, ofrece algo para tomar: “Esta Coca Cola está vintage, ¿querés un té?”.

Una montaña de cajas de Nike vacías interrumpe el paso hacia el living, una especie de galería al fondo donde hay varias guitarras y un cuadro apoyado sobre un escritorio. Es una foto de su padre en la época de Invisible, en la que mira a cámara y sonríe con un bebé en el regazo: es Dante.

Ahí también, en una biblioteca sin libros tiene todo lo que se necesita saber para entender el imaginario Kuryaki. Una colección de películas de los Shaw Brothers, la saga completa de She-Ra y varios shows de Jimi Hendrix, Prince, Stevie Wonder y Bootsy Collins (los dos últimos comprados en la calle, en Nueva York). Y, atrás de todo, en vhs: los filmes del dúo cómico Cheech & Chong, un clásico post-Era del
Amor que mezclaba rock con cultura cannábica. “Yo creo que Kuryaki tiene mucho que ver con esto”, dice Dante, y saca dos videos del modular. “Esto tuvo una influencia en nuestro humor ciento por ciento: Next Movie y Up in Smoke definen el humor que usaban nuestros viejos, y nosotros también.”

Eso que comparten Dante y Emma –una percepción del mundo, una sensibilidad, un humor especial– fue el distintivo de su forma de escribir canciones, y viene de horas de vida compartida. Su vínculo es una continuación de la amistad de sus padres, Luis y el prestigioso fotógrafo Eduardo “Dylan” Martí. Dante tenía 12 años y Emma 14 cuando tocaron por primera vez con el nombre de Illya Kuryaki and the Valderramas (en un show de Fito Páez en el Gran Rex, en 1989); grabaron su primer disco con 14 y 16; editaron su obra maestra, Chaco, cuatro años después, cuando todavía no sabían manejar. Y disolvieron el grupo al promediar los 25. Ahora están de regreso, en plena forma, a mitad de los 30, en los años de plenitud creativa para un artista. Y el vínculo sigue ahí, como si fuera una buddy-movie.

“Con Emma podemos hablar sin que nos entienda nadie”, dice Dante. “Como que tenemos tanta data que nos tiramos un nombre y ya sabemos lo que queremos decir, ¿calás? Y la verdad es que nos cagamos de risa mucho, y después eso se ve reflejado en el estudio.”

Dante empieza a rapear un tema del disco nuevo, “Helicópteros”, un power-funk que hicieron en tiempo real (está, sin letra, en el trailer que difundieron para anunciar el regreso) y, de los que quedaron en el disco, fue el primero que apareció. “Haciéndole un demo a tu esposa”, canta Dante. “Cuando tiramos ésa, explotamos: hacerle un demo a la esposa de un cana, ¿entendés? Es una cosa que… ¡imaginate la situación real! Después la letra dice: «Metiendo mi organismo para hacerla feliz». Como el órgano: la verga. Todas esas cosas nos hacen reír. Y nos damos manija.”

“¿Cómo llegaron ustedes al funk?”, le pregunto.

Con elocuencia, explica un mundo que era de Michael Jackson y Macaulay Culkin, e intenta recordar el modo en que, después de editar Fabrico cuero (de 1991, un disco de rap conceptual en el que Luis tocaba la guitarra y ellos le dictaban los riffs), comprenden que sus artistas de rap favoritos usaban sampleos de James Brown y de clásicos del P-Funk, y entonces rastrean esas raíces. Eventualmente, encuentran a los artistas que escuchaban sus padres: Stevie Wonder, Earth Wind & Fire, Steely Dan, Gino Vannelli.

Después prefiere ser más didáctico y le da play a la reedición de Now Do U Wanna Dance de Graham Central Station, que volvió a conseguir hace poco, cuando viajó con Emma a mezclar y masterizar el nuevo álbum de IKV a Los Angeles.

“Pará, este tema lo tenés que escuchar, al menos un pedacito, para entender”, dice.

Es un disco de 1977 de Larry Graham, el bajista de Sly and the Family Stone, que parece interferir los parlantes con su talk box como si una nave alienígena comunicara que la invasión ya empezó.

“Cuando escuchamos esto no lo podíamos creer”, dice, gritando sobre la música. “Dijimos: «¿Qué es ese robot cantando? ¿Cómo lohace?». Ahí es cuando nos metemos más duro en el funk.”

(Foto: David Sisso & Guido Chouela)

“Creo que está bueno aclarar algunas cosas, porque si no parece que somos dos tipos que nacieron pegados”, dice Emma una tarde de agosto en su estudio, Ave Sexua, en Villa Ortúzar, la primera vez que los dos se juntan para reconstruir sus años como dúo.

“¿Te acordás?”, le dice a Dante, “cuando estábamos por ir a Venezuela, para nuestro primer
show en el exterior, teníamos no sé cuántos años y nos hicieron hacer exámenes de sida. Estábamos re cagados. Yo había cogido una vez”.

“Yo era virgen”, dice Dante. “Me acuerdo que pensaba y me reía: «Tengo 15 años y soy virgen, la concha de la lora».”

