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Crítica: Kill: Masacre en el tren

Un viaje vertiginoso de acción y violencia desatada que refleja la frustración de una sociedad atrapada en la impunidad y la inseguridad.

Nikhil Nagesh Bhat 

/ Lakshya, Tanya Maniktala, Raghav Juyal, Abhishek Chauhan, Ashish Vidyarthi

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Cine Colombia

La película india Kill ofrece una experiencia cinematográfica visceral y catártica, perfecta para estos tiempos de creciente inseguridad, corrupción y violencia urbana. La cinta canaliza nuestras frustraciones cotidianas a través de una intensa vorágine de violencia coreografiada, donde Amrit (Lakshya), un comando entrenado como máquina para matar, desata su furia contra una banda de bandidos en un tren. En un entorno donde el orden y la justicia parecen cada vez más inalcanzables, películas como Kill funcionan como válvulas de escape, permitiendo al espectador encontrar un extraño consuelo en la destrucción sin frenos y la acción directa que escasea en la vida real (Death Wish y Dirty Harry hacen parte de este grupo).

El filme se desenvuelve en un único escenario, un tren en movimiento, y utiliza este confinamiento para aumentar la tensión, tomando prestada la estrategia de Under Siege 2, The Commuter  y Bullet Train. Pero la violencia aquí se aleja del típico uso de armas de fuego y apuesta por el combate cuerpo a cuerpo, con cuchillos, martillos y objetos improvisados que nos sumergen en cada golpe y cada crujido de hueso roto. La atmósfera de brutalidad y adrenalina es innegable y actúa como un reflejo amplificado de las calles caóticas de nuestras ciudades, donde el miedo y la impunidad gobiernan. Así, Kill se convierte en una fantasía de justicia física: mientras en la vida real la corrupción y la burocracia frenan la resolución de crímenes, en el tren de Kill, la justicia llega de manera inmediata y definitiva.

Aunque el guion es simple y los personajes apenas tienen profundidad, esto no es un defecto, sino una virtud. La ausencia de una trama compleja o motivaciones profundas permite que la acción fluya sin interrupciones, entregando exactamente lo que promete: una serie de secuencias de pelea intensas y catárticas, diseñadas para satisfacer las emociones más primarias del espectador. El director Nikhil Nagesh Bhat (Hurdang) aprovecha esta sencillez en la trama para explorar la complejidad de la violencia como un lenguaje universal, manteniendo al público al borde del asiento con coreografías dinámicas y un diseño sonoro que enfatiza cada impacto.

En un contexto donde la violencia real a menudo se presenta como injustificada o incluso caótica, Kill ofrece un ballet extremadamente controlado, donde cada golpe tiene una razón y un propósito. Los villanos están diseñados para ser odiados desde el primer momento, lo que genera una respuesta casi automática en el espectador, quien siente un placer culpable en verlos recibir su merecido. En una época de cine donde muchas veces se busca justificar la violencia con causas moralmente grises, Kill regresa a una fórmula más tradicional, casi puramente visceral, donde los buenos y malos están claramente definidos, y la violencia sirve como una respuesta directa a la injusticia.

Al igual que sucede con las sagas de John Wick, The Raid y Extraction, Kill no es solo una película de acción; es una experiencia sensorial que encuentra su propósito en reflejar las tensiones y frustraciones de una sociedad donde la justicia parece cada vez más inalcanzable (como se vio en las recientes Monkey Man, en la que Dev Patel busca vengar a su madre violada y quemada o Beekeeper, sobre un justiciero encargado de castigar a los estafadores de internet). 

Puede que Nikhil Nagesh Bhat no llegue a equipararse a los nuevos maestros de la acción Chad Stahelski, Gareth Evans y Sam Hargrave (o a su compatriota S.S. Rajamouli, el director de la monumental RRR), pero es gratificante ver como una familia corrupta con su escala de valores trastocada, que cree que atracar trenes y asesinar inocentes es una vocación honorable y basada en principios, recibe su merecido.

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