[Archivo RS] Entrevista histórica con Indio Solari, un año antes de la separación de Patricio Rey: “Los Redondos son lo más importante de mi vida”

En una nueva entrega de esta sección desempolvamos un encuentro con la cúpula "redonda", en 2000, tras la edición de Momo Sampler, el último álbum de la banda

Foto: ALFREDO SÁNCHEZ/LA NACIÓN

mayo 21, 2023

Este artículo fue publicado originalmente en la edición #33 de Rolling Stone Argentina, en diciembre del 2000, bajo el título “El show de Pepeto de la Ruta y el Chacho Hábil y la impostura argentina según Los Redondos”.

El Indio Solari cree que la Argentina es un carnaval. (Por supuesto, no es el único) si se lo presiona, sería capaz de escribir un ensayo al respecto. Seguramente le pondría un título de esos que son su especialidad, mezcla de Ezequiel Martínez Estrada y Max Headroom, algo así como Del universo al bife: la Argentina como pigmento de la imaginación de Alexis Zorba, el griego. Es fácil imaginarlo detrás de un atril doctoral, anteojitos a media nariz, leyendo partes e improvisando-o bluseando- otras. (Aún tratándose de una fantasía, es imposible no oír de fondo la guitarra de Skay).

De acuerdo con la tradición, el Carnaval es una festividad anual en la que se celebran los placeres de la vida, y en exceso, para luego ejercitar la contrición y el ayuno que lleva a través de la Cuaresma a la Pascua; un batido perfecto de lo profano y lo sacro, freeze point, con un twist de limón.

Pero el Indio cree que la primera peculiaridad del Carnaval argentino es que no termina nunca. Ninguna contrición. Ningún ayuno, más allá del forzoso que se les impone a tantos. El Carnaval tradicional es cíclico. Después del festejo viene la Cuaresma, el ayuno, el cambio en los comportamientos”, dice el ¿doctor? Solari.“Pero acá no. Acá el Carnaval es permanente. Un show con violencia y ruido, en el que no hay ninguna esencia en juego”.

La tapa de la edición #33 de Rolling Stone Argentina, editada en diciembre del 2000

A decir verdad, el ensayo del Indio ya existe. Se llama Momo Sampler, una orgía baja fidelidad, o bien Momo Sampler, la impostura de la impostura (depende de cómo uno agarre la tapa del disco) y es el nuevo álbum de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. El formato cd puede ser menos doctoral que un ensayo, pero es más contundente en su exposición. “Lo que hicimos fue una suerte de drama musical, una escenografía sonora sobre la que transcurren las historias, los solos”, dice el Indio, sentado en Luzbulo, su búnker de Parque Leloir, gin tonic en mano.

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Y el argumento del drama es bien actual: Vivimos en un mundo en el que todo es apariciencia. La gente tiende a pensar que la impostura está en aquellos que detentan el poder, pero todo el mundo pretende ser algo distinto de lo que es. Nadie quiere asumir lo que pasa. Se contentan con contemplar el biombo que ponen entre ellos y la verdad. Y ese biombo, en el que se mezclan el divorcio de Moria, el pase de Riquelme y el show de Pepeto de la Ruta y el Chacho Hábil, es la idea de éste álbum”.

Desde sus orígenes, cuando sus conciertos eran una mezcla de happening, rock & roll y degustación de productos -los célebres pastelitos de ricota-, la banda hizo suya una estética de la apropiación que bien podría ser definida como carnavalesca. Cada disco, como suele ocurrir con las comparsas, tenía un tema o concepto, de Oktubre a Ultimo bondi a Finisterre. En todos hay personajes-mascaritas, una fauna a la que el Indio, con el apropiado batido de lo sagrado y lo secular, llama panteón. Y aunque siga considerándose a Los Redondos como una banda de rock (“Nos pusieron el mote de la banda legendaria de rock & roll, pero siempre hubo dos que hicimos bien y el resto era cualquier cosa; Motorpsico era pop”), sus sonidos son tan variados como el drama a contar lo requiera. Momo Sampler tiene funk e intermezzos de cuarteto de cuerdas, aires de candombe y melismas arábigos, máquinas y timbres de bicicleta, guitarras que suenan como gaitas y teremines y la utilización repetida de la palabra –no del género, sino de la palabra– murga.

El noventa por ciento del disco es obra del tándem Indio-Skay. Más allá de una línea de bronces, un cello y algunas baterías, el resto es trabajo de samplers y texturas sonoras, “una técnica mística… perdón, mixta”, dice el Indio incurriendo en un lapsus interesantísimo. “Armamos los demos con samplers de partes pregrabadas o tomadas de otras fuentes, y las regrabamos encima para darle un feeling humano al trabajo de edición. Es un collage. Hay gente que agarra fragmentos enteros de canciones para trabajar. Como si recortaras la figura entera de la Gioconda y la pegases sobre el papel. Está todo bien, pero sigue siendo la Gioconda. Otra cosa es recortar el ojo de la Gioconda, pintarlo de otro color y ponerlo en otra cara, debajo de un celofán. El concepto que está por debajo de Momo Sampler es la impostura, y por eso todos los sonidos están travestidos”.

