Natalia Lafourcade: “Me gustaría pasar un tiempo en Buenos Aires y explorar sus músicas maravillosas”

Entrevista: la cantante mexicana explica el camino lento e introspectivo que concluyó en su reciente disco ‘De todas las flores’, su obra más sofisticada, y adelanta su presentación en el Movistar Arena

Por  HUMPHREY INZILLO

mayo 30, 2023

Natalia Lafourcade se reencuentra con el público porteño el 10 de agosto en el estadio de Villa Crespo.

Ignacio Arnedo

Dentro de unos meses, a fines de febrero del próximo año, Natalia Lafourcade soplará cuarenta velitas. Por ahora, ella no vislumbra ninguna crisis, ni nada que se le parezca. “En verdad, estoy muy agradecida. Hay una parte de mí que piensa ‘no puedo creer que voy a cumplir 40 años y ha pasado todo lo que ha pasado en mi vida’. No ha habido momentos en que no me haya sentido tan feliz y tan agradecida. Y muchas veces he dicho ‘creo que después de esto, si me muero mañana, ya estoy satisfecha. ¡No puedo creer lo que acaba de pasar!’”. Esa sensación la tuvo, por ejemplo, a fines del año pasado, cuando se presentó en el Carnegie Hall, la sala de conciertos en Manhattan fundada en 1891, uno de los escenarios más importantes del mundo. En aquella oportunidad, la acompañaron tres invitados notables: David Byrne, Omara Portuondo y Jorge Drexler. Y la tuvo, también, cuando cantó en el Teatro Gran Rex, de Buenos Aires, en abril de 2018. “Yo decía ‘¿qué más puedo pedir después de esta conexión con la música y con la gente?’. Cuando logras que las cosas que soñaste en la infancia, o que escribiste o pintaste en tu agenda o en tu diario como un sueño, como una meta, como un fin, finalmente suceden. Eso es siempre después del trabajo y la colaboración de toda la gente que te rodea, que te van ayudando a avanzar, y también del destino, la vida misma. Y ahí es cuando dices: ‘¿Y ahora? ¿Qué sigue?’. Bueno, creo que este momento es muy interesante, porque viene un arena, ¿y qué vendrá después?”.

Lafourcade editó su primer libro, un diario de grabación del disco que acaba de lanzar. (Foto: Ignacio Arnedo).

Natalia se refiere al concierto que ofrecerá el jueves 10 de agosto en el Movistar Arena, el estadio del barrio porteño de Villa Crespo, para presentar De todas las flores (2022), su primer disco con canciones propias en más de siete años. “Se siente como la primera vez. Después de tantos años, el desafío era por dónde empezar, cómo volver. Pero, realmente, me siento muy contenta, emocionada y agradecida. Este álbum es un parteaguas de mi camino en la música, como compositora y como escritora de canciones. Marca un antes y un después”, sostiene la cantante en Casa Cavia, el bar-restó de Palermo Chico. 

Escuchá la charla completa con Natalia Lafourcade en el podcast La Vida Circular:

Está de visita en la ciudad para participar de la Feria del Libro, porque su nuevo disco es, en verdad, un proyecto integral que incluye un coqueto libro-objeto que funciona como diario de la grabación y contiene un registro de los distintos procesos artísticos del álbum, fotografías, letras y un diálogo con Elvira Liceaga, con quien también ha realizado un podcast, disponible en Spotify. “Elvira es una mujer brillante, con mucha inteligencia, sensibilidad y experiencia, también. Sentí que ella iba a venir perfecta para tener una compañía muy acogedora, con una voz muy agradable para llevarnos en los doce episodios del podcast”, explica. 