Antes del sexo, la temática excluyente de su obra (alguna vez dijeron que su estilo era “porno music”), despertaron a la sexualidad entre los dibujos eróticos de las revistas importadas que había en sus casas, como la Métal Hurlant, y la videocasetera. Dante mira a Emma y directamente se hablan entre ellos: “Viste que antes había un vhs y lo mirabas. Era como: «¿A ver qué hay?»”.

Emmanuel Horvilleur: ¿Te acordás de esa Las siete patadas del dragón? ¿Cuántas veces la
vimos? Tenía una escena medio sexual, con unos gemidos orientales…

Dante Spinetta: ¡Sí! Nos perturbaba. No teníamos filtro de nuestros viejos: ellos capaz estaban en la suya y no se daban cuenta de que nosotros agarrábamos y metíamos eso, y era una
especie de película erótica francesa. Nos clavábamos toda una película así a los 10 años, y salíamos re perturbados por esas situaciones jodidas, europeas.

¿Cómo fue la educación sexual de ustedes?

DS: Yo me acuerdo de mi viejo explicándonos ciertas cosas. Pero después creo que te van educando también los amigos. Yo igual era re tímido con las pibas. Recién a los 16 debuté. Y podría haber debutado antes, por mi condición de músico. Los músicos tenemos ese vip que podemos debutar a los 11. Como Jordy, el niño francés que cantaba. No, pero digo, era un tema abierto, como las drogas. Sabíamos todo.

EH: Obviamente sabíamos que cuando llegara el momento de coger nos teníamos que poner
un forro. Ese concepto lo teníamos.

DS: Lo seguimos teniendo.

¿Alguna vez tuvieron frustraciones en el plano sexual? Porque en sus canciones parece que…

EH: En las canciones parece que la ponemos y bien.

DS: Tenemos un historial de novias… La mujer fue una inspiración siempre para nosotros. Lo que pasa es que al haber arrancado jóvenes con la situación de la admiración de las chicas, la sensualidad se convirtió en una parte muy importante de nuestra lírica. Porque, la mujer… uno pasa toda la vida buscando una mujer.

Vos debutaste sexualmente mientras hacías Horno para calentar los mares, en 1993. ¿Cómo fue?

DS: Debuté con una mina que estaba buena y Emma conocía. Y cuando le conté a Emma, estábamos en la puerta del estudio de Soda Stereo (Supersónico), porque estábamos grabando el disco ahí, y Emma le pegó una trompada a un cajón y se raspó todo. Yo creo que todo el mundo es sexual, pasa que capaz no lo expresan.

EH: Claro, nosotros lo expresábamos. A la vez, siempre fuimos bastante románticos.

DS: Somos mucho más clásicos que la mayoría de los pibes ahí afuera, eso te lo aseguro. Pero, digamos, en nuestra lírica el sexo es una especie de fantasía de sensación. Es la droga original el sexo. Creo que nos educaron bien en eso. En el tema drogas también. Si bien es algo que nos rodeaba siempre, nosotros no somos adictos a nada. Nunca nos copamos en darle masa a ninguna de esas mierdas.

EH: Es más, está bueno decirlo: somos vírgenes de drogas. De bastantes.

DS: Sí, obvio. Es que me parece que son al pedo. Yo cocaína no tomé nunca, ¿para qué voy a tomar? Es una mierda. Si vi gente muerta casi por la cocaína.

¿De verdad nunca tomaste?

DS: ¡Nunca!

¿Y vos, Emma?

EH: Yo tampoco. Buen título este, eh.

DS: Sí, de verdad. Pero vos tenías que vivir en nuestro mundo en ese momento, cuando éramos chicos. Por eso no tomamos drogas.

(Foto: David Sisso & Guido Chouela)

El vinculo que los une ha estado ahí desde antes de que llegaran al mundo.

“La noche antes del día que nació Dante, Luis se vino a dormir a un departamento que yo compartía con la mamá de Emma, en Laprida y Córdoba”, dice “Dylan” Martí, padre adoptivo de Emmanuel, que tiene su estudio de fotografía en la planta baja de Ave Sexua.

Luis y Dylan se conocieron cuando él todavía no era fotógrafo, sino laboratorista en la editorial Abril, y Luis había lanzado Artaud, el clásico de 1973. Dylan era de Mataderos, y estaba en el grupo de amigos de Black Amaya, Pappo, Machi Rufino y otros más que iban a ver shows los domingos a Embassy. A finales de 1973, fue Machi, que estaba por empezar a tocar el bajo en Invisible, el que los presentó. “Y ahí nació una amistad que perduró hasta… toda la vida.”

Autor de las portadas de varios discos de Luis, y también de la tapa del “Gordo Spinetta” en Rolling Stone, Dylan fue quien sacó la clásica foto de Luis con Pechugo, el primer grupo en el que estuvieron Emma y Dante con el resto de sus hermanos: Lucas Martí (después A-Tirador Láser) y su hermana Guadalupe, y Catarina Spinetta y Valentino (más tarde Geo Ramma); Vera aún no había nacido. En esa foto, se lo ve a Luis orquestando a unos infantes desaliñados en los estudios Del Cielito, en 1988, donde estaba grabando Tester de violencia.