Durante tres jornadas, primero en la casa de Skay-Poli, luego en una parrilla de Palermo atendida por devotos ricoteros y finalmente en el mismísimo hogar de Carlos Indio Solari, el grupo repasó el proceso de creación de Momo Sampler, un disco que lleva su “cabaret político” –Indio dixit– a un nivel de cristalización tan perfecto que sólo deja margen para imaginar un futuro de cambios rotundos. Además, con una calidez y una candidez inusuales, el Indio habló de su infancia, de su padre, de los desaparecidos de su generación, del tiempo que trabajó como secretario de un hogar de niños, del primogénito que está llegándoles a él y a su mujer Virginia, de Chiche Gelblung y Kurosawa y, last but not least, de su profesor de judo.

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La casa de Skay y Poli queda en el barrio de Palermo y tiene el más deslucido de los frentes. Se entra por el garage. Buena parte del interior está en obra. El resto se compone de ambientes sencillos, carentes de pretensión y totalmente desprovistos de los gestos de la moda o del poder económico; una casa como la de uno. En ese living, con las lenguas húmedas de cerveza (las entrevistas a Los Redondos siempre están regadas por algún elixir vital), tiene lugar una conversación de la que se desprende hasta qué punto los Redonditos de Ricota pueden ser vistos como la única PyME exitosa de la gestión de Pepeto de la Ruta.

Poli: (Al periodista) ¿Viste la tapa del disco nuevo? Esto es goma, tocá. Esto otro es metal. La medalla del Momo Sampler, que podés sacar y guardártela o quedártela o lo que quieras.

Indio: Armamos una fundición. En La Plata. Una obra delirante, como la de Zorba en la película, cuando quiere trasladar esos troncos y…

Poli: Muchos tipos trabajando. Las planchas de goma entran en un balancín. Hay que cambiar la cuchilla permanentemente, para que la goma no tenga rebarba.

Indio: Al no ser un producto estándar tenemos que fabricar stock, porque, de acabarse la tirada, deberíamos armar la fundición de nuevo…

Poli: Las medallas están numeradas, ¿ves? Te tocó la 12487. Treinta y ocho gramos cada una…

Indio: Tiene cierto peligro. (Riendo). Una cosa es que te tiren los redonditos de ricota, y otra que te tiren al Momo…

Poli: ¡Todo artesanal!

Indio: (Todavía riendo). Por las dudas vamos a tocar con casco.

-Ustedes, no sé; pero la policía, seguro.

Indio: (Con sorna) Cuando se reactive el país, todos los pibes de la fundición van a tener un oficio…

-¿Cómo fue el proceso de gestación del álbum?

Indio: Ahora que estoy por ser papá, diría que es como la concepción misma. Empieza sin compromisos, bartoleando a lo loco, franeleando. Es creación libre, pura alegría: no hay planes, y jugás y armás una melodía y te gusta una textura y agarrás un loop… De pronto tenés un demo, y ya se forma el plan, una idea que hay que alimentar. Cuando aparece el concepto, ya es un laburo. El concepto sólo aparece cuando aparecen las letras. Y las letras aparecen cuando me encierro en Luzbulo, donde están los juguetes con que me entusiasmo.

(Días más tarde, cuando visite Luzbulo por primera vez, el periodista descubrirá que en el búnker del Indio hay pilas de historietas, una computadora, bebidas, un libro sobre el ayatollah Khomeini, el Sex de Madonna, manuales de uso de equipos Roland y un doctrinario de Evita. Lo cual debería explicarlo todo, o casi).

-¿Quién es el fanático de las texturas sonoras?

Skay: (Con su habitual parquedad, señalando al Indio) Él.

-¿Cómo trabajan entonces?

Skay: El Indio trabaja las texturas, y yo los desarrollos. Somos un buen equipo. Siento que cada vez somos más precisos, más certeros en los arreglos y en las elecciones que tomamos.

Indio: Esencialmente se trata, como siempre, de canciones. Donde la guitarra de Skay es el horizonte permanente, la argamasa que vincula todo y le da el carácter de la banda.

-El lugar común hace suponer que el Indio escribe las letras y Skay la música.

Indio: Nunca fue así. Dan por sentado que el que canta escribe lo que canta, pero siempre hemos mezclado. Para el próximo disco empezaremos otra vez de ahí. Extrañamos las zapadas. Estoy tocando la guitarra otra vez, buscando un sonido.

-A pesar de los samplers y los loops, el disco parece mucho menos tecnodependiente que “Ultimo bondi…”.

Skay: (Entusiasmado) ¿Viste? Cada cosa que está puesta lo fue luego de mucho probar y decantar. Suena a que usamos menos tecnología, y en realidad la usamos más que nunca.

Indio: Pero nunca desembocamos en la fascinación por la herramienta. La idea era que los ruidos tuviesen un sentido, un porqué. Que sirviesen como escenario a los dramas musicales que armamos. Fue un laburo arduo. Hubo momentos en que nos parecía genial, y otros en que queríamos mandar todo a la mierda. El vértigo de meterse en un mundo desconocido, la aventura de ir más allá del género. Nunca fuimos muy respetuosos del género rock & roll. Es un gesto conservador.

