El fenómeno Luis Miguel en Argentina: no hay forma de escapar del drama

La estrella pop mexicana agotó diez noches en Buenos Aires para revalidar su popularidad entre hits románticos y trágicos, mariachis, tango y hasta duetos impensados. ¿Lo habrá logrado?

Por  AYELÉN CISNEROS

agosto 5, 2023

Luis Miguel, en el escenario del Movistar Arena porteño

Gentileza Fenix Entertainment

Una estrella pop tiene la obligación moral de deslumbrar a su público, hacerlo conectar con sus emociones, llevarlo a gritar estribillos hasta no sentir las cuerdas vocales y ofrecerle un show -en términos de entretenimiento- difícil de olvidar. Es en ese sentido que Luis Miguel, anoche en el Movistar Arena, durante la segunda de sus diez fechas en Buenos Aires debía validarse como artista masivo y popular. 

Coronas de luces led, vinchas cubiertas de glitter, remeras estampadas con la cara del Sol de México, toda clase de accesorios y prendas en su honor poblaban los pasillos del estadio, donde las mujeres de entre 35 a 55 años eran mayoría, aunque había más jóvenes también. Todas en grupos, probablemente viviendo una salida esperada por meses. Años, quizás. 

Cuando se apagaron las luces y se alistaron los más de quince músicos, empezaron a rotar en las pantallas imágenes de Luis Miguel en diferentes momentos (de su vida, y de la vida de su público): videos musicales en su fase de niño prodigio; su juventud con los éxitos de los 80 y los 90; su versión madura de los 2000. Entonces asomó un sol desde el horizonte de la pantalla para que, ya sin metáforas, el cantante apareciera en escena con una sonrisa amplia. Esta cronista pensó que podía quedarse sorda en ese momento, no por la banda en escena sino por los gritos desaforados del público. Pero también concluyó que el riesgo valía la pena. 

Noelia Marcia Guevara/La Nación

Porque se trataba de un show altamente anticipado. Mucho se habló, por ejemplo, sobre el aspecto del astro mexicano, sobre cuánto había bajado de peso, como si tal cambio mejorara directamente su performance como artista y hasta su calidad como persona. Más allá de la gordofobia reinante, lo que sí presentó Luis Miguel fue su mejor versión contemporánea como intérprete, sin olvidos ni desafinaciones, como no ocurría años atrás en algunas de sus presentaciones. Algo que claramente nada tiene que ver con su peso. 

Tampoco su rostro renovado debe haber sido clave para que el cantante repasara nada menos que unas 35 canciones, si bien algunas en versiones abreviadas. Desde la apertura con “Será que no me amas” y levantando la temperatura con “Suave” (una posible banda sonora melosa de los noventa, y hasta del menemismo). Luis Miguel nunca tocó en la “Movida del verano”, programa icónico de Juan Alberto Mateyko desde Mar del Plata, pero es inevitable unir esa canción con aquella época y con el pop que marcó a toda una generación. 

Gentileza Fenix Entertainment

Le siguió “Culpable o no” y allí el mood de atravesar el desamor a través de una canción se instaló y fue bienvenido. “Miénteme como siempre/ por favor, miénteme/ Necesito creerte/ Convénceme/ Miénteme con un beso/ que parezca de amor/ Necesito quererte/ culpable o no”, dice la letra y es inevitable pensar en el episodio de la serie biográfica de Luis Miguel, fundamental para entender este rejuvenecimiento del fenómeno pop. 

El cantante, de 17 años, en la piel de Diego Boneta, se encuentra en crisis con su primera novia y desconfía de ella. En un montaje paralelo, la grabación del tema se mezcla con una escena donde la novia (alerta de spoiler) lo descubre en pleno engaño. Al momento de su estreno, ese final explotó en las redes. “Culpable o no” se podría decir que representa el melodrama latinoamericano en su máxima expresión. No hay forma de escapar al drama.

Es que el deseo es clave para leer este show. Cada vez que Luis Miguel movía sus caderas, sonreía o beboteaba, los gritos subían varios decibeles. Él es consciente de eso y de las poses que funcionan en las fotos. El cantante mexicano presenta la fantasía de público femenino heterosexual que llena el estadio y las temáticas no son casuales: infidelidad, desengaño y seducción, todo en clave de veneración al ídolo varón. 

En el bloque melódico central que tiene al bolero como protagonista sonó “Dormir contigo”, “Hasta que me olvides”, “No me platiques más”, “Por debajo de la mesa”, “No se tú” y  “Somos novios”. En este momento, es importante pensar que, para abordar un show de música romántica, es imprescindible abrazar lo cursi y dejarse llevar por el sentimentalismo. Admitirlo sin vergüenza y tolerar las visuales con imágenes alegóricas como el fuego, el agua o las rosas rojas. 

