Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente
Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Apocalípticos e integrados, vistos a través de la pantalla

Un repaso -guiado por la inteligencia artificial- por los caminos de la Internet y las redes sociales en el cine y la televisión

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

julio 24, 2023

ILUSTRACIÓN POR ALIAS CE

En 1964, Umberto Eco publicó un libro llamado Apocalípticos e Integrados que lo hizo ser reconocido en el ámbito académico mundial. En esta obra, el fallecido autor italiano se propuso analizar de una manera diferente el fenómeno de la cultura de masas, partiendo de los problemas que presuponen los dos enfoques clásicos que comenzaron a utilizarse hacia la segunda mitad del siglo XX para aproximarse a la cultura contemporánea.

Por un lado, tenemos a los apocalípticos, aquellos que conciben a la cultura como un hecho solitario y aristocrático, que se opone a la vulgaridad de la mayoría. Los apocalípticos sospechan de todo lo masivo, lo compartido por todos, ya que les parece un contrasentido que se opone a la cultura. Quienes se paran en este enfoque tienen una posición pesimista de los cambios causados por la irrupción de los medios masivos de comunicación. Asumen una actitud desconfiada ante cualquier acción que modifique el orden de las cosas y son portadores de un pensamiento conservador.

Por otro lado, tenemos a los integrados, aquellos que aceptan los nuevos fenómenos culturales y que sostienen que los medios masivos de comunicación visibilizan y generan acceso a manifestaciones artísticas y sensibilidades a las personas que antes no lo tenían. Los integrados aceptan sin cuestionar la idea de una cultura compartida por todos y producida de un modo que se adapte a todos. No se preguntan si las manifestaciones culturales parten de los intereses de la clase social a la que van dirigidas o si es una cultura pensada desde la clase que tiene y busca perpetuar su poder.

En su libro, Eco considera que, tanto la postura pesimista del apocalíptico como el excesivo optimismo del integrado, evitan la verdadera dimensión de los cambios culturales. Eco afirma que “mientras los apocalípticos sobreviven precisamente elaborando teorías sobre la decadencia, los integrados raramente teorizan, sino que prefieren actuar, producir, emitir cotidianamente sus mensajes a todos los niveles”. Preguntarnos el porqué de los fenómenos culturales es la clave para conocerlos a profundidad y superar las dicotomías.

Antes de dejarnos en 2016, Eco nos advertía con respecto a la sobrecarga de información que genera la red digital y sobre la necesidad de guiar, seleccionar y filtrar sus contenidos, así como de la supremacía del libro impreso como soporte de la escritura. “El exceso de información provoca amnesia” posteó Eco en su cuenta de Twitter. Al parecer, se estaba volcando hacia el lado de los apocalípticos.

Orion Pictures/Metro Goldwyn Mayer

Los esposos Charles y Ray Eames, figuras destacadas del diseño industrial y del cine documental, educativo y experimental, hablaban en la década del 50 de cómo “la era de la información es la era de las oportunidades”, y desarrollaron una serie de productos audiovisuales interactivos tremendamente innovadores y creativos, utilizando lo último en tecnología para la época (trabajaron por varias décadas en asocio con IBM), basados en la fragmentación narrativa y en una deliberada sobrecarga informativa, para atraer y fascinar a un público por temas que los profesores de las escuelas y universidades nos hacen detestar, como las matemáticas, la física, la trigonometría y el cálculo. Su fórmula consistía en cortes rápidos, animaciones, colores vivos, música grandilocuente y mucho sentido del humor, aspectos que fueron tomados de la publicidad, la televisión y el cine hollywoodense, y que serían retomados por la Children Television’s Workshop, creadora del inmortal Plaza Sésamo para perseguir fines formativos y educativos. John Dewey, uno de los padres de la pedagogía contemporánea sostenía que la clave no está en enseñar, sino en enamorar a los estudiantes frente a lo que se enseña. A los Eames (y a Plaza Sésamo) se les ha desestimado por haber estado sometidos a la ley de la oferta y la demanda, por haber borrado la diferencia entre las elaboraciones de la cultura “superior” y los productos de mero entretenimiento, y por apuntar a las emociones por encima de la reflexión. En otras palabras, ellos se volcaron hacia el lado de los integrados.

También en los años 50, varias películas como Semilla de maldad y Rebelde sin causa, advertían sobre los peligros de la rebeldía juvenil y la asociaban con la nueva música que escuchaban: el rock & roll. “La juventud de hoy ama el lujo, es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto, contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”.