-Estás diciendo que el joven que se dedica al rock & roll…

Indio: No es bueno que un pibe quiera ser conservador, que quiera ser un clásico de entrada. Está bien que mantenga vivo un género o subgénero, pero debería ser más aventurero. Los géneros ya están hechos. Si uno no juega un poco, si no apuesta a agregar algo, un carácter, una paradoja…

-Las letras que se oyen por la radio también se quedan en un realismo algo ramplón.

Indio: La poesía debe ser sugestiva. Una obra es simbólica. Si lo entendiese de otra forma no haría canciones, sino panfletos o política. Nos dicen que nuestras letras son difíciles, pero yo no veo que los chicos las encuentren difíciles; suena más bien a excusa, para justificar una poesía más llana y sin calidad. Uno hace montajes alegóricos, como adivinanzas, para que el otro juegue y se entusiasme.

Momo Sampler fue mezclado en Nueva York. Y hay una presencia más notable de palabras en inglés.

Indio: Pero un inglés chipero -por cheap, barato-. Lo utilizo mal, acentúo mal, no digo bourbon, sino burbón, o japinés por hapiness. Tiene que ver con la gama de personajes que pintamos, todos esos tipos de nuestra generación que se prepararon para un mundo que no vino y que, acabados sus ideales y llegado el escepticismo, se volvieron santones de la new age, traficantes de topacios o usuarios de tarjetas truchas. Saben que no la van con la metralleta ni con la pala y se dedican a embaucar a terceros. Viajan y traen algún bagallito. Son la esencia del travestismo. Clase media, no Fuerte Apache.

-La mayor parte de los desaparecidos pertenecen a la generación de ustedes.

Indio: En todo caso, yo me parezco más a éstos pícaros de los que te hablo. Tengo un caudal informativo similar, bien de clase media. Yo no soy ese hombre de Santiago del Estero al que forjaron creyendo en el Escudo, la Patria y la Bandera mientras le robaban todo.

-Pero además de éstos pícaros, en el álbum hay personajes a los que no mirás con sorna: el “Rato molhado”, “La Virgencita”, “la piba con la remera de Greenpeace…”

Indio: Es cierto. El rato molhado, o ratón mojado, es un tumberito, un hijo de la tumba, engendrado debajo de una manta en la visita higiénica de una mujer a su marido preso. La Virgencita es una puta joven que tampoco forma parte de ese ambiente.

-Los personajes adultos, como el Morta o el Doctor Saturno, son casi despreciables. Los jóvenes, en cambio, te emocionan.

Indio: Son el chivo expiatorio, como si ellos determinasen el mundo en que están viviendo. ¡Nada más lejos de eso! Los jóvenes saben que no tenemos un lugar para ellos. Por eso se apoyan entre sí. Creen en sus propios códigos, porque no pueden creer en los códigos de sus padres, cagados desde siempre por el sistema. De eso a las gangas hay un paso, porque el hermano mayor ya pasó del choreo de motos a algo más grosso y además los tiros no duelen mucho, apenas arden… y total pa’ lo que hay que ver… Si están viviendo en el puto suelo de la miseria. Por eso me sorprende que la gente se espante por lo poco que vale su vida. ¡Si las vidas de quienes los asaltan valen mucho menos! Vos le das valor a tu vida porque estás bien y comés y paseás y te comprás las tentaciones del sistema. Pero del otro lado de la ventana…

-La canción “Sheriff” toca ese tema, pero desde la óptica de quienes reclaman mano más dura.

Indio: La gente tiene tanto miedo, que prefiere seguir actuando como si creyese en una estructura que, todos los saben, ya no funciona. Y por eso todos se dedican a mirar tan sólo la paja del ojo ajeno. La señora que revuelve su cacerola y pide más bala, mientras ignora que su hijo afana motos. Los tipos que temen tanto la hiperinflación que prefieren seguir atados al dólar, aunque eso implique que no exportes una mierda. El motor de todo, como desde hace años, sigue siendo el miedo. ¿Por qué te crees que la gente no entra al Banco Central y se lleva todo? ¿Por la moral, o porque teme ir presa? Si les dieran vía libre, no queda un peso.

-¿Cómo es eso de que la estructura ya no funciona?

Indio: Vivimos en un país riquísimo donde nadie pensó en cambiar las reservas agrarias por algo más conmovedor para las Bolsas del Mundo. Tratan de sostener el Himno, la Patria, la Bandera, pero sin ningún argumento; es parte de la teatralización de la vida, de ese Carnaval permanente en el que nada es lo que parece. ¿Qué orgullo puede haber en pertenecer a un país con corrupción estructural? Uno vuelve de los viajes porque acá está su gente, pero es muy difícil extrañar un lugar así. Se va Menem y viene Pepeto de la Ruta y todas son transas para llegar al sillón desde el que firmás las concesiones y colocás a tus parientes y evadís impuestos y mandás la guita a las Caimanes… Acá no se decide un carajo. Somos una republiqueta periférica. Y punto.

-Días pasados, una nota de tapa del diario español “El País” hablaba de la Argentina como de una “nación fantasma”.

