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Ucrania: Incertidumbres e imposibilidades para el fin de la guerra

El siguiente texto hace parte del libro Guerra en Ucrania: Origen, contexto y repercusiones de una guerra estratégica de impacto global. Su autor, Carlos Alberto Patiño Villa, es profesor de la Universidad Nacional de Colombia, vinculado al Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales

Por  CARLOS A. PATIÑO VILLA

septiembre 9, 2022

ILUSTRACIÓN POR ALIAS CE BASADA EN LAS FOTOGRAFÍAS DE ASATUR YESAYANTS; ANTON VAGANOV/REUTERS; EFE

Patiño Villa ha también publicado libros como Imperios contra Estados: La destrucción del orden internacional contemporáneo, Guerras que cambiaron el mundo y El origen del poder de occidente: Estado, guerra y orden internacional, y su perspectiva nos ayuda a entender tanto las causas como las consecuencias del conflicto que viven Ucrania y Rusia.

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Desde el comienzo mismo de la guerra, cuando Rusia desplegó un gran ejército para intervenir en territorio ucraniano en febrero, como en las diferentes guerras de invasión desde la Antigüedad, ante la pregunta sobre cómo podría lograrse el fin de la misma, surgieron los tres escenarios básicos que se mantienen como una constante en la historia: Primero, las fuerzas militares del Estado invadido son derrotadas en las confrontaciones bélicas y, en consecuencia, pierde el control territorial, la población deja de apoyar a los gobernantes y el Estado es derrotado. En este caso, cualquier posibilidad de terminación de la guerra está determinada porque el Estado atacado deja de existir y, por ende, cualquier tratado que se pueda negociar se limita, más o menos, a la rendición y desaparición de cualquier estructura institucional que pueda reorganizar la población en un orden autónomo. Los ejemplos de este tipo de rendiciones son abundantes desde la Antigüedad, incluso la misma historia de la formación del Estado en Rusia, desde antes del período de los Romanov, es un ejemplo claro. Con el surgimiento de los Romanov, la toma de territorios que se consideraban independientes, como el del Kanato de los tártaros de Crimea, durante el siglo XVIII, a través de la guerra primero, y luego con la imposición de una seria transformación política, e incluso cultural, dicho kanato desapareció. Norman Davies provee, en un libro realmente aleccionador sobre la desaparición de Estados y sociedades, de ejemplos copiosos de procesos similares.

Incluso si se quiere un ejemplo de la Antigüedad, de donde parece posible obtener ejemplos de Estados que eran intervenidos militarmente y en consecuencia desaparecían, se pueden citar los diversos casos en los que los persas invadieron Estados enteros, y sus sociedades terminaban incorporadas y asimiladas dentro de la nueva sociedad gobernada. Uno de estos, quizá el más dramático fue la suerte corrida por Cartago después del desafío de Aníbal contra Roma como centro imperial en crecimiento que centralizaba el comercio y el poder dentro de sus propias redes, pues terminó siendo borrada hasta sus cimientos por las tropas romanas que no dudaron en eliminar a la sociedad cartaginesa. Dicho de manera directa, desde la Antigüedad hasta el mundo contemporáneo, no ha sido infrecuente que desaparecieran Estados y sociedades a manos de invasores que tendían a asumir sus territorios, asimilar o eliminar a sus sociedades, lo que incluía ciudades, religiones o prácticas culturales específicas, dentro de sus propias instituciones.

LAS HUELLAS DEL CONFLICTO: En estos seis meses más de 11 millones de personas han salido de Ucrania, y más de seis millones han abandonado sus hogares sin poder salir del país. Alrededor de cinco millones de empleos se han perdido en el país. Por otra parte, más de 5.000 civiles han resultado muertos, casi 8.000 han sido heridos durante esta guerra impredecible y aparentemente interminable.
GTRES

Segundo: el Estado invadido logra establecer una capacidad suficiente de resistencia, reorganiza las veces que sea necesario sus tropas, consigue más armamento, logra apoyos de terceros Estados, expulsa al invasor y conduce un contraataque que lleva a la derrota del invasor, que puede incluir una alianza más amplia de Estados contrarios al invasor. Esta puede ser en parte la historia misma de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial, que libró una brutal guerra de resistencia contra el invasor alemán, bajo el gobierno del régimen nazi, y que teniendo apoyo de los aliados occidentales, especialmente Estados Unidos, que a través de la Ley de Préstamos y Arrendamientos otorgó tanto dinero como armamento, equipos médicos de campaña e incluso alimentos a la URSS. Así, estalogró reorganizar a sus tropas, ir al contraataque, y desde el flanco oriental alemán, obtener su derrota. En otras palabras, la Gran Guerra Patriótica, como denominaron los soviéticos a la Segunda Guerra Mundial, y su participación en ella, hubiese sido imposible sin la ayuda y el reconocimiento occidentales.