En los siete años que trascurrieron entre Hasta la raíz y su nuevo álbum, Natalia nunca dejó de hacer canciones. Simplemente dejó de mostrarlas porque estaba defendiendo otros proyectos, como los dos volúmenes de Musas (2017 y 2018), en el que se dedicó a revisitar clásicos del folclore latinoamericano junto a Los Macorinos, y los dos volúmenes, también, de Un canto por México (2020 y 2021), el concierto benéfico que tenía como objetivo la reconstrucción del Centro de Documentación del Son Jarocho, en su Veracruz natal.    

“No estaba planeando hacer un disco personal ni totalmente inédito: estaba bastante entretenida”, confiesa. “Mientras hacía los otros proyectos, también estaba explorando otras músicas, otros géneros musicales. Una dinámica de trabajo que de alguna manera funcionaba como una escuela constante y me brindaba la posibilidad de seguir aprendiendo”, asegura. “Cuando surgió la necesidad de volver al estudio, de volver a hacer algo propio, por suerte me encontré con que sí había estado escribiendo una canción por aquí, otra canción por allá… Desde 2018 había empezado a hacer canciones. Así que, eventualmente, tenía la posibilidad de juntar varias de ellas, con un norte hacia donde ir, algo que me indicara por dónde podía empezar a construir un nuevo mundo musical”.

Su aliado para esta nueva etapa fue Adán Jodorowsky, también conocido como Adanowsky, un prestigioso productor pero, sobre todo, un viejo amigo, con quien había hecho un dueto versionando “Morir y renacer”, una de las 13 piezas de Mujer divina, su disco homenaje al compositor de boleros veracruzano Agustín Lara, publicado en 2012. “Él es un ser maravilloso. Y, además, viene de una familia también maravillosa. Por todo lo que ha tenido a la mano por parte de [su padre, el escritor franco-chileno] Alejandro Jodorowsky, es un ser muy especial: es un artista y es un ser humano que tiene mucha libertad y mucha apertura para jugar, siempre. Por eso lo llamé. Yo quería colaborar con él desde hacía muchísimo tiempo, porque sabía que me iba a empujar a hacer cosas que yo no había hecho antes. Y fue tal cual”. Natalia, por ejemplo, ansiaba grabar con cinta abierta. Y se le iluminan los ojos cuando cuenta que, sin haberlo hablado previamente, Adanowsky le sugirió que ese era el método de grabación que pedían las nuevas canciones. 

Natalia Lafourcade volvió a vivir a Veracruz y desde allí planificó su nuevo album. (Foto Ignacio Arnedo).

Volver a vivir a Coatepec, un pueblito ubicado en las afueras de la capital del estado de Veracruz, a cinco horas de auto al oriente de la Ciudad de México, fue otro factor determinante para el sonido del álbum. “Cuando decidí irme a vivir a mi pueblo no sabía que me iba a encontrar con una escena musical como la que me encontré. El son jarocho, por supuesto, es muy fuerte, pero también hay mucha música clásica y mucho jazz, entonces haber encontrado a todos estos músicos siento que también fue un parteaguas. También, para mi manera de hacer este disco”, expone. 

Natalia tuvo la fortuna de contar con un vecino como Emiliano Dorantes, un talentosísimo pianista de apenas 21 años. Desde su casa, podía escucharlo practicar a lo lejos, con la vegetación selvática de por medio. Y fue durante la pandemia que se hicieron amigos. “Él nunca había grabado un disco, pero tenía más experiencia que todos nosotros. Porque, de verdad, su relación con la música es de un nivel fuera de serie. No es algo común de ver”, asegura. ¿Un niño prodigio? “Yo casi no ocupo esas palabras con nadie, porque estamos los músicos de oficio, pero hay personajes que son una locura. Y como él viene del contexto de la música clásica, yo ya tenía un compañero —un amigo— al cual le podía proponer una intro como la que tiene el álbum, porque él perfectamente podía entenderme y realizarlo. Entonces, eso a mí me ayudó mucho para probar otras formas de hacer los arreglos”.