Indio: Me acuerdo de una foto de un crack económico que sufrió Alemania hace décadas. Era la foto de un tipo con una carretilla de dinero. Necesitaba todos esos billetes para comprar… un arenque. ¿Cómo puede ser que la necesidad de proteger una convención empuje a un tipo a llevar una carretilla de símbolos para comprar un pescadito? ¡Es una locura! Cinco minutos antes la humanidad debería decidir otra cosa. Comámonos unos a otros, pero no toleremos esto.

Skay es alto, flaquísimo, un quijote de ojos más claros que el día. (El sobrenombre se lo puso Marta Minujín; quería que le dijesen sky, por cielo, pero él decidió deformar el mote, seguro que por pudor). Nunca lo he visto no sonreír. Es, sin duda, el único guitarrista de rock & roll a quién enviaría como parte del equipo negociador en Medio Oriente. Si no saca la paz, le pega en el poste.

Poli es más pequeña de estatura. Morena, buena cebadora de mate, dueña de un flequillo que tiene, al menos, la edad de Los Redondos. Su espíritu es el de la Pachamama, la Madre Tierra: abraza, da confianza y calor. Debe haber algo temible en esta mujer que es capaz de poner en marcha ejércitos, pero nunca lo he visto.

(Según el Indio, hace años Poli también cantaba. Hay una versión de “Mejor no hablar de ciertas cosas” que la tiene al micrófono. Claro que después llegó Luca Prodan a un ensayo y vio la letra del tema y dijo “Oh, qué buena, ¿no me la das?”. En esa época sonríe el Indio, era todo gratis).

El Indio anda por el metro setenta, tiene ojos oscuros y un rapado tan eterno como prolijo. Fuma, bebe. Sus manos son inquietas. Cuando anda por la calle usa gorra y gafas oscuras y parece tener muchos menos años que los 52 que confiesa. Por debajo de eso, casi siempre zapatillas y pantalones con muchos bolsillos. Un comentario de mi amiga Cynthia trae a colación un detalle que se me había escapado: el Indio puede ser considerado un tipo- como lo es su voz, sin duda- sexy.

En la Parrilla de Palermo los atienden como si fuese el rey Juan Carlos en el vigésimo quinto aniversario de la coronación. Para subrayar el afecto, quitan Alejandro Sanz de los parlantes para poner Oktubre. Es en ese contexto de ligero abochornamiento que transcurre el siguiente diálogo, mientras se bebe tinto y se esperan las carnes y las pastas.

Indio: (Hablando de su hijo). Parece que es varón, nomás. Lo vi en la ecografía. Cabezón y gordo.

Skay: Como vos.

Indio: En la ecografía se tapaba los oídos.

Skay: El otro día, en la calesita de una plaza estaban pasando “Barbazul”.

-¿La canción que habla del pezón radiactivo? Todo un avance, desde Pipo Pescador.

Indio: (Imperturbable) Es como Chucky, el crío. Horrible. Está adentro de un jugo.

-¿Ya tienen nombre?

Indio: Quilombo, tenemos. Me gustaba Bruno, algo italiano que pegue con el Solari. Pero los nombres tienen cada significado…

-Bruno significa “oscuro”.

Indio: Si sale morocho voy a tener que pedir un análisis a los gritos: ¡ADN! ¡ADN!

Poli: (Probando) Renzo Solari.

Indio: En un momento pensamos en Gerónimo…

Poli: (Siempre organizando) Está bueno, Renzo.

(FOTO: RUSSEL GORDON/LA NACION)

-¿Dónde naciste?

Indio: Soy entrerriano de nacimiento, panza verde, pero platense por vocación: estuve allí entre los 6 y los veintipico. Mi viejo era jefe de correos. En esa época manejar el correo era como ser presidente de un banco. Tuve un pasar de clase media alta hasta que mi viejo se jubiló y la cagamos. Era grande, mi viejo, cuando nos tuvo. Mi vieja también. A mí me tuvo cuando tenía 40.

-Es fácil trazar paralelismos con vos, que vas a tener tu primer hijo a los 52. ¿Qué los decidió a hacerlo ahora?

Indio: Pensar que, más que hijos, estábamos a punto de tener nietos.

-¿Cómo fue tu juventud en La Plata?

Indio: En esa época el aire era gratis. Te tomabas una tripa, te ibas a un bar y estaba todo bien. La psicodelia no era tomar un cuartito, era tomar en serio durante una semana, cosas pesadas. Yo era un hippie con el pelo por acá. La movida en La Plata era muy grossa, jazz, existencialismo, rock… Hablabas de ecología y nadie te daba bola. Estábamos cerca de lo que se llamaba la Nueva Izquierda (Norte) Americana, la parte más combativa del rock, que creía en la universalidad del pensamiento y que estaba convencida de que matarse en la periferia del Imperio era al pedo. Por lo tanto, todos nos censuraban, empezando por la gente de la izquierda local. Te acusaban de dar un paso al costado en una lucha que vendían como inevitable.

Poli: Estábamos faltando a nuestra responsabilidad, decían.

