David Lebón: “Cuando Charly me llama, le digo que sigue siendo el rey de los estribillos, junto con Spinetta”

El músico revela detalles desconocidos de Lebón & Co., los discos en los que revisa su repertorio junto a Charly, Fito, Skay, Ricardo Mollo, Soledad, Juanes y más colegas

Por  CLAUDIO KLEIMAN

agosto 23, 2023

Lebón & Charly, una amistad que lleva más de medio siglo.

Patricio Pidal (Archivo La Nación)

Los dos Lebón & Co. revalorizaron temas no tan tenidos en cuenta. “Nos veremos otra vez” y “Mundo agradable” los escribiste para Serú ‘92, un disco que pasó bastante desapercibido.

Sí, es increíble. Y hay más. Lo que pasa es que ya está, para mí. El segundo disco tiene unos invitados que… Ojo, todos fueron muy amorosos conmigo. En el volumen uno tenía ganas de que estuviera Alejandro Sanz, pero no pudo. Quería invitarlo a Clapton obviamente, también a Keb’ Mo’, pero preguntaban “¿y cuánto pagan?”. Entonces invité a los que podía y a los que querían hacerlo.

David Lebón en la tapa de la revista Rolling Stone #305, editada en agosto de 2023.

¿Qué participación tuvo la compañía en la elección de los invitados?

La compañía me ayudó y llamó. Por ejemplo, a Julieta Venegas no la conocía, y me pareció que para “Puedo sentirlo” iba a quedar bien. Me ayudó mucho Patricia [Oviedo, su pareja y manager]. Tiene muy buen oído, y me enamoré de ella cuando me pasó algo que nunca me había pasado. Íbamos en auto a Mar del Plata, la conocía hacía dos días. Aparece un tema mío y cuando viene el solo de viola lo sube. Pero no porque estaba yo, lo sube porque le encanta. Cuando hace eso, la miro y le digo: “Nos tenemos que casar”. Y despues empecé a entender que tiene mucho talento, en todo sentido. Si ves la casa que hizo, decís: “Esta mina tiene que trabajar de esto”.

¿Y la selección de temas?

No fue fácil porque quería que tuviera una continuidad, que cerrara lindo, que no fuera una mezcla de uno lento y uno rápido y así sucesivamente; eso no me gusta mucho. Empezamos a escuchar discos míos y de repente apareció “Casa de arañas”, y nos dimos cuenta de que estaba este chico [Lisandro] Aristimuño, y dijimos “vamos a llamarlo ya”. Y él se murió. Pero yo no tenía conciencia de eso, porque cuando mi hija [Nayla] se quemó o cuando mi hijo Panchi, cuando era menor, se cayó de 60 metros de un parapente y casi se muere, cuando me pasó todo eso, es como que mi ego se fue más para el lado de la familia que para el lado mío como artista. El mal de ellos, pobres, me hizo bien a mí, porque estoy atrás de ellos todo el tiempo, tratando de sentir más, antes que estar encerrado tres años en un estudio tratando de editar un bombo de batería. Entonces puedo hacer temas lindos, que me salen con amor. Lo que empecé a buscar en esta cosa eran temas que hablen del amor, de estar bien. Como “Creo que me suelto”, pero ese es del segundo, ¡ya ni me acuerdo cuáles estaban en el primero!

“Dejá de jugar”, con Coti…

¡Coti es divino! Cuando llegué al estudio ya había cantado todo el tema. El final del disco, con Fito, también está muy bueno [“El tiempo es veloz”]. Tocamos los dos el piano, y terminamos en el mismo acorde, sin saber. Yo no soy pianista, pero cuando terminó el tema metí ese acorde medio raro, ¡y él hizo el mismo! Yo creo mucho en la magia.

Uno de los highlights es la versión de “Mundo agradable” con Ricardo Mollo.

Sí, el solo que hace al final es tremendo. Con una guitarra que era del Gordo [Eduardo] Rogatti, que la tuve yo también, después la tuvo él y la pintó. Y un equipito de mierda de esos que prepara él, porque es medio mecánico el quía [risas]. Me manda canciones que todavía no salieron, que son impresionantes. Son más tipo Almendra, una mano más tranqui.

Tiene mil violas y equipos, y a todos les mete mano.

Es divino. A veces llaman mis amigos y me dicen: ‘‘Hola, rey’, y no me gusta que me digan así. Coti, ponele, yo lo re quiero, a veces lo llamo y me dice: “Hola, rey”, y no me suena cómodo. Y con Ricardo jugamos, entonces me llama: “Hola, qué hacés, magia”, me empieza a gastar. Somos muy amigos con Ricardito, lo admiro. Te canta un tema medio folclórico y le sale increíble. Pero, bueno, es un loco, tiene seis [Fender] Dual Showman.

¿De quién fue la idea de llamar a Gaby Pedernera como productor?