De todas las flores ostenta una obertura cinematográfica, anacrónica, a cargo de un conjunto de cuerdas. Es una puerta de entrada mágica, despegada del formato canción de “Vine solita”, el primer opus del álbum. “Esa introducción es una síntesis de todo lo que ocurre emocionalmente en el disco”, argumenta Natalia. “Están las melodías insinuadas de una u otra manera, sobre todo la de ‘De todas las flores’, pero también otros momentos del disco. Para mí, era la oportunidad de mostrar cómo llegué a hacer este álbum: escuchando muchas composiciones de música clásica, estas arias, estas piezas que tienen muchos momentos, pero en las que ciertos motivos se repiten”.

La atmósfera cinematográfica tampoco es casual. “Hay canciones que para mí, muy claramente, eran como escenas de una película. Más bien, eran como secuencias cinematográficas, en algunos casos muy claras, como en ‘De todas las flores’, que es una de las canciones más antiguas del disco y que cuando la escucho siento que es como un videoclip. Y lo lindo es que cada quien se lo puede imaginar como quiera”.

Adanowsky fue quien propuso convocar a Marc Ribot, el guitarrista oriundo de Nueva Jersey, para participar del álbum. El músico ha grabado más de 700 discos y, más allá de su notable carrera como solista, ha colaborado con figuras como Tom Waits, Elvis Costello, Laurie Anderson y McCoy Tyner, y ostenta varias conexiones latinas: desde su participación en Alta suciedad, el disco que Andrés Calamaro grabó en 1997, hasta un proyecto propio, a la cabeza del grupo Los Cubanos Postizos, en el que rendía homenaje al tresero cubano Arsenio Rodríguez. Natalia quedó fascinada con la experiencia: “Fue tan maravillosa que la quiero repetir. Pues, en verdad, él es una leyenda de la música. Y algo que me gustó de trabajar con Adán en este disco es que me recordó que no hay imposibles. Que se vale soñar y se vale soñar absurdo, también. Se vale jugar con los sueños. ‘¿Por qué no le hablamos a Marc Ribot?’, me decía. Y yo ni siquiera sabía si Marc Ribot estaba vivo, porque es un músico con mucha historia. Y Adán, de nuevo, ‘sí, vive. Y aparte sí quiere venir a grabar’. Entonces, para mí fue un regalo de la vida”.

“La música tenía que marcar la pauta”, dice Natalia. (Foto: Ignacio Arnedo).

La formación estable en la grabación, además de Ribot y Dorantes, incluyó a dos sesionistas: el contrabajista norteamericano Sebastian Steinberg y el baterista y percusionista alemán Cyril Atef. Pero también participaron un cuarteto de cuerdas, una sección de vientos y un coro de nueve voces femeninas. Natalia celebra haber podido integrar a músicos de Veracruz con otros foráneos. Pero la prioridad, por sobre los nombres, eran las sonoridades: “Para mí, era muy importante cuidar que nada estuviera de más, respetar  siempre que la música tuviera el papel y el lugar más importantes. La música tenía que marcar la pauta. Era la maestra, la que mandaba. Trabajar con este tipo de músicos fue una delicia, porque tenía que haber una lectura casi inmediata. Las bases las grabamos en doce días, todos juntos en una habitación, sin clic [metrónomo] y en cinta. Pero yo no soy ni Michael Jackson, ni Bob Dylan, ni los Beatles, así que las cintas para hacer el álbum las teníamos contadas. Había un presupuesto y la consigna era gastar, como mucho, una cinta por canción. Como las cintas duran 20 minutos, eso ya nos obligaba a poner mucha atención, para poder sacar el mejor track”.