Indio: Y a partir de entonces, los vimos matarse entre sí. Gente que había participado de las mismas picadas, jugado al metegol, que usaba corbatas de Filardi y tenías las heladeras llenas de las mismas cosas. Recuerdo haber ido a un conventillo a tomar mate con unos estudiantes del interior. Tres días después los mataron a todos.

-La información que tenías, y a la que atribuís el haberte salvado del desastre de tu generación, ¿en qué consistía?

Indio: En un mix de mi profesor de judo con los Beatles con la biblioteca de mi viejo. Esta cosa capricorniana del abrevar en todas las cosas. Cuando leés a Capote, cuando leés El engranaje, de Jean Paul Sartre, dejás de pensar que es posible tomar la Casa Blanca armado con un Maúser. En el mejor de los casos aspirás a contaminar la cultura, aquello que genera un germen perdurable. Elegí escribir canciones y poesía, meter un quintacolumnista en el desfile de las ideas.

-¿Cómo vivían durante la primera etapa de Los Redondos?

Indio: Todos trabajábamos en otra cosa. Skay iba a Salta todo el tiempo. Yo era secretario de un hogar de niños. Me generaba muchos conflictos, porque tenía que lidiar con una comisión directiva que quería usar el hogar para beneficiarse. Mi mujer me dijo largá todo a la mierda. Empezamos a tocar con cierta frecuencia. No tenía la misma seguridad, pero estaba con amigos haciendo rock, cada vez más lejos de las circunstancias estresantes. Aunque a veces, durante la dictadura, caía Coordinación al camarín y…

-¿Cómo se dio la cuestión del éxito?

Indio: Naturalmente. Cuando tocábamos en sitios para 50 personas, venían 50. Cuando cabían 100, venían 100. Pero no fue una movida de nuestra parte. Simplemente el circuito en que tocábamos se fue haciendo cada vez más chico, y nos obligaba a saltar a sitios cada vez más grandes. A esta altura, extraño las dimensiones teatrales, donde le pegás al platillo y la cenital se corta en el momento preciso.

-¿Es eso una queja?

Indio: Para nada. La convocatoria que tuvimos nos dio siempre una enorme libertad. Nunca pedimos permiso. No somos la típica banda que remó para que le pasara algo. Nos dieron la posibilidad de seguir profundizando y jugando, y que eso sea sustentado por el cariño de la gente.

-¿Y si el público mermara?

Indio: Siempre tenemos la duda de cuánto va a durar. Uno sigue creciendo, en la apuesta y en la edad, y se pregunta: ¿cuál es el vínculo entre lo que hacemos y los chicos de Laferrere? Pero a esta altura, ya no podríamos hacer otra cosa. Ya nos pasó. Seguiríamos haciendo lo que queremos, aunque Los Redondos tuviesen una resonancia menor. Hoy más que nunca me interesa seguir sacándolo todo afuera, ser el primer testigo de mis cosas ocultas, cueste lo que cueste.

-¿Qué pensás cuando salís a escena y el público que ves ahí abajo es tan distinto de vos? ¿Te reconocés en esos chicos?

Indio: Son un espejo; no uno deformante sino uno que funciona. Veo al monstruo que es uno en significación social. Los Redondos son ese espejo.

-¿Cómo te sentís en escena?

Indio: Es el lugar más cómodo del mundo. Estás en el hotel con dolor de muelas y cagadera, pero cuando subís se pasa todo. Uno se transforma, algo lo posee. Uno tiene un poder momentáneo para con la gente, y si encima uno lo utiliza como canal de expresión de algo que es conmovedor o curioso o atractivo… y si además alguien te ve y te descubre y te describe con una perdigonada de adjetivos… la cosa se transforma en algo que es importante hasta para uno. Desde ahí abordo la cosa. Desde el creérmela. Creo que es significativo para mi vida y para los 700 mil que van a verme sabiendo que puede haber quilombo, que han guardado su pesito y que se vienen colados desde la concha de la lora. A través de uno pasa un pastel grosso… Yo podría haber tenido otras ambiciones. Sin embargo, más allá de mi intimidad, Los Redondos son lo más importante de mi vida.

-¿Qué pasó en River?

Indio: Nos endilgaban que no podíamos resolver semejante magnitud de gente. Por primera vez aceptamos que los especialistas lo resolvieran y después los terminamos cargando, más allá del dolor. Venían con la cara así, los tipos. Los chicos no son sopa…

-¿Cuál es la información que te llegó al escenario?

Indio: Que estaban matando pibes. Un pánico. Y pegué un grito. La hija de una amiga de Poli le dijo, después, “Nunca en la vida me retaron así”… Detrás del escenario estaban la policía, nuestros abogados, la comisión de River… Unos querían suspender, pero les decíamos que era una locura: si a toda esa gente le cortábamos el chorro, podía ser un desastre. En ese caos salí al toro y puse un freno. Estaba enojado con la circunstancia. Somos tres, loco. Es un esfuerzo muy grande generar un evento así. Que por una circunstancia como esa se frustrara me producía una angustia… Yo me enojo cuando me angustio. En este momento, en ese momento… uy, como estoy con los lapsus… Tuve que salir a decir algo. Son roles que te tocan; a mí me ha tocado el de ser la estampita de Los Redondos, ser el que habla. Esos chicos nos habían ido a ver, los habíamos convocado. Al fin el único que salió lastimado fue el boludo que tenía una faca: lo cagaron a patadas (N.de la R.: luego falleció).

