Crítica: Duki – ‘Ameri’

En su nuevo y esperado disco, el trapero argentino vuelve a hacer gala de su éxito, fama y fortuna, pero ya sin épica ni magia

Por  JUAN FACUNDO DÍAZ

noviembre 4, 2024

Gentileza Dale Play

Duki está en una encrucijada y elegir qué camino tomar parece complicado. Finalmente, llegó Ameri, su nuevo disco, y la expectativa construida en torno al estreno a lo largo de los últimos años resulta mayor que lo entregado. Es un trabajo producido por la triada que forman junto a Yesan y Asan, cargado de colaboraciones internacionales que lo validan en el mercado mundial, pero que a los ojos de los propios muestra pequeños destellos del Mauro salvaje, aventurero y despojado que ganó por arremetida y convicción su lugar merecido en el panteón de la música nacional.

Ameri es una oda de laboratorio a la ostentación del dinero, la repetición, las joyas, a cómo los enemigos lo odian por su éxito, al recuerdo constante del camino recorrido, a la marihuana y al amor a su familia y pareja. Ameri es un lugar, pero también un estado, es el camino del héroe que al contar nuevamente su historia ya no suena como hazaña. Es la aventura que, por los premios que levanta, perdió su épica y magia. 

¿De qué va a hablar mi canción si se calma ese dolor que me daba inspiración?”, canta en “Constelación”, uno de los puntos más altos y conmovedores del disco, el último adelanto antes de la publicación que tiene a la española Lia Kali de invitada. Si esa pregunta podía ser el punto de partida para una nueva faceta narrativa de la pluma de Duki, Ameri es una oportunidad desperdiciada, demasiado cierta para ser buena. Lo primero que dice en todo el álbum, su primera intervención en “Nueva era”, es que se compró un departamento en Miami: “La firma pa’ los cheque’ y los cheque’ pa’ mí porque yo los gané / Un depto en Miami, una casa pa’ mamá, el resto lo gasté”.

Duki agotó cuatro estadios de Vélez en el 2022, algo así como 180.000 personas. Después, la vara siguió subiendo con dos noches en el estadio de River, otros 150.000 tickets. Y, como si eso fuera poco, en 2024 colgó el cartel de sold out en el Santiago Bernabéu, la cancha del Real Madrid, algo que lograron artistas de la talla de Taylor Swift. El primer paso artístico después de semejante éxito parece ser solo una forma de alardear galardones y colaboraciones internacionales que pasan por España (Lia Kali, Judeline, Morad), Estados Unidos (Wiz Khalifa, YG), Puerto Rico (Myke Towers, Arcángel, Eladio Carrión), Reino Unido (Headie One), Cuba (Ovi) y Argentina (Bizarrap, Milo J, Lucho SSJ, YSY A), más que la posibilidad de mostrar nuevas inquietudes. 

En Cien años de Soledad, Gabriel García Márquez construye en torno a un lugar imaginario llamado Macondo una historia en la que lo mágico y lo real se entremezclan y pierden sus fronteras. Su pluma y su figura, con el paso de los años, se transformaron en la referencia del movimiento del realismo mágico latinoamericano, un género literario que se nutre de la realidad para trascenderla. La magia, la imaginación, la capacidad de observación y lo insólito toman por asalto la cotidianeidad para hacerla extraordinaria. En Ameri, Duki edifica su propio Macondo, ese sitio imposible de encontrar en un mapa.

“Son los sueños y las metas, la búsqueda de crecer y mejorar”, dijo en una entrevista para El País. En la canción que le da nombre y cierra el disco, repite una y otra vez: “Ameri es el lugar al cual sueño llevarte un día”. Sin embargo, a lo largo de las 15 canciones del álbum, ese lugar imaginario no ofrece magia, sino realidad, pura y dura, sin metáforas ni juegos de ensueño, esa realidad de éxito que vive día a día, siendo el músico más importante de su generación. Ameri no tiene nada mítico que no tenga Almagro, Buenos Aires, Madrid o cualquier sitio donde Duki haya pisado y dejado huella.  