Ellos y sus hermanos habían empezado a hacer canciones como un juego. En la camioneta Volkswagen de Luis, camino a la quinta de Pilar de la madre de Emma, la artista plástica Mercedes Villar, le cantaban a un molino que les daba la pauta de que ya estaban cerca. Pero el gran momento de Pechugo llegó cuando Lucas trajo el estribillo de “El mono tremendo”.

“Un día, después de la cena, hicimos lo que hacíamos siempre”, cuenta Dante una noche. “Le
presentamos a nuestros padres los temas nuevos que teníamos, y cantamos «El mono tremendo».
Y ahí mi viejo se re copó. Nos dijo: «Ustedes son los Pechugo», y le puso una música y nos invitó
a tocar en vivo.”

El conocido sentido del humor de Spinetta los propulsó como la parodia de los Menudo, la banda teen del momento. La primera vez que subieron al escenario fue el 25 de noviembre de 1988, en el teatro Broadway. Era la presentación de Tester…, y Aníbal “La Vieja” Barrios, el histórico asistente de Luis, los llevó hasta ahí.

“Nosotros estábamos fascinados, comiendo sanguchitos en el camarín, viviendo ese mundo de
nuestros viejos. Y de pronto me acuerdo de Aníbal que nos decía: «Por acá, chicos, por acá», y de nosotros caminando entre los monitores. Y cuando estuvimos ahí y cantamos fue un shot adrenalínico. Yo dije: «No me bajo del escenario nunca más».

(Foto: David Sisso & Guido Chouela)

De vuelta en Unisono, la actriz Luz Cipriota está recostada en el sillón del estudio, tapada con una chaqueta universitaria de Dante, descalza y con hielo en un pie: se dobló el tobillo y en la serie Sos mi hombre le dieron el día de reposo.

Se conocieron en 2010, en la premier del film Biutiful de Alejandro González Iñárritu, en una sala de Palermo donde ella había ido con un aro de plumas. El, que estaba con Arcaute y otro amigo, René de Calle 13, se le acercó y le dijo: “Pobre el pajarito al que le sacaste eso, espero que lo tengas en la cartera y después se las devuelvas”. Ella le cortó el rostro, hasta que muchos meses más tarde lo terminó agregando “por insistente” a Facebook.

“En nuestra primera cita, ella me cantó canciones eclesiásticas y yo le canté unas súper demoníacas”, me dice Dante. Ella se ríe.

Mientras, Emma revisa su cuenta de Facebook: en el estudio, los dos están la mayor parte del día
online. Tweetean todo el tiempo sobre el disco: “El nuevo álbum @ikvoficial es producto del apareamiento del Cosmos con las calles, mezcla de saliva y estrellas”, escribe Dante.

Justamente, para ellos el momento decisivo en el que sellaron el pacto y no hubo marcha atrás fue cuando abrieron la cuenta oficial de IKV en Twitter. “Ese fue el momento. Dijimos: «Hacemos
el Twitter, listo: somos Illya Kuryaki, ¡¿eh?!». Tomamos la decisión de dejar de ser lo que fuimos durante diez años”, dice Dante, en referencia a la última década, en la que ambos construyeron sólidas carreras solistas (Dante en plan mc y beatmaker, Emma como justiciero pop). “No es que dejamos de ser, aceptamos el no dejar de ser nada. No tenemos nunca que dejar de ser Illya Kuryaki, ni dejar de ser solistas. Podemos sacar discos solistas, volver con Kuryaki, salir de gira solista, salir de gira con Kuryaki. Porque ¿cuál es? ¡Es música! Si tenés ganas de hacer cosas, las hacés.”

Durante la mezcla del disco, llama Dante desde Los Angeles. Fue elegido por Rolling Stone entre los 20 mejores guitarristas de la historia del rock argentino; su padre quedó en el cuarto puesto.

Un par de meses antes, en el estudio de Cerati, Dante estaba vestido de esa manera tan difícil de olvidar: botas color crema, pantalones verdes, camisa rosa y la pechera de guerrero indio que compró en México, durante la visita de IKV al Vive Latino: el águila amarilla llevando una serpiente en el pico, una visión de los chamanes que provocó la fundación del Imperio Azteca donde ahora es el D.F. “Tenemos un tema
que se llama «Aguila amarilla», que es para mi viejo”, me había anticipado.

Hoy, desde Woodland Hills, Dante dice: “El disco está quedando letal”.

Brando, su hijo, y el hijo de Emma, André (de la relación con su ex, la actriz Celeste Cid), que tienen la misma diferencia de edad que sus padres, pero al revés (Brando 10, y André 8), están ahí con ellos. “Estamos en un barrio que es igual al vecindario de Desperate Housewives”, dice Dante. “Nos trajimos a los chicos, que son más jugadores de fútbol que nada hoy en día. Y lo peor es que juegan bien. Acá se armaron un arquito de fútbol y andan con sus juguetes dando vueltas por el estudio. Obviamente, la música la tienen ahí y cuando quieran subirse que lo hagan. Ya están compartiendo sus primeros momentos musicales, y eso está bueno.”

