La tragedia de William Shakespeare, basada en hechos reales y que gira en torno a la ambición de poder, fue presentada por primera vez en 1606 y su publicación data de 1623. Las personas del teatro creen que es una obra maldita (su título no debe pronunciarse) y ya en la era del cine silente, se había realizado nueve películas diferentes.
Entre las versiones sonoras, encontramos la versión dirigida y protagonizada por Orson Welles en 1948 (una de las mejores adaptaciones de la obra); la versión nihilista, violenta y catártica dirigida por Roman Polanski en 1971; la actualización del australiano Geoffrey Wright, ambientada en el mundo moderno criminal; y la estupenda versión estrenada en el 2015, dirigida por el también australiano Justin Kurzel, y protagonizada por Michael Fassbender y Marion Cotillard.
No sorprende que Joel Coen, quien junto a su hermano Ethan ha dirigido y escrito algunas de las mejores películas de los últimos treinta años (Miller’s Crossing, Barton Fink, Fargo, The Man Who Wasn’t There, No Country For Old Men) haya logrado confeccionar una de las mejores adaptaciones de “la obra escocesa” (esta es la primera película sin su hermano).
Tampoco sorprende que Denzel Washington y Frances MacDormand, dos de los mejores actores en la historia del cine, hayan logrado capturar a la perfección la esencia de sus icónicos personajes, pese a que ninguno es escocés y mucho menos inglés. Y es que no importa la procedencia, la edad o el color de piel, si se es un buen actor (Orson Welles era estadounidense y Marion Cotillard es francesa y, sin embargo, ambos lograron unas interpretaciones magistrales de Macbeth y Lady Macbeth).
No solo Washington (quien también estuvo en la adaptación de Much Ado About Nothing dirigida por Kenneth Branagh) y McDormand (esposa del director), brillan en la versión de Coen. Kathryn Hunter es impresionante como las brujas que predicen el ascenso y caída de Macbeth y también como el anciano; Stephen Root es magnífico como el portero; y Alex Hassell es el mejor primo de Macbeth de todas las adaptaciones cinematográficas.
Coen sabe muy bien que todas las historias conducen a Shakespeare y es consciente de que los orígenes del noir se encuentran en esta obra (la ambición desmedida, la mujer fatal, las traiciones y engaños, el descenso al infierno). El cine noir posee la mejor fotografía en blanco y negro de la historia del cine y Bruno Delbonnel (Amélie, Inside Llewis Davis, Big Eyes) logra con su trabajo equiparar a los clásicos (al igual que con la reciente The French Dispatch, esta es una película donde cada plano está colmado de belleza y significado).
El diseño de producción de Stefan Dechant (Avatar, True Grit) nos recuerda mucho a esa atmósfera expresionista de la versión de Polanski y conforma un escenario vaporoso, elegante e imponente, ideal para el desarrollo de la tragedia sobre un hombre que no posee escrúpulos a la hora de asumir el reino de Escocia (todos los escenarios fueron construidos para esta película y no hay ni una sola escena filmada en exteriores. De ahí su aire “clásico”).
Coen es un poeta de la violencia y esta es una de las obras más violentas de Shakespeare. Gracias a la experticia de su director, el asesinato del rey Duncan (Brendan Gleeson), la muerte del pequeño hijo de Macduff (Corey Hawkins), así como las muertes de los Macbeth, poseen una visceralidad y brutalidad jamás vistas en las adaptaciones cinematográficas anteriores (aquí, las escenas de muerte ponen la piel de gallina).
Los amantes de Shakespeare sabemos que leerlo, verlo en el teatro y apreciarlo en el cine, son tres experiencias completamente diferentes y que cada una posee sus cualidades y defectos. Joel Coen nos entrega la mejor experiencia cinematográfica posible.