Mientras Terminator y The Matrix nos advierten con grandilocuencia sobre los peligros de la tecnología, series como High School Musical y Glee, enseñan sobre la diversidad y el poder sanador del arte. Warner Bros.

Esta frase bien la podríamos encontrar en el discurso airado de un padre de familia del siglo XX, o bien de un padre del siglo XXI, quien además se queja de “esas músicas infernales”, conocidas como reggaetón y corridos tumbados, lideradas por Bad Bunny y Peso Pluma. Pero no. La frase citada pertenece a Sócrates y fue enunciada hace más de 2500 años. Al parecer, el discurso apocalíptico comienza cuando las personas dejan de sentirse jóvenes y se vuelven amargadas, así como el discurso integrado pertenece a una juventud inexperta e ingenua, pero vital.

Nadie duda que las dos películas de Terminator, dirigidas magistralmente por James Cameron, son auténticos clásicos del cine. Hasta el mismo Andréi Tarkovski alabó la potencia y precisión de la primera parte. Pero esas películas dejaron en quienes las vimos en los años 80 y 90, la sensación de que la tecnología es nuestra enemiga y en algún momento se sublevará para dominarnos hasta llevarnos a nuestra perdición (esa era la reflexión que quería inculcarnos nuestro maestro de secundaria cuando nos presentaba al interior del aula el clásico de Chaplin Tiempos modernos).    

Ahora bien, existen muchísimas dudas de que los productos para la televisión High School Musical y Glee sean de gran calidad. Es más, muchos críticos los tildaron de “tele-basura” junto a los reality shows de la época. Pero mientras que Terminator y The Matrix nos advertían con grandilocuencia sobre los peligros de la tecnología, las series cursis y edulcoradas que cautivaron a los jóvenes del nuevo milenio, les enseñaron sobre la diversidad, el sentido de comunidad, la necesidad de perseguir un sueño y el poder sanador del arte. Y el rock & roll, que inicialmente fue considerado como la “música del demonio”, hoy en día es visto como un verdadero género musical que canalizó ideas, emociones, una conciencia social y los ideales de amor y paz por un mundo mejor, gracias a las voces articuladas de Bob Dylan, John Lennon y Joan Baez, entre muchos otros. El rock también fue un vehículo para la violencia (Sex Pistols), la apatía (Nirvana) y el absurdo de la vida (Radiohead), como antes lo habían hecho los filósofos nihilistas y existencialistas (y lo hacen serie como 13 Reasons Why o Euphoria), pero eso no quiere decir que la música, el cine o la televisión en sí sean malos. Son apenas el medio para comunicar un conjunto de ideas, sensibilidades y emociones que, en últimas, son el fin de los medios y de la tecnología que ha sido creada, producida y utilizada por el ser humano.

Cortesía Netflix

Esto nos lleva al debate sobre la Internet y las redes sociales para recordarnos a los apocalípticos e integrados. Y la forma en que el cine se ha apropiado de este fenómeno tecnológico cambió para bien y para mal nuestras vidas; allí el debate se hace evidente.

En un acto que intenta superar y, al mismo tiempo, reforzar la dicotomía, le pregunté al Chat GPT que me comentara sobre las principales formas en las que el cine y la televisión abordan el fenómeno de la Internet y las redes sociales. Y de esa forma fría, cortés y ejecutiva en la que tiende a comunicarse, me respondió haciendo uso de cuatro categorías. A continuación, quien les escribe (un humano, se los garantizo) hará uso de ellas para agrupar las diferentes cintas y series que han abordado el surgimiento de este fenómeno tecnológico sin precedentes.  

Conexión y alienación

Esta categoría, planteada por el sistema de chat, basado en el modelo de lenguaje por inteligencia artificial, enfatiza el discurso apocalíptico que se inclina por explorar el lado oscuro de las nuevas tecnologías, asociado a la forma en que la conexión virtual puede llevar al ser humano a una desconexión con el mundo real o a la disolución (o pérdida) de la identidad que conlleva estar inmersos en un mundo virtual (o hiperreal, como lo llamaría Jean Baudrillard). El núcleo del grupo de películas y series que integran esta categoría parte del supuesto de que existen dos mundos: uno verdadero y genuino, al que podemos llamar “mundo real”; y otro falso y engañoso, al que podemos denominar “mundo virtual”.