Una vez, una en especial, Dante tocó con su padre y no se la olvida más. “Me acuerdo de que yo tenía 16 años o 17, y me invitó a tocar a un show suyo «Mi chevy y mis franciscanas».” Era la época de Horno…, y Dante estaba fanatizado con Jimi Hendrix, algo que Luis había tratado de inculcarle desde chico. “Mi viejo se había cortado un poco la yema haciendo salsa ese día, pero en la mano que no te podés cortar”, dice Dante. “Y esa noche pusimos una foto de Jimi arriba de los equipos, y en un momento nos apoyamos cabeza con cabeza, y a él le saltaba la sangre de la mano directamente. Ese día me llevé la Flying V toda salpicada. Dio hasta que sangró. Así, sin dolor. Después tuvo que vendarse el dedo una semana. Pero ahí,
en el escenario, puso todo. Y yo eso no me lo olvido más. Porque es sangre, ¿entendés?”.

(Foto: David Sisso & Guido Chouela)

En la puerta de la cafeteria, dos veinteañeras van saliendo agarradas a un mismo smartphone y una le dice a la otra: “Qué bien que la hiciste, boluda. ¡Te odio!”. Adentro está Emma, solo en una mesa, y es obvio que tuvo que ceder ante el pedido de las chicas: una foto.

A Emma le gusta su café. En Loreto, una casa convertida en deli que los IKV usan como base, le comento que vi la foto que postearon de sus hijos en Los Angeles. Son un calco de ellos: con el arquito Franklin atrás, André abraza a Brando, que con un corte de pelo rapero y una camiseta de River hace la seña de West Coast.

En Los Angeles también estaban Arcaute y alguien de la compañía, y les ofrecieron grabar algo
a los kuryakids. “Como andaban por ahí diciendo cosas, les propusieron que hicieran un tema y les ofrecieron una PlayStation a cada uno”, dice Emma. “Pero no agarraron.”

Emma no conoció a su padre biológico. “Un año y medio tenía yo cuando él se fue…”, dice. Pronuncia “papá” cuando habla de Dylan (por su lado, Dylan dice: “Emma fue mi primer hijo”). Pero su padre biológico no está muerto, vive en España. Nunca tuvieron relación: a él lo nombra por el apellido. Entre las pocas cosas que sabe de él, está esto: “Acá trabajaba el cuero, era marroquinero”.

Cuando rodeo el tema de su padre ausente, dice: “Me llama la atención cómo hay gente que se ve imposibilitada de criar a un hijo. Aunque sea a la distancia, aunque sea por cartas… A mí no me pasó con Horvilleur”. Se queda callado un momento. “Yo sé que para el chabón fue la espina en su vida. Pero bueno, también, qué sé yo… Las historias se escriben de esa manera. Y si no te encargás vos de escribir la historia, en algún momento ya está. Ya es tarde.”

Así fue la pubertad de Emma. “Fueron años de una adolescencia medio bardera”, dice. Era skater y paraba con La Charcas, una gang clase media que se juntaba en el Sacoa de Santa Fe y Coronel Díaz, donde también estaban el pro-skater Marcial Laskarin y Esteban “Moncho” Seijo, de Minoría Activa. “Pero a los 15 años, que fue la época en la que empezó Illya Kuryaki para mí, la violencia ya no me copaba tanto. Yo ya prefería salir con chicas. Y aparte aparecieron las drogas y se empezó a cagar todo.”

Emma tenía rulos y se los teñía como la leyenda de dogtown Tony Alva, pero por la calle le gritaban “¡pibe Valderrama!”, por Carlos Valderrama, estrella de la selección colombiana. Era la época del Mundial 90, y Dylan, que ya le había puesto involuntariamente el nombre a un disco (El jardín de los presentes, de Invisible), los vio por ahí y dijo, como llamando a uno de ellos: “Eh, Illya Kuryaki”. Emma y Dante no sabían
que Illya Kuryakin, con “n”, era un personaje de la serie El agente de CIPOL. “Illya Kuryaki”, repite Emma. “Nos encantó cómo sonaba y lo mezclamos con Valderrama.”

Después, Emma se carga una aclaración histórica: “Hay que considerar que estábamos muy excitados a esa edad. Cualquier cosa la llevábamos a un estado de emoción y de explosión que convencíamos a cualquiera”.

“Hay cosas graciosas que no se si sirven para la nota.”

Ese es Pelo Aprile, un jugador decisivo en la historia de IKV y uno de los cazatalentos más importantes de Argentina por casi tres décadas: la persona que en los 90 firmó a La Renga, Viejas Locas, 2 Minutos y, antes, a unos tiernos Kuryaki.

Pelo, que había hecho con Luis Privé y La la la (el disco de dueto con Fito Páez), recuerda la firma del primer contrato de los chicos. “En la reunión de la firma del contrato estaban Dante y Emmanuel, y parados atrás: el turco Dylan, Luis y las madres de los chicos. Para mí, era una escena surrealista”, dice.

