Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota dejó una de las obras más originales y vigentes. En junio de 2014, la revista Rolling Stone publicó el especial “Redondos: completo y a fondo”, en el que referentes de la industria musical, personalidades cercanas a la historia de la banda e integrantes del staff rankearon las 101 canciones de la banda liderada por el Indio Solari.
A continuación, un repaso por el top 20 de ese ranking:
1. “Jijiji” – Oktubre, 1986
La guitarra con downstrokes del comienzo establece una intriga cargada de anticipación durante dieciséis compases, y la voz del Indio, que parece venir desde el fondo de una caverna, plantea el clima de esta fábula paranoica con un primer verso que contiene dos aparentes contradicciones: “En este film velado, en blanca noche”, un juego de opuestos entre realidad-ficción, sueño-vigilia, que luego va a liberarse en el épico estribillo y su conclusión, “los ojos ciegos bien abiertos”. Pero lo que se convertiría en la banda de sonido de “el pogo más grande del mundo” empezó de una manera muy sencilla, según relató cierta vez Skay a la revista La Mano: “Me acuerdo que «Jijiji» lo compuse sentado en una especie de balconcito en el primer piso [de su casa en la calle Soler, donde había construído una sala de ensayo en la terraza]. Una tarde me puse ahí con la guitarra y empecé a jugar con esos acordes y terminé de definir la armonía de lo que iba a ser el tema, después de haberlo zapado varias veces en la sala de ensayo que teníamos”. El primero de los dos solos de guitarra (que luego de la partida de Tito “Fargo” D’Aviero pasó a ser interpretado en vivo por el saxo) se convirtió en una melodía tan memorable como el estribillo, a pesar de su aparente extrañeza. “El solo medio gitano que hay en el medio es raro en ese rock”, comentaba Skay, que lo definía como “una cosa medio chiflada” dentro del contexto, que le daba “un carácter irreproducible”. ¶En una de las pocas veces que aceptó hablar sobre el significado de sus canciones, el Indio Solari me dijo (en una charla para la RS Nº 48, Los 100 hits del rock argentino) que “Jijiji” habla “un poco sobre la paranoia de la droga”. Y se explayaba: “No lo llamaría de la experiencia con drogas –que en este caso tiene otra pretensión–, sino que está hablando simplemente de cuando alguien está a la deriva dentro de esa situación. No lo soñé… en este film… Habla como de una película; parece el típico psicópata que está viendo la película de él mismo, en circunstancias en que todos los valores, el prestigio poético de cada palabra, tiene que ver con el estado de paranoia que te da la cocaína, un estado muy reconocible, por otra parte”. En cuanto al título, Solari explicaba: “Para mí es muy significativo. Porque jijiji es una risa medio perversa; marca una bidimensionalidad, es como que todo lo que está diciendo no es ninguna afirmación. Porque si ponemos un cuchillo sobre la mesa, es simplemente un cuchillo, no es bueno ni es malo; la cocaína es una cosa, no es la culpable de nada… Yo estoy hablando de la psicopatía, de la paranoia, de todos esos males del promedio de la cultura rock”. Pero como todo clásico que perdura a través del tiempo, “Jijiji” ha crecido hasta independizarse de las circunstancias que lo originaron, e incluso de su significado. Con un letrista de la talla de Solari, frases como “y se ofreció mejor que nunca”, “esos chicos son como bombas pequeñitas” y “los ojos ciegos bien abiertos” adquieren nuevas –y diferentes– resonancias cada vez que son pronunciadas y coreadas por miles de fans.
