La ternura y la honestidad de los sentimientos toman forma en Minari, un drama familiar que narra la travesía de una familia coreana en su llegada a una nueva parte de Estados Unidos en búsqueda del sueño americano. Jacob Yi (Steven Yeun) se propone tener una granja que sirva de sustento a su familia, además de conectarse con sus raíces a través de la comida, sin embargo, la definición de éxito de Mónica (Han Ye-ri) no coincide con la de su esposo, pues ella considera que el progreso está en las fábricas de las grandes ciudades. Mientras ambos padres buscan que sus metas se cumplan, la salud de su hijo David (Alan Kim) corre peligro. Mónica buscará ayuda en su madre Soon-ja (Youn Yuh-jung) para que cuide de David y su hermana Anne (Noel Kate Cho), y tras su llegada, sus vidas cambiarán para siempre, sobre todo la del pequeño David, quien comenzará a replantear su identidad desde su inocencia.
David es uno de los puntos claves en Minari, pues Alan Kim encarna la visión tan personal que el director Lee Isaac Chung tenía preparada para esta película, que además, se convirtió en el proyecto más importante en la carrera del cineasta. Chung ya había tenido varios fracasos, y en el que sería su último intento por destacar en la industria, decidió presentar una historia inspirada en su propia vida. La actuación de Kim, de tan solo ocho años, es una de las más relevantes dentro de la película, ya que la manera en la que expresa sus emociones nos transporta a nuestra infancia mientras el niño se desenvuelve en una dinámica familiar inestable que cualquier persona puede haber experimentado en su vida.
Además, Minari no podría estar completa sin Steven Yeun, quien representa el deseo del sueño americano; planea alcanzarlo a través del trabajo duro que todos los días lleva a cabo para poder demostrar a su esposa que él no estaba equivocado al querer empezar desde cero. Jacob se ve enfrascado en su meta y poco a poco se convierte en un padre de familia tan obsesionado que olvida el motivo por el cual comenzó su misión: el querer que su hijos crecieran en un ambiente alejado de la toxicidad de los americanos.
El guión está construido para ver los problemas familiares en Minari con la naturalidad con la que estos se desenvuelven. La historia no invita al espectador a tomar un lado dentro de la discusión de los padres, simplemente se entiende la razón por la que ambos desean cosas distintas, son justificables. El principio de Minari parece dar la pinta de cualquier drama por los elementos clásicos que aparecen, sin embargo, se van desvaneciendo para ofrecer un retrato honesto con un desenlace bastante sentimental.
Si bien, el guión y la dirección son de los puntos más fuertes de Minari por la cercanía que la obra guarda en los sentimientos del director, aspectos como la fotografía y la musicalización logran que la intimidad de la narrativa lleve a otro nivel al espectador. La manera en la que los campos verdes se unen con el sol de Arkansas y cómo cambia a medida que va avanzando la cinta, dan una sensación más realista y empática con lo que está sucediendo en la pantalla. Sin embargo, la forma en la que capturan las imágenes se ve favorecida por el montaje que se llevó a cabo para dar la sensación de una vida hogareña que se va construyendo y presentar las incomodidades que aparecen en cuanto llegan a la nueva casa.
Lee Isaac Chung terminó escribiendo su historia en Minari, y a pesar de que el director la ha denominado como un trabajo semi autobiográfico, es difícil separar de la ficción tal resultado que obtuvo, negar algo como esto sería como negar una parte de sí mismo. Al final él no escribió una película donde los personajes principales tenían que superar el racismo o barreras del lenguaje, en palabras del propio cineasta, «es una historia que va más allá de cualquier lenguaje, es el lenguaje del corazón».