Los últimos días de Ricardo Iorio

Vecinos, músicos de su banda, su manager y algunos amigos que trabajaron con él hasta el final aseguran que el mayor referente del heavy nacional, fallecido en octubre pasado, se sentía mejor que nunca y tenía entre manos una gran variedad de proyectos

FERNANDO DVOSKIN

noviembre 29, 2023

“Uno se mata para vivir”. En La Tranca, una pulpería perdida en Cura Malal, pueblo de 104 habitantes en la localidad serrana de Coronel Suárez, provincia de Buenos Aires, Ricardo Iorio dejó grabadas en la memoria de todos los parroquianos frases como estas. Hasta allí llegaba algunos viernes por la madrugada, cuando las giras con su banda se lo permitían, acompañado siempre de una botella de whisky Ballantines guardada en el bolsillo, vestido de negro o con un poncho, como los gauchos de la zona.

“Esa fue una de las frases que nos iba diciendo y a nosotros nos impactaban”, le dice a Rolling Stone Mercedes Resch, artista plástica y escritora, una mujer de cabello oscuro y sonrisa blanca reluciente, que recuperó un viejo almacén de 1900, construido a base de ladrillos y barro, para convertirlo en pulpería, espacio cultural, taller de danzas folclóricas, cine, biblioteca y sala de arte. “Cada vez que venía Ricardo, nos dejaba pensando un montón de cosas”.

Tres semanas antes de morir, Iorio manejó casi media hora desde su casa, ubicada en la zona de El Campamento, hasta llegar al boliche que frecuentaba desde su inauguración en 2010. Atravesó setenta kilómetros de ripio y cuando llegó a la pulpería bajó de la camioneta con un pendrive lleno de música, canciones de su repertorio solista y otros compositores que le gustaban (Facundo Cabral, Eros Ramazzotti). Fue hasta la barra, buscó a Mercedes y, mientras sacaba un fajo de billetes, dijo: “Esto es para pagarles la bebida a mis amigos”. Pero miró hacia las mesas del fondo y notó que estaban vacías. Era la madrugada y, en una mesa del local, una pareja compartía una cerveza mientras en otra lo esperaba su amigo inseparable de los últimos años, Domingo Silvera, un viejo jinete campeón nacional de doma, vecino de 71 años, con el que compartía bebidas espirituosas y charlas interminables. La dueña del negocio le explicó que sus amigos, “los borrachines”, tenían ese viernes la entrada suspendida por mal comportamiento. Entonces Iorio se sacó la remera negra con su nombre que llevaba puesta y la dejó sobre el mostrador. Volvió a la camioneta, regresó con la estampita de la Virgen de Luján y pidió que la pusiera en la puerta porque de esa forma, “ningún chorro se iba a animar a afanar en el bar”.

(Foto: FERNANDO DVOSKIN)

“Después bajó una foto de él y una edición del Nuevo Testamento. Y mientras me iba dando los objetos, me dijo: ‘Te despertás a la mañana, leés cualquier página, vivís el día y a la noche reflexionás’. Esa fue la consigna de la lectura. Recién me di cuenta cuando se fue de que todo eso que había bajado lo estaba dejando en La Tranca”.

Antes de irse buscó un pequeño grabador, conectó el pendrive y empezó a cantar encima de las canciones a medida que sonaban. Se golpeaba el pecho, explicaba el significado de algunas letras de su autoría, apretaba el puño, cerraba los ojos, y lloraba. Cantaba con pasión mientras se le llenaban los ojos de lágrimas.