Claudio Kleiman
2. “Juguetes perdidos” – Luzbelito, 1996
Ante tanta sociología barata y zapatillas de tela, la opción es leer un testimonio en primera persona sobre cuánto de epifanía rockera puede provocar “Juguetes perdidos”, el clásico que cierra Luzbelito. “Ese día, siendo apenas un adolescente un poco quemado, me di cuenta que mi destino era ser un redondito de abajo”. Lo que confiesa la entrada del sábado 22 de diciembre de 2012 en el blog Ricoteros de Alma se completa con el objetivo altruista del sitio: “Patricio Rey nos resguardó bajo su ala protectora cuando la sociedad nos dejaba de lado, y hoy levantamos esa bandera y decidimos incluir a todas las almas desangeladas que andan naufragando por este mundo redondo”. La subcultura ricotera ya instituyó una religión, con lo bueno (una pertenencia) y lo malo (un fanatismo sacrificial), y “Juguetes perdidos” es el evangelio que intenta subir la autoestima de los antihéroes del rock. ¿Acaso el “Heroes” de Bowie no sería su antecedente musical y temático? “We can be heroes/ just for one day”. El tema tiene también algo del “Himno de mi corazón” de los Abuelos. Una épica melancólica para ángeles caídos, que heredaron Daffunchio y Las Pelotas en este siglo en hits como “Será” o “Cuantas cosas”. En el último show en River, allá por abril del 2000, el Indio presentaba el tema así: “Teníamos pensado dedicarles esta canción a algunos redonditos que nos están mirando de las plateas más altas: a Gigio, a Mili, a Mavi, a Walter, a Leandro, a Mariano. Ellos están allá arriba. Ayúdenme, estoy muy emocionado”. Sí, era una canción para los “redonditos de abajo”, nomás. La otra gran marcha ricotera, el arrebato post-punk “Nuestro amo juega al esclavo” (89, pero podría ser Siouxsie 79), buscaba eso de comerse el dolor del otro, acercándose a una segunda persona, prestándole oídos y enseñándole a oír: “Escuchás caer tus lágrimas”. En los 90, al ídolo rockero ya no le queda otra actitud ética hacia su público masivo que la conmiseración. En un paisaje post-Redondos, Callejeros no tuvo que “bajar” hasta el dolor de sus fans: estaban en la misma situación. Por eso, la identificación fue inmediata. Hablamos de “Juguetes perdidos” sin insinuar que la emancipación del espectador que propulsa la arenga solariana (“Este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene”) desemboca en la tragedia de Cromañón. Se trata de un paso de antorcha, no de bengalas.
Pablo Schanton
3. “La bestia pop” – Gulp!, 1985
“Está desafinado”, dijo Lito Vitale, técnico de grabación de Gulp!, señalando con el mentón el saxo. Willy Crook respondió que no, que estaba perfecto. “Está desafinado. Hacelo afinar. Si no, abandono la grabación”, insistió con firmeza Vitale. “El muy hijo de puta tenía razón”, dice Crook treinta años después. Lo cierto es que ahí suena ese saxo luminoso, montado sobre un reggae extraño que conduce la guitarra rítmica de Skay, clásica desde el origen. La letra sugiere la anacrónica dialéctica entre un pop cortesano y un rock combativo, con un estribillo que, de rebote, captura el ánimo dionisíaco de la breve primavera alfonsinista (“¡Vamos a brillar, mi amor!”). “Quizás una de las claves de la perdurabilidad del tema sea la ambigüedad de su letra”, le dijo alguna vez el Indio a RS. “En el estribillo se critica algo a la vez que se lo celebra. En la cultura que uno absorbió la ambigüedad es permanente.” La melodía característica que se cuela al minuto y medio (y que años después serviría como base del grito de guerra “vaaaamos, vamos los Redondos…”) tiene su propia historia. En 1980, la banda post-punk Adam and the Ants la había utilizado en su tema “Feed Me to the Lions”, pero originalmente es una composición de Maurice Jarre para el soundtrack de Lawrence de Arabia (1962). No es extraño que se haya filtrado, entonces, considerando la cinefilia del Indio y Skay, y cierto gusto por las músicas orientales.
Mariano del Mazo
4. “Todo un palo” – Un baión para el ojo idiota, 1988
Siete minutos y unos cuantos segundos para elaborar el desenlace del tercer disco de Patricio Rey. “Todo un palo” es inmensa, podría durar más tiempo y nadie se quejaría. Es un tema que abraza la épica desde la notas iniciales de Skay y el ritmo marcial del recién ingresado Walter Sidotti, mientras el saxo tenor ofrece la primera entrada en un juego de luces oscuras que se completa con la desazón de la primera frase: “El futuro llegó hace rato…”, canta Solari, tan desolado como la certeza que invoca. Al igual que “Like a Rolling Stone” de Dylan, el himno más armonioso de los Redondos funciona como una sinfonía dividida en fragmentos. No maneja la velocidad típica del rock: es un mid-tempo que se arrastra y crece en el saxo soprano de Dawi –es notable el cambio de sonido– para el asalto final, unido a la guitarra en uno de los solos más emocionales del rock argentino. El retruco del Indio a Charly García ya forma parte de la leyenda (“Yo voy en trenes, no tengo dónde ir”), pero es imposible ignorar la sintonía de Patricio Rey para describir un tiempo siniestro, de represión encubierta y controles sociales, leyes aberrantes y una enorme desilusión política. El diario del futuro pintaba mal y los Redondos lo sabían hace rato.
