La nueva ola emo: “Siempre tuvimos ganas de volver a poner el género en agenda“

Lejos de los flequillos y el delineador, el género emo (o Emo-core) escribe su historia desde fines de los 80. Hoy, en Argentina, se vive una nueva ola de esta microescena con bandas que refrescan el cancionero y el público, como WRRN, Cursi No Muere y Clamor

Por  MARTÍN SANZANO

julio 1, 2024

Con bandas como WRRN, Cursi No Muere o Clamor, el género emo vive una nueva ola en Argentina.

Foto: Segismundo Trivero

Habría que hacer la prueba de salir a la calle y preguntarle a la primera persona que se cruce: “¿Sabe usted qué es el emo?”. La mayoría seguiría de largo sin dar respuesta alguna. Otros, con algo más de empatía, sonreirían al recordar el personaje de Peter Capusotto y sus videos, ese muchacho dark de flequillo tupido que no paraba de dudar ni de sufrir.

La parodia de Diego Capusotto fue un hit a finales de la década de 2000, era de tribus urbanas, Fotolog y MySpace. Años en que los “emo” (y también los “flogger”, un caso autóctono de estudio) eran trending topic en la TV, mientras que desde el norte bajaba una versión edulcorada y llena de delineador del género musical que, ya hacía tiempo, se había desprendido del hardcore como una esquirla. Y cobrado vida propia.

A finales de los 80, en Washington D.C. (para muchos, el corazón del hardcore), Rites of Spring, con Guy Picciotto (Fugazi) al frente, Embrace, con Ian MacKaye (The Teen Idles, Minor Threat, Fugazi), y Dag Nasty, con Brian Baker (Minor Threat, Bad Religion), sentaron las bases de una nueva forma de tocar y de escribir. Seguían la distorsión y los gritos del género, aunque ejecutados de otra manera y desde otro lugar. Seguía la energía de siempre, pero ahora se sumaba la emoción.

Más allá del giro estético, a nadie le gustaba que le dijeran emo. La leyenda dice que alguien gritó “¡emo-core!” (emotional core) de manera despectiva en un show de Embrace y ahí nació el término. Probablemente, la primera vez que salió impreso fue en la revista de skate Thrasher, en el número de enero de 1986. “Hay una nueva forma de performance en Washington D.C. Se llama Emo-Core o Emotional Core. Bandas como Embrace (con Ian MacKaye), Rites of Spring, Beefeater, entre otras, están tomando la severa intensidad de una proyección emocional y añadiéndola en su totalidad a los shows. Se dice que las multitudes lloran de la intensidad”, consignaba el artículo.

A mediados de los 90, con bandas como Sunny Day Real Estate, Jawbreaker o Jimmy Eat World, el emo se fue alejando cada vez más del hardcore y acercándose —poco a poco y a través de diferentes caminos— al pop. Algo que se profundizó años después, cuando grupos como My Chemical Romance, Taking Back Sunday o Fall Out Boy ayudaron a consolidar esa imagen que quedó grabada en el imaginario. Pero, lejos de los flashes de las cámaras y los canales de videoclips, otro emo siguió escribiendo capítulos de su propia historia, con réplicas en todo el mundo. Incluso en Argentina. 

Hubo una microescena emo en Argentina”, afirma Sebastián Saire, cantante de Mofa, banda que fue clave del género a finales de los 90 junto a Natural, Whisper o Flores del Sol, en su mayoría editadas por el sello Sniffing. “Entre el 96 y el 97 fue el momento de más explosión de bandas del sonido. Para nosotros, pertenecer a una escena post-hardcore o emo-core era sólo un título. Nos sentíamos chicos de una escena punk, no queríamos armar otro gueto, simplemente buscábamos otra respuesta dentro de nuestra escena. Nunca dejamos de denunciar, de estar en la calle entendiendo los conflictos que sucedían. No era simplemente una cuestión de depresión adolescente, como después quisieron vender en videoclips con una estética que no nos pertenecía”, dice Saire.