“No podía parar de llorar, estaba sumamente emocionado”, dice Resch, todavía conmovida por el recuerdo de aquella madrugada de octubre. “Podías no entender lo que estaba cantando, pero sus gestos te conmovían de cualquier manera. Estuvo hasta las 4 a.m. cantando y llo-rando apasionadamente. Recuerdo que cantaba ‘Morir al lado de mi amor’ [de Demis Roussos] y cómo se golpeaba el pecho. A pesar de que no éramos seguidores de su música, era inevitable verlo y no conmoverse”. La Tranca se había convertido en un lugar de escape, el bar en el que Iorio abandonaba el perfil rockero, la caricatura mediática que habían construido sobre su figura las redes sociales con recortes de las últimas entrevistas que le había ofrecido a Beto Casella. Allí, puertas adentro, era simplemente Iorio, un hombre de 61 años solidario, buen amigo, pasional, que había llegado al campo escapando del infierno de la gran ciudad. “La primera noche que vino, en la que golpeó la puerta, se presentó diciendo: ‘Soy Almafuerte’, preguntó si podía sumarse a la mesa y compartir un guiso con los parroquianos, y la última, que se quedó cantando, fue rara”, dice Mercedes. “A veces éramos muy pocas personas en el bar y me daba la sensación de que, en la intimidad, él abría puertas que en otros momentos cerraba. Vivía cada día como si fuera el último, poniendo todo. Quizás, vivía al extremo, excedido en un montón de cosas, pero indiscutiblemente vivió como quiso y creo que lo máximo que logró fue morirse al lado de su amor, de su mujer Fernanda [García], como decía el título de la canción que eligió cantar la última vez que estuvo en La Tranca”.

El lunes 23 de octubre por la tarde, Iorio recibió en su teléfono celular la música de tres canciones nuevas que habían armado los músicos de su banda, Chewelche, a los que conocía desde 1992 y venían compartiendo su última gira nacional, Unas Estrofas Más. Enseguida se comunicó con el bajista, Ariel Basualto, para contarle que había hablado con el ingeniero de sonido Álvaro Villagra y que el 15 de noviembre entrarían a grabar el nuevo disco en los estudios Del Abasto al Pasto.

“Me dijo que nos quería mucho y que había que cuidar a mi hijo Juancito, guitarrista de su banda, porque era uno de los últimos violeros que iban a poder tocar así”, dice desde Cutral Co a Rolling Stone el bajista. “También nos dijo que nuestro mundo, el de los discos y de los buenos músicos, cantantes y guitarristas, ya había muerto. Dos horas después volvió a llamarme para contarme que había escuchado las can-ciones y el disco iba a quedar buenísimo. Estaba contento, lleno de proyectos”. En Buenos Aires, su manager Adrián había cerrado los últimos detalles para terminar el año a lo grande: con un show el 30 de diciembre en la cancha auxiliar del club Morón. Por la noche, desde la tranquilidad de su casa rural, Iorio intercambió mensajes por WhatsApp con el guitarrista de Los Pericos Juanchi Baleirón. Se conocían desde hace cuarenta años, de la época en la que compartieron formación en la banda Letal (1984), y Juanchi bromeaba con el resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Le mandó un meme con la tapa del disco Sabotage y las caras de las dos fórmulas presidenciales (Javier Milei-Victoria Villarruel y Sergio Massa-Agustín Rossi), que disputarían el balotaje, reemplazando el rostro de los músicos de Black Sabbath. El intercambio de mensajes derivó en una charla y el recuerdo de viejas anécdotas metaleras de los ochenta. Iorio le contó que estaba muy entusiasmado porque en tres semanas entraba a grabar un nuevo disco y se despidió a las 23:25 con un mensaje en video que decía: “Gracias por acordarte de mí, Juanchi. Hermoso, me hiciste reír mucho. Buena, buena, buena zapiola, me hiciste reír mucho, ya lo imprimo”, señaló el exlíder de Almafuerte en referencia al meme y, mirando fijo a cámara, dijo sus últimas palabras: “Te mando un saludo y no olvides de llamarme porque muchos no quieren llamar porque dicen ‘para no molestar’. Un llamado tuyo es una caricia al alma, Juanchi querido. Buena salud para vos y para todos los tuyos”.

En el video que le envió al cantante de Los Pericos, se lo veía de buen ánimo, en la intimidad de su hogar, por momentos hablando con una sonrisa pícara, la cresta un poco despeinada, gesticulando con las dos manos como era habitual en sus charlas, mientras alguien lo filmaba con un teléfono celular.