Oscar Jalil
5. “Motor psico” – Oktubre, 1986
El tema que iniciaba el lado 2 de Oktubre es uno de los más inclasificables y misteriosos de toda la discografía ricotera, aunque años después el Indio lo definiera como “una especie de pop tecno de la época”. Una deliciosa guitarra saltarina “canta” y a la vez anticipa la melodía del tema (y luego continúa por detrás de la voz del Indio), sobre un ritmo deliberadamente artificial marcado por las “panquequeras”, como denominaban a la batería electrónica Simmons del invitado Claudio “Cornelio”, de Don Cornelio y La Zona. El cantante, con su voz envuelta en reverb –que se va naturalmente hacia el falsete cuando pronuncia “motor psico, el mercado de todo amor”–, entona una letra especialmente enigmática. Solari plantea conflictos entre el agnosticismo y la fe, entre libre albedrío y determinismo; parafrasea a Einstein (que sostenía que “Dios juega a los dados con el universo”), para terminar dejando una puerta abierta a la esperanza diciendo: “mi dios” (un dios propio, individual, con minúsculas, independiente de las religiones) “quizás… esté a mi favor”. Con el tiempo, los demás músicos que participaron de la grabación –Tito Fargo, Piojo Abalos, Semilla Bucciarelli y Willy Crook– coincidirían al elegirlo como su tema favorito de Oktubre.
Claudio Kleiman
6. “El pibe de los astilleros” – La mosca y la sopa, 1991
En 1990, cuando empezaron a grabar La mosca y la sopa en Del Cielito, los Redondos eran una banda de actividad intensa y una popularidad consolidada. Los shows en Obras se habían vuelto costumbre y, mientras tanto, ensayaban unas cuatro o cinco horas diarias en la sala de Almagro. Este dato es importante para entender el sonido del quinto álbum, hijo de esa gimnasia y esa comunión. La banda ponía a punto las bases instrumentales en directo en el ensayo, siempre a partir de un riff de Skay o una melodía del Indio, que sanateaba letras a las que después les daba forma. Himno de ese disco marcado por el feel del vivo, “El pibe de los astilleros” es también un hito en la obra guitarrística de Skay. “Su swing realmente facilitaba todo”, dice el saxofonista Sergio Dawi. “El riff, los solos, los momentos de reposo, los comentarios… Todo sonaba sencillo pero original.” La canción, además, viaja a la velocidad narrativa del Indio, que en un punto justo de su madurez vocal proyecta una fábula vagabunda que mezcla euforia aventurera, iconografía de rock (la Strato roja convertida en torbellino radial) y aforismos masculinos como el muy citado “Las minitas aman los payasos y la pasta de campeón”.
Pablo Plotkin
7. “Esa estrella era mi lujo” – ¡Bang! ¡Bang!!… Estás liquidado, 1989
Una guitarra eléctrica y una acústica rodando felinamente entre el saxo, en un arrullo que solapadamente puede aludir a un yeite característico de Mark Knopfler en Dire Straits. Se puede escuchar como el perfeccionamiento de “Mi genio amor”, clásico tema “para chapar” (Indio sic) registrado para la posteridad en diversos piratas que recogen ese inédito de los primeros 80. Musicalmente es nada más ni nada menos que una sencilla canción de amor perdido, sin vueltas. Con maestría y sin golpes bajos, hacia el final le imprimen intensidad a la rúbrica despechada: “Ella fue por esa vez/ Mi héroe vivo/ ¡Bah..!”, como tomando aire y animándose a confesar que sí, hubo metejón, por más que el orgullo lo niegue. La frase “mi único héroe en este lío” se convirtió en eslogan de bandera de cancha y de recital para diversos clubes de fútbol e ídolos populares, incluyendo, por supuesto, al propio Solari. Un modelo posible de reescritura de “Esa estrella era mi lujo” llegaría en 1998 con “La pequeña novia del carioca”, con herramientas sonoras más acordes al giro tecnófilo de Ultimo bondi a Finisterre.