Y tercero: ninguno de los dos Estados confrontados, tanto el invasor como el invadido, logran imponerse sobre el adversario y, en consecuencia, tienen que optar por lograr victorias mínimas que les permitan tener posiciones firmes en la negociación de un tratado para finalizar la guerra. Estas circunstancias han sido frecuentes, y se puede identificar una serie clara de casos desde la Guerra de los Treinta Años, de 1618 a 1648, en donde se evidencia cómo los Estados tienden a fortalecer su posición sobre el terreno de los combates, lo que conlleva que las personas no combatientes, que usualmente se identifican como civiles, sean también objeto de severas represalias y ataques violentos, al punto que durante el siglo XX se consideró que actos masivos de tales características debían ser nominados y castigados, como hizo Rafael Lemkin con los actos que terminó caracterizando como genocidio, y otros casos más.

Una victoria mínima puede ser obtener el control de un sector territorial clave, la toma de una o varias ciudades importantes, el establecimiento de un control particular sobre una ruta de uso frecuente o de valor estratégico destacado. También la puede constituir la derrota evidente y clara de las fuerzas armadas del Estado contrario, o el bloqueo de las mismas. En el momento en que estos textos se escriben, parece ser

claro que el objetivo inicial de la guerra en Ucrania, que aún continúa desenvolviéndose mientras han fracasado los intentos diplomáticos por establecer un alto al fuego y la consecuente finalización de la guerra, no se consiguió. La derrota del Estado ucraniano a través de la toma de la capital, Kiev; el cambio de régimen y la imposición de una condición de reunificación con la Federación de Rusia, que tendría un conjunto de opciones que podrían ir desde una federación internacional hasta la redefinición de los territorios de Ucrania como territorios rusos, su redistribución en nuevas unidades administrativas, y quizácrear procesos forzados de migración de partes de la población que pudieran llevar a la alteración de una identidad nacional que necesariamente se ha reforzado con la guerra no se ha dado. Según han recogido investigadores de Royal United Services Institute for Defence and Security Studies, en un informe presentado el 22 de abril, compuesto tanto por información de fuentes abiertas como por entrevistas sobre el terreno en Ucrania, incluyendo posiblemente fuentes rusas, el plan inicial era derrotar a Ucrania en un plazo inferior a dos o tres semanas, obligar a una negociación en los términos de Moscú y, sobre esa base, exponer el nuevo triunfo militar, político y diplomático el 9 de mayo, conmemoración del Día de la Victoria.

ECONOMÍA DE GUERRA: La situación entre Rusia y Ucrania ha tenido consecuencias en el comercio internacional y la economía global, contribuyendo a las complicaciones que se venían experimentado en un mundo que trataba de salir de la pandemia. Se habla incluso de una crisis alimentaria a nivel global.
VITALY TIMKIV/ASSOCIATED PRESS

Esto explica que al finalizar el primer mes de guerra e invasión, el Kremlin replanteara su estrategia y se decidiera por tener un objetivo limitado, consistente en establecer el control del oriente de Ucrania, es decir, de la región del Dombás, así como de la ciudad de Mariúpol, un importante puerto y zona industrial, que además garantiza estabilidad para la armada rusa en el mar de Azov, eliminando cualquier posibilidad de que aparezca un arma rival en estas aguas. También las ciudades de Donetsk, Lugansk, Horlivka, Sievierodonetsk y Rubizhne, hacia el norte. Escoger esas áreas urbanas como las bases de una victoria militar sobre el terreno implica crear una zona más amplia hacia el occidente, estableciendo una curva defensiva territorial hacia el futuro. Hacia el sur y suroccidente de Mariúpol la ofensiva rusa tiene como objetivo el puerto de Berdiansk y las ciudades de Melitopol, Polohy y Jersón. Y al parecer, según la información que se puede recoger a través de diversas fuentes abiertas, si estos objetivos fuesen alcanzables, si se pudiera afirmar en ellos el poder ruso y consolidar la presencia territorial, la ofensiva debería proseguir por el suroriente de Ucrania, incluyendo las ciudades de Mykolaiv y Odesa.

