¿Cuánto pagarías por la viola de Kurt Cobain? La explosión del coleccionismo musical

El mercado del coleccionismo musical tuvo un boom en la última década, exponiendo —además de precios de locos— un oscuro submundo

Por  DAVID BROWNE

agosto 10, 2024

Kurt Cobain de Nirvana durante la grabación de MTV Unplugged en los estudios Sony de Nueva York, 18/11/93.

Frank Micelotta

Poco después del amanecer del 15 de mayo de 2019, más de una docena de policías llegaron a una casa en el tranquilo suburbio de Franklin Lakes, Nueva Jersey. Portando una orden de allanamiento, le indicaron a un miembro de la familia que permaneciera sentado y le negaron el uso de su celular. Otros operativos similares se llevaron a cabo en propiedades de Woodstock, Nueva York y Brooklyn. Cuando todo terminó, según el expediente judicial, la policía había incautado teléfonos celulares, memorias USB, iPads, 1.300 páginas de “documentos físicos”, cuatro MacBooks y archivos repletos de registros bancarios.

También se llevaron el premio mayor. ¿Armas? ¿Drogas? No, algo aún más contrabandeado y buscado, con olor a marihuana y todo: las letras manuscritas de Hotel California, el álbum de 1976 de los Eagles; 84 páginas en total. Uno de sus autores consideraba que se las habían robado y las quería recuperar.

Casi desde que el pop existe, fans y coleccionistas han pagado sumas de dinero por determinada memorabilia que los acercara de algún modo a sus ídolos. En 1970, en lo que probablemente haya sido la primera subasta de rock de la historia, un fanático de The Who compró una remera del bajista John Entwistle por 25 dólares. Hoy, en las muchas subastas de memorabilia musical que se llevan a cabo regularmente, se pagan cifras de tres o cuatro dígitos por tarjetas de Navidad firmadas por los integrantes de Genesis o por un par de shorts de cuero negro de Freddie Mercury.

La guitarra que usó Kurt Cobain en el MTV Unplugged de Nirvana. Martin D-18E (1959), vendida por u$ 6.000.000 (Gentileza de Julien’s Auctions)

En las últimas dos décadas, compradores con enormes cantidades de dinero para quemar han transformado drásticamente el mercado. ¿Pagarías 6.000.000 de dólares por la guitarra que Kurt Cobain tocó en el MTV Unplugged? ¿Qué tal u$ 2.850.000 por la guitarra de John Lennon en Help!? ¿O 1.800.000 por la campera de Michael Jackson? Es probable que no. Pero hay gente que sí.

Si chequeás los catálogos de esas subastas, probablemente no veas mucho material relacionado con los Eagles. Tal vez una foto promocional o un póster autografiados, pero nada parecido a un archivo con sus letras. Tal como declararía en tribunales Don Henley, el cantante, baterista y compositor de Eagles, esos primeros esbozos manuscritos son “privados y personales y no deberían ser vistos por el público ni por nadie más”.

La escasez sólo ha aumentado la demanda de memorabilia de los Eagles, especialmente de todo lo vinculado con una canción clásica de la talla de “Hotel California”. “No creo que haya un planeta en el sistema solar en el que trece páginas originales que muestran la evolución de una de las canciones más vendidas de todos los tiempos puedan no terminar en la lista de las cosas más vendibles que me hayan tocado ver”, dice Laura Woolley, de Julien’s, una de los principales (y más respetadas) casas de subastas vinculadas con el mundo del espectáculo.

Gracias en parte a aquel operativo de 2019, la mayoría de las páginas con los primeros diseños de las canciones de los Eagles nunca llegaron al mercado. Pero la operación –y las posteriores detenciones de tres hombres– tendió la mesa para uno de los juicios más importantes de los últimos años. También retiró el telón que disimulaba el lucrativo, contencioso y a menudo sombrío mundo de la memorabilia musical. Como dice una fuente del rubro, “hay casas de subastas y distribuidores obsesionados con la autenticidad del material. Hay lugares que se preocupan menos por esos detalles. Y hay lugares que parecen dispuestos a vender cualquier cosa que les lleven”.