Jose Bellas
8. “Etiqueta negra” – Lobo suelto, cordero atado Vol. 2, 1993
La exégesis de este lado b clásico del catálogo ricotero, que cierra el volumen 2 de Lobo suelto… y traza los infortunios de otro héroe desclasado, tuvo dos líneas de interpretación. Algunos quisieron leer el homenaje a Luca Prodan que el grupo nunca se permitió, pero la tesis dominante es que sobre la marea densa de la guitarra de Skay el Indio cocina, con una voz gastada de resaca profunda, la fábula de Marcelo Amuchástegui, alias el Loco Fierro, ex líder de la barra brava de Gimnasia que murió asesinado por balas policiales. “Lo que tiene de interesante esta canción es que Skay no sabe armonía, pero toca La menor séptima y después un Si disminuido, que es el segundo grado en la escala. Son acordes de jazz y blues que él hace de forma intuitiva”, explica Conejo Jolivet, guitarrista del grupo en los comienzos y que tocó en los dos shows con los que presentaron este álbum en Huracán. “Aparte, la textura del ritmo y el solo son excepcionales.”
Juan Morris
9. “Vencedores vencidos” – Un baión para el ojo idiota, 1988
Junto a “todo preso es politico” y “todo un palo”, las cinco estrofas de “Vencedores vencidos” forman el núcleo duro de un disco que describe el estado de ánimo de la primavera democrática y su oscuro final: caos inflacionario, asonadas militares y una extraña pasividad ciudadana son señales de guerra para la mirada anarquista de Solari. El punto de partida es la frase del general Lonardi luego del levantamiento que derrocó a Perón en 1955: “Ni vencedores, ni vencidos”. Intentar un análisis de la letra es sólo ejercitar “el ojo idiota”. Es posible, en cambio, comprobar cómo varias frases ya son remeras o tatuajes, ubicar en el título a las juntas militares sentadas en el banquillo de la derrota o cómo la letra denuncia y alerta sobre los sistemas represivos del Estado. Sobre el final, el Indio revela por dónde pasa el vínculo de la mística ricotera: “Me voy corriendo a ver qué escribe en mi pared la tribu de mi calle”, canta mientras Dawi (saxo tenor) y el Gonzo (saxo alto) fogonean la canción que viaja rápido hacia adelante, con las filigranas de Skay para distraer unos segundos la atención ante semejante mapa de situación.
Oscar Jalil
10. “Un ángel para tu soledad”- Lobo suelto, cordero atado Vol. 1, 1993
Este tema de espíritu beatnik –una letra en la que resuena el Angeles de desolación de Jack Kerouac– es otra demostración del poder hipnótico de Patricio Rey. Y es uno de los grandes hits de un disco que sería un punto de quiebre en la relación de la banda con el estudio de grabación. Luego de que la mezcla en la Argentina no conformara a nadie –a Solari, por caso, le disgustaba el sonido de la batería–, el ingeniero Mario Breuer recuerda haber convencido a los Redondos de viajar a los estudios New River en Fort Lauderdale para remezclar y masterizar el álbum. Era la primera vez que el grupo salía del país con ese objetivo, y allí trabajaron los registros en la famosa consola Neve 8108. La edición final de los dos volúmenes de Lobo suelto… –que de entrada se planteó como un disco doble bajo el título tentativo de “Etiqueta negra”– fue en los estudios South Beach de Miami. Convertido en clásico, “Un ángel para tu soledad” fue el último tema que los Redonditos tocaron en vivo. En el show de agosto de 2001 en el Chateau Carreras de Córdoba, con las luces prendidas, 40 mil fans corearon aquello de “las llamas en pena invaden tu cuerpo” a la par del fraseo dramático, estirado y cuasi operístico de Solari.
Pablo Perantuono
11. “Ropa sucia” – ¡Bang! ¡Bang!!… Estás liquidado, 1989
El single cortado de ¡Bang! ¡Bang!…, o el tema que prefirieron difundir las radios, fue estrenado hacia los hiperinflacionarios tiempos de julio de 1989, cuando los Redondos reventaban el local Satisfaction, en el barrio de Constitución. Un riff arrastrado y dramático, casi wagneriano en su exposición, como anzuelo inicial. Una roca concreta y despiadada, expeditiva en su estribillo, que sonoramente encarnó el decir de Solari en los reportajes previos a la salida del álbum (“Va a tener un sonido sucio, como si fuéramos la banda más trapera del mundo”) y que anticipa el hard-rock sombrío que perfeccionarían más orquestadamente en Luzbelito. “Vivir sólo cuesta vida”, escindido como néctar filosófico, más que un verso es un eterno hashtag zen para las huestes ricoteras.
