Recordando a Luis Alberto Spinetta: amigos y colegas hablan del Flaco guitarrista

Claudio Gabis, Héctor Starc y Baltasar Comotto, entre otros, comparten anécdotas y recuerdos del ícono del rock nacional

Por  OSCAR JALIL

febrero 8, 2023

(Foto: Soledad Aznarez - LA NACION)

“Y que siga la melodía…”. La frase final de “Umbral”, esa miniatura de acordes simples y belleza inexplicable escondida en Los niños que escriben en el cielo, es una pista válida hacia la entidad Spinetta Guitarrista. Aunque resulte imposible despegar al Flaco de su asombrosa unidad artística -instrumental, compositiva y vocal-, todavía es posible reparar en la posición que ocupaba en la cancha del rock, ahí en dónde había que sostener el edificio Almendra, resaltar el coraje bravo de Pescado Rabioso o las sutilezas de Invisible había un músico concentrado en un ajedrez mental tan original como imprevisible.

En cada parada de la trayectoria de Luis Alberto Spinetta, la voluntad de violero parece debatirse contra las habladurías del mundo, el equilibrio de una obra y los laberintos de la intuición. Siempre se lo consideró un excepcional guitarrista rítmico, pero tantas veces estuvo al frente como un nueve de área y, al mismo tiempo, de gambeta exquisita, que cuesta reducirlo al mero número de una camiseta. A partir de las miradas de algunos cómplices de escenario, aparece el hombre de la guitarra enamorado del formato canción y de esos modos que van de un riff rabioso a los acordes que todavía silbamos. Músicos y amigos procesan imágenes de ensayo, shows antológicos y revelan los traumas del tipo que quería ser primera guitarra y fue mucho más que eso.

Claudio Gabis, el legendario guitarrista de Manal, conoció a los Almendra en el despacho del empresario textil Ricardo Kleiman, el primer productor del trío. Corría el año 1968 y el trío estaba ensayando para su debut en el sello Mandioca: “Lo que me sorprendió fue el carácter experimental y progresivo del grupo –claramente nuevo y distinto en nuestro medio-, asociado, sin embargo, a una temática porteña manifestada con letras en castellano y en fuertes reminiscencias del sonido ciudadano y tanguero que en aquella época se relacionaba a Piazzolla, además de la presencia de elementos del folclore de vanguardia, la bossa y el jazz”, dice el guitarrista. Aquella primera impresión no se detuvo demasiado en la viola explosiva de Edelmiro Molinari, “porque en ese momento yo estaba copado con sonidos y formas de tocar muy modernos (Hendrix, Cream), que Almendra recién incorporó más tarde, pero el tratamiento armónico y los acordes que usaba Luis me llamaron la atención, porque no eran comunes en la música rockera que se hacía en Argentina”.

La disposición de las seis cuerdas en Almendra alineaba a Luis Alberto como el guitarrista armónico y a Edelmiro en el rol solista. “No creo que decir que Luis fue un gran ‘rítmista’ sea reducir su talento como guitarrista”, aclara Gabis. “De hecho, ese fue su campo mejor desarrollado en el instrumento, aunque más bien debiéramos decir que fue un gran guitarrista ‘rítmico y armónico’. Su conocimiento intuitivo de la armonía y su forma de utilizarla, asociado a las grandes melodías que compuso, son extraordinaria prueba de su dominio y control del instrumento de seis cuerdas y una demostración de cómo puede se puede crear cosas complejas y maravillosas con él. Pero en los últimos años Spinetta se desarrolló mucho en el campo de los solos y la improvisación, cosa que siempre anheló, y al final, consiguió, convirtiéndose en un súper guitarrista, creativo y potente…”.