De Damián [Amato, presidente de Sony]. Me dijo: “Probalo, porque hace la producción de la mayoría de las canciones con las chicas” [de su banda, Eruca Sativa]. Yo grabé en el primer disco de ellas/ellos, estaba justo ahí en el pasillo del estudio [MCL Records], y me dijeron: “¿No querés cantar en este tema?” [“Para Ser”, de Es, segundo álbum de Eruca], y les dije: “Sí, más bien”, yo me prendo enseguida. Y como Luis [Spinetta] tenía los instrumentos ahí, le digo “¿me prestás una viola y el equipo?”, y me dice “sí, boludo, claro”. Puse un solo de viola y me hicieron cantar un pedazo de tema. Está bueno el tema y me gusta el solo, tiene polenta. Más adelante los vi en vivo y me di cuenta de que Gaby tenía todo, hacía la cuestión de las máquinas y tocaba muy bien la batería, con algo de Bonham, mucho power y swing. Y me encantó Eruca, yo decía “Seruca”, porque me gustaba tocar con ellos. Su versión de “Dos edificios dorados” es infernal. ¡Así lo tendría que haber hecho yo!

El segundo Lebón & Co. me gustó aún más, lo escucho más coherente. Creo que tuviste más participación en la selección de invitados.

Sí. Está Mateo, el hijo de Sujatovich [en “Tiempo sin sueños”]. Ese pibe es un rockero. Es rejovencito y toca la viola como la puta madre. Lo que pasa es que habrá escuchado al viejo de chiquitito, y papito se toca todo. Y cuando grabó Hugo Fattoruso me volví loco. Fue Nayla, mi hija, con unos brownies, a decirle “¿no tocarías con mi papá y conmigo en una canción?” [“Tema de Nayla”]. “¡Por supuesto!”, le dijo, y lo que toca es mortal, va cantando mientras toca. Y ya que estaba lo llamé a Panchi, mi hijo, entonces hay tres Lebones en el tema. Y tengo nietos que ya están tocando también, así que si Dios quiere y me da suficiente tiempo, sería increíble poder tener un disco Los Lebónicos, o algo así, me encantaría. Lástima que Taydita se nos fue, no llegó a concretar. Pero es mi hijo y lo tengo acá [se toca el corazón], lo llevo conmigo a todos lados. Hoy a la mañana me llaman mis dos hijas, Nayla y Jana, y me dicen: “¿Sabés que soñamos las dos con Tayda?”, y yo en ese momento estaba pensando en él. Eso me produce, más que tristeza, como una gran sonrisa. Yo creo en esas cosas.

¿Fattoruso grabó su parte en Montevideo?

Sí, Nayla hizo la transa. Yo no quiero molestar a nadie. Pero no pudimos hacer un video juntos, tocando. Lo hizo en una toma, nunca toca en playback, tiene todo en la cabeza. Hace todo él, se lleva los equipos, es increíble…

Tiene un vuelo muy especial su solo.

Está muy bueno, me encantó. Porque a los invitados les entregaba los temas y me decían: “¿Y qué hacemos?”. No sé, acá está tu parte, fijate. Entonces estaban libres, como Juanes, que hizo un solo de rock, cuando él toca otra onda.

¿Con Skay te juntaste?

Tampoco. Es más, casi ni me acuerdo de su cara. Me lo crucé una vez en Palermo, cuando había ido a caminar y él también, ahí nos conocimos. Patricia me dijo: “¿Por qué no lo llamás a Skay?”, y le digo: “Pero no lo conozco, no sé ni cómo toca”. La cuestión es que lo llamamos y me dijo: “Mirá, yo no puedo cantar”. “Hacé un solo de viola”, le dije. “Ah, ¿puedo hacer un solo?”. “Más bien, obvio, te dejo un espacio”. Entonces hizo dos cosas cortitas, y después un solito al final, y mató. Me encanta la gente que está. Sandra [Mihanovich], por ejemplo, canta un blues [“Copado por el diablo”] rebien. A Sandra nunca la escuchamos cantar un blues. Soledad, además de que cada vez está más hermosa, más potra (yo la gasto a la quía, le digo “te sacaron el poncho”), cantó hermoso “San Francisco y el lobo”. A Antonio Carmona lo nombro y ya me pongo a llorar; es gitano, es blusero, tremendo.

Se combinan muy bien en “Mi despedida”.

Lo escucho cantar y me vuelvo loco. Me llama y lloro, porque es un tipo que abre la boca y lo único que hace es poemas. Y además me hace reír mucho. Cuando grabamos, el técnico me dice: “Mirá, está muy cansado porque hace poco estuvo en coma una semana”. La cuestión es que, cuando me mandó su parte, no podía parar de llorar, era increíble. Y lo que me dice, porque al final hay un recitado, que es un mensaje para mí. Y a partir de ahí el tipo me empieza a escribir y agradecer: “Sos un maestro”, no sé qué, y yo me sentía igual con él. Me dice: “Yo te pago una gira acá”, enloquecido. Y lo mismo con Juanes, aunque él es más discreto. “Te agradezco, David, realmente sos un campeón”, etcétera.

Juanes sabe mucho de rock argentino.

Sí, y me contó que tenía una bandita heavy [Ekhymosis], entonces lo pusimos en “Creo que me suelto”, que me pareció un buen tema para él. Hace un solo muy hermoso, que no es típico de él, se puso rockero.