José Bellas
12. “Un poco de amor francés” – La mosca y la sopa, 1991
Un riff simple y fulminante de Skay y una melodía perfecta de Solari definen el máximo hit radial de los Redondos. Es la entrada triunfal a las discotecas de los 90 y un hito para la canción de amor del rock nacional, en el mismo año en que Spinetta canta “Seguir viviendo sin tu amor” y Mollo ruge “¡besame!” en el estribillo de “Sábado”. A esta altura los Redondos parecían no seguir más que su propia huella, en un proceso de síntesis que los había convertido en una extraña máquina de hacer hits. Dawi lo define como “la sencillez al servicio de la belleza”. En 2002, Solari habló con RS de este clásico: “La canción dice que la piba «vino a consolarte». Eso ya te demuestra que es más poderosa que vos, que estás de bajón y aparece la maravilla de esa piba con un defecto o dos, pero que está ahí y es de verdad. Es una especie de reivindicación a las chicas de barrio”.
Pablo Plotkin
13. “Masacre en el puticlub” – Un baión para el ojo idiota, 1988
El adios al under de los Redondos merecía una marcha lenta para despedir tantas noches en piringundines. La apertura de Un baión… parece un tema que no entró en Gulp! y al mismo tiempo es un enlace perfecto hacia el repertorio de la etapa masiva. Una cita explícita a “Wild Honey Pie” de Los Beatles marca el tiempo y el espesor de un réquiem intoxicado. Aquí aparecen viejos compañeros de pastillas y demencias; el Indio recopila las andanzas por tugurios clandestinos y eleva a grado de grotesco las escenas de pugilato. La canción también es la primera muestra de un cambio de sonido e integración: Skay como único guitarrista administra con paciencia barroca cada espacio y el recién ingresado Sergio Dawi revela ataques musculosos con su saxo balcánico. Es todo tan cinematográfico que hasta inspiró el único video del grupo: con imágenes de Rocambole, Guillermo Beilinson y Quique Peñas logran una animación elemental pero efectiva para este hit freak.
Oscar Jalil
14. “El infierno está encantador esta noche” – Gulp!, 1985
Uno de los bises obligados de los shows de 1984 comienza con una frase que más que una pregunta es una interpelación: “¿Son por acaso ustedes hoy un público respetable?”. Marca la comunión que había en los primeros años entre escenario y público, esas humeantes noches de códigos compartidos. A partir de ahí se va definiendo una de las grandes canciones de la banda, con más preguntas: “¿Por qué no dejás de pensar en labios que besan frío?”, “¿Puede alguien decirme, «Me voy a comer tu dolor»?”. La idea del “infierno encantador” es certera para describir lo que ocurría en las pequeñas salas donde se presentaba Patricio Rey. Skay se luce en la guitarra, en el puente instrumental que conduce a la repetición de la segunda parte del tema. “El tenía muy claro lo que buscaba en el sonido de la guitarra, tanto la suya como la de Tito Fargo”, dice Lito Vitale.
Mariano del Mazo
15. “Gualicho” – Último bondi a Finisterre, 1998
Este hit del penúltimo disco de los Redondos parece descender de un plato volador y se monta sobre la guitarra de Skay, que irrumpe solitaria y zigzagueante, como explorando el terreno. Después, una electroacústica en Re arrastra una de esas canciones de amor de Solari a la altura de “Caña seca y un membrillo”, de Lobo suelto, cordero atado. Es una de las composiciones más simples de un álbum marcado por el trabajo de posproducción, y a la vez es una de las más perdurables: las guitarras sin distorsión giran brillantes sobre un colchón de programaciones y la voz del Indio –procesada con un software Vocalist– comanda la escena con una presencia casi hipnótica. Acá los Redondos imprimen la más replicada de sus últimas frases: “Las despedidas son esos dolores dulces”.