Héctor Starc vivió de cerca aquellos momentos fundacionales del rock argentino, como guitarrista en llamas y amigo de los Almendra. Desde esa ubicación privilegiada vocifera cada vez que puede una frase que acuñó Rodolfo García: “Los mejores guitarristas rítmicos del mundo son John Lennon y Spinetta”. La sentencia de “Bola de Ruido” tiene un recorrido que empieza allá lejos y hace tiempo, cuando ocupar la segunda guitarra no implicaba un papel menor: “Es mucho más difícil ser segunda guitarra y sostener todo. Luis, en la época de Almendra, era impresionante cómo laburaba, es más, era la guitarra más importante de Almendra porque Edelmiro nunca fue un gran solista. Por ejemplo, en el tema ‘Que el viento borró tus manos’ parece Joe Pass, un violero de jazz, que ya cruza los 60 años, y en ese momento recién tenía 17. Increíble! Sus armonías, sus acordes, tenían mucho del jazz, pero desde siempre, y ni hablemos del manejo de la armonía que tenía Luis para componer, eso lo logra un tipo que estudió 50 años armonía, a él le vino, no sé de donde apareció eso. Es inexplicable de donde vino ese conocimiento, algo que también sucede con Pappo. Eso debe ser el talento innato, porque ninguno de los dos tuvo tiempo de aprender y es más, ninguno de los dos estudió nada”.

En materia de sonido, Spinetta nunca estuvo conforme con el ruido que delataban los parlantes y mucho menos cuando encaraba el rol solista: “En los tiempos de Pescado Rabioso, Luis usaba unos equipos Citizen argentinos, que eran horribles y distorsionaban feo. A nosotros nos gustaban, porque siempre el guitarrista solista está buscando un sonido reviente, yo creo que él nunca lo logró y tampoco es para nada importante que no lo haya logrado porque ése no era el sonido de Spinetta. En un momento quisimos ser los guitarristas de la distorsión, y la guitarra bien acoplada y bien polentoso y siempre él se quedaba como un poco corto con eso, pero eso no habla en contra, lo que menos importa es si Spinetta estiraba bien la cuerda o no”, dice Starc y separa a Spinetta de una intención que va más allá de los solos y esos tiempos de guitarras cargadas, gesto que a partir de Artaud (73) empieza a modificar con notables pinceladas de belleza armónica.

Tomás Gubitsch ingresó en Invisible para la grabación de El jardín de los presentes (76) con tan sólo 18 años. Luego de varias temporadas, Spinetta volvía a compartir con un guitarrista el ensamble de uno de sus grupos claves. Gubitsch venía de registrar con Rodolfo Mederos y Generación Cero De todas Maneras (76), un disco imprescindible para entender las primeras conexiones entre tango, jazz y rock. “Luis Alberto era, efectivamente, un muy buen guitarrista rítmico, cosa que habitualmente se asimila a un rol secundario y que, en realidad, no tiene nada de sencillo. Pero no era solamente eso. A pesar de su torpeza legendaria (era el tipo de persona que invariablemente iba a romper un vaso o a mancharse irremediablemente el pantalón blanco cada vez que comíamos juntos) tenía una sensibilidad particular para con el sonido en sí. Y no es fácil tener un ‘sonido rock’, sobre todo en un período donde el sonido se hacía realmente ‘a mano’, sin recurso a simulaciones digitales ni nada que se le asemeje. Si bien en sus solos estaba claramente limitado por su ausencia de técnica, su sentido de la frase y su sonido hacían que, a menudo, uno olvidase sus carencias”, describe el guitarrista que reside en Francia desde 1977, año en que comenzó un exilio forzoso luego de declarar ante los medios galos los crímenes de la dictadura argentina y en medio de una gira europea como integrante del Octeto Electrónico liderado por Astor Piazzolla.