“No es porque sí que surgen estos sonidos. Estábamos en la década del 90, el contexto era el desguace total del Estado, del sistema educativo y la expulsión de chicos y chicas adolescentes a estar en la calle. La música era el único lugar de contención”, asegura y hace el link inmediato con la actualidad: “Más allá de las tensiones económicas, hay una situación de violencia en la calle, estatal, policial, represiva, que es masificada por los medios de comunicación, y que a una generación de entre 15 y 18 años, que no la vivió, le puede dar esa ansiedad de querer cambiar las cosas, de participar, de no quedarse afuera. Y, claro, la pandemia ayudó mucho a que eso suceda”. 

El encierro forzoso, producto de las medidas gubernamentales para combatir un virus del que se sabía poco y nada, fue el caldo de cultivo de un montón de proyectos musicales que nacieron en la introspección y luego explotaron en bares y centros culturales. Pibes y pibas con necesidad de pogo que se enamoraron del punk, del post-punk, del shoegaze, de la neopsicodelia y también del post-hardcore, en una coyuntura de aparente hegemonía de todo-lo-que-sea-urbano. Y, según los propios pibes, de agotamiento del indie.

WRRN en pleno concierto en el bar Mutar de Avellaneda. (Foto: Segismundo Trivero)

En ese resquicio fue en el que grupos como WRRN (se pronuncia Warren) o Cursi No Muere, que ya venían agitando las banderas del emo desde antes de la pandemia, cuando no parecía haber brotes verdes para el género, se encontraron con un público ávido de su sonido. “Lo que está pasando con WRRN es algo de ahora”, reconoce Gonzalo Morales, miembro fundador. Y dice que todo cambió a partir de la salida de su primer disco de larga duración, ¿Qué se siente estar mejor? (2023), la última gema del género a nivel local editada por Inerme, el sello que lleva adelante, precisamente, Sebastián Saire.

Días antes de la charla con ROLLING STONE, luego de formar parte del line-up del festival Baradero Rock, WRRN fue uno de los teloneros del impactante show de Turnstile en el Teatro Vorterix. Pocos días después, dieron un concierto a beneficio en el diminuto, pero ya mítico Moscú, colmaron el Konex junto a Nenagenix, tocaron con Dum Chica en el Bar Mutar de Avellaneda para no más de 100 personas y, este sábado 6 de julio, encabezarán su primer Uniclub, con capacidad para más de 600 [todavía quedan entradas acá]. 

Gonzalo, oriundo de Caleta Olivia, Santa Cruz, recuerda cuando empezó WRRN, allá por 2016 en Buenos Aires, junto a los hermanos Sebastián y Nicolás Soto, de Comodoro Rivadavia. La ebullición del emo de corte powerviolence, un subgénero mucho más veloz que tuvo varios exponentes locales (chequear Ostende), ya había quedado atrás. Al igual que los tiempos de gloria de grupos como Arde Hollywood o Jordan, que supieron llevar público a mediados de los 2000.

“Hasta hace no mucho, nuestro nicho era ser el primo raro de las bandas hardcore. Siempre tuvimos ganas de que pase lo que está pasando ahora, volver a poner el género en agenda”, dice el cantante y guitarrista.

Tras un hiato de más de dos años, Cursi No Muere anunció su vuelta al ruedo en 2022 y, al año siguiente, editó el EP De canciones tristes, compuesto por cuatro tracks que condensan a la perfección su propuesta “hardcore emocional” (dixit). Si bien hay una continuación sonora de su primer y único LP, Valientes quienes corren (2019), en el EP que salió bajo el sello Inerme se nota un upgrade de producción y mezcla.

Formados en Tortuguitas, en el noroeste del Gran Buenos Aires, y con un integrante colombiano entre sus filas (el guitarrista Sebastián Vásquez), Cursi No Muere señala como referencias principales a Mofa, a los cordobeses Árboles en Llamas y a Las Armas. “Ese es el sentimentalismo que nos gustaba a nosotros”, dice el cantante Luca Daniele. Al advertir que ese hilo sonoro se había extraviado, como buenos integrantes de la cultura D.I.Y. (do it yourself o hazlo tú mismo), decidieron seguirlo por sus propios medios. Y así fue como se encontraron en el camino con los mencionados WRRN y Portland. Luego, vinieron los primeros EP, el disco, la separación, la pandemia y el aclamado regreso.