En las primeras horas de la mañana del martes 24 comenzó a sentir un fuerte dolor en el pecho y se recostó en el sillón del living. Su mujer, Fernanda, con la que estaba casado desde 2012, llamó a la ambulancia y a Rodolfo “Roppo” Marsch, su amigo inseparable, chofer, compañero de ruta, asistente, que mientras manejaba desesperado rumbo a la casa le explicaba cómo hacer reanimación cardiopulmonar (RCP). Alrededor de treinta minutos después del llamado llegó la primera ambulancia de la localidad más cercana, Tornquist, con un enfermero. Sin demasiadas certezas de si aún el cuerpo estaba con vida, mientras intentaban reanimarlo, lo cargaron con una camilla en la unidad de traslados. Unos minutos después, desde Coronel Suárez, llegó otra ambulancia a ofrecer apoyo. Pero ya no había mucho por hacer. Cuando ingresaron al Hospital Municipal Raúl Caccavo, de Coronel Suárez, confirmaron que el cuerpo del padre del heavy nacional se encontraba sin vida.

“En el día de hoy, martes 24 de octubre, a las 6:51 horas se recibió un llamado de emergencia con solicitud de ambulancia al domicilio rural del señor Iorio. Transcurridos los 60 kilómetros de camino rural, varios de ellos de ripio, la ambulancia llegó al domicilio, donde se encontraba siendo asistido por equipo sanitario de la localidad de Tornquist, quien constató óbito y continuó con la asistencia del caso, hasta la intervención del equipo médico de policía”, dice el comunicado emitido por el hospital. La autopsia ordenada por la Justicia determinó unos días más tarde que Iorio había sufrido un infarto y se trató de una muerte natural.

(Foto: Archivo La Nación)

En el marco de la gira nacional Unas Estrofas Más, que había despertado nuevamente en Iorio al entusiasmado por recorrer ciudades de todo el país como Tornquist, Buenos Aires, Neuquén, Trelew y Tucumán, y el deseo de compartir un tiempo con su nueva banda, el 14 de octubre se presentó por última vez en vivo, en el escenario del Anfiteatro Municipal de Rosario, acompañado como hacía habitualmente en el último tiempo de los músicos del trío de rock pesado patagónico Chewelche (Ariel Basualto en bajo y voz, Juan Bruno Basualto en guitarras y Sebastián Figueroa en batería) y la violera invitada permanente Carina Alfie. Las cosas no habían terminado del todo bien con el primer manager que tuvo después de la disolución de Almafuerte, en el comienzo de su etapa solista, y luego de un show suspendido en Rafaela, en el que a través de un comunicado oficial argumentaron problemas de salud del cantante, había armado un nuevo equipo de trabajo con la idea de volver a posicionarse en la cima del rock local.

“El primer recital que hicimos después de lo de Rafaela, el 8 de julio en San Francisco, Córdoba, fue a tocar ad honorem para devolver la fecha que le debía a la productora”, explica Ariel Basualto. “Fue una noche muy emotiva porque volvió a tocar el bajo en dos canciones y estaba entusiasmado porque nuevamente iba a salir de gira”.

“Estaba con unas pilas increíbles”, dice desde Mar del Plata Oscar Domínguez, su último stage manager. “Hablar con él durante las giras era complejo porque ciudad a la que llegaba tenía a diez o quince tipos que lo iban a buscar. Entonces era complicado tener un minuto de charla por fuera del personaje. El nuevo manager, que no sólo lo representaba, sino que también producía toda la gira, sentía una gran admiración por él. Quería ponerlo nuevamente en el lugar que se merecía y armó fechas en microestadios, lugares promedio para tres mil personas”.

“Tengo la certeza de que llegar al lado de Ricardo fue por dejarme llevar a transitar el camino del corazón y del espíritu”, dice Adrián Ordóñez, el último manager de Iorio. “No nos hizo falta generar acuerdos demasiado charlados, en su mayoría los acuerdos se daban de manera tácita. Tampoco fue necesario tener un plan de acción, por lo tanto alcanzaba con tener bien en claro cuál era el norte y en ese sentido nos pusimos a trabajar fuerte. Nos encontró en una etapa muy difícil del país, año electoral, especulaciones políticas y malas condiciones económicas. Pero bueno, ‘si nobleza obliga allá voy’, dice la canción y allá fuimos, a recorrer el país en la búsqueda de los mejores escenarios y condiciones para que Iorio se presentara a tocar con su nueva formación musical. Queríamos tocar menos a lo largo del año pero hacerlo en mejores condiciones técnicas, y comunicacionales, que estuvieran a la altura de la magnitud de la obra de Ricardo”.