Hasta aquí es claro que la estrategia rusa tiene como objetivo mínimo conectar territorialmente la península de Crimea, conquistada militarmente en 2014, a través de la costa occidental del mar de Azov, con el suroccidente de Rusia. Pero estos objetivos mínimos de la guerra llevan a que necesariamente se plantee un objetivo intermedio a partir de la conquista de Odesa: abrir un corredor territorial que permita conectar la región de Transnistria, al nororiente de Moldavia, con las nuevas conquistas rusas, creando nuevas fronteras territoriales y, por tanto, modificando la geopolítica.

Para Ucrania se trata de impedir, contener y revertir cualquier conquista territorial de Rusia sobre su territorio, algo que ha sido expresado con contundencia por el presidente Zelenski y gran parte de los militares, e incluso parte de la población civil presente en las áreas atacadas. Para Zelenski, como lo ha dejado claro en diferentes intervenciones a lo largo de la guerra, Crimea sigue siendo territorio ucraniano, y su estatus político y territorial debe ser discutido. Para los militares y los combatientes ucranianos ha sido clave el armamento entregado, vendido o cedido por los occidentales para detener el avance ruso sobre el oriente del país, y es parte de lo que ha llevado a que las conquistas territoriales, todavía al final de abril de 2022, estén lejos de consolidarse.

Pero ¿cómo se reflejan los movimientos militares sobre la posibilidad real de negociar un tratado? La respuesta no es clara cuando la guerra aún está en ejecución, y menos aún con la falta de éxito militar de Rusia, lo que hasta ahora no quiere decir derrota, pero sí abre una perspectiva de un conflicto prolongado, en donde los militares ucranianos profundizarán tácticas de guerra asimétrica e irregular, y los rusos deberán exponer su frontera suroccidental a una guerra posiblemente de largo aliento.


El conflicto ya llega a seis meses de duración, algo que parecía imposible en sus inicios. La población ucraniana continúa siendo afectada por los combates, los bombardeos y las situaciones propias de una guerra.


En este contexto, desde la primera semana de la guerra empezaron los contactos diplomáticos entre Ucrania y Rusia para llegar a un acuerdo que permita la detención de la agresión, aunque el primer mediador solo era creíble y aceptable para Moscú y sus aliados: fue Aleksandr Lukashenko y el sitio previsto para la negociación fue la localidad bielorrusa de Belovezhskaya Pushcha, cerca de la frontera con Ucrania. Desde el comienzo la mediación bielorrusa despertó suspicacias y estaba revestida de ilegitimidad, pues en realidad no podía ser un mediador de la guerra, por cuanto era parte de esta. Su territorio fue usado para el acantonamiento de las fuerzas militares y lanzamiento de ataques rusos desde el flanco norte contra Ucrania, además de que brindó apoyo militar a las fuerzas rusas. Bielorrusia también ha sido zona de retaguardia, sitio de almacenamiento de armamento y municiones, y área de atención médica de tropas rusas. En consonancia con esta ilegitimidad, profundizando las suspicacias y la desconfianza en los resultados que se pudieran obtener de las mismas, Putin ordenó la activación del comando de defensa estratégica del Estado ruso, que cuenta entre sus capacidades el uso de armas nucleares. Adicionalmente, Vladímir Putin insistía todavía en ese momento en hacer llamados a los militares ucranianos para que depusieran las armas, dieran un golpe de Estado contra el gobierno de Zelenski y se entregaran a las fuerzas rusas. Estas primeras rondas de negociación fracasaron, como era previsible, por razones que se explicarán un poco más adelante.

Luego, a partir de la primera semana de marzo, Recep Tayyip Erdogan, el presidente islamista de Turquía, logró convencer a las partes en conflicto para iniciar rondas de negociación, dándose un primer acercamiento en la población turca de Antalya el 10 de marzo, donde tampoco se logró un acuerdo, para luego comunicar internacionalmente el 28 de marzo de 2022, a través del portavoz de la presidencia turca, que las conversaciones se acogerían en Estambul y fueron instaladas por la presidencia turca, pero tampoco allí hubo acuerdo alguno.