Ese mismo día, Pelo les dio un adelanto en billetes, algo simbólico, unos dos mil dólares. Y ellos salieron corriendo a comprarse cosas: Dante, sus primeras Nike; Emma, una campera de cuero, crayones para su hermana y unos G.I. Joe para Lucas. “Me acuerdo”, dice Pelo. “Con Luis nos mirábamos y decíamos: «Estos pelotudos se van a gastar toda la plata en muñequitos».”

Emma gira el dimmer y baja las luces de Ave Sexua cuando Dante le da play a “Aguila amarilla”. Suena una poderosa guitarra hard rock y un puente melódico con piano que sostiene una letra llena de alegorías. La canción termina y Dante se da vuelta:

“De tu lágrima un águila salió volando…”, recita. “La hicimos con todos los elementos que a mi
viejo le hubieran gustado. Con una parte medio Invisible, medio Beatles; con guitarras medio Led
Zeppelin y con el águila de Castaneda. Es un homenaje con todo.”

El lugar queda en silencio un momento, hasta que Dante vuelve a hablar: “Fuerte, ¿no? Sí, pero
había que hacerlo”.

En la pantalla se leen algunos títulos de canciones nuevas: “Adelante”, “Encuentro”, “Celebración”. Juntos y por separado, todos parecen estar diciendo lo mismo. “Esta es un poco nuestra respuesta inconsciente a todo lo que pasó”, dice Emma. “Fue la idea: buscar la luz.”

Arcaute entra en Loreto y tarda nada en abrir su laptop. Además de sus tareas de coproductor (y comanager), lleva en Excel una bitácora detallada de la grabación. Lo aprendió del film El empleo del tiempo, de Laurent Cantet. “Ayuda a hacer balances, a pensar”, dice. “Fue lo primero que hicimos: un calendario.”

Once veces ganador del Grammy (tiene diez latinos y uno global por Los de atrás vienen conmigo, de Calle 13), Arcaute, de 35 años, participó en los últimos cinco álbumes de estudio de Luis. Y dice: “Este disco tiene eso también: lo tiene a Luis metido adentro. No puedo dejar de evaluar eso, porque todas las obras tienen que ver con su contexto”.

Arcaute grabó Mordisco de Emma (el de “Radios”, “Llamame” y “19”), y Pyramide de Dante: los dos discos más radiales de sus catálogos solistas. Y, curiosamente, fue asistente en la grabación de Kuryakistan, el último disco de la etapa anterior de IKV. “Se veía que la tolerancia estaba agotada y la manera en la cual querían consensuar no era la ideal. Además, tenían otras inquietudes”, dice. “Ahora se reencuentran para resolver un asunto pendiente. No sé si es el mejor disco de Kuryaki, pero es el que auténticamente los juntó.”

Dante y Emma parecen emocionados con algo cuando nos encontramos en Ave Sexua. Se trata de una cosa que sólo pasó en este disco y que ellos llaman “la voz Kuryaki”.

Emma explica: “En el disco hay canciones en que se da «la voz Kuryaki», que es un tercer color de voz resultado de la mezcla de los dos. No se entiende bien si es Dante o es Emmanuel”.

En los 90, IKV fue el refugio de los que no encontraban su lugar entre las bandas de la escena Buenos Aires Hard Core, el punk ramonero, el heavy metal fabril, el rock chabón y stone, y la “movida sónica”. Dante y Emma pintaron con la mente una escenografía paralela para una generación criada por la TV. Tenían una marca registrada, su pronunciación característica (de película doblada al castellano) y rimas esquizofrénicas en formato de cuento que eran el portal a un territorio más seguro: un edén de personajes de la noche, ídolos de las artes marciales y toneladas de sexo.

En aquella época, Spinetta los definía en el documental de MTV Mejor hablar de ciertas cosas:
“En las letras de Kuryaki hay un aspecto transformativo que en el rock nacional no se daba desde…
no sé, es como la diferencia entre una letra de Litto Nebbia y todo lo que había antes”.

Todo ese mundo que los IKV ponían en sus canciones, especialmente en Chaco y su hit definitivo, “Abarajame” (junto con “Matador” de Los Fabulosos Cadillacs e “Ingrata” de Café Tacuba, los temas que definieron la era del rock latino televisado), venía de sus incursiones tempranas en la noche. “Empezamos a salir de muy chicos”, dice Emma. “Nosotros usufructuamos la noche de los 90.”

Los dos juntos enumeran los lugares a los que iban, y por primera vez escucho en vivo de qué
se trata “la voz Kuryaki”:

“El Codo, Chakira, Nave Jungla…”, dicen a la vez.