“Cuando integré Invisible, todo el mundo me identificó como ‘primera guitarra’. La realidad no era tal. Compartíamos solos y roles de acompañamiento. Creo que su desarrollo como guitarrista empezó con sus grupos inmediatamente posteriores a Invisible. No puedo decir mucho más al respecto en la medida que conozco muy poco de lo que hizo, ya que yo ya había emigrado a París, donde poco o nada se sabe de él”. La formación de dos guitarras, bajo y batería que adoptó Invisible fue claramente una doble referencia: a los Beatles, por un lado, y a Almendra —ya en sí una referencia a los mismos— por el otro. La originalidad quizás haya residido que en los roles solistas y de acompañamiento eran compartidos: “Cada cual con sus características y teniendo en cuenta nuestras diferencias técnicas –apunta Gubitsch-. Sí está claro que un tema como ‘Alarma entre los ángeles’ estuvo hecho ‘a medida’ para que yo me luciese, recuerdo perfectamente el caso contrario: ‘Niño condenado’. El único tema del disco grabado sin mi participación, y quizás uno de mis preferidos, junto a ‘Los libros…’ (dos temas en los cuales la guitarra líder es la de Luis). Recuerdo perfectamente estar en la cabina mientras grababan en trío, cuando en un momento Luis se equivocó y, para señalarle al técnico que había que volver a hacer la toma, se mandó un solo imprevisto: el solo que quedaría definitivamente en el disco hacia el final del tema. A mí me pareció inmediatamente buenísimo y siempre me jactaré de haber logrado convencer a todos los demás, incluyendo a Luis Alberto, de conservarlo”.

Guillermo Arrom llegó al Mondo Spinetta a través de una recomendación de otro guitarrista, Ulises Butrón estaba a punto de dejar la banda que grabó Prive y le pasó el dato. La prueba de fuego tuvo a “Camafeo” como bolilla elegida para la evolución, luego un abrazo del Flaco confirmó la incorporación que se mantuvo durante ocho años con hitos como Téster de violencia (88), Don Lucero (89) y Pelusón of Milk (91).

Entre muchas canciones que registró Arrom figura el solo de “La bengala perdida”, la trágica inspiración del tema también esconde una desgracia en medio de una gira por la provincia de Córdoba en 1988: “Se quemó el micro que llevaba todos los equipos y los instrumentos. Cuando empiezan a bajar teclados quemados, baterías quemadas, todo era dantesco. Pero Luis se puso a llorar cuando bajaron mi guitarra Ibanez hecha carbón. Porque lo vio más humano que un teclado, vio como alguien quemado al ver la guitarra”, rememora el violero aquella circunstancia trágica que también provocó la solidaridad de la Mona Jiménez que puso a disposición de Luis todo la ingeniería necesaria para la realización de los shows cordobeses.

Baltasar Comotto tocó el cielo, las nubes y algunos estrellas el día que escuchó el mensaje que Spinetta dejó en su contestador. La presentación de Para los árboles (03) en el Gran Rex sirvió de enlace para una alianza de admiración y respeto que se mantuvo hasta los últimos conciertos de Un mañana (08). De todos esos shows sobresale uno en el Teatro Don Bosco, en donde Baltasar comprobó en carne viva una auténtica Spinetta Experience: “Con el fervor del concierto, en uno de los últimos temas, toque un solo y en una estirada me arranque una uña. Así nomás, se me cayó al piso la uña y quede con todo el dedo ensangrentado. Recién me di cuenta cuando termino el show porque tenía todo el dedo rojo… Seguí tocando y Luis no lo podía creer”.

El actual guitarrista de las bandas Andrés Calamaro y el Indio Solari, todavía se asombra cuando intenta traducir los modos guitarreros de Spinetta y esa rara química que generaba con sus músicos. “Tenía una manera de encarar la armonía distinta a todos. Usaba posiciones o buscaba acordes no convencionales. En cuanto a lo melódico, era un músico que tenía una manera de pensar la viola muy diferente al resto de toda la gente. Considero que los grandes guitarristas, más allá del virtuosismo, más allá de lo técnico, es la idea. Mis guitarristas preferidos son los guitarristas que tienen las mejores ideas, la idea compositiva es lo que prevalece. Luis era eso, justamente. Era el guitarrista perfecto para mí, el guitarrista que componía como los dioses y el guitarrista que no sonaba como nadie, sonaba como él.”