Crítica: Puan

La película protagonizada por Marcelo Subiotto y Leo Sbaraglia se suma al catálogo de una plataforma de streaming

Por  BARTOLOMÉ ARMENTANO

abril 23, 2024

Leo Sbaraglia y Marcelo Subiotto, la dupla antagónica del film.

Promocionada como una suerte de Amadeus universitaria con olor a pan relleno, Puan no ahonda tanto sobre la pugna entre dos profesores que se disputan la titularidad de una cátedra en la Facultad de Caballito.

La película de María Alché y Benjamín Naishtat, que representó a Argentina en los últimos Premios Goya y, este miércoles 24 de abril, se suma al catálogo de la plataforma de streaming Prime Video, tiene otros intereses en mente: en concreto, retratar la puesta en crisis de un hombre que intelectualiza el acto de existir (el ser-ahí o dasein heideggeriano), pero solo sabe cómo funcionar.

Marcelo Pena (Marcelo Subiotto), un docente de Filosofía Política en la Universidad de Buenos Aires, asume que ocupará el puesto que dejó vacante su colega y mentor recién fallecido. Con el regreso a Argentina de un excompañero, Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia), la garantía del cargo comienza a temblequear; y la incerteza desata una noche oscura del alma para Pena. En Sujarchuk, ve a un hijo pródigo, lleno de ínfulas y, lo que es peor, la anquilosis de toda una cosmovisión no sólo educativa sino también ideológica.

La lucidez de Puan, claro, es que Pena no está exento de la necesidad de reconocimiento que tanto denosta en su oponente, por lo que sus alturas morales terminan configurándose como el consuelo de un envidioso taciturno. Marcelo reniega del eurocentrismo inherente a hablar de “pensamiento latinoamericano”, por ejemplo, pero descarta inmediatamente la invitación a dar una ponencia en Bolivia. Ni eso, ni las clases particulares que dicta para Amelia (una muy graciosa Zulema Galperín) o para un barrio carenciado, tienen el glamour alemán que rodea a toda la existencia de Sujarchuk. 

La esencia de esta dialéctica, y el contrapunto humorístico que resulta de ella, exterioriza el choque de dos cosmovisiones que, así como lo afirma alguien en plena reunión de cátedra, es una “falsa antinomia”; lo importante es el enriquecimiento de la educación pública. Y si Pena encarna a los postulados de Hobbes, no ha de sorprender a nadie que Sujarchuk sea más popular, adoptando las ideas más amatorias de Espinoza. Incluso el dúo cineasta, en el acto de hacer una comedia, parece apostar por las ideas que propugna Rafael: ¿qué es una comedia sino una construcción en base a pasiones alegres?

Puede que esa ligereza de Puan se torne demasiado apacible de a ratos, y que la demagogia de su costumbrismo no instale la cantidad de preguntas que debería disparar una película sobre filosofía. Dicho esto, el texto de Alché-Naishtat (que fue galardonado en el Festival de San Sebastián) no deja de ofrecer unos cuantos momentos de ingenio: delinear personajes en función de su comportamiento en un velorio es uno de ellos. Y “Me había olvidado de la melancolía porteña” es una gran frase. Quizás la amenidad de Puan haya sido algo buscado, viniendo de la gravidez brillante que caracterizó a Rojo (2018) de Naishtat y a Familia sumergida (2019) de Alché, actuada también por Marcelo Subiotto. 

Subiotto, que viene de ser laureado en el Festival de San Sebastián con la Concha de Plata a mejor interpretación protagonista, ofrece una actuación profunda y de perfecto calibre; dota a su Marcelo con el aura de eminencia que un personaje como el suyo debería inspirar para que se sostenga la verosimilitud del proyecto. Cuando imparte sus teóricos, Subiotto lo hace como si hubiese leído tomos enteros de Heidegger para la pronunciación breve de esos parlamentos. En contraposición, esa solvencia desaparece fuera de las aulas (“el único lugar en el que soy algo es en Puan”, llega a explicitar en algún momento): el actor flaquea constantemente, regula el esbozo de sonrisas y achica el cuerpo al encontrarse en instancias de oratoria pública.

Una clase de Rafael Sujarchuk, el personaje interpretado por Sbaraglia. (Foto: Valeria Fiorini).

El personaje de Rafael, en comparación, tiene una prominencia notoriamente menor, pero el tamaño del papel no llega a constreñir al talento inmenso de Leonardo Sbaraglia. Sujarchuk es esencialmente un resorte humorístico, y su pedantería vacua es un vehículo perfecto para las aptitudes cómicas del actor de Relatos salvajes (“la convencí de que vayamos todos a tomar algo a su casa, y la idea ya se expandió entre la concurrencia”, dice con solemnidad sobre comprar sandwichitos de miga), pero Sbaraglia se adueña de sus escenas finales también, logrando trascender al Narciso arquetípico que le adjudica el material. Le encuentra nuevos colores.

Más allá del lucimiento del elenco, Puan cuenta con otro gran logro, y es la representación fidedigna de la vida universitaria y la endogamia académica. La presencia del alumnado y el profesorado de la facultad, asistiendo delante y detrás de cámaras, aporta una necesaria cuota de autenticidad. Y en términos formales, Alché y Naishtat se permiten jugar con algunos gestos específicamente cinematográficos: el cambio de foco que introduce la relación de Marcelo y Rafael en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, por ejemplo, o el corte humorístico que nos lleva de la invasión de un baño no binario a la condimentación de un pancho.

El dramatismo de los últimos pasajes en Puan genera una cierta disonancia tonal con el resto de la película, pero lo cierto es que el filme comenzó a ser conceptualizado hace unos cuantos años, cuando semejante desenlace todavía era más una sátira que una distopía electoral cercana. Entonces, lo de Puan se resignifica, y adquiere un nuevo sentido como postulado en favor de la educación universitaria gratuita, laica y de excelencia. Como canta Charly García: “un día volverá a las fuentes, no creo que pueda dejar de protestar”.