Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente
Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Crítica: Un lugar en silencio: Día uno (A Quiet Place: Day One)

La tercera película de la franquicia de terror y ciencia ficción mantiene intacta su calidad.

Michael Sarnoski 

/ Lupita Nyong'o, Joseph Quinn, Alex Wolff

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de UIP

La saga de A Quiet Place está llena de sorpresas. La primera es que, a pesar de ser producida por Michael Bay, es de una gran calidad. La segunda es que evidenció el gran talento del actor John Kransinski como un auténtico maestro del terror (él dirigió con gran habilidad las dos primeras cintas). La tercera, es que, pese a que Jeff Nichols cedió su puesto como director de la precuela para encargarse de un proyecto de ciencia ficción de alto presupuesto para Paramount (los mismos estudios de A Quiet Place), lo cierto es que la dirección de Michael Sarnoski (el mismo de Pig, esa estupenda cinta de cerdos y venganzas protagonizada por Nicholas Cage), es igualmente satisfactoria. 

La premisa de esta saga es tan sencilla como efectiva: Unos extraterrestres monstruosos y letales invaden la Tierra para alimentarse de seres humanos, pero poseen un defecto. Son ciegos. Es así como los humanos sobrevivientes, se ven obligados a tratar de no emitir el más mínimo sonido, si no quieren ser devorados ipso facto. Las películas de Krasinski se centraron en una familia, usando la estrategia usada por Steven Spielberg en su adaptación de La guerra de los mundos, basada en el libro del pionero de la ciencia ficción H.G. Wells y que Orson Welles llevó a la radio causando histeria colectiva. Obviamente, A Quiet Place también le debe mucho a las cintas de invasión extraterrestre Alien, Predator, Independence Day y Signs, así como a las cintas apocalípticas The Omega Man y I Am Legend, basadas en el clásico libro de ciencia ficción distópica escrito por Richard Matheson.        

Esta precuela se centra en Samira, una poetisa y enferma terminal que se enfrenta a la invasión extraterrestre y que no tiene nada que perder, puesto que sus días están contados. Lupita Nyong’o encarna a la perfección (¿alguna vez lo ha hecho diferente?) a esta mujer que quiere pasar sus últimos días comiendo pizza en el lugar en Harlem al que su fallecido padre, un pianista de Jazz, la llevaba cuando era niña.    

Los compañeros de Samira en su misión suicida son el enfermero Reuben (Alex Wolff de Hereditary), un estudiante de derecho llamado Eric (Joseph Quinn, mejor conocido como el metalero Eddie Munson de la serie Stranger Things) y Frodo, un gato de asistencia que al parecer entiende muy bien que gato que maúlla muere. Es así como tendremos una cinta en la que nuestra protagonista va a trasladarse en un lugar A al B enfrentando un peligro mortal, como si se tratara de una versión libre de The Last Of Us.  

La escasa originalidad se sopesa con unos momentos genuinamente aterradores, unos momentos conmovedores (como la del titiritero), unas muy buenas actuaciones y unos personajes bien construidos y por los que sentiremos empatía (no se deje engañar por la firma de Michael Bay, ya que esta es una cinta hecha por seres humanos). Puede que el gato sea el punto más débil en términos de credibilidad por su ausencia de maullidos y el hecho de que aparece y desaparece como si nada, pero es él quien se roba el show. Es imposible no sentir angustia y cariño por él. 

Y para aquellos que busquen conexiones entre esta cinta y sus predecesoras, tenemos a Henri, interpretado por Djimon Hounsou, a quien conocimos como un sobreviviente anónimo en A Quiet Place Part II. Es probable que Krasinski y compañía nos tengan preparada una intercuela para saber más sobre este personaje. Por ahora, tendremos que conformarnos con una precuela muy bien lograda y con un videojuego que seguramente tendrá la misma calidad de sus contrapartes cinematográficas.    

También te puede interesar: Crítica: The Bikeriders: El club de los vándalos – Rolling Stone en Español

CONTENIDO RELACIONADO