Esa dinámica de trabajo, con la espontaneidad a flor de piel y el error como un elogio del riesgo, dejó un espacio importante para la improvisación. “En varias canciones los finales son muy largos”, ejemplifica Natalia. “Hay un par de canciones ahí que quedaron un poco lentas y eso marcó que el disco tuviera un ritmo mucho menos acelerado de lo que estamos acostumbrados a escuchar hoy en día. De alguna manera, con ese ritmo que traía, a mí y a todo mi equipo de trabajo, nos provocó sentarnos: calmar la prisa, calmar la necesidad de resolver todo muy rápido. Mucha contemplación, mucha respiración, mucha calma. Y eso me gustó porque creo que ese era un elemento que yo necesitaba explorar en mi música: la lentitud”.

De todas las flores funciona como la metáfora de un jardín interior… ¿De dónde viene esa conexión vegetal?

Este disco se vio empapado de una influencia muy grande por parte de la naturaleza, de la cadencia y de los ritmos que hay en la tierra. Es algo que tenemos alrededor de nosotros todo el tiempo, ¿no? Yo veo el árbol a través de esta ventana y digo: ‘Mira la brisa cómo mueve las ramas y cómo les da un ritmo y una danza a las plantas. Cómo las plantas tienen este baile con los elementos, como la parte del ritual de la vida. Yo creo que todo esto tiene que ver con el hecho de haberme ido a vivir al campo. Y también con haber transitado allí el encierro de la pandemia, porque tuve la chance de contemplar y de percibir esos ritmos. Y también con haber estado varias veces en la montaña, en Perú. Hice tres viajes para estar con las comunidades Quero y ver cómo viven, observar sus tradiciones, sus rituales, sus rezos. Cómo piden permiso a la tierra para entrar, a la montaña para hablar, para expresarse. A veces, en la ciudad, uno entra en otro ritmo. El hecho de haber parado de hacer giras y conciertos, me dejó más espacio para mi vida personal. Y mis actividades personales también se empezaron a enriquecer más.

¿Qué actividades personales?

La danza contemporánea, escuchar vinilos, modelar con barro… Todo eso se convirtió en una influencia muy importante para el modo en que quise hacer música.

¿Qué modelás con barro?

Hago cosas sencillas… Un plato, por ejemplo. No te creas que soy la más escultora. Fue muy bonito para mí. Tal vez me ponía a hacer un pequeño cuenco. Y, de repente, me veía inmersa en esa actividad durante cuatro horas. Algo muy distinto a cuando entras en estas olas, en un rush en el que vas con tanta velocidad y todo es tan importante. Entonces, creo que necesitaba generar ese contraste, porque si no pienso que mi alma se iba a marchitar. O sea, tenía que bajar un poco el ritmo de la respiración, tenía que entrar en meditación, tenía que entrar en todo ese tipo de cosas que me iban a compensar el nivel de trabajo con el que yo ya estaba relacionándome.

Parece el método del señor Miyagi en Karate Kid. La importancia de tomarse un tiempo para hacer las cosas con calma, al mismo tiempo que incorporás conocimientos de una manera no lineal… 

Sí, creo que el tiempo de la contemplación, de venir de un estado de lentitud, me permitió no asustarme de más a la hora de las grabaciones. Y también me permitió hacer algo que anhelaba: yo quería mucho que el disco tuviera interludios musicales. Permitirme tener estos momentos donde de repente se oía un piano, sólo un piano. O la guitarra de Marc Ribot en “Pasan los días”, que es una belleza. En “Pajarito colibrí” hay una guitarra que me recuerda a Atahualpa Yupanqui. Ahí están esas influencias que evocan a Frantz Casseus (1915-1993), un guitarrista haitiano que me fascina. O sea, justo el haber tenido esa referencia de la calma y de ser un poco más contemplativa y menos inquieta en encontrar las respuestas de mi propia música me permitió encontrar nuevos panoramas y abrir nuevas puertas.

Te fuiste alejando cada vez más del pop. Sin ánimo de menospreciar ni el pop, ni ningún otro género, siento que tu música se volvió cada vez más sofisticada. ¿Definirías el devenir de tu carrera artística como una búsqueda? ¿Se podría trazar una cartografía de ese itinerario?  