La circulación de ítems de colección a precios insólitos es también un barómetro de la disparidad de riqueza en el mundo actual y, por qué no, una prueba de la necesidad de aprobación tan propia de la naturaleza humana. Para Shirley Mueller, M.D., autora de Inside the Head of a Collector, el montaje de “tesoros” coleccionables “nos refleja. Queremos que otras personas los vean y que les den la misma importancia que nosotros. Si no lo hacen, es un golpe a la personalidad del coleccionista”.

Y, finalmente, ciertos precios son tal vez sólo otro dato respecto de la sociedad en la que vivimos. ¿Por qué la guitarra que Eddie Van Halen tocó en el video de “Hot for Teacher” no recaudaría hoy casi 4.000.000 de dólares? No tiene mucho sentido, es cierto. Pero ¿qué cosas sí lo tienen en este mundo?

La “Frankenstrat” de Eddie Van Halen, Kramer Striker/Ripley, 1984, se vendió a u$ 4 millones. (Gentileza Stheby’s)

Don, ¿esto es auténtico?”. Un abogado que trabaja para los Eagles le envió un correo electrónico a Henley en marzo de 2012. “Sí, esas son mis hojas de trabajo”, le respondió Henley. “Me robaron”.
Muchos en el entorno de los Eagles se sorprendieron al enterarse de que las hojas con versiones preliminares de “Hotel California” habían aparecido en un sitio de subastas. Y, como se refleja en la memoria del juicio, todo el mundo se dio cuenta de que la fuente debía ser Ed Sanders, figura clave en uno de los hilos más extraños en torno a la memorabilia rockera. [Sanders, que nunca fue acusado ni llamado a testificar en el juicio, no respondió a la solicitud de comentarios para esta nota].

Escritor, poeta y miembro de la banda de rock anarquista The Fugs, Sanders encarnó la contracultura de la Costa Este tanto como los Eagles representaban la autoindulgencia de la Costa Oeste. Afincado en Los Ángeles para trabajar en un libro sobre Charles Manson y los famosos asesinatos del caso Tate-LaBianca, Sanders –como relató Henley en el juicio– conoció al futuro fundador de Eagles, Glenn Frey. Se hicieron amigos, y Sanders se refugió en el departamento de Frey cuando creyó que miembros de la familia Manson lo perseguían. Sanders hizo que Frey y otros amigos permanecieran despiertos por turnos y armados durante las noches, de guardia por si algún miembro del clan Manson entraba por las ventanas; una situación que Henley reconoció años más tarde como “un poco loca”.

Tiempo después, Frey se acercó a Sanders para que escribiera una biografía autorizada de los Eagles y, en 1979, tal como se esgrimió en el juicio, el autor firmó un contrato con la banda en el que se estipulaba que le suministrarían “todo el material relacionado con el tema” y lo conectarían con diversas fuentes. Sanders entrevistó a los miembros del grupo e incluso los acompañó en una gira. Finalmente, les presentó la primera parte de lo que acabaría siendo un manuscrito de 831 páginas titulado This American Band: The Story of the Eagles. Henley y otros miembros del grupo, según los testimonios, consideraron que partes del libro eran (en términos de Henley) “caricaturescos” y cargados de jerga algo demodé. Esa percepción llevó a Henley a tomar una decisión: aceptó compartir una serie de dibujos poéticos con Sanders para echar luz sobre el proceso creativo de los Eagles. La banda, el equipo y el management también proporcionaron ocho cajas repletas de otros documentos y cintas.

