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El Conde: cómo clavar una estaca letal en el corazón de Pinochet

El director chileno Pablo Larraín intenta exorcizar, en blanco y negro, la sombra traumática de un Augusto Pinochet vampírico

Por  DAVID FEAR

septiembre 23, 2023

Pablo Larraín/Netflix

Nacido en 1915, Augusto José Ramón Pinochet ascendería en las filas del ejército chileno y, como su comandante en jefe, encabezaría un golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende, en 1973, dando inicio a un reinado político –y de terror– por los próximos 17 años. Luego escaparía de la Justicia y no se arrepentiría de los innumerables crímenes durante su régimen, hasta su muerte en 2006.

Esto es lo que nos dicen los libros de historia. A Pablo Larraín, sin embargo, le gustaría dejar las cosas claras. Según el cineasta chileno, Pinochet no está muerto. De hecho, es en gran medida un no-muerto: un vampiro de 250 años que fue mordido cuando era soldado en el ejército francés y que luchó contra las revoluciones en Haití, Rusia y Argelia, terminando en Chile en 1935. ¿Esa “muerte” en 2006? Completamente falsa. Está vivo, aunque algo enfermo, y reside en una finca rural. Pinochet prefiere la sangre británica, “que sabe a Imperio Romano”, pero cualquier plasma le sirve y bebe batidos de corazón hechos con licuadora. A este vampiro le gustaría salir pronto de esta espiral mortal, aunque eso le está resultando más difícil de lo que pensaba. Además, cuando sos un dictador cuyo brutal gobierno aún contamina a generaciones, ¿alguna vez realmente morís?

Tomando su título del apodo preferido de Pinochet, El Conde es muchas cosas: una película de terror conceptual, una sátira política negra, un ajuste de cuentas gótico y fantástico, y la última palabra a la hora de caracterizar a los fascistas como verdaderos monstruos. Sin embargo, sobre todo, es la manera que tiene Larraín de tratar de entender lo que le pasó a su país cuando un loco lo doblegó ante su voluntad corrupta y hambrienta de poder, con la única conclusión lógica de que tenía que ser un chupasangre literal. Larraín ha abordado el legado de Pinochet y su presencia inminente en muchos trabajos anteriores, desde el thriller Tony Manero (2008) hasta No (2012), su relato del referéndum de Chile, de 1980 y El club (2015). Esta es la primera vez que se enfrenta directamente al dictador, y su decisión de hacerlo dándole colmillos es más que inspirada. Quizás no sea la mejor película de Larraín, pero es la película para la que, en muchos sentidos, nació.

Interpretado con sorprendente parecido por el chileno Jaime Vadell, el Pinochet de Larraín pasa sus días escuchando viejas marchas militares. Todavía está enamorado de su igualmente corrupta esposa, Lucía (Gloria Münchmeyer), pero se ha cansado de una vida fuera del poder, así que está listo para partir. Sus sobrevuelos nocturnos por la ciudad en busca de sangre fresca brindan algunas de las mejores imágenes en la obra de Larraín, con el Conde con capa y atuendo de generalismo deslizándose por el cielo sobre las calles de Santiago, proyectando su sombra sobre la nación. La decisión de filmar esta parábola del mal despiadado en blanco y negro es tanto un testimonio de las incomparables dotes del director de fotografía Ed Lachman como un guiño al cine mudo.

Su excursión nocturna atrae la atención de sus hijos, quienes descienden a la finca en busca de respuestas y de una suculenta herencia. También está por allí Renfield, el mayordomo de Pinochet, un cosaco “forjado con vodka y acero” llamado Theodor (Alfredo Castro); y la hermana Carmen (Paula Luchsinger), la joven monja enviada por la Iglesia en la doble función de contadora y exorcista. El primer rol le permite expresar las diversas formas en que el clan Pinochet estafó al país por millones; en cuanto a la segunda, Pinochet cree que es un esfuerzo inútil. “Quiere echarme el diablo… pero yo no tengo nada dentro”, suspira.

Hay imágenes inolvidables, no sólo del Conde pasando silenciosamente sobre los rascacielos de Santiago, sino también de monjas voladoras y guillotinas. Sin embargo, lo que queda es cómo Larraín audazmente le clava una estaca en el corazón a quien destrozó a su país, aunque sabe que no basta con matar a la bestia. Estas criaturas de la noche pueden ser vencidas, pero son parte de una raza con la desagradable costumbre de multiplicarse. Podés matar a los inhumanos que cometieron atrocidades a gran escala. Pero no podés matar la inhumanidad que los llevó a hacer esas cosas.

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