Yo creo que es una constante búsqueda desde que veo lo inquieta que soy como artista. Siempre quiero reinventarme, termino una cosa y ya estoy pensando en cómo hacer ahora para ir en dirección opuesta a esto que ya hice. Poder deconstruir y volver a construir algo nuevo. Creo que para mí eso es muy importante y está la parte de que constantemente quiero seguir aprendiendo cosas. No me puedo quedar cómoda en un lugar donde llego. Porque me aburro, naturalmente. Por eso, creo que siempre va a haber una parte mía en la que voy a estar explorando músicas de otras personas porque es la manera. Como yo no hice una carrera de música formal, esa ha sido mi escuela. Creo que la necesidad de explorar otra cosa y ver si sale, o no sale, o qué sale, ha ido marcando mis pasos.

En Natalia Lafourcade (2002), su álbum debut, ya se percibía (aún se percibe) su talento y también su olor a espíritu adolescente. Fueron tiempos frenéticos en los que, a cuestas del hit “En el 2000”, llegó a dar más de 250 conciertos al año. Una bestialidad. Un par de años después, llegaría un encuentro trascendental en la vida (y la carrera) de Natalia. Fue cuando los Liquits la convidaron a colaborar en Jardín, su disco de 2004. Emmanuel del Real, Meme, tecladista y eventual vocalista de Café Tacvba, estaba produciendo la grabación. Y ahora, desde la Ciudad de México, Meme recuerda: “Ellos la invitaron a hacer un featuring en una canción, nos encontramos con ella en el estudio y ¡kabooom! Fue espectacular”.

Al poco tiempo, se juntaron para grabar una versión exquisita y juguetona de “O pato”, un clásico de la bossa nova popularizado por João Gilberto, para el soundtrack de Temporada de patos, el film dirigido por Fernando Eimbcke. Y el paso siguiente fue producir el segundo álbum de Natalia, acompañada por su banda, La Forquetina. “Más que nada, trataba de acompañar el momento —dice Meme—: estar pendiente de las necesidades del grupo y de ella, tratar de traducirlas y aterrizarlas, darles un poco más de sentido, de orden. Pero no había mucho por hacer: todos eran muy talentosos en el grupo. El objetivo era tratar de que el disco pudiese tener la mejor amplificación creativa en ese momento. Siempre pensé que el mundo tendría que conocer a Natalia, que los que no la conocían la iban a conocer pronto, tarde o temprano. Y por suerte eso ha pasado, así que me siento muy feliz y muy orgulloso”. Las colaboraciones entre ambos se sucedieron desde entonces, y Meme considera que esos encuentros han sido de las mejores experiencias que ha tenido, no solamente a nivel profesional. “Lo bonito de trabajar con gente diversa es que no sólo tienes la oportunidad de hacer un trabajo artístico y musical, sino que acabas teniendo una relación que te acompañará durante el resto de tu vida. Y este ha sido uno de esos casos. Porque en Natalia encontré una gran amiga, con quien tenemos un lenguaje creativo en común. Y nos vamos nutriendo. Como productor, ha sido de esas relaciones donde también te vuelves un aprendiz.  He aprendido muchísimo de ella. Está de sobra decirlo, pero es una persona talentosísima: una gran intérprete, una masa de creación pura, permanente, que a veces la traduce en música y otras veces en otras cosas. Y aparte siempre está muy pendiente de la gente que la rodea y hace todo lo posible para que esas personas estén bien. Creo que eso es fundamental para un artista, es un ejemplo”.