La obra maestra del grupo es, definitivamente, la serie antológica británica Black Mirror, la cual se podría catalogar como una de las mejores series de televisión de todos los tiempos. Esta Dimensión desconocida en clave ciberpunk creada por Charlie Brooker, se enfoca en la adicción que producen los dispositivos tecnológicos a partir del placer que generan, pero explora el terrible precio a pagar por ese placer, como sucede con los adictos a las sustancias psicoactivas, el juego o el sexo. Para la última temporada de la serie, Brooker también recurrió al ChatGPT para escribir el guion de uno de los episodios. “Los resultados fueron una mierda… lo único que hace es buscar todas las sinopsis de los episodios ya emitidos y mezclarlas”, dijo.

Pero junto a la estupenda Black Mirror, nos encontramos con que a este grupo pertenecen la mayoría de las películas que giran en torno a la Internet y las redes sociales. La fallida Hombres, mujeres y niños (2014), dirigida por Jason Reitman (Gracias por fumar, Juno), es uno de esos escasos dramas protagonizados por Adam Sandler en los que el actor demuestra su talento al interpretar a un adicto al porno. Sin embargo, la cinta falla al caer en un discurso pontificador, a veces exagerado y, por supuesto, sesgado hacia los efectos negativos (el deterioro de las relaciones familiares, de pareja y demás). Pero se le abona su espíritu polémico y disruptivo, en especial cuando aborda los efectos de la red en las dinámicas sexuales de sus protagonistas.


Los seres humanos merecemos un destino apocalíptico cuando las noticias insulsas y los likes importan más que la vida,  los vínculos afectivos profundos y la aplicación del método científico para llegar a la verdad.


De ese mismo año nos encontramos con Eliminar amigo, una cinta de terror que es mucho más efectiva si se ve en un computador portátil en vez de la pantalla de cine. Aquí, siguiendo las estructuras narrativas del slasher y del found footage, un grupo de adolescentes se enfrenta a un ente sobrenatural que surge de una videollamada. Tanto esta película, como su secuela superior Eliminar amigo: Dark Web (que cambia al ente sobrenatural por un culto de sádicos ocultos en la red oscura), funcionan por su creatividad y recursividad formal, y porque al llevar el temor a la Internet al paroxismo, logran aterrar y perturbar genuinamente a los espectadores.

Dos años antes se estrenó la cinta independiente Desconectados del documentalista Henry Alex Rubin, en su incursión al cine argumental. Al seguir la línea de las películas de Todd Solondz (Felicidad) y de Magnolia de Paul Thomas Anderson, el trabajo de Rubin nos cuenta tres historias interconectadas que giran en torno a la dependencia de la tecnología, mostrando sus consecuencias en las relaciones sociales y el estado emocional de las personas dependientes. Esta es una película dura, que cuenta con estupendas actuaciones a cargo de Jason Bateman, Hope Davis, Alexander Skarsgård y David Nyqvist, entre otros, y que nos hace sentir una gran empatía por el drama personal de sus protagonistas.

Junto a Desconectados, encontramos la delicada y sensible Octavo grado (2018), del actor convertido en director Bo Burnham. En ella, la actriz Elsie Fisher se luce como una preadolescente de 14 años, desesperada por ser la más popular de su curso, y quien imparte una serie de lecciones de empoderamiento a las niñas de su edad, en una serie de vídeos que realiza y cuelga en YouTube (y que probablemente nadie ve). Sin embargo, sus lecciones de vida distan mucho de lo que ella es en la realidad: una chica callada y retraída, enamorada del chico más popular de su clase y con un padre (Josh Hamilton) que trata de conectarse con ella de manera infructuosa. Burnham logra contar la historia de esta niña de una manera estructurada y muy divertida, sin caer en ningún momento en estereotipos o lugares comunes, con un gran ojo y oído para el mundo adolescente actual. El espectador tampoco debe esperar una cinta que culpe a la Internet y a los teléfonos celulares por todo lo malo que experimentan las nuevas generaciones. La red y los dispositivos digitales aquí hacen parte de la realidad y de la vida cotidiana de unos jóvenes que no se diferencian mucho de los jóvenes de las generaciones anteriores.

DISTINTAS MIRADAS: Al abordar la tecnología desde múltiples perspectivas, el cine y la televisión invitan a grandes y pequeñas reflexiones sobre la conexión, la alienación, el activismo, el empoderamiento y la diversidad. De igual forma, nos advierten ante la alienación, la soledad, la manipulación y las trampas del mundo virtual. Warner Bros Pictures

Peligros y consecuencias

Esta segunda categoría también se decanta decididamente por el discurso apocalíptico. En este grupo se resaltan los peligros y las consecuencias negativas del uso de la Internet y las redes sociales, desde la manipulación y la pérdida de privacidad, hasta el acoso cibernético y las amenazas a la seguridad nacional y mundial. Aquí encontramos dos de las cintas pioneras en el abordaje del mundo cibernético e informático y son Juegos de guerra (1983) de John Badham y La red (1995) de Irwin Winkler.