En ese momento, cuando les devuelven el contrato porque Horno… había vendido menos de 10
mil copias, descubren a Larry Graham en la pista de la Nave (Javier Zúker, hoy en Poncho, era el
dj). Sin discográfica y con un sello inventado (Gigoló Productions), empiezan a hacer Chaco, que
hasta el momento eran cinco temas con el título Cartuchera porno. Lo hacen con un adelanto
de 70 mil dólares que Pelo les da de su bolsillo. “Ya habíamos depurado cierta sensualidad y sabíamos que se venían cosas buenas”, dice Emma. Pero no imaginaban que Chaco se iba a convertir en un doble platino de 250 mil copias.

“Había otro tipo de mística en la noche”, se convence Emma. “Yo me acuerdo, no sé, de salir de la
Nave Jungla y que esté Crazy, que era un payaso que nosotros usábamos en los shows… Un payaso
con un bolso con serpientes, lagartos…”.

DS: Peleándose contra travestis… la Nave era muy bueno. Estaba el Indio Watanga, que aparecía con un látigo y le sacaba los cigarrillos a la gente: “¡WATANGA!”.

EH: Y enfrente estaba La Mary, que era un bar re stone donde se cagaban a trompadas. Esos boliches eran como nuestras casas. Ibamos todos los putos días.

¿Cómo compusieron “Abarajame”?

EH: Yo me había ido a Cabo Polonio y Dante a Garopaba. Y cuando volvemos a encontrarnos, le
muestro la situación esa de: “Mi nombre es Coolero Connor, soy cruza de potrillo y de perra…”;
todo lo que canto yo en la primera parte. Y Dante me dice: “Mirá lo que hice yo”, y también había
escrito con un álter ego.

DS: Groova Chaco. Y no lo podíamos creer, porque nunca habíamos escrito con otros nombres. Y unimos todo. Nosotros mezclamos la fantasía con la realidad siempre. Cuando salió “Abarajame” fue drástico el cambio. De pronto éramos como unos hippies con plata. Yo andaba con 200 mil dólares en una bolsa de consorcio. Fue un éxito de esos grandes que pasan pocas veces. ¡Lo cantaba todo el puto país! Hicimos Obras y fuimos a México y teníamos dos teatros Metropolitan llenos. Vendían vasitos de tequila con nuestras caras. Yo pensaba: “¿Qué carajo está pasando?”. Y después fue gigante.

EH: Fue realmente un boom.

DS: El capítulo siguiente es Versus, y fue el rechazo al grupo que le va bien. De golpe nos empezó a ir mal. Pasamos de llenar Obras a que se nos cayera toda esa estructura. Empezamos a tocar para 700 personas.

¿Cómo fue ver ese derrumbe desde adentro?

EH: Ese momento fue muy frustrante… Qué sé yo, nosotros íbamos más rápido que el público también, ¿no?

Versus costó 180 mil dólares. Pelo, que ya era un productor exitoso (había agarrado el Album Negro de Metallica con 5 mil copias vendidas en Argentina y había vendido 700 mil más), tenía apoyo de Alain Levy, un físico-matemático francés convertido en CEO discográfico que venía de devolverle al productor Jimmy Iovine (Interscope) todos los contratos de la escena OG tras el asesinato de Tupac Shakur. “Alain era francés y no le gustaba todo ese quilombo”, dice Pelo.

Levy vio a IKV en Dr. Jekyll y se fue alucinado. “Le hicieron una nota en Rolling Stone, y ahí decía que se podía hacer rap de otra manera, porque en Buenos Aires había conocido a Illya Kuryaki”, cuenta. “Entonces yo tenía todo el apoyo, porque además los chicos estaban haciendo música de una calidad impresionante.”

El siguiente es Leche, “el disco de funk definitivo de IKV”, dice Emma, donde participa Bootsy Collins, el legendario bajista de James Brown y Parliament-Funkadelic, que en el último track les deja un mensaje: “Keep the funk alive”.

“Cuando sale Leche, volvemos con «Coolo» a ser populares, pero ya parados desde otro lugar”, agrega Dante.

En la historia de ustedes se repite la situación de tener que sobreponerse y salir a demostrar.

DS: Cuando nosotros salimos, no había muchos grupos que estuvieran haciendo el amor con la
imaginación. Tocábamos en festivales con bandas de rock barrial, y llegábamos con todas unas
cosas fucsias de peluche y deformidades, porque teníamos otro bagaje cultural. Pero siempre nos
plantamos como la banda: nuestros discos hablan por sí solos. Por eso también creo que con
el tiempo Kuryaki se convirtió en algo más grande de lo que era.

Aunque eran un grupo alternativo, no eran considerados dentro de la movida sónica. ¿Por qué?

DS: Teníamos pica con los Babasónicos, eso es lo que pasaba.

EH: Claro, teníamos pica con los Baba y con otras bandas también.

DS: Me acuerdo de que tocábamos después de ellos en el Nuevo Rock Argentino, y nos tirábamos medio mala onda en las notas. No sé por qué, porque sí. Recuerdo que salieron de tocar diez minutos tarde, y Emma lo encara a Dieguito (Rodríguez) y le dice en la cara: “Dale, hippie de mierrrda”. Y el otro le responde: “Rapero de mierda”. Y ahí fue el clic y nos empezamos a reír. Ahora me parecen una de las mejores bandas argentinas.