Juan Barberis
16. “La parabellum del buen psicópata” – ¡Bang! ¡Bang!!… Estás liquidado, 1989
Un tema que ya se había hecho clásico de sus recitales; recién con el correr de los años llegarían las comparaciones de los ricoteros con el riff de “Hells Bells” de AC/DC, aunque el de Skay sea más complejo (y su solo posterior, maravilloso). En el estribillo (“Y atrapa migajas de rock maravilla para este mundo”) nos recuerda que, además de un excelente letrista, el Indio fue un compositor meta-rockero antes que Dárgelos de Babasónicos, con antecedentes claros en “La bestia pop” (1985) y “Música para pastillas” (1986), entre otros. Por cierto, se puede inferir que la frase “un tecno duque preparó nuevos gemidos para el show/ Su industria de la diversión quebró” deja constancia de que las máquinas aplicadas a la música no les eran entonces tan simpáticas como lo serían en Ultimo bondi a Finisterre (1998).
José Bellas
17. “Caña seca y un membrillo” – Lobo suelto, cordero atado Vol. 2, 1993
Conocido con el nombre interno de “negrita”, este tema fue un hit instantáneo en los shows de Patricio Rey a finales de los 80, pero permanecía inédito. Lento, montado sobre una progresión arpegiada de Skay en Re, Do y Sol que es la base de toda la estructura, se contornea con ritmo de blues-rock sostenido por el piano de Guillermo Piccolini (bautizado “Dedos Brujos” en el booklet) y el saxo de Sergio Dawi, en una de las ejecuciones más emocionantes que grabó con el grupo. La letra va minando de imágenes la canción (“La hormiga se le durmió”, “La curva no se ha mojado”) para luego aumentar su volumen con un estribillo retórico: “Vamos negrita, bailá hasta el fin…”. Una canción hedonista de los Redondos que escapa al canon ricotero, pero para un lado particularmente radiable y universal de su catálogo.
Juan Ortelli
18. “Vamos las bandas” – Un baión para el ojo idiota, 1988
Un baión… funciona como piedra fundacional en unos cuantos asuntos ricoteros. No sólo marca el fin de la etapa under y sus límites clasistas: también inaugura el tiempo de “las bandas”, formaciones espontáneas de fanáticos que hacen de la devoción un culto futbolero. “Vamos las bandas” es un poco el himno que bautiza esa apropiación, aunque el sentido de la canción apunta en definitiva al rock del estrellato y su incurable vanidad. También es una muestra de los Redonditos de Ricota como formación consolidada, la misma que se mantendrá hasta el año de la disolución. Aquí se prueban como big band, con Lito Vitale como pianista invitado y una autorizada lectura del rhythm & blues clásico, muy al estilo Blues Brothers, esquivando obstáculos por las rutas del conurbano.
Oscar Jalil
19. “Preso en mi ciudad” – Oktubre, 1986
Una ominosa línea de bajo y la guitarra con delay a lo The Edge introducen una de las melodías características de Skay y el magistral gambito de apertura del Indio: “Una vez le hice el amor/ a un Drácula con tacones/ Era un pop violento que guió/ el gran estilo siniestro…” Esta fue una de las primeras canciones en criticar el rock desde adentro, ese que “casi ya no llora/ atrapado en libertad”, estableciendo una continuidad conceptual con el inédito “Nene nena”. En este último, era el músico el que se rendía al sistema. “Preso en mi ciudad” va un paso más allá: aquí es la propia música de rock la que está presa de sus contradicciones. La democracia había llegado para quedarse y su aparente libertad enmascaraba nuevas prisiones.
Claudio Kleiman
20. “Nuestro amo juega al esclavo” – ¡Bang! ¡Bang!!… Estás liquidado, 1989
“La marchita” -en el lenguaje interno de Patricio Rey- cierra el cuarto disco de la banda con toda la pompa. Hay como una intro marcial de post-punk y luego un poco el espíritu gaitero de “Crua Chan” de Sumo. Los demos de golpes militares de Rico y Seineldín asolaban el país a fines de los 80 y la democracia parecía sostenerse en cierta fragilidad, con demasiado fantasma alborotando. Es por eso que suena más a contramarcha, omitiendo toda metáfora o alegoría para empezar directamente: “Mucha tropa riendo en la calle”. “Violencia es mentir”, enunciado casi con el tono epifánico de Bono, es otra prueba de la capacidad latente de Solari para replicarse en paredes, banderas, mochilas y titulares de diarios.
José Bellas