En la primera, todo un fenómeno comercial en la década de los 80, un joven experto en computadores (Matthew Broderick) intenta infiltrarse por pura diversión a los sistemas del Pentágono y no solo lo logra, sino que pone en jaque a su país -y al mundo en general- en el contexto de la Guerra Fría. Esta fue la primera vez que apareció un hacker en la pantalla y, pese a los módems telefónicos y las pantallas monocromáticas, la cinta sigue vigente al advertirnos sobre la fragilidad de los sistemas informáticos y la dependencia exagerada y peligrosa que la humanidad tiene con ellos. 

La segunda, una cinta de suspenso protagonizada por Sandra Bullock, nos cuenta la historia de Angela Bennett, una experta en sistemas cuyo amigo Dale (Ray McKinnon), le comparte un programa para acceder a bases de datos privadas. Este descubrimiento hace que ellos sean víctimas de una conspiración tramada por una organización ciber terrorista que le roba la identidad a Angela, para acabar con su reputación, su estabilidad económica y, de paso, su familia. La verdad sea dicha, esta es una cinta descuidada en su trama y en los detalles, que se apoya en el carisma de Bullock, pero que pudo haber sido un trabajo muchísimo mejor de lo que fue. 

Cortesía Netflix

David Schwimmer, el famoso Ross de la serie Friends, dirigió Pérdida de la inocencia (2010), una de las dos películas que tratan el tema de la pederastia y el grooming en la Internet. Aquí, una niña de 14 años (una estupenda Liana Liberato) se hace amiga de un supuesto joven a través de la Internet, solo para descubrir que es un adulto con muy malas intenciones (Chris Henry Coffey). Esta es una gran cinta que no busca simplificar y caer en los lugares comunes de los géneros, sino que, con humanidad e inteligencia, nos muestra las implicaciones psicoafectivas de una niña en extremo vulnerable, cuya curiosidad sexual es explotada por un lobo disfrazado de oveja.

Hard Candy (2005), dirigida por David Slade y protagonizada por Elliot Page, sigue la estructura de una cinta de venganza, y nos muestra a otra chica de 14 años que mantiene una amistad en la red con un fotógrafo de moda (Patrick Wilson). Luego de tres semanas de hablar y coquetear, quedan de verse en un café y el adulto invita a la niña a su casa con el pretexto de escuchar un concierto inédito de Goldfrapp. Pero no solo el hombre oculta sus intenciones, sino también la chica, que no es tan inocente como aparenta. Más que transmitir un mensaje, esta cinta busca impactar de una manera visceral y efectiva y se favorece del talento de sus dos actores protagonistas.

Sin embargo, las películas más interesantes de esta categoría pertenecen al género documental y son Catfish (2010), un poderoso documental que luego se desvirtuaría con una insulsa serie para MTV, y que sigue a un joven que sostuvo una larga relación amorosa por Facebook, para luego enterarse de que todo era mentira, como si se tratara de la adaptación de M Butterfly para la generación de la Internet. Gracias a este memorable trabajo, el término catfish actualmente es utilizado para denominar los perfiles falsos y los engaños llevados a cabo en la red.

Elizabeth Fisher/USA Network

El dilema de las redes sociales (2020) de Jeff Orlowski, es un docudrama (mezcla de ficción y realidad), que explora los efectos ocultos y reales de las redes sociales y cómo las plataformas están diseñadas para manipular nuestra atención y comportamiento con fines económicos, ideológicos y políticos. Esta producción nos abre los ojos para mostrarnos a través de una familia con dos adolescentes, cómo las redes sociales explotan los mecanismos conductistas que llevan a la adicción, su uso en los manejos políticos, su impacto en salud mental (que incluye el aumento disparado del índice de suicidios en preadolescentes y adolescentes), y el papel de las redes en la difusión de absurdas teorías de conspiración defendidas por la extrema derecha, como QAnon, los terraplanistas y la supremacía blanca. El crítico Mark Kennedy de ABC News dijo que este documental “te hará inmediatamente querer arrojar tu smartphone a la basura para luego arrojar la caneca a través de la ventana de un ejecutivo de Facebook”. Hasta el momento nadie lo ha hecho.

