Cuarenta años atrás, cuatro hombres se pusieron sus uniformes, idearon un gran logo (un espectro asustado dentro de una señal de “prohibido”), se cargaron las mochilas de protones y salvaron a la ciudad de Nueva York de una deidad malvada. Eran valientes, audaces, ingeniosos y, hay que decirlo, no le tenían “miedo a los fantasmas”. Y, de paso, los Cazafantasmas originales del director Ivan Reitman transformaron el concepto de tanque de Hollywood. Esa idea de combinar los elementos más limpios de la comedia con terror, acción y otras emociones propias del cine más taquillero prácticamente reinició el juego por completo.
Hay franquicias cinematográficas que han existido por más tiempo que las desventuras de estos investigadores paranormales, y todavía siguen fuertes: Star Wars, por ejemplo, se acerca a su 50 aniversario y continúa colonizando la cultura pop; Alien está a punto de estrenar su séptima película este verano y también se prepara una serie; ni hablemos de James Bond. Pero Ghostbusters, por alguna razón, todavía remite principalmente a su momento original, de 1984, y si bien el fandom se ha mantenido fiel, la saga no ha envejecido ni se ha adaptado tan bien como muchos de sus pares. Quizás fue la mediocre secuela de 1989 lo que frenó el impulso para que hubiera más películas en lo inmediato, dando paso apenas a algunas series animadas. Pero cuando el Gran Saqueo de Propiedad Intelectual de la década de 2010 arrancó en serio, surgió una actualización exclusivamente femenina de la saga, apoyada en la nueva generación de superestrellas de Saturday Night Live. Y no salió muy bien.
Es por eso que en 2021 llegó Ghostbusters: Afterlife, un “regreso” a las raíces, que fue más bien un descarado lavado de cara de la marca. Allí, la hija y los nietos de Egon Spengler se mudan a su casa en Oklahoma y se encuentran con una serie de aventuras sobrenaturales. La maestra de los niños y algunos compañeros de estudios los ayudan a luchar contra espíritus malignos. Vuelven las mochilas de protones y el Ectomovil. Todo muy en línea con el espíritu del 84. ¡Cazafantasmas O.G!
Los fantasmas, efectivamente, son atrapados. Jason Reitman asumió entonces las funciones de dirección de su padre Ivan, que falleció cuatro meses después del estreno, y en efecto la película se ve como el homenaje de un hijo a su padre mientras revisa los documentos legales de la franquicia familiar.
Y ahora, un poco como ocurrió con la original, el intento de reiniciar “correctamente” esta serie tiene su propia secuela débil. Dirigida por el coguionista Gil Kenan, Ghostbusters: Frozen Empire sigue a los Spengler al mudarse a Nueva York, instalados en la antigua sede del cuartel de bomberos y manteniendo viva la tradición familiar. Callie (Carrie Coon), Trevor (Finn Wolfhard) y Phoebe (Mckenna Grace) están de regreso. También Gary Grooberson (Paul Rudd), su ex maestro convertido en padrastro. Y Lucky (Celeste O’Connor) y Podcast (Logan Kim), sus compañeros de clase que también se mudaron a la ciudad. Y, por supuesto, Ray Stantz (Dan Aykroyd), Winson Zeddemore (Ernie Hudson), Peter Venkman (Bill Murray) y su antigua recepcionista, Janine (Annie Potts). ¿Ya dijimos que el Sr. Dickless, Walter Peck (William Atherton), también aparece?
Además, hay un científico (James Acaster) que trabaja en un centro de investigación paranormal. Y un bibliotecario (Patton Oswalt) que se especializa tanto en folclore como en hacer más obvias las tramas de las películas, dando contexto a una historia que se remonta a 1904. Y un estafador llamado Nadeem (Kumail Nanjiani), que le vende a Ray, que ahora tiene una tienda de curiosidades en el centro, una antigua esfera cubierta de glifos, que contiene un demonio milenario, pero que puede ser la clave para detener a dicho demonio si escapara de su prisión (alerta de spoiler: se escapa). Y Melody, un fantasma que juega al ajedrez con Phoebe (La amistad cada vez más profunda entre estas dos mujeres jóvenes, una de las cuales está viva, está codificada en gran medida como romántica, aunque no lo suficiente como para irritar a los homófobos o –algo tal vez más pertinente para la productora detrás de la peli- prohibir su exhibición en China).
¿Nos olvidamos de alguien? Probablemente. Frozen Empire está repleta de personajes viejos, nuevos, prestados y, en el caso de Melody, literalmente azules. Se necesitaría una planilla para seguir la evolución de un elenco que parece ampliarse cada 15 minutos. Pero, sinceramente, ni siquiera eso ayudaría a explicar por qué algunos de esos personajes desaparecen en ciertos momentos y luego reaparecen repentinamente, escenas más tarde, quedan atrapados en tramas secundarias -que habría que ver si realmente son tramas- y se vuelven a reunir para llegar al clímax. Todo parece como si se estuviera reescribiendo en tiempo real. Cuando la continuidad y la lógica de la trama se pierden, ¿a quién vas llamar? No a esta gente.
El subtítulo Frozen Empire se relaciona con la capacidad del villano de desatar “el escalofrío de la muerte”, que lo congela todo instantáneamente. Es una gran excusa para el impresionante escenario de la película, en el que una nube oscura se abre camino lentamente hacia Coney Island y rápidamente envuelve Manhattan. Nos preguntamos si ese mismo poder será la causa de la frialdad y el desinterés general que muestran prácticamente todos los actores más talentosos en la pantalla. Aparte de Aykroyd, quien ciertamente se muestra a gusto en su zona de confort, nadie parece querer estar allí. Si no se quieren perder las brevísimas apariciones de Bill Murray en pantalla, nuestro mejor consejo es llevar gotas para los ojos y aplicarlas con regularidad, para no parpadear.
La película original de 1984 dio con una receta tan ganadora para el cine pochoclero que un millón de films han intentado replicarla desde entonces, y la mayoría fracasó. Necesitabas la química específica de esos actores, ese director brillantemente anárquico, esos efectos visuales ahora afectuosamente cursis y la sensación de que algo único se estaba inventando frente a tus ojos. No es la familiaridad lo que molesta de Ghostbusters: Frozen Empire. El problema es que este tren de la nostalgia se ha quedado sin vía. La película termina con la dedicatoria “Para Ivan”, un conmovedor tributo al pionero de la comedia gonzo que empezó todo. Pero quizás la mejor manera de honrar su memoria sería dejar esta franquicia en paz. Guardemos las mochilas protónicas. Descolguemos el teléfono de línea. Es mejor atesorar los buenos recuerdos que seguir resucitando a los fantasmas del pasado.