La participación de Charly en “Nos veremos otra vez” es conmovedora. ¿Seguís en contacto con él?

Sí, hablamos seguido. La señora le tiene el teléfono, porque él no quiere ni tocarlo, odia los celulares. Cuando grabamos “Nos veremos otra vez” hizo un esfuerzo increíble el quía. Fue muy conmovedor lo que pasó ahí. Yo lo amo, no me importa lo que hizo, lo que pasó. Mientras esté vivo, lo amo. Y cuando me llama, le digo que sigue siendo el rey de los estribillos, junto con Luis, y que lo que ha hecho con la música… Vino al estudio donde terminamos casi todo el disco, que se llama El Mejor Estudio, en Belgrano. Empezamos en El Pie y lo terminamos ahí, que tiene muy buen servicio y el único bajo Fender de seis cuerdas que ví en Argentina, el mismo que toca Lennon en “Let It Be”, sentado al lado de Yoko. Bueno, el flaco vino con Tato, su asistente, se sentó, le pusimos el teclado. Conmigo siempre se divierte, no sé por qué toda la gente dice que siempre estoy sonriente, contento, y es verdad, no soy un tipo para abajo.

Supongo que hizo muchas sobregrabaciones, como es costumbre.

Entró, no venía con nada preparado, simplemente conocía el tema, porque lo grabamos juntos, con Pedro y Moro. Empezó a hacer cosas y pifiaba, pero yo le decía que no las borrara porque lo conozco. Va a hacer treinta canales y nosotros vamos a elegir cuatro, donde está todo lo que realmente quiso hacer. Porque tarda, pero no le gusta borrar, le gusta dejarlo y después ir viendo. La cuestión es que empezó a tocar y quería cantar, todo a la vez. Gaby Pedernera no lo conocía bien, y le dije: “Vos hacé lo que te dice, acá no sos el productor, olvidate. Mostrale que podés, y va a entrar en confianza con vos”. Yo siempre haciendo de componedor, en Serú me decían el padre Gardella, porque arreglaba todos los quilombos. Si hubo un primer productor acá en la Argentina fue Charly. Escuchás los primeros discos de Serú, y realmente están bien producidos. Con mucho respeto, además. Jamás se metió Charly a decirme “hacé esto o lo otro”. Siempre tenías que seguirlo un poco a él, clásico [tararea un arreglo de teclados], pero yo había cosas que no hacía. Le decía: “¡No soy McLaughlin!”. Quedamos en eso, yo canto y hago solos, no rompas las bolas con los acordes. Para eso estaban él y Pedro. Charly le decía [a Aznar]: “Yo estudié en la Merklee” [risas]; lo gastaba. Y Moro y yo éramos el rock.

En este caso sí estuviste junto a él en la grabación.

Me dijo “quedate conmigo”, para no estar solo con Gaby, porque Charly es muy tímido. Y al final empezó a hacer eso que decía, a colocar los teclados, algunas partes de voz. En algunos casos no llegaba con la respiración. La cuestión es que cuando Gaby lo mezcló, encontró la armonía de la canción, hermosa. Charly buscó una segunda voz abajo, tipo Lennon, que está linda. Y lo que hizo para esa versión del tema fue hermoso. Algo simple, lo necesario, y no se quiso zarpar, porque me respeta mucho. Imaginate que le dije: “Charly, te vas a tener que ir porque viene Soledad”, que venía a grabar el mismo día, y me dijo “no pasa nada”. Porque venía de mí.

Quedó muy emotivo. Y cerrar así el disco está buenísimo.

Es un tema que tengo como final del show, es el bis. No sabés la gente cómo llora. No sé por qué, nunca me imaginé que significaría como que nos veremos otra vez en otro lugar, o en el cielo. Hasta que falleció mi hijo Tayda, o mi hija, como le quieras decir. Cuando se fue de acá, era mi hijo, después allá empezó a cambiar sus ideas. Entonces sí, hay una posibilidad, uno sueña con verse otra vez con alguien que quiso mucho. Yo sueño con verme con Luis [Spinetta]. Es al primero que quiero ver. Los últimos momentos con él fueron increíbles. Me hacía chistes, me llamaba por teléfono y me decía: “Estoy aprendiendo a tocar el arpa”.

Es como el cierre perfecto de una película, que cuando termina están todos llorando.

Con respecto al disco éste, lo que empecé a sentir es que hay adentro mío alguien que sabe más que yo. Un día estaba tocando en casa de Claudio Lisman, y me empezó a hablar, para probarme, y yo le contestaba y seguía tocando. Ahí me di cuenta: no sos vos. Es adentro tuyo, es tu corazón, no tu cabeza. Eso me relajó. Siempre fui muy simple, incluso para las cosas difíciles. O sea, ningún disco me costó mucho. Nunca tuve problemas ni discusiones con casi nadie. Me divierto, porque me puedo tocar todo, pero jamás le dije a nadie cómo tenía que hacer. Siempre fui muy buena persona con la gente que trabajaba conmigo.

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