A ustedes los agredían bastante durante los 90. Son muy recordados los piedrazos que les tiraron
en el festival Buenos Aires Vivo II.

EH: Una vez me tiraron una botella que explotó a medio metro. Igual, creo que ahora eso no le
pasa a una banda. Bah, quiero creer.

DS: ¿Te puedo responder como si te hubiese respondido en el 98?

Claro.

DS: ¿Sabés lo que pasa? Que todos esos pibitos estaban celosos porque sus novias se pajeaban con nosotros. Es así, ¿entendés?

EH: Preguntales cómo se llaman sus hijos. Seguro que alguno se llama Dante.

“¿Queres ver la tapa?”, dice Dante el dia que llego a Ave Sexua a escuchar el disco terminado, que Sony edita a fines de este mes: un arsenal de funk noir y rock progresivo argentino de los 70. La tapa parece el póster de una película con Ryan Gosling. La referencia fue Electric Ladyland, de Hendrix: ellos con muchas chicas desnudas. Pero a mí me recuerda una línea de “Stop muerte”, un tema incluido en la película Amores perros: “Veinticinco perras y nosotros dos, románticos en el lugar equivocado”.

El disco se llama Chances y, a diferencia del resto del catálogo de la banda, en el que cada canción era un zapping de géneros, ahora llevan adelante una intención por track: hay rapcore (“Motherfucker”, con Molotov), afro-beat y hasta un reggae (“el primer reggae de IKV”, dice Emma); pero la tónica general está dada por una sección de rock tradicional americano (“Aguila amarilla”, “Adelante”) y una maciza columna funk-rock (“Ula ula”, “Funky futurista”, “Helicópteros”), con horns dirigidos por Michael B. Nelson, el mismo del clásico de Prince “Sexy MF”. Cuenta Dante: “El tipo nos decía: «Estoy pensando cómo lo haría Prince»”.

Dante, que hizo todos los beats del disco, dice: “Cuando empezamos a ensayar los temas, eran todos casi iguales, pero en el estudio cambiaron. Es como los bebitos, que son todos parecidos. Pero cuando crecen, uno se llama Brustun y el otro Waleco.”

Emma dice esa tarde: “Me gusta el cariño que la imagen de nosotros dos juntos trae aparejada”. Según ellos, no existió un distanciamiento durante todos estos años. “Tratamos de ayudar un poco a la situación. Porque, aparte, cada vez que nos veían era: «¡Eh! ¿Cuándo se juntan?»”, sigue. Y Dante agrega, con honestidad: “Obvio que el negocio también lo cuidamos. Es la comida de nuestros hijos”.

Sin embargo, en el momento en el que se separaron, había muchas cosas que indicaban que era hora de hacerlo. Tenían grupos de amigos distintos; habían crecido, cambiado. Y la muerte de José Luis Miceli (“el tercer Kuryaki”, decían ellos), amigo y manager del grupo, terminó de romper algo en ellos.

“Cuando él fallece, también es medio raro lo que se genera en nosotros”, dice Dante. “¿Adónde vamos mañana? ¿Qué hacemos después? José estaba ahí, en esas decisiones.”

Estaban de vacaciones en Punta del Este cuando se enteraron. José había tenido un choque en la ruta camino a Escobar: él y su hijo Luca, de sólo 2 años, estaban muertos. Su mujer, que se salvó milagrosamente, no sabía que estaba embarazada de días: Dante es el padrino del niño, Valentino, que ahora tiene 10.

“Ibamos a entrar en las grandes ligas latinas en Estados Unidos”, dice Dante. “Pero, después de eso, no teníamos la chispa para seguir siendo Illya Kuryaki. Fue un golpe duro.”

“Sí”, completa Emma. “Fue como: the dream is over.”

“Tal vez dante tenia un plan. Yo no”, dice Emma una tarde de 2010 en su PH de Colegiales, cuando
la reunión era un rumor cada vez más fuerte, pero él todavía lo negaba. Era el tiempo de su cuarto disco solista, el brillante Amor en polvo.

Los IKV se separaron con dos presentaciones internacionales de lujo: una en Summerstage del Central Park, en Nueva York, y la otra en el Barbican de Londres. Esos dos shows fueron el punto más alto en la carrera del grupo.

“Me acuerdo de que al otro día del show salimos en la tapa del New York Times con una nota que decía que éramos el futuro del rock en español. Y nos estábamos separando”, dic Emma. “Me acompañó durante un par de años ese título.”

Emma volvió a pasar mucho tiempo en la calle. “Recuerdo que caminaba cincuenta cuadras, pensando en cosas, en las canciones y… me enrolaba a hablar con cualquiera”, dice. “Medio loco.” Se juntó con Diego Bavasso, que había tocado con IKV en vivo el disco Leche, y compró un lugar para hacer un estudio justo antes del colapso financiero de diciembre de 2001. Ahí, arriba de esta especie de fábrica, estaban ellos y una estufa, y Emma empezó a trabajar en Música y delirio. Le mostró las primeras canciones a Pelo (“Lo que me trajo no me gustó”, dice el productor); y luego a todo el que quisiera escuchar. Una noche se encontró con Shakira en un hotel de Manhattan, y también se lo mostró a ella.