De lo negociado hasta el día sesenta de la guerra, cuando este trabajo de investigación se cierra, y con base en la descripción de lo sucedido por diversas fuentes, es posible identificar tres escenarios básicos de tratados bilaterales factibles de ser negociados entre las partes enfrentadas, todos con altas probabilidades de fracasar en el mediano plazo:

Primero: dado que Rusia no logró conquistar a Ucrania en todo su territorio, intentará que Kiev acepte las conquistas territoriales que ha obtenido, tanto en 2014 como en esta guerra de 2022. Ello irá acompañado de las exigencias que hasta ahora parecen irrenunciables para el Kremlin de que Ucrania desista de ser parte de la OTAN y de la Unión Europea, y que se conforme como un Estado desarmado desde el punto de vista estratégico, que, sin embargo, no es una fórmula parecida a la de Finlandia, como algunos analistas creen, pues Ucrania tiene un valor histórico y político sustancialmente diferente para Rusia.

EFE/CONFIDENCIAL

Hasta el final del mes de abril esta fórmula es inaceptable en todos sus puntos por Kiev, que ha dicho que la integridad territorial es innegociable, y sobre los puntos referidos al ingreso en la OTAN y la Unión Europea, Zelenski ha afirmado que los mismos serían sometidos a referendo, y con base en lo aprobado en dicho referendo, el Estado ucraniano tomaría una decisión de fondo. Una negociación de este tipo supone que Kiev renunciaría a ser un Estado soberano, y limitaría sus posibilidades de existencia a un necesario entendimiento obligado con Rusia, careciendo además de las capacidades militares suficientes para defenderse de futuras agresiones.

En este escenario de negociación, lo que es evidente es que Moscú dejaría abierta la posibilidad de realizar en el futuro nuevas incursiones hasta lograr la toma del territorio ucraniano. De esta forma, la exigencia del desarme se convierte en un asunto ambiguo: de una parte, se plantea una supuesta perspectiva de neutralidad sobre Ucrania y, de otra, supone que Ucrania sería a todos los efectos un Estado tapón (Buffer State) contra la OTAN. Sin embargo, una victoria militar rusa contundente dejaría a Kiev sin muchas opciones para negociar en un escenario como este, pues ya ha sido claro que, aunque ha recibido ayuda militar crucial, hasta la fecha la OTAN no ha desplegado fuerzas militares para defender a Ucrania y ya ni los recuerdos del memorándum de Budapest tienen sentido.

Segundo: si los avances militares no se confirman y Rusia logra solo pequeñas conquistas territoriales, que quizá pueden ser alrededor del puerto de Mariúpol y algo más, aparte de lo que logre retener y controlar en la zona del Dombás, Moscú tendría que limitar sus exigencias y dejaría planteado un esquema complejo respecto a lo que ha llamado la necesaria seguridad de su Estado contra la OTAN. Sin embargo, el asunto del derecho de Ucrania a ingresar o no a cualquier organización internacional es algo que debe ser claro, pues lo que está en juego es la soberanía del mismo Estado ucraniano, que al parecer Moscú cuestiona, como fue evidente desde el discurso mismo de declaración de la guerra.

Sin embargo, en este escenario Kiev considera que puede tener algún margen para negociar el fin de la guerra, dando valor a su oferta de someter a referéndum, o incluso a plebiscito, la consulta sobre el ingreso tanto en la OTAN como en la Unión Europea. No es claro si Kiev esté más dispuesto a aceptar la pérdida definitiva de Crimea que la pérdida de territorios orientales, pero lo cierto es que el Estado ucraniano ha dejado de existir sobre la península desde 2014 y su presencia en los territorios orientales aún se disputa, y quizá Kiev no esté dispuesto a reconocer esas pérdidas territoriales ante la posibilidad de que Ucrania pueda emprender una guerra asimétrica popular contra el Estado invasor que, además, de entrada, tiene el apoyo político de una nación en proceso de reconstitución. De esta forma, no es posible reconocer como parte de un Estado exterior algo que quizá se pueda ganar por la fuerza.