Uno de los gestos humanos inspirado por fuera de la billetera es “Buscarte Lejos”, canción que “cuenta cómo me conocí con la mujer que amo actualmente”, dijo sobre Emilia Mernes, la estrella pop nacional que también es su novia. Es un tema con un beat elaborado con un bombo legüero producido por Bizarrap, cargado de referencias al folklore argentino donde convive de igual manera esa pulsión orgánica con lo digital. “Voy a buscarte lejos de cualquier lugar / vos marcá el sendero, yo camino atrás”, dice entregado al amor. Duki muestra cómo, en ciertos pasajes, prescinde de las métricas o las rimas en pos de decir algunas cosas. “Te fui a ver a un show con la excusa de que era por un amigo, pero no por mí / Tu mamá me saludó con una sonrisa y me dijo: ’Muchas gracias por venir’”. Algo que también muestra en “Barro”, el primer adelanto del álbum, la canción más autobiográfica y lacrimógena de su carrera: “No soy de sacar foto’, vivo los momento’ / Pero me saco una con mama, que sé que le encanta”. 

Cuando tenía 15 años, Luis Alberto Spinetta escribió “Barro tal vez” y dijo: “Si no canto lo que siento me voy a morir por dentro”. Duki, con 28, samplea semejante afirmación legendaria del rock argentino para hacerla propia y exponer su vida sobre un drumless que crece en intensidad con el correr del tema. Ahora bien, ¿qué sentimientos necesita cantar Duki en Ameri para no morir por dentro? No se sabe. La reafirmación de su figura, un éxito consagrado del que estuvo convencido antes que todos, mientras construía el movimiento artístico y joven más fuerte de los últimos años en Latinoamérica, es una constante: “En cada grano de mi fe, hay fe de mis fanáticos / Ahora me dicen leyenda y ante’ era un lunático” (“Nueva era”) o “Los nene’ crecieron y ahora hacemo’ estadio’ y si no hacemo’ estadio’ rompemo’ también” (“Brindis”).

Sin embargo, ante la posibilidad de la introspección, Duki se pierde y diluye entre barras superficiales de ostentación de joyas, humo y ceros en su cuenta bancaria: “Miro mi Rolex y siempre me dice que son cuatro y veinte” (“Wake up & bake up”) o “Tamo traficando palo’ como droga en triple F / Nunca había visto tantos número’ en un PDF” (“Hardaway”). 

La tesis que decanta en Ameri es que el destino es inevitable y Duki tiene la convicción bien plantada de que ese futuro solo le guarda gloria, incluso más de la que ya tiene y demuestra. “En mi defensa, perdón, no es tan fácil caer para arriba”, dice en “Vida de rock”, la única canción que musicalmente muestra destellos de su versión cercana a los shows en vivo, con la fuerza de esa banda con distorsión que lo secunda sobre el escenario. En la portada del álbum se lo ve con el mundo dado vuelta, cayendo de forma inversa, cada vez más alto, cada vez más famoso, más expuesto, más presionado, más victorioso, más observado, más experimentado. Sin embargo, aunque lo canta con un aire agridulce en la voz, Duki no puede evitar su ambición ilimitada: “Pensar que el límite es el cielo y tal vez llego a ser una constelación”, canta imaginándose todavía más inmenso. “No pienso en lo que tengo, pienso en to’ lo que me espera / Podría frenar si me lo permitiera”, dice también en “Trato de estar bien”. 

Duki llegó a Ameri por el hambre que lo ayudó a construir un nuevo movimiento artístico, aguantar las críticas cuando no lo entendían y mantener su perseverancia a lo largo de los años. Pero llegó empachado. Su ambición profesional no se tradujo en una ambición artística. El disco que esperaba ser consagratorio no tiene la innovación musical que su espalda ya le permite, ni tampoco significa una puerta de entrada a una narrativa nueva para explotar. Duki llega a Ameri con los bolsillos llenos y se encarga de recordarlo. Para un artista tan joven, el auto-homenaje parece apresurado, porque si es el mismo héroe el que sigue contando su propia historia, la aventura ya no suena como hazaña.