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Crítica: Alien: Romulus

La novena película sobre Alien es la quinta parte que todos los amantes de la saga necesitábamos.

Fede Álvarez 

/ Cailee Spaeny, Isabela Merced, David Jonsson, Archie Renaux, Spike Fearn, Aileen Wu

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Cinecolor

A finales de los años setenta, el director Ridley Scott se robó  descaradamente las premisas de The Thing From Another World (1951) e It Came From Outer Space (1953), así como los diseños de H.R. Giger (posiblemente también el storyboard de Dune de Alejandro Jodorowsky y Moebius), para cambiar la historia del cine de ciencia ficción con Alien, una elegante y aterradora cinta en la que siete personas se enfrentan a un salvaje y letal alienígena de connotaciones freudianas. 

En la segunda mitad de los años ochenta, James Cameron retoma la cinta de Scott y la lleva hacia el terreno de la acción futurista en la visceral Aliens, una película tan poderosa y contundente como su predecesora. 

A comienzos de los noventa, un desconocido David Fincher, abandonó el mundo de los videos musicales para incursionar en el cine con la tercera parte de Alien, y el resultado fue un fracaso de taquilla. No se lo merecía, ya que su cinta agreste y oscura que ocultaba una alegoría sobre el HIV es digna sucesora de las dos entregas anteriores. 

Lo mismo sucedió con Alien Resurrection de 1997. El francés Jean-Pierre Jeunet trajo consigo su delirante propuesta estética exhibida en sus obras maestras Delicatessen y La ciudad de los niños perdidos y la utilizó en una fábula macabra sobre el miedo a la maternidad que recuperó los visos psicoanalíticos de la primera parte. El resultado fue otro inmerecido fracaso de taquilla. 

Los estudios 20th Century Fox decidieron abandonar la idea de darle a unos verdaderos autores la opción de contar su propia versión de la propuesta de Scott y optaron por un horrible crossover entre Alien y Depredador (inspirado en unos cómics de Dark Horse) que abarató ambas franquicias. Y como si fuera poco, se hizo una secuela subtitulada Requiem, mucho más espantosa que la anterior. 

Scott decidió reclamar la saga para sí y eso tampoco ayudó mucho. Prometheus fue una precuela muy irregular que se salva gracias a una magnífica actuación de Michael Fassbender como un androide imitador de Peter O’Toole. Y Covenant, la secuela de Prometheus, es tan mala como los crossovers con Depredador y no parece que fuera dirigida por la misma persona que adaptó el clásico cyberpunk de Philip K. Dick conocido como Blade Runner.

Ahora, en lo que parecía ser una inevitable espiral descendente que infectó la cuatrilogía adorada por los verdaderos amantes de la ciencia ficción y el terror, llega un milagro. Los uruguayos Fede Álvarez y Rodo Sayagués, responsables de la estupenda saga de suspenso conocida como Don’t Breathe y de hacer secuelas más que dignas de las franquicias Evil Dead, Millennium y Texas Chainsaw Massacre (estas dos últimas injustamente vapuleadas), le brindan todo su amor y pasión cinéfila a la serie de Alien y nos entregan una novena película, la cual es la quinta parte que todos los seguidores de la cuatrilogía estábamos esperando. 

Así como Dan Trachtenberg revivió a Depredador con Prey, una maravillosa quinta película que merecía haber sido estrenada en cines, Alien: Romulus, con dirección de Álvarez y guion coescrito por Sayagués, es un trabajo pequeño, sucio, violento, dislocador y salvaje que nos recuerda lo aterradora que fue la primera parte, lo brutal que fue la segunda, lo escabrosa que fue la tercera y lo delirante que fue la cuarta (la cinta de Álvarez casi termina en streaming y menos mal que no fue así).  Asimismo, Álvarez y Sayagués se dieron cuenta que los mundos de Alien y Blade Runner no son tan diferentes, puesto que fueron desarrollados por la misma persona.

Romulus es en realidad una intercuela ubicada en la mitad de los eventos ocurridos en la cinta de Scott y la de Cameron. La bienvenida visión de los latinoamericanos en la serie se enfoca en los explotados, quienes aquí son un grupo de jóvenes obreros que al ver que no tienen futuro, deciden probar fortuna viajando a una estación espacial abandonada (lo mismo sucede con la serie Andor protagonizada por el mexicano Diego Luna y que hace parte del universo Star Wars).

Cailee Spaney, la joven actriz que nos sorprendió con Priscilla y Civil War, sigue su camino hacia el superestrellato convirtiéndose en una digna sucesora de Sigourney Weaver, encarnando a Rain Carradine, una joven huérfana que se encuentra acompañada de su hermano Andy (David Jonsson, el estupendo actor de la serie Industry y la película romántica Rye Lane). En realidad, Andy es un androide como lo fueron Ash (Ian Holm), Bishop (Lance Henriksen), Annalee (Winona Ryder) y David (Fassbender) en las entregas anteriores. Basta con decir que este es el show de Andy.

Los otros integrantes del grupo de jóvenes marginados son Kay (Isabella Merced subutilizada), quien está embarazada; su hermano Tyler (Archie Reanux de las series Gold Digger y Shadow & Bone), el “Tom Skerritt” del grupo; Bjorn (Spike Fearn de la serie Tell Me Everything), un chico demasiado osado que detesta a los androides; y Navarro (Alieen Wu), la “John Hurt” del grupo. Sobra decir que la estación espacial que visitan está plagada de Aliens (más de los que se supone) y que allí se van a encontrar con un pasajero de la cinta original (que no se revelará aquí).

La historia simple y repetitiva se equilibra con una dirección de arte impresionante y con un sentido del ritmo manejado magistralmente por Álvarez, quien hace lo mismo que Arkasha Stevenson con The First Omen. Prestar atención meticulosa a los detalles, generar una atmósfera adecuada, brindarle una inmensa energía al proyecto y demostrar que el reciclaje en cine, sí se hace bien y va más allá de la nostalgia,  siempre será bienvenido.

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