-La manera en que decís: somos tres, sugiere un sentimiento de soledad.

Indio: Esta banda batió récords en la Argentina: 140 mil personas en un fin de semana. Nadie hizo esa cifra aquí, que no fuese con un espectáculo gratuito o extranjero como los Rolling Stones. Pero antes hicimos Racing, donde no hubo mucha gente menos, y no salió un puto comentario en ningún suplemento de espectáculos de esos que viven cantando loas de obras de teatro que meten 300 personas. Yo no me chupo el dedo. Sé leer entre líneas. Y el modelo que representamos, está claro, no le gusta mucho a la gente de los medios. Nuestro único aval es la cantidad de gente que va a vernos. De otra forma, nos habrían hecho mierda hace rato.

-¿Cuál es el papel de los medios en el gran carnaval argentino?

Indio: Le dan a la gente una cantidad de información mayor que la que pueden interpretar. La gente desconoce el mundo en que vive. La biotecnología es demasiado complicada. ¿Y qué le dan, entonces, los diarios y las revistas? Si Moria se separó del marido, si lo venden a Riquelme… Las informaciones son fragmentarias, inverosímiles, contradictorias.

Poli: Ahora dicen que hay cremas para el acné que te traen problemas genéticos…

Indio: …yo busco información pensando en mi hijo, y en un lado me dicen que la miel trae tétanos y en otro me dicen que es imprescindible: cada uno con su quiosquito. El otro día vi un programa de Chiche Gelblung donde hablaban de los travestis. Gelblung señaló ahí una cosa inteligente: todo el mundo se asombra de la cantidad de travestis que hay, pero nadie habla de la cantidad de gente que consume sus servicios, y lo que esto significa en materia de cambio de hábitos y preferencias sexuales de los argentinos. Los medios no reflejan la realidad. Son el biombo que hay entre la gente y la realidad.

-Vos sos un gran consumidor de tevé.

Indio: Yo uso la tele para averiguar cuál es el código imperante. Porque necesito confrontar permanentemente con esa realidad, y porque hay cosas que quiero exponer. Si yo tocara para mí solo, bueno. Pero tengo la vocación de exponer lo que hago, por eso grabo y por eso toco en vivo.

-Aún así, el legendario rechazo a aparecer en el medio sigue en pie.

Indio: Yo hago canciones, no tengo por qué contar si estoy de novio con la modelo. ¿Qué agrega eso a la obra? En general, los medios rechazan a aquellos que se resisten al hurgueteamiento. A nosotros nos aceptaron porque tenían miedo de vender menos. Porque llenamos estadios. Pero nuestro éxito no le gusta a nadie. Muchos envidian nuestra posibilidad de hacer algo sin depender de las corporaciones y de los alcahuetes que te dicen que tenés que hacer y cómo grabar. Pero lo nuestro no fue heroísmo. Simplemente, tozudez. Bajarse la boina y seguir haciendo lo que uno cree.

-¿En qué sitio los ubica el ser una empresa nacional exitosa -una PyME, digamos-, en un país donde los emprendimientos locales tienden a fracasar?

Indio: Yo vivo teniendo pudor. Está claro que no tengo problemas para pagar las cuentas. Pero no quiero ofender. ¿Donar mi dinero? ¿A quién? Si se lo quedan siempre los intermediarios. Uno hace esas cosas para pagar sus pecados, algún chequecito para los chicos de no sé por qué porque tu mujer te dice… Pero el pudor te gobierna la vida. Las gratificaciones que te quedan son los buenos vinos, que por otro lado tomabas igual cuando no tenías guita… Y entonces llegás a la conclusión de que en lo único que cabe invertir es en tu propio producto, nueve meses de producción, una tapa así, el disco más caro del año… ¡Igual que el año pasado!

-¿Su público no siente recelo del nivel con que viven?

Indio: Nadie les reclama nada a Los Redondos, que ganan genuinamente su dinero. Todo el mundo ama el dinero y quiere vivir mejor. Te critican, eso sí, si sos funcionario y te quedaste con la guita de ellos, si los afanaste. Pero si hacés canciones y se vende mucho porque gustó, nadie te reclama. El peligro está en aquellos que son poderosos y lo ostentan. ¿De qué te sirve ser poderoso si estás acotado a un guetto, a los barrios privados, a Las Cañitas? Tu vida es una burbuja, tus hijos corren peligro de ser secuestrados, vos temés que te afanen o te maten… ¿Cuál es el negocio de la ostentación? Venir tirando papel picado cuando del otro lado los pibes se mueren, es medio suicida.

-En este contexto, ¿Cuál es el Carnaval que celebran en “Momo Sampler”?

Indio: El de los cánticos que denuncian las trapisondas de los notables.