Pero ese demo no tenía ni “Soy tu nena”, ni “Té de estrellas”, ni “Hermano plateado”, los tres singles de Música… “Esa etapa realmente fue de quiebre”, dice Emma. “Viéndolo a la distancia, me salí de una situación muy grande y pasé a la nada misma.”

Luego hace una pausa. “Bueno, me encantó”, sigue después. “Al poco tiempo ya tenía un hijo.”

A Emma le gusta resumir las cosas. Su carrera solista la resume así: “Me junté con Bavasso e hicimos Música y delirio. Me junté con Tweety González e hicimos Rocanrolero. Me junté con Rafa Arcaute e hicimos Mordisco. Y me junté con mi hermano Lucas y salió Amor en polvo. Todos estos años hice discos como quise y viví de eso. Encontré mi propia voz y la canción que estaba buscando. Por más que a veces quiera más”.

“Yo continue en el barco en que veniamos. Y el plan estaba: era un plan gigante”, dice Dante otro día, en la cocina de su casa.

Cuando los Kuryaki se terminaron, se suponía que Dante fuera el exitoso y Emma no. Dante era el que llevaba el apellido Spinetta, pero, más importante que eso, el que más cerca estaba del sonido y la estética de IKV en el momento en que el grupo se diluyó (Prince, ropa Fubu y do-rags). También tenía a Pelo Aprile y un contrato firmado en México por cientos de miles de dólares.

Pero el mundo discográfico quebró. Pelo precisa: “Levy se fue a otra compañía y el presidente nuevo dejó 130 mil dólares en un cajón”.

Su siguiente disco, El apagón, tardó cinco años en salir y tuvo que editarlo él mismo. En esa etapa, en medio de la explosión formal del rap de competición en Argentina, Dante –que no era respetado en el hip-hop underground– empezó desde abajo de nuevo, saliendo a tocar en formato soundsystem (incluso a hacer DJ-sets); y grabó todo eso en “Olvídalo”, un track de El apagón junto a Julieta Venegas: “Algunos guachos siguen cuestionando mi talento/ porque mi apellido, porque no lo merezco”. Ahí, también se refirió al futuro de Kuryaki: “IKV no creo que vuelva/ así que no pregunten más y pásenme la yerba”.

Después de ese disco, Dante se divorció de Majo, una bailarina de Sábado Bus que estaba al frente de “las calaveras”, las b-girls estilo krumping que lo acompañaban en vivo.

“Fue muy real todo eso que vivimos”, dice Dante. “Y también fue muy real y doloroso el desprendimiento. Yo me refugié en Pyramide.”

En Pyramide hay una canción que se llama “H.M.P.”, una sigla que en el disco parece responder a un insulto, pero internamente su significado es: “Hijos, música, plata”. “Era todo lo que necesitaba. En ese momento, pensaba: «Quiero estar bien, hacer la música que me gusta y todo para mis hijos»”, dice Dante.

Con esa mentalidad encontró la paz que quería transmitirse a sí mismo en Elevado, cuando en “Dónde vas” cantaba: “Sé quién soy, te voy a demostrar quién soy”.

Dante agarra una copia de Pyramide, que grabó durante 2009 en el estudio La Diosa Salvaje, con su padre cerca (“Eso fue una bendición. Almorzamos juntos un año entero”) y mira la contratapa. “Me impresionan algunas cosas”, dice, repasando los títulos. “Estaba tratando de encontrarme con lo espiritual
porque se me venía, boludo.”

Dos dias despues del funeral de su padre, IKV tocó en el festival Cosquín Rock, en Córdoba, y el primer
tema del set fue “Post-crucifixión”, un clásico de Pescado Rabioso.

En su casa, le pregunto a Dante si pensó en no tocar. “Sí”, dice.

¿Por qué lo hiciste?

Fue mi tributo a su actitud de nunca bajarse de un escenario, de que la música tiene que continuar. Fue durísimo, apenas pude; atrás de los lentes se me caían las lágrimas. Pero creí que había que hacerlo por una cuestión de… eso, de la música.

Un mes atrás habían decidido traerlo de la clínica Cemic a La Diosa, su estudio, donde eligió pasar
sus últimos días. Apenas tres días antes de su muerte, zaparon juntos; Dante, Luis y Fito Páez.
Cuando Dante era chico, Fito pasaba mucho tiempo en su casa. “Era muy amigo de mi papá, Fito. Como un tío”, dice Dante. “Yo me acuerdo de que Fito nos parecía el más futurista, porque sus temas sonaban como Prince. Y nos leía cuentos a mí y a mis hermanos, para que nos durmiéramos. Nos contaba historias de viajes.”

Ese día en el estudio, zaparon. “Mi viejo se sentó y tocó la viola. Hizo un solo como de cinco minutos increíble”, dice Dante. “Y nada… tres días después se apagó.

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