Gentileza Fenix Entertainment

Llamativamente, el artista no tuvo mucho diálogo con el público. No saludó al ingresar y esperó hasta el sexto tema para arengar a que gritaran aún más fuerte. Algunas sonrisas y que pase la siguiente canción. Solo, en un momento, el dron que lo filmaba y acechaba, logró captar su atención. Luis Miguel lo miró y el video que tomaba esa cámara pasó a estar en la pantalla principal, rompiendo así la cuarta pared. Le sonrió canchero y el público gritó aún más fuerte de lo que lo venía haciendo. 

Luego, el momento tanguero. Dos bailarines danzaban en un costado del escenario mientras el artista cantaba “Por una cabeza”, “Volver” y “El día que me quieras”. La ovación esta vez tuvo carácter nacionalista. El cantante tiene la capacidad de fluir de género a género musical con total naturalidad.  

Los duetos virtuales fueron el siguiente plato del menú. Uno fue raro. La pantalla se dividió en dos, con una foto de Luis Miguel y una de… Michael Jackson. Sonó entonces la pista del rey del pop cantando “Smile”. Luis Miguel lo acompañaba. Pensando en la cancelación de la estrella estadounidense muerta, fue una apuesta clara y fuerte a la autonomía del arte. Luego apareció en la pantalla Frank Sinatra y cantaron “juntos” “Come Fly With Me”: Luis Miguel se mostró extasiado. Nació para ese momento, aunque fuera virtual. 

Al devenir de la historia de Luis Miguel, que tiene dos capas claras que se acumulan (estrella pop y estrella de la canción romántica), hay que sumar la capa de la música regional mexicana. El mariachi y otros ritmos tradicionales forman parte de su repertorio más actual. Catorce músicos con sombreros y trajes típicos tocaron “La fiesta del mariachi”, “El Balajú / Huapango”, “La Bikina”, “Llamarada” y “La media vuelta” con imágenes en la pantalla que parecían un spot turístico de México (la pirámide de Chichén Itzá, las calaveras tradicionales del Día de los Muertos, una cascada en medio del verde despampanante). Las ganas de conocer México se instalan de repente en la cabeza. 

Noelia Marcia Guevara/La Nación

Cerca del final sucedió el momento cúlmine de la nostalgia y el desengaño. El cantante hace “No me puedes dejar así”, un tema de 1983, una de sus primeras canciones de amor, cuando recién comenzaba su adolescencia y se perfilaba como astro pop. Cabe preguntarse cómo se constituye una subjetividad entrenada y formada desde su origen como una estrella de música. Es muy probable que la distancia nombrada anteriormente con el público sea una forma de resguardo. Las espectadoras estallaron en emoción, se podía escuchar nítidamente en el estadio: “No me puedes dejar así/ Como un tonto pensando en ti/ Sin saber por qué te vas”. Luego “Palabra de honor”, otro hit de 1984 y al fin, “La incondicional”, canción que lo catapulta como el cantante del romance en los ochenta, nadie deja de cantar el estribillo y el volumen del público llega a su pico. 

Pablo Alabarces, investigador del Conicet, especialista en cultura popular, retoma en uno de sus textos (Pospopulares: Las culturas populares después de la hibridación) a Leo Löwental y sus estudios de 1961 sobre las biografías de los ídolos de masas. Este autor decía que el ídolo de masas es un individuo excepcional que invisibiliza toda relación -social, económica o material- que lo constituye, incluida la idea de arte como trabajo. Y que, al mismo tiempo, en las biografías el ídolo aparece igual a su público a nivel humanidad: sufre, la vida le pasa por encima. Luis Miguel, con una vida nada tranquila, plagada de excesos y fama asfixiante, con su experiencia en la cumbre y también en la caída, nos recuerda todo ese espectro. En esta gira en particular, post serie y decepción, parece alcanzar su redención. 

El final tuvo al pop ochentoso como protagonista y se activó el modo fiesta con globos gigantes; las pulseras con luces (ya instaladas en todo show pop de gran envergadura) pasaron a ser intermitentes y el papel picado comenzó a caer. “Ahora te puedes marchar”, el hit de fiesta queer, “La chica del bikini azul”, “Isabel” y “Cuando calienta el sol”, todos himnos de la infancia del público. Durante este último, desde la platea se pudo ver a algún efectivo de seguridad del estadio levantando los brazos y cantando sin pudor. 

Cuando la música terminó, el público encaró la vuelta a casa y esta cronista buscó una remera negra de Luis Miguel, que vio en algunas fans, con letras noventosas y una imagen suya, inmaculada, con un fondo celeste. Le preguntó a una empleada de seguridad en la puerta de Humboldt dónde podía encontrar merchandising. La respuesta fue desgarradora: “No quedan más, ayer se llevaron todo y todavía quedan otras ocho noches”.

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