Al final, el manuscrito se convirtió en la última rareza de Eagles: nunca encontró un editor. El material de la investigación quedó en la casa de Sanders en Woodstock. Más de 20 años después, en 2005, el vendedor de libros raros Glenn Horowitz (que ha tenido acceso a los archivos de Tom Wolfe, Bob Dylan y otros) y su socio John McWhinnie llegaron a Sanders después de leer un artículo en el que se mencionaba su vasta colección de escritos y fanzines alternativos. De visita en su casa, Horowitz y McWhinnie encontraron varias cajas de archivos muy bien guardadas, según recuerda Horowitz, “mientras un chancho vagaba por el patio trasero y varios conejos comían junto a la puerta”.

El archivo para el libro de los Eagles era sólo una pequeña parte de las casi 200 cajas de material que Sanders tenía. Horowitz y McWhinnie compraron varias hojas con bocetos de letras por 50.000 dólares. Entonces las cosas empezaron a ponerse realmente extrañas. En 2012, McWhinnie murió en un accidente practicando snorkel y, como el juicio mostró, Horowitz, ansioso por limpiar el inventario de su colega, vendió aquellas letras de los Eagles a Ed Kosinski –propietario de Gotta Have Rock and Roll, un negocio de memorabilia musical con sede en Jersey, y cuya casa fue saqueada en 2019– y a Craig Inciardi, entonces curador en el Rock & Roll Hall of Fame [que solía compartir espacio de oficina con ROLLING STONE].

Cuando le avisaron a Henley, en 2012, que sus blocks de hojas de “Hotel California” estaban a la venta en el sitio de Kosinski, las compró por 8.500 dólares, testificando más tarde que era “la forma más práctica y conveniente de resolver la cuestión”. Luego, la letra de “Life in the Fast Lane”, otra canción de Hotel California, apareció en la prestigiosa casa de subastas Sotheby’s. Para entonces, Henley había tenido suficiente. “Ya había sido extorsionado una vez”, testificó, “y no iba a volver a serlo”.

Inciardi y Kosinski (cuyas identidades eran, en ese momento, desconocidas para Henley) ofrecieron seguir vendiendo lo que resultó ser casi un total de 100 páginas, y compartir las ganancias con Henley, o que él comprara todo por 90.000 dólares. En ese momento, Henley presentó la primera de dos denuncias a la policía de Los Ángeles. “Creo que se produjo un robo de algo de mi propiedad”, testificó Henley. Eventualmente, el equipo del músico se dirigió al Departamento de Defensa de Manhattan, cuya oficina se reunió con Horowitz, para luego allanar las casas de Sanders, Inciardi y Kosinski.

No sería la primera vez que Kosinski tenía problemas con la Justicia. Había vendido un montón de artículos –como una guitarra que usó Elvis Presley por 1.320.000 de dólares–, pero en 2017, Madonna trató de impedirle legalmente la subasta de 22 artículos suyos, incluyendo un corsé, ropa interior, un cepillo de pelo y una carta en la que hablaba de la separación de Tupac Shakur, alegando que ella “nunca había vendido, regalado o de otro modo transferido la propiedad” de ninguno de esos artículos. Sin embargo, el caso fue desestimado.

Sin embargo, Kosinski, Horowitz e Inciardi pronto sabrían que el caso de Eagles tendría consecuencias mucho más graves. Juntos o por separado, los tres fueron acusados de varios delitos: conspiración, posesión criminal de bienes robados y “obstrucción de la investigación” por presuntamente alterar las historias sobre la propiedad de los manuscritos. Los tres se declararon inocentes de todos los cargos.
Puesto que las acusaciones serían en el tribunal penal y no civil, lo que también era inusual, cada uno debió enfrentarse a un tiempo en la cárcel. Por razones que siguen sin ser explicadas por la fiscalía, Sanders nunca fue acusado.