El Indio vive en Parque Leloir, en una casa que fue alguna vez el casco de una estancia hoy fragmentada. Nada de lujos, pero sí un deliberado ejercicio del buen gusto. No tiene auto. Tiene, sí, perros: muchos y feroces. Con él viven su madre de 92 años y Virginia, su mujer de siempre, escondida en estos días detrás de una panza enorme. Virginia no se parece a una Dama Dragón ni a Panam ni a una modelo anoréxica ni tiene 16 años. Es una mujer, simplemente, de sonrisa cálida y mirada inteligente.

En un edificio aparte está el centro de operaciones de Los Redondos: Luzbola, el estudio de grabación donde además ensayan, y Luzbulo, el búnker creativo del Indio, aquel de las historietas de Pratt y del libro de Khomeini y de los gin tonic. Sentado a contraluz, frente a la ventana que da al parque, Carlos El Indio Solari encara la última parte de nuestra conversación. A medida que caiga el día, las sombras que se apoderen de su calva harán que se parezca cada vez más a Kurtz, el personaje de Marlon Brando en Apocalypse now. En cualquier momento podría musitar: “El horror… El horror”. Pero hay demasiado de vasco en el Indio para que sucumba a la contemplación del abismo.

-Para haber pasado por todas las que pasaste, parecés un tipo muy equilibrado.

Indio: Actuamos por el puto placer de jugar, de hacer canciones. Está claro que el placer está siempre en el límite, pero de este lado. Del otro lado hay otro tipo de aventuras, que uno usa para cometer las tropelías del joven, lo más cercano a la locura, a las experiencias no ordinarias. Desde afuera esa parece una experiencia interesante… Pero una vez que estás allí, el placer que obtenés es poco.

-¿No creés en la cultura del artista desgraciado?

Indio: No. Si tus ideales zozobran ante el bienestar, entonces tan profundo no era lo que tenías que decir. Si un buen whisky o una casa bonita obnubilan tus dolores profundos, dedicate a otra cosa. Hacé música para teenagers: Britney Spears, Aguilera, toda esa cadorcha.

-¿Qué queda hoy de lo que supo ser la cultura rock?

Indio: Sé que no fuimos a ningún lado con ideales como aquel de la difusión del poder, sé su no concentración. Pero aún así creo que la contaminación fue buena. Yo, por mi edad, recuerdo bien cómo era la música ligera antes del rock. Simple entretenimiento, vacío de cualquier otra significación. Me da bastante coraje haber participado en esto. Cuando hablo de cultura rock hablo del impulso permanente de abrir puertas nuevas, de consagrarte revoltoso, de descuidar lo que es porque te interesa más la ventana que acabás de descubrir.

-Tu lapsus de la “técnica mística”, sumada a la vivencia de los conciertos como celebración y al misterio que Los Redondos cultivan, hablan de una percepción religiosa de la existencia.

Indio: Como buen capricorniano, soy un escéptico. En algún momento me leí todos los libros de la biblioteca de mi viejo; me interesó la mirada zen de la vida, elementos del orientalismo y del cristianismo (su capacidad de comprensión, no el hecho de que caminara sobre el agua de la pileta), que cargaron de algún modo mi mochila.

-¿Al punto de que pueda afirmarse que creés en algún dios?

Indio: Sé que el templo es uno, que hay distintas glorias que funcionan al mismo tiempo, que el absoluto matemático se parece mucho a Dios. Pero nada de eso me acerca a la práctica efectiva de una religión. Y al mismo tiempo, sé que no soy un ateo en el sentido exacto de la palabra.

-¿En qué creés entonces?

Indio: Creo que la mentira es dañina, que se vuelve contra uno. No hay que encarnizarse con nadie. No tengo, eso sí, un criterio de eternidad que me sostenga. Creo que esta es la vida, que después uno se vuelve carbono y todo sigue funcionando, pero, claro, Carlitos ya no está. El escéptico temprano que fui me ha hecho poner a prueba hechos de revelación que no he tenido. No hay derecho de que el Todo te exija una comprensión desde la ignorancia. No digo que espero una explicación, pero sí una revelación. Y no la he tenido.

-Los elementos de la religión ricotera no están allí por azar.

Indio: El Tata Floreal Ruíz decía: “¿Qué sabe uno por qué la gente lo quiere?”. Puedo analizar mi talento. Pero conozco a gente más talentosa en la música, y entonces se hace difícil entender. Será que a la gente le rompe tanto las bolas el poder establecido que cuando unos tipos arremeten y triunfan les otorgan un valor agregado. Pero eso solo no toleraría el paso del tiempo. Nos van a ver chicos que podrían ser mis nietos. El hijo de un guitarrista me decía que pasaban Finisterre en algunas raves.

-Me refiero a que la devoción que tienen por ustedes es un efecto consciente de su parte; algo buscado.

Indio: Es cierto que hay una épica. Pero no lo planeé así. Parte de la mística se debe a la forma en que la prensa describió el fenómeno. Cuando uno escribe, además, recurre a la carga de sus informaciones, y yo pasé parte de mi juventud entre libros de filosofía y religión. Por eso me salen melodías dramáticas o melancólicas y las letras me recuerdan el grotesco italiano, ante el que uno no sabe si reír o llorar. Más allá de eso…

-El modo en que se mantienen alejados de la vidriera -de hecho, sólo aparecen cuando tienen que sacar un disco o tocar en vivo- hace que sus fans les den dimensiones casi míticas.