Apenas llegó a Rosario, Iorio se fue a visitar a un amigo que vivía a 30 kilómetros del anfiteatro municipal. Compartieron un asado y a las 14:30 del sábado estaba en el escenario para probar sonido. “Le pregunté qué hacía ahí tan temprano y me respondió que había ido a verme porque la banda soporte era de sus ahijados y quería que el baterista tocara arriba de una tarima”, recuerda el stage manager.

“En Rosario estaba recontento”, dice la guitarrista Carina Alfie. “Llegamos al anfiteatro con Mauro, el sonidista con el que viajábamos siempre en micro, y en un momento, mientras estaba en el camarín, pregunté quién era el que estaba imitando a Iorio que se escuchaba hablar en el escenario. Salí y vi que era él. A pesar de que era temprano, estaba con una botella de whisky, pero qué le ibas a decir… era algo suyo, personal”.

Después de la prueba, por la tarde se instaló con los músicos en la quinta de unos amigos. Aprovechó la estadía para organizar una gui-tarreada y continuar dándoles forma a las nuevas canciones que estaba terminando. “Un rato antes del show, cuando volvió, me trajo un ramo de flores porque el domingo era el Día de la Madre y sabía que yo no tenía a mis padres. Estaba siempre conteniéndome, como hacía con todos sus amigos”, recuerda Alfie.

Tocaron veinte canciones, de Almafuerte, de Hermética y de su repertorio solista, a lo largo de una hora y media de recital. Uno de los momentos más emotivos del show fue cuando interpretó con la voz quebrada “Justo que te vas”, la canción que había grabado con Alfie de invitada en el disco Atesorando en los cielos, en 2015.

“Cuando cantaba ese tema, siempre se quebraba”, dice Oscar. “En Trelew fue muy fuerte. Recuerdo que cuando fui a visitarlo a la casa puso ‘Justo que te vas’ y, mientras lo escuchábamos, gesticulaba igual que lo hacía arriba del escenario y se puso a llorar. Decía que no era un profesional porque cuando cantaba le ganaba la emoción”.

Alfie dice que cuando cantaba “Justo que te vas” se ponía particularmente muy sensible. “Yo lo miraba y trataba de sonreírle para que puediera cantar, porque para él ese tema significaba mucho, y cuando nos mirábamos en el escenario me decía: ‘Vos me hacés llorar’”, explica la guitarrista que compartió escenario con Steve Vai en 1997. “Tenía un montón de proyectos, estaba muy contento y con pilas. Todavía me cuesta hablar de él. Cada vez que sale el tema con mis alumnos de guitarra, me pongo a llorar porque teníamos un cariño especial. No hablemos más porque me quiebro… perdón. Me cuesta, todavía está todo muy ahí… El 14 tocamos en Rosario y el martes siguiente ocurrió eso. Me enteré por teléfono y me descompuse”.

“Cuando ocurren estas cosas, uno busca señales, una explicación donde quizás no hay”, dice Oscar. “Ricardo se pasó toda la gira diciendo: ‘Quizás es la ultima vez que nos veamos’. Y el público gritaba que no, pensando que no iba a tocar más. Pero él respondía: ‘¿Cómo que no? La gente se muere. Me puedo morir yo’. Tenía ese humor picante, ácido, medio negro. Tiraba siempre esas cosas y esta vez quedó como una profecía”.

La mudanza al campo se produjo hace 23 años. Iorio se instaló a 700 kilómetros de Buenos Aires, en un paraje perdido en las sierras junto a su pareja y sus hijas. Decía que había cumplido el sueño de ser un hombre que vivía en el lugar al que todos los veranos sus padres lo llevaban de vacaciones. “Es muy caro vivir en el campo, porque te cobran la luz como si tuvieras una estancia y, si te agarra un ACV, no llega la ambulancia porque estoy a 28 kilómetros de la ruta por calle de tierra”, explicaba en las entrevistas. “Pero es esa maldita tranquilidad la que te rompe los nervios, lo que satisface. Siempre me gustó la inmensidad del lugar”. Sentía que, desde que se había ido a vivir al campo, había dado un paso en pos de la evolución. Durante las noches, en soledad, escribía páginas y páginas de un cuaderno con memorias, letras y pensamientos. Pero antes de irse a dormir rezaba, le pedía a Dios que lo ayudara a ser mejor, y destruía lo que había escrito porque temía que, cuando se fuera “al otro lado”, alguien encontrara esos textos y los publicara.