La admiración entre Meme y Natalia es mutua. El cariño, también. Natalia se sonríe cuando escucha el audio de Meme que llega vía WhatsApp. Y agrega: “Meme es uno de mis mejores amigos. Es un ser a quien admiro y amo profundamente. Le tocó estar cerca mío en los momentos más vulnerables de mi camino artístico, porque cuando trabajamos juntos yo era todavía muy joven, muy inmadura. Y no sabía cómo confrontar con ciertos aspectos de la industria musical. Yo tenía 19 o 20 años, y recuerdo que tenerlo cerca era como tener casa, como tener tierra para mí. Porque todos sus consejos, toda su ayuda, todo su conocimiento y su experiencia a mí me daba mucha fuerza y me daba mucha esperanza en que las cosas iban a estar bien. Es una gran persona para tener cerca, para poder crear y haber podido aprender de todo lo que nosotros colaboramos”. 

“En México estaban muy divididas las etiquetas: o eras pop o eras rock. Y la gente no sabía dónde colocarme”, recuerda Natalia. (Foto Ignacio Arnedo).

Dice, Natalia, que esa versión de “O pato” es especial. “João Gilberto siempre ha estado entre mis músicos favoritos. Lo empecé a escuchar cuando tendría unos 16 años y lo considero un gran maestro de la simplicidad, de la belleza, de tantas cosas… Su música ha sido una referencia muy importante. El tema de la complicidad con la guitarra, de cómo la guitarra se ha convertido en una compañera fiel, en mi amada amiga, que siempre recurro a ella para volver a aterrizar. Es la que me da tanto amor, me reconforta también. De alguna manera, João siempre me dio la esperanza de que no va a pasar nada malo. Porque lo peor que puede pasar es que yo me quede cantando sola con mi guitarra, y eso está muy bien”.

Tu primer disco es contemporáneo de dos películas que le dieron proyección global al cine mexicano: en el 2000 se estrenó Amores perros y, en 2001, Y tu mamá también. Una generación que renovó la industria y proyectó sus carreras fuera de México, pero que intuyo que también provocó una pequeña revolución que se retroalimentó con la música…  

Creo que ahora ya en este momento sí puedo decir que soy parte de eso. Creo que se fue engranando toda una época muy interesante en México. También por parte del rock. Yo recuerdo que hubo artistas que para mí eran una fuente de mucha inspiración. En los primeros conciertos que fui, me tocó ver a Julieta Venegas, Aterciopelados, Ely Guerra,  me tocaba ver a Rita [Guerrero] con Santa Sabina, al mismo Gustavo Cerati, a Café Tacvba, Molotov, Jumbo. O sea, de repente sucedían todos estos festivales de rock. Y ahí yo todavía no estaba, era  muy chiquita y empecé a hacer mis músicas. Y de repente en 2002 saqué mi primer disco y allí estaban todos ellos, ya venían un poco andados todos.

¿Tenés buenos recuerdos?

Mi comienzo fue duro en el sentido de que en México estaban muy divididas las etiquetas: o eras pop o eras rock. Y la gente no sabía dónde colocarme, porque yo no estaba ni de un lado ni del otro. Estaba en el medio y no había personas haciendo ese tipo de cosas. Así que me tocó iniciar un camino en el que definitivamente todas estas bandas  ya estaban haciendo lo suyo. Y lo que pasaba en el cine también. Todas esas cosas eran influencias.

Alguna vez, los Café Tacvba me hablaron de la importancia que había tenido la aparición del movimiento zapatista a mediados de los 90 en la escena mexicana. ¿Para vos también fue importante?

Sí había como una necesidad social y artística de expresión muy fuerte. Pero por mi edad yo siento que no soy parte de ese momento, pero sí me tocó lo que vino después. Siento que soy una continuadora. Y lo que me da gusto ahora es que, como ellos tienen ya 30 o 35 años de carrera, y yo tengo casi 25 años en la ruta, entonces ya ahí es cuando puedes decir: “Ah, mira, ya vinieron diferentes momentos históricos, sucedieron un montón de cosas diferentes y aquí seguimos, ¿no?”. Y eso es lo que me da gusto. Saber que, pase lo que pase, yo voy a hacer música, porque esta es mi pasión. 