Indio: La gente prefiere el personaje, que seas valiente, heroico, más alto de lo que sos. Una excusa para su propia búsqueda. Pero dejar crecer demasiado esa figura… Yo no soy un tipo generoso, todo lo contrario. Cuando quise sacarme de encima ese chaleco no fue por generosidad, sino en defensa propia. Cuando te calzan una pilcha así, no es sopa. Una cosa es que demuelas hoteles y digan ja ja, qué cagada se mandó, y otra muy distinta que te adjudiquen el chaleco de cierta perspectiva u honestidad.

-Un chaleco que, convengamos, seguís vistiendo.

Indio: El vehículo para una épica social y musical como la de Los Redondos, que es un fenómeno inusual, necesita que uno se deje dibujar más heroicamente, más puro de lo que es en verdad.

-Una idea osada, en un tiempo para el cual no tener ambiciones es un valor en sí mismo.

Indio: No hay gente más ambiciosa que nosotros. Que quieras generar novedades permanentemente, aun teniendo un nivel de vida confortable; que quieras mover, desestabilizar, es sólo debido a la ambición. Pero en la gente yo no veo esa chispa. Todo el mundo parece haber reducido sus ambiciones al mínimo. Encima, en un país donde la ambición siempre fue ambición de café…

-¿Perdón?

Indio: Hubo una época en que hacía cine con el hermano de Skay. Súper 8, 16mm. Nosotros preferíamos hacer cine antes que hablar de cine. Si estás midiéndote con Godard, todo te parece poco. Para nosotros era el revés: nada valía más que una película nuestra, porque servía para cachetearnos y criticar lo que hacíamos y seguir adelante. Lo fundamental era ensuciarse las manos. Agarrar la cámara y salir.

-¿Seguís interesado en el cine?

Indio: Me gusta leer las biografías de los grandes: Bergman, Fellini, Kurosawa, ver cómo remaban contra los problemas de estructuras tanto más complejas que la de hacer un disco. No sabés las historias de Kurosawa durante la guerra: una maravillosa escuela de cómo tomar con humor la adversidad, cuando tratás de hacer algo atrevido.

-¿Cuántos de aquellos cinéfilos de La Plata murieron durante la represión?

Indio: Muchos.

-El haber sobrevivido indemnes, ¿no genera un sentimiento de culpa?

Indio: No. Si estoy vivo es simplemente porque no era tan peligroso para esa gente. Yo no era un bobina que se dio cuenta de cómo iba a ser todo. Estaba en pelotas, como el resto. Pero tenía en mi favor un bagaje de información que me decía que no era por ese lado, que era mejor contaminar la sociedad por caminos más dulces. Más allá de eso, tengo muertos muy queridos y mucho respeto por la gente que dio su vida. Y una secreta admiración por mucho de ellos, por su vocación que llegaba hasta un estado de heroísmo al que uno, por escéptico, no podía acceder.

-Es llamativa la tendencia a ignorar la participación política concreta de muchos de aquellos muertos. Como si el hecho de que hayan combatido fuese una mancha a la que conviene ocultar.

Indio: Todo el mundo quiere que no se hagan más olas, prefieren pensar que murieron a intentar algún tipo de reivindicación. Y después está el desamparo histórico que sufren aquellas ideologías. Hoy estamos en otro mundo, aquellas ideologías parecen mentira. Tanto, que en cualquier momento pueden volver a estar. Yo soy más bien un francotirador, pero creo que en cualquier momento pueden volver. No sé si para bien o no. Se trata de algo cíclico, simplemente. Y puede haber violencia.

-Las condiciones socioeconómicas, al menos, están dadas.

Indio: No sabés con cuánta impotencia veo lo que les pasa a mis amigos. No los están por matar, pero el hecho de que no les puedas dar una buena educación a tus hijos, es una clase de muerte. O peor, la gente que se enfrenta al dolor desgarrador de tener un hijo y no poder alimentarlo o llevarlo al médico.

-¿Cómo te plantás frente a la opción por la violencia?

Indio: Yo no la acepto. Nadie aprueba que pongan una bomba y maten a cualquiera. Yo lo podría haber hecho y opté por un camino diferente. Pero no emito juicio sobre luchas que derivan de determinadas encrucijadas en la Historia, como la de Palestina e Israel.

-Por un lado, la música rock se ha vuelto un gesto conservador…

Indio: …un revival permanente de lo que ya fue. Estamos cerca de una nueva era. Lo lógico y sano sería que ya hubiese otro vehículo musical, como espejo de una nueva realidad.

-…y por el otro, nunca hemos estado más indefensos ante los poderosos. Un punto esperanzador para dar fin a la charla.

Indio: Suena feo, pero es esperanzador de verdad. Ningún imperio dura eternamente. En general hacen un ruido, al caer, proporcional a su tamaño. Por algo están preparando estaciones espaciales, ya, soñando con tener donde rajar. Estamos al final de una cultura. Ojalá pase algo, y pronto, que lo conmueva todo…

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