Empoderamiento y activismo

Por el lado del discurso integrado, existen varias películas que destacan el potencial de las redes sociales para ser utilizadas como plataforma para difundir mensajes importantes, organizar movimientos sociales y generar conciencia sobre problemas políticos y sociales relevantes. Aquí hay que destacar la serie Mr. Robot, que dio a conocer al actor Rami ‘Freddie Mercury’ Malek como Elliot Alderson, un hacker con serios problemas psicológicos que es reclutado por Mr. Robot(Christian Slater), para unirse a un grupo de “hacktivistas” que busca desestabilizar la economía para crear una sociedad más justa. Pese a que la serie mantiene un tono oscuro y nihilista, similar al de El club de la pelea, también posee ese aire esperanzador y revolucionario del Robin Hood arquetípico.

Snowden (2016) de Oliver Stone, así como El quinto poder (2013) de Bill Condon, se enfocan en la vida y obra de Edward Snowden (Joseph Gordon-Levitt) y Julian Assange (Benedict Cumberbatch), respectivamente. Estos dos famosos ciber activistas utilizaron la Internet para destapar los juegos y los intereses ocultos de quienes están en el poder y ahora pagan el precio de convertirse en prófugos y asilados políticos. Hay que decir que las películas argumentales nada tienen que hacer contra el poder de sus contrapartes documentales, CitizenFour (2014) de la directa implicada Laura Poitras sobre Snowden, y Robamos secretos (2013) de Alex Gibney sobre Assange y WikiLeaks.

Millennium Media / Lionsgate

Los documentales La guerra invisible (2012) sobre la violencia sexual al interior del ejército estadounidense; The Square (2013) sobre la resistencia popular en Egipto; RBG (2018) sobre la ilustre carrera de la jueza de la Corte Suprema de Estados Unidos Ruth Bader Ginsburg, y The Great Hack (2019) sobre el escándalo de Cambridge Analytica, en el que se usó a Facebook para influir en las elecciones, ejemplifican de una manera grandilocuente cómo las redes sociales y las plataformas digitales pueden ser utilizadas como herramientas de empoderamiento y activismo, ya sea para impulsar el cambio político, promover la igualdad, dar voz a la mujer o a los que habitan en la periferia de los círculos del poder, y nos muestran cómo las personas pueden utilizar las redes sociales para difundir mensajes importantes, crear conciencia social y promover un cambio positivo en muchos niveles.

Comedia y sátira

En esta última categoría encontramos a las películas y series que se burlan de una manera sutil y pseudo seria, o a veces exagerada y directa, de la obsesión por los seguidores, los likes y la cultura de la viralidad. En esta categoría encontramos a la divertida Jexi: Un celular sin filtro (2019) en la que un joven solitario, y adicto a su celular, debe enfrentarse con un nuevo aparato cruel, cínico, obsesivo, vengativo, y con voz de mujer; lo que nos lleva al clásico instantáneo de Spike Jonze llamado Her (2013) sobre un hombre solitario e introvertido (Joaquin Phoenix) que se enamora de un sistema operativo de inteligencia artificial (con la maravillosa voz de Scarlett Johansson). Pero si la sátira es la mejor forma de exponer la verdad, las mejores películas entre todas las mencionadas sobre el mundo digital son La red social (2010) de David Fincher, y No mires arriba (2021) de Adam McKay. La película biográfica sobre Mark Zuckerberg y la creación de Facebook es todo un signo de los tiempos (como lo fue Rebelde sin causa en los años 50) que examina meticulosamente la revolución generada por la plataforma, así como la ambición, la traición y las amistades destruidas. Por su parte McKay, el maestro de la sátira política autor de La gran apuesta y El vicepresidente, confecciona el equivalente de Dr. Strangelove y Network para el nuevo milenio. Esta negrísima comedia con más estrellas que el cielo (Meryl Streep, Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Jonah Hill, Cate Blanchett, Timothée Chalamet, Ariana Grande) nos muestra cómo los seres humanos nos merecemos un destino apocalíptico cuando las noticias insulsas y los likes importan más que la vida, los vínculos afectivos profundos y la aplicación del método científico para llegar a la verdad. Pero el núcleo más poderoso de ambas cintas radica en que evidencian aquella superestructura que va más allá de las redes sociales y que controla tanto a la Internet como a todos sus usuarios: el dios dinero. Que lo digan Noam Chomsky y Trent Reznor.