Es como si el destino quisiera exponer al adolescente pavo con treinta años de demora. El tipo era el enemigo para nosotros, los rockerazos a los que “Lloviendo estrellas” y “Azul” nos parecían un flan al sol porque –como dijo el poeta– no se parecían a AC/DC, y para peor el guacho era hermoso y las chicas de la división forraban sus carpetas con sus fotos mientras nos pasaban un total de 0 (cero) pelota. Y ahora está ahí, sentado a un metro de distancia, con el pelo de un turquesa que encandila porque tiene que ir a la tele, discurriendo con detalles sobre la carrera de –por ejemplo– Soulfly. O Ministry. Pasaron tres décadas y al fin nos dimos cuenta de que mientras nos burlábamos de Cristian Castro por tiernito, mientras lo imaginábamos las 24 horas del día en bata de seda, embadurnado en miel sobre un colchón de pétalos de rosa, él estaba escuchando más o menos las mismas bandas podridas que nosotros. La experiencia es pintoresca.
“Entonces toman la escena White Zombie, Rage Against the Machine… y nos empezamos a olvidar de Metallica, que empieza a quedar muy tranquila. Estaba buenísimo Metallica, pero empieza a quedar más light”, dice, y es lo mismo que dice Phil Anselmo cuando le preguntan por qué cada disco de Pantera era más pesado que el anterior: porque Metallica era el metal, pero desde el Álbum Negro se estaban ablandando y había que hacer algo al respecto. Claro que acá es Cristian Castro el que dice que Metallica se le hizo suave, no un redneck intimidante, todo tatuado, de Nueva Orleans; de nuevo, fantástica experiencia.
Estamos en su departamento de Recoleta, barrio que habita desde hace un tiempo tras espantarse con Norteamérica (“me defrauda mucho el miedo que hay en la gente en Estados Unidos, muchísimo miedo al amor, a desprotegerse, miedo del otro”) y con su país natal (“veo que México está con un proyecto fuerte de izquierdismo. Me asombra lo que está pasando en el país, lo siento con la identidad un poco perdida y eso me aleja”). Ahí, en largo diálogo/monólogo, Cristian explica que entró al rock por el Alive II (1977) de Kiss, que en un viaje a la Argentina con su célebre mamá (la actriz Verónica Castro) descubrió a Soda Stereo y se le dobló el cerebro, que también tuvo su fase gótica con The Cure y que se le empezó a endurecer fuerte la milanesa cuando se cruzó con el glam metal.
“Tengo dos bandas muy claras: Duran Duran y Mötley Crüe. Ahí estallo a la onda new romantic, con un Duran Duran galante, seductor, pop, bien vestido, peinado, muy cheto, pero también muy afeminado. Igual que Mötley, que es muy afeminado, pero a la vez son satánicos. El afeminado satánico se combina y a mí me fascina”, explica casi con vocación docente. Queda anotado en el cuadernito que el afeminado satánico (“que no tiene por qué ser gay”, aclara él) funciona como síntesis de su carrera y su imagen pública.
Hubo una charla anterior en los Estudios Unísono, creado por Gustavo Cerati. Para ahí fuimos con un selecto grupo de colaboradores suyos a escuchar a un volumen inhumano El poder de la bestia (al cierre de esta edición el nombre era ese, pero no es seguro), el segundo disco de su grupo heavy, La Esfinge. El primero, El cantar de la muerte, salió en 2014 y no mucha gente se enteró: el tema con más reproducciones es “Beso negro” con 148 mil escuchas en Spotify. Una cifra respetable para una banda under, pero casi nada comparado con los 254 millones de plays que tiene “No podrás”, su hit número uno, de renovado auge en 2023 por la versión de Santi Motorizado en Fa!, el programa de Mex Urtizberea.
Para evitar eso, las formas para este lanzamiento son otras. El disco salió en septiembre, el 27 y 28 de este mes la banda toca en Vorterix y se está haciendo una movida de prensa que incluye, desde ya, esto que están leyendo. Pero además hay una voluntad de Cristian de que este sea su disco heavy real, lo más true que se pueda, ese que refleje al fin al jovencito que se paseaba por el mundo enamorando chicas con “Vuélveme a querer” para después encerrarse en su cuarto a darle rosca al primero de Machine Head.
“Está bueno, pero para mí faltan más crashes, él no quiere poner crashes”, le insiste Cristian a Martín Toledo, responsable de la mezcla del álbum, ingeniero con vasta trayectoria en el metal local. “Había una versión mejor de este”, dice sobre un tema, y Toledo pide disculpas por el entrevero. Está en los detalles.
El cantar de la muerte era rockero, sí, pero algunas de sus canciones podrían haber sido parte de su repertorio pop si se las hubiera maquillado de otra forma. Eso en El poder de la bestia no pasa: acá Cristian va a lo profundo, salta entre estilos (psicodelia pesada onda Mars Volta, nu metal, algún gutural que bordea el death) y demuestra una vez más ser un cantante descomunal, capaz de pasearse del growl al agudo de cabeza sin complicaciones. Eso que sale de los bafles de Unísono no tiene absolutamente nada que ver con su veta romántica, ni tampoco con la versión delirante de “Lloviendo estrellas” que grabó con Asspera. El segundo disco de La Esfinge no es otra cosa más que Cristian Castro dejando en claro que puede hacer heavy metal sin que se le vean los hilos.
“Hice un casting, esas personas me recomendaron otras y se fue armando el grupo con músicos estelares de la escena argentina”, dice. Porque La Esfinge es eso: una banda, no contratados que obedecen. “Cuando me llamaron pensé que esto iba a ser un trabajo muy de sesionista, donde yo iba, tocaba y me iba. Y al contrario: puedo opinar en los ensayos de lo que creo que va y lo que no va”, cuenta el bajista Ruido Barilari, hijo de Adrián de Rata Blanca. “Me ha pasado a buscar por mi casa escuchando Meshuggah o Static-X”, dice Ruido, todavía apabullado por el bagaje rockero de la estrella que no se comporta como tal.
“Me sorprendió la humildad, lo tranquilo que es, lo buena persona que resultó ser con nosotros, la energía y el cariño que nos brinda”, refuerza el tecladista Alejandro Graf. Chowy Fernández en la guitarra y Alan Fritzler en la batería (ambos también miembros de Barro, el proyecto heavy que tiene a Ca7riel como