Los que lo conocieron en la intimidad dicen que el hombre que vivía en Coronel Suárez no tenía nada que ver con el personaje que en un momento se había convertido en mediático. En sus pagos lo conocían como “el rockero” y también por sus constantes gestos solidarios con los vecinos, a los que ante cualquier emergencia les ofrecía dinero prestado.

“Creo que nunca vamos a entender por qué hacía algunas cosas…”, dice Oscar. “Porque no podés sacarte una foto con [el nazi confeso, Alejandro] Biondini y ser buen tipo. Y Ricardo era un muy buen tipo. En los shows también aparecía una imagen de [la actual vicepresidente electa Victoria] Villarruel. Tenía cosas que nunca vamos a entender. Con el tiempo fue como convirtiéndose en todo lo que combatió. Pero cuando intimabas con él, te dabas cuenta de que era otra persona, un tipo super grato para trabajar”.

Por iniciativa de su mujer y familiares más cercanos, los restos del padre del heavy metal nacional fueron velados el 25 de octubre en las dependencias de la Cooperativa Eléctrica San José, en una de las colonias alemanas del distrito de Coronel Suárez, donde Iorio soñó vivir desde 1974, cuando tenía 11 años.

El último equipo de trabajo que lo venía acompañando en su etapa solista se enteró de la noticia y a través del grupo de WhatsApp acordaron salir todos juntos y estar presentes en el funeral.

“Cuando llegué estaba lleno de fans, pero me pareció que faltaba gente: algunos músicos conocidos que le deben a Ricardo estar hoy en la música”, dice su último stage manager. “Eso me dejó medio para la mierda, pero también hay que entender que era un día de semana, en un lugar lejos e incómodo para llegar, y era bastante reservado. El plan primario era velarlo en Bahía Blanca, pero tuvieron miedo de que se desmadrara la cuestión con los fans y finalmente decidieron hacer algo más íntimo en el pueblito”.

“A pesar de que se hizo público el lugar donde lo velaban, no fue ningún músico del metal en general a los que ayudó incluso hasta pagándoles discos o invitándolos a cantar”, dice Ariel. “Estaban los músicos de la banda Instinto D.C. y nosotros: la familia, los amigos y los allegados”.

Más allá de las cámaras de C5N, no hubo otro medio de alcance nacional cubriendo la despedida. Desde temprano, grupos de amigos y fans de todo el país se hicieron presentes en los alrededores de la sala fúnebre y colgaron banderas en la calle como las que llevaban a los recitales. Un periodista local intentó infiltrarse entre los amigos para filmar un video y cuando fue descubierto por familiares, lo invitaron a borrar las imágenes y abandonar el lugar. Juan Domingo, uno de los yernos de Iorio, se encargó de musicalizar el velatorio con canciones de las bandas que le gustaban a Iorio y, en un momento, todos cantaron el himno mientras sonaba de fondo la versión que había grabado por pedido del presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia, para un partido de la selección argentina que finalmente sería desestimada.

“Siempre decía: ‘El día que yo no esté, más vale que pongan música y nadie llore’”, dice Ariel. “Pero era imposible no llorar”. “En el velatorio, Fernanda me dijo en broma: ‘Lo más grande del heavy nacional soy yo. ¿Sabés lo que era bancar a Ricardo?’”, recuerda Oscar Domínguez. “Igualmente, una vez había estado de visita en la casa y me atendió como si hubiese llegado el presidente de la nación. Es-taba todo prolijito. Fuera de las luces, compartir algo con él era fantástico y con Fernanda era muy dulce. Si escuchabas las conversaciones por teléfono que tenían en las giras, decías este no es Iorio, es Ricky Martin. Nada que ver con lo que veías en la tele”.