El futuro continúa siendo un enigma; hay muchos escenarios posibles, pero muy pocas certezas. Mientras los dos bandos se ponen de acuerdo para manejar la exportación de cereales, hay temores relacionados con la seguridad nuclear.


Tercero: este último escenario implicaría que Rusia no tuviese la posibilidad de obtener conquistas territoriales ni creíbles ni sostenibles en la región del Dombás, aunque retenga dentro de su propiedad la península de Crimea. Este escenario se abre en dos opciones diferenciadas: una que está marcada por el uso de armas de destrucción masiva, ya sean armas nucleares tácticas, químicas o biológicas, lo que muy posiblemente conllevaría una respuesta de la OTAN, creando un escenario bélico y político más allá de la guerra en Ucrania; y de otro lado, que Rusia deba retirarse, dejando tras de sí cualquier opción de proyección geopolítica y geoestratégica que hubiese considerado. Estas dos últimas situaciones traerían consecuencias políticas internas posibles dentro de Rusia, introduciendo una inestabilidad hasta ahora desconocida durante el régimen de Putin, y dejando al descubierto el mayor arsenal nuclear del mundo. En este último escenario Kiev no tendría ningún estímulo para negociar y se convertiría en un protagonista fundamental de la estabilidad europea, e incluso global. Sin embargo, y más allá de cualquier escenario de negociación posible entre Rusia y Ucrania a propósito de la guerra de invasión de 2022, está el lastre de los efectos morales que generan los crímenes de guerra y contra la humanidad ejecutados por Rusia, que se han ido descubriendo a medida que las tropas ucranianas han tenido éxito en los contraataques desde que las tropas cambiaron de estrategia y empezaron a reagruparse hacia el oriente de Ucrania. Estos crímenes se comenzaron a investigar desde que los denominaron el presidente Zelenski y la fiscal general de Ucrania, Irina Venediktova, e incluso en una acción inusual, recibieron apoyo directo del Tribunal Penal Internacional.

En por lo menos tres localidades, Bucha, Borodianka y Kramatorsk, hasta la fecha en que este texto se escribe, los crímenes rusos contra la humanidad han sido plenamente visibles, entre los que se cuentan civiles ejecutados en circunstancias cotidianas, como ir en bicicleta o llevar bolsas con alimentos; civiles asesinados que han quedado enterrados debajo de los escombros de los edificios destruidos por los rusos, tanto en los bombardeos durante los ataques y los combates, como durante la retirada; civiles asesinados amontonados en fosas comunes, y ciudades que han sido sometidas a devastaciones totales, no solo de las infraestructuras críticas; civiles asesinados en lugares públicos usados como refugio o de atención médica; incluso civiles asesinados en lugares públicos de transporte.

Estos crímenes tienen un impacto moral directo sobre las posibilidades de ejecución, pues ubican a las víctimas con los victimarios, y esta dimensión ya deja de hecho un problema de difícil resolución, pues supone una pérdida de legitimidad en sí misma, por cuanto los victimarios, los rusos, han cometido evidentes crímenes contra la humanidad. En tal circunstancia cualquier acuerdo es solo temporal y, en consecuencia, solo será para buscar un fin de la guerra, pero las causas criminales quedarán abiertas, así no existan posibilidades reales de llevar a tribunales internacionales a los responsables individuales.

EFE

Adicionalmente es importante indicar que el conjunto de los crímenes cometidos por las tropas rusas en Ucrania tiene un cierto carácter de sistematicidad y continuidad, con el fin de eliminar y desplazar población que no se considera deseable o adecuada para habitar en los territorios ocupados por los rusos o sus intermediarios sobre el terreno. Esto se convierte en sí mismo en una especie de eliminación de una identidad nacional, o en un proceso de eliminación política sistemática aplicada a una población civil específica.

Lo último que se puede afirmar para cerrar este texto es que los panoramas posbélicos en la guerra de Rusia contra Ucrania no son positivos en ninguna forma, y sí han introducido una serie de modificaciones de la geopolítica, en la que aún no es posible identificar sus reconformaciones. Lo más realista en este contexto es ser lo más pesimista posible. Adicionalmente, los problemas morales derivados de los crímenes cometidos imposibilitan la legitimidad de los acuerdos y, por tanto, la sostenibilidad de estos.    

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