En el vínculo entre Natalia y el cine hay dos mojones. Uno de ellos es una pequeña participación en Annette (2021), el film del francés Léos Carax en el que compartió una escena con el actor Adam Driver. “Para mí era rarísimo estar ahí, pero después me dieron ganas de hacer un papel más grande. En verdad se me antoja mucho la actuación. Ojalá surja esa oportunidad que me rete como artista a salirme de mi lugar, a vivirlo, realmente, como una experiencia. Eso sí que me gustaría, pero tampoco tengo prisa”. 

El otro hito es su participación en la banda de sonido de Coco (2017), el film de Pixar que se llevó dos premios Óscar, a la mejor película y a la mejor canción original, que Natalia interpretó para el soundtrack y, también, en la gala de premiación, junto a Gael García Bernal. “Creo que en mi camino ha habido estos momentos mágicos. Estos pequeños hitos de mi carrera musical, en la que me han pasado cosas que jamás hubiera imaginado. Haber cantado en los premios Óscar es una de ellas”, dice. “Pero cuando surgen este tipo de cosas, pues voy y lo hago con mucho amor, desde el corazón. Fue como una travesura, de repente yo estaba con Gael tras bambalinas. Y nos reíamos. Él me decía ‘me van a hacer cantar que yo no canto’. Y yo le decía ‘bueno, yo tampoco me muevo como pez en estos ambientes’, porque yo vengo del mundo de la música y de repente estaba rodeada de todos los actores que vi en tantas películas, en este lugar tan fuerte y tan emblemático”. 

Escenas como la de su presentación junto a Gael en los Óscar son un ejemplo del modo en que Natalia ha sabido lidiar con altura con las tensiones entre sus intereses artísticos personales y los de la industria. “Mi carrera ha sido un poco la media entre los sitios donde quiero ir, qué quiero hacer y también donde me invita mi derrotero”. 

La gira de este año te va a llevar al Teatro Olympia de París. ¿Qué significa para vos?

Es un sueño y es un indicador de que una va por el camino adecuado. El regalo más grande que la música me da constantemente es darme cuenta de que no sólo hago lo que amo hacer con la música, sino la parte de poder compartirla. 

En el momento en que la tendencia marca el trap como sonido homogéneo de la música actual, tu búsqueda parece ir en una dirección opuesta: una fascinación anacrónica por las músicas de raíz, por los métodos de grabación analógicos. ¿Hay algo que te atraiga de las nuevas dinámicas de producción? 

Creo que me siento un poco inquieta de explorar esas formas. Pasa que mi ritmo es otro, yo soy más lenta. Pero tengo dos polaridades, en una voy paso a paso. Pero cuando me lleno de energía, voy como toro. Sí hay algo que me llama de esas formas, que es la espontaneidad. La parte de no echarse de pensarlo mucho. 

¿Harías una colaboración con Bizarrap? 

¿Bizarrap? ¡Ah! El productor que hace unas bases musicales y tú pones algo encima. O sea, como que me da curiosidad, probar con ese tipo de cosas, ¿no? No estoy cerrada porque creo que si uno se cierra, todo se vuelve un poco rígido. 

Me contaron que estás fascinada con el tango. ¿Es verdad que te gustaría pasar una temporada en Buenos Aires para investigar y estudiar la música de nuestra ciudad?

En verdad, es muy importante para mí poder pasar un tiempo en ciertos lugares que me permita seguir haciendo esta investigación en las músicas tradicionales, en el folclore, en el tango, en la música de Brasil, de Colombia o de Venezuela. Explorar esas músicas te permite enriquecer tu mundo. Entonces, por supuesto que sí, me gustaría pasar un tiempo. Sobre todo, al ver que existe esta complicidad con la gente de aquí, me hace sentir que  bien podría pasar un tiempo, explorando más de estas músicas maravillosas.