Ariel Basualto dice que “el de la tele no era Iorio” y en el último tiempo estaba manejando la posibilidad de tener su marca registrada y quería bajar algunos videos de internet que lo ridiculizaban. “Él era otra cosa, ayudaba a muchas personas, entregaba dinero a un comedor o a una persona que tenía que operar a un familiar, y de eso no se enteraba nadie. Siempre fue solidario”.

Antes de terminar el año, los proyectos de Iorio incluían la grabación de tres discos: uno con canciones nuevas, otro de covers y el último en vivo. Además, estaba colaborando con la edición de un libro que reunía las letras de toda su obra y explicaba algunas de sus mejores composiciones. El exlíder de Almafuerte le había pedido al manager que cada vez que cerrara una fecha le alquilara una casa para quedarse unos días ensayando con la banda o terminando de darles forma a los temas nuevos.

(Foto: Gentileza La Tranca)

“Eso era algo que no había hecho en los últimos siete años: compartir un lugar con sus músicos. Nos mostraba algunas letras y así surgió la idea de grabar el disco”, dice Ariel. “Le preguntamos si existía en algún momento la posibilidad de grabar y nos dijo: ‘Tiene que ser ahora, la vida es ahora mismo’. Así nació un disco que compusimos durante esta gira nacional entre los cuatro, más que nada él haciendo las letras con mi hijo, que se encargó de la música. Lo vimos volver a escribir. Me llamaba una hora para contarme lo que había escrito y no me dejaba meter bocado. De todos esos momentos quedaron algunas grabaciones, ensayos y demos”.

Al mismo tiempo, la idea de grabar otro disco de covers comenzaba a tomar forma. “Quería reversionar ‘Tangolpeando’ [editado en el disco Tango y milongas, de 2014] y otros tangos que había hecho con los hermanos Cordone. También algunas canciones de Alarma, la banda que había formado antes de V8 con Chofa Moreno. Un disco con música de Alarma y letras actuales de Ricardo”, explica Ariel.

Otra de las canciones que iban a grabar llevaba el título de “Efugio” y hablaba justamente de esa primera banda que había compartido con Moreno en los 80. “En un principio, el disco iba a llamarse Ganar perdiendo, pero finalmente quedó el título de Retorno al origen e iba a tener diez temas”, explica Ariel. “Muchas de las melodías o los solos de guitarra se los silbó a Juancito, como el de la canción ‘Alarma en el rancho’, que abría el disco y hablaba del colegio al que iban con Chofa. Me decía que con este disco íbamos a reivindicar la historia de V8”.

Además de la grabación de covers de algunas bandas de metal en las que participó (Solución Suicida, Todo Normal y Basureando), para 2024 planeaba retomar la gira nacional con su actual grupo, tocar en Tierra del Fuego, y editar un CD y DVD en vivo: todas las presentaciones que hizo en 2023 quedaron registradas en audio y video.

“Ahora todo dependerá de si la familia quiere editar algo de todo eso”, dice Ariel. “Algunos piensan que vamos a salir con una banda en su nombre, pero acá en el interior pensamos de otra manera… Me quedarán en el recuerdo sus palabras, que nos quería mucho y nos decía: ‘Hay que seguir siempre para adelante’”.

A unas semanas de su muerte, parte del círculo íntimo de Iorio se encuentra todavía consternado. Roppo Marsh, su fiel compañero de los últimos 14 años que construyó una escultura para homenajearlo, dice que está muy dolido y por ahora prefiere no hablar públicamente de Ricardo. Desde Coronel Suárez, el jinete Domingo Silvera dice que todavía se encuentra sorprendido por la noticia de la muerte de su amigo. “Yo me divertía mucho con el loco”, dice. “Cómo no me va a sorprender la muerte, si éramos muy amigos aunque no teníamos nada que ver uno con el otro. El último tiempo me preguntó si lo ayudaría a organizar una jineteada en Tornquist. Me hablaba de política, pero yo no lo seguía… y él se revelaba y me empezaba a contar igual. Tenía un corazón de oro, ha llegado hasta a ofrecerme plata prestada. Un día me dijo: ‘Si necesitás algo, no vayas a andar pidiendo por ahí’. Él era rockero y yo jineteaba caballos, pero al final éramos como de la familia”.

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