Cursi No Muere, a los gritos junto al público, una escena típica de sus shows. (Foto: Eric Cabrera Chavez)

La primera aparición de Luca Daniele en el escenario se da en medio de “El incendio”, el grand finale de las Fin del mundo en El Emergente, un reducto ubicado en el barrio porteño de Almagro que suele albergar todo tipo de recitales de la escena underground. Es el primer sábado de invierno en Buenos Aires, afuera está fresco, pero adentro hace calor y hay una vibra hardcore. Después del indie post-rock de la banda con raíces patagónicas, está por salir a tocar Cursi No Muere. Mientas tanto, en el puesto de merchandising se siguen juntando alimentos no perecederos para donar a un comedor.

La segunda aparición de Luca en el escenario es con una pandereta en mano, una remera de Cienfuegos y los primeros repiqueteos de la canción “El futuro”, un clásico de su repertorio que enciende el primer pogo de la noche. “Ustedes se preguntarán por qué cantamos, por qué hacemos esto: porque nos desborda. Nosotros somos Cursi No Muere”, dice Luca después de un interludio a cargo de la voz del escritor uruguayo Mario Benedetti. Y, antes de volver a gritar como loco en cada estribillo de cada canción, se pone a repartir flores entre el público, un ritual típico de sus conciertos.

La noche en que Cursi No Muere volvió a tocar, allá por julio de 2022 en El Portal, con entradas agotadas, un grupo de pibes de Quilmes dio su primer show en vivo a varios kilómetros de distancia. Y, claro, se quedó con las ganas de asistir al concierto reunión de su banda referente. Hablamos de los integrantes de Clamor, el proyecto emo más joven de la escena local (no sólo por la edad de sus integrantes, que va de 17 a 18 años, sino también por el tiempo que llevan tocando), que por aquel entonces se llamaba Oli Violence y hacía un punk hardcore bastante convencional.

Clamor, la banda más joven de la escena emo, nació en la localidad bonaerense de Quilmes. (Foto: Gentileza Clamor)

“A Joaco [Suárez] y a Julián [Dodds] los conocía desde hacía mucho, eran mis mejores amigos, y a Rama [López] lo seguía en Instagram”, explica Luca Cardozo, guitarra y voz del cuarteto. “Rama subió una historia diciendo que buscaba baterista. Yo no me daba mucha maña, soy guitarrista, pero le dije que más o menos la podía pilotear”, cuenta. La referencia era Fun People. Luca escuchaba Flema, pero no conocía la obra de Nekro. Entonces, Rama le mandó Anesthesia (1995) y, aunque al principio no le gustó demasiado, luego se convirtió en uno de sus discos favoritos. 

“Éramos como una banda de adolescentes enojados, teníamos una canción que hablaba sobre el director de mi secundario, que decía que me cortara el pelo”, cuenta Luca, como si hablara de décadas pasadas. Ensayaron durante 2021, empezaron a tocar en 2022 y, a principios de 2023, decidieron ir a fondo por el mismo camino que habían trazado sus héroes. Por eso, buscaron un nombre más acorde. “Puse ‘poemas de Alfonsina Storni’ y salió El clamor. Busqué el significado literal y es buenísimo. Es una palabra bastante emo”, dice Luca.

El año pasado filmaron su propia Sesión Sin Tierra, un ciclo de YouTube en el que obtuvieron una repercusión inesperada. Envalentonados, le tocaron la puerta a Sebastián Saire para formar parte del catálogo de Inerme y, a finales de mayo, editaron su primer disco de estudio, Para no olvidarte (2024), ocho canciones frescas y para nada pretenciosas que se ganaron aplausos en sitios web especializados en el género [lo presentan este jueves 4 de julio, gratis, en Matienzo (más info acá)]. “¡Son nuestros Title Fight!”, exclama Luca de Cursi No Muere. Y la referencia a la banda de Kingston, Pensilvania, tiene sentido.

El otro Luca de esta historia, el de Clamor, dice que para él, el género está resurgiendo por la “época política que estamos viviendo”. Y Rama, su compañero de banda, profundiza: “Es que el emo es muy expresivo, es la canalización de los sentimientos en canciones. Por eso nos atrapó tanto, porque nos sentimos muy cómodos a la hora de expresarnos… ¡como se nos canta!”.