Horowitz —que, irónicamente, asegura haberle vendido algunos libros raros a Henley en los noventa— admite en una entrevista con Rolling Stone que no era plenamente consciente de su comprometida situación hasta la mañana del allanamiento en julio de 2022. Él, Kosinski e Inciardi se reunieron en un Starbucks cerca de la corte penal de Manhattan y caminaron hasta el tribunal, donde se les tomaron las huellas dactilares, les sacaron fotos y los esposaron. “Entonces empecé a entender –recuerda Horowitz– “que no estaban jugando”.

Cuatro ventas, en 2015, acapararon fuertemente la atención de los coleccionistas: una batería que Ringo Starr tocó en The Ed Sullivan Show, por poco más de 2 millones; otro kit de Starr, por 2,1 millones: una guitarra de Lennon de principios de los 60 por 2,4 millones, y las letras manuscritas de “American Pie”, de Don McLean, por 1,2 millones. “Ese es el momento en que esto comenzó a crecer”, dice Woolley de Julien’s Auctions.

Incluso Peter Freedman, propietario de la empresa australiana de micrófonos Røde, admite que las cosas han llegado a ser “indecentes”, y vaya si lo sabe. Mientras se armaba el caso contra Kosinski, Inciardi y Horowitz, Freedman asistió a una subasta en Julien’s. Le echó el ojo especialmente a una guitarra acústica Martin que Kurt Cobain usó en el famoso MTV Unplugged de Nirvana. Como muestra de lo aleatorio que puede ser el mundo del coleccionismo, la guitarra había estado en poder de Frances Bean Cobain, hija del músico, pero su exmarido se la había quedado como parte de su acuerdo de divorcio (antes de morir, Cobain le dio un par de jeans emparchados a su compañero de cuarto en un centro de rehabilitación en Los Ángeles, que también terminaron subastados).

Freedman necesitaba tener esa viola por varias razones. La música de Nirvana lo había ayudado a pasar momentos difíciles en los años noventa, y pensó que la publicidad que recibiría le permitiría llamar la atención sobre otro asunto: las dificultades que afrontaban los músicos durante la cuarentena. “Pensé: ‘Tengo que comprar esto’”, recuerda. “Creí que podría costar dos millones de dólares. Pero de repente estaba ahí y, como si nada, de pronto el precio había subido a 6 millones”. Esa es la cifra por la que Freedman finalmente compró la guitarra.

La viola de Cobain en el clip de “Smells Like Teen Spirit”. Fender Mustang 1969, se vendió por u$ 4.687.500. (Gentileza de Julien’s Auctions)

Dos años más tarde, Julien’s ofreció la Mustang Fender que Cobain usa en el video de “Smells Like Teen Spirit”. Once multimillonarios pujaron al principio y luego la lista se redujo a tres (uno de los cuales tenía tanto miedo de decirle a su esposa cuánto podría gastar que estuvo escondido en el baño durante toda la subasta). Lo que podría haberse ido por unos pocos cientos de dólares se lo terminó llevando, por 4,5 millones, Jim Irsay, el propietario de los Colts de Indianapolis y un coleccionista de música que ya poseía guitarras de Lennon, Jerry Garcia y Bob Dylan.

Irsay se ríe de lo que Freedman pagó por la otra guitarra: “No tiene sentido”, dice. “No valía eso. Pero para él sí”. Sí considera razonable su propia adquisición: “Siendo la guitarra principal de Kurt, y la que sobrevivió al escenario y a muchos saltos —en comparación con un único show— sentí que [la guitarra eléctrica] valía más. No fue una guitarra que Kurt compró una vez y no usó nunca más”.

Desde entonces, los precios han crecido aún más, y por ello podemos culpar, como con muchos otros aspectos de la vida, a la pandemia. “La gente estaba atrapada en sus casas y comenzó a comprar, y los precios subieron”, dice Bobby Livingston, vicepresidente ejecutivo de RR Auction. Roger Epperson, un coleccionista que también dirige una de las compañías de autenticación de autógrafos de música en Estados Unidos, también notó un aumento en los artículos coleccionables de menor escala. En su mente, los compradores estaban usando sus cheques de ayuda por la crisis del Covid emitidos por el gobierno. “¡Si me los mandaban a mí, mejor!”, dice.

La actual fiebre del oro en el coleccionismo musical ha llevado a un examen más intenso de lo que es legítimo, lo que no, y quién poseía qué y en qué momento (lo que se conoce como “provenance” en la jerga de las subastas). “Ha empeorado, porque la gente ve la oportunidad de hacer plata fácil”, dice Irsay. “No puedo dar por cierto algo sólo porque alguien lo dice, sin chequearlo a fondo”. Al examinar objetos autografiados por Led Zeppelin, Epperson ha aprendido a ver la “L” en el nombre de John Paul Jones, de cierta forma. Si es distinta, es falso. “Los ítems de Nirvana son los más difíciles porque sólo firmaban con sus primeros nombres y en imprenta”, dice.

Esos veredictos también pueden ser objetos de litigio: hace más de una década, un distribuidor de memorabilia demandó a un autenticador por declarar que sus artículos de los Beatles eran falsos, lo que llevó a una contrademanda. Epperson ha molestado a unos cuantos vendedores, y afirma que ha ganado 300.000 dólares en honorarios legales en un solo año después de que lo demandaran a él.
Hace poco, en la oficina de Epperson en Houston, una de las principales casas de subastas le había enviado dos álbumes de Queen supuestamente firmados por la banda. “Ambos son falsos”, dice. “Ambos están escritos con la misma pluma, con la misma letra. Se diría que lo hizo la misma persona”, resopla. “Es la cosa más difícil del mundo. Los falsificadores se están haciendo muy buenos, y son cada vez más”.

Para el juicio de las letras de los Eagles, todos los caminos, oscuros y desiertos, condujeron hasta un tribunal de Nueva York. En el stand de testigos, con traje oscuro y corbata, Henley recibió unas hojas envueltas de papel de Manila y le pidieron que las identificara. Una a una, sacudió las páginas con temas como “After the Thrill Is Gone” y otras de The Long Run. Henley, flanqueado por tres guardias de seguridad, hizo lo posible para no perder la calma, especialmente cuando surgió el nombre de Sanders. “No recuerdo haberle enviado estas letras”, gritó. “No importa si se las hubiera llevado atravesando el país en un camión de U-Haul hasta su puerta. No tenía derecho a quedárselas ni a venderlas”.

Los testimonios transcurrieron durante dos semanas en el juicio The People of the State of New York v. Glenn Horowitz, Craig Inciardi, y Edward Kosinski. En una llamada telefónica grabada con Sanders, al manager de Eagles Irving Azoff se lo escucha llamar al líder de la banda“God Henley”.

Pero las audiencias también destacaron la importancia de la procedencia. El año pasado, los herederos de Tom Petty declararon que las prendas de ropa de Petty ofrecidas por RR Auctions fueron “claramente robadas”. Fue un aviso para la casa de subastas. Livingston dice que la compañía fue abordada por un “cliente de larga data” que había comprado la ropa a un tercero no identificado. El asunto se resolvió “cordialmente”, dice el abogado de RR Mark Zaid, y RR pudo vender algunos objetos de Petty (como sus botas, por u$ 2.276).

La fiscalía argumentó que “se despejaron dudas importantes acerca de si Sanders realmente poseía las letras de Henley o si tenía derecho a venderlas”. Un exejecutivo de Christie’s testificó que retiró de la venta los anotadores (que había cotizado en más de 700.000 dólares) por tener reparos respecto de su propiedad. (Darren Julien de Julien’s le dice a ROLLING STONE que su compañía también estuvo cerca de los infames manuscritos, pero se los dejó pasar después de haber sido informada por el campamento de los Eagles de que los artículos era “robados”). En la corte, Henley desmintió que la banda le hubiera entregado los materiales a Sanders para siempre: “No hay ninguna cinta o documento en ningún lugar donde yo diga: ‘Señor Sanders, usted puede quedarse con estos artículos y es libre de venderlos’”.

Los abogados de Inciardi, Horowitz y Kosinski argumentaron en el tribunal que no se había presentado ningún informe policial por el presunto robo hace 40 años, y que no tenían conocimiento de ningún contrato entre Sanders y la banda. Hablando por sí mismo [Kosinski e Inciardi no respondieron a las solicitudes de comentario para esta historia], Horowitz añade: “El contrato se puede interpretar desde múltiples perspectivas. No hay nada que diga que el material debe ser devuelto”. Stacey Richman, abogada de Inciardi, le dice a ROLLING STONE: “Le compraron algo a un vendedor de libros legítimo [Horowitz], que lo había adquirido antes. Lo pusieron inmediatamente a subasta pública. Si creés que hay algo turbio, ¿no tratarías de venderlo por debajo de la mesa?”.

Al final, ese aspecto acerca de la propiedad nunca se resolvería. Miles de páginas de correos electrónicos entre Henley, Azoff y sus abogados fueron entregados a los fiscales y los defensores por parte del equipo de Henley. Los abogados de los coacusados estallaron. Debido a que el juez expresó su preocupación en este giro de los acontecimientos y no estaba dispuesto a llamar a otros testigos, la fiscalía abandonó el caso. [Representantes de Henley, Azoff y la oficina del Departamento de Defensa de Manhattan no respondieron a las peticiones de comentarios.]

La saga de los manuscritos de Hotel California ha dejado a todos confundidos. Dice Livingston, de RR: “¿Puede alguien hacer un reclamo sobre la propiedad que ha abandonado o regalado o enviado a alguien más?”. Casi dos años después de su arresto, Horowitz, en un restaurante junto a un centro comercial de Manhattan, se frota la mano izquierda. “Todavía tengo dolores en esta muñeca”, dice. “Fue intenso”.

La corona plástica de u$ 6 de Notorious B.I.G. se vendió por u$ 594.000. (Foto: Cindy Ord/Getty Images)

En un showroom de Manhattan, David Goodman, CEO de Julien’s, saca un estuche de guitarra negro. Para anunciar la próxima subasta de música de la compañía, quiere mostrar una de las famosas guitarras Cloud de Prince. Esta es amarilla, con el glifo de Prince incrustado en el diapasón (que alguna vez fue entregada por una radio como premio a sus oyentes). Dos guitarras Blue Cloud de Prince, que tenían un poco de desgaste, se vendieron por u$ 700.0000 y u$ 563.500. Mirando a través del instrumento, Woolley dice: “Me decepcionaría si esta no llega al valor que se pagó por las otras –Goodman añade– porque esta ni siquiera tiene el mástil roto…”.

En los meses después del juicio de los Eagles, el mundillo de la memorabilia musical volvió a su ritmo habitual. Como prueban las guitarras de Prince, una nueva generación ya comenzó a prepararse para gastar sumas considerables en recuerdos de su propia juventud. Esos jeans de Cobain se fueron por 412.750 dólares. Un comprador anónimo (llamado Jay-Z, aunque su equipo no lo confirmó oficialmente) sacó cerca de 600.000 dólares por una corona de plástico que Notorious B.I.G. usó para una foto justo antes de su asesinato.

Las letras de Hotel California, al cierre de esta edición, están oficialmente guardadas en una fiscalía. Mientras tanto, el mundo de los recuerdos sigue girando, con artículos de diversa procedencia que se compran y venden. “En todos los negocios, hay malos jugadores”, dice Goodman, cerrando suavemente el estuche de la guitarra de Prince. “El negocio financiero no se detiene sólo porque alguien vaya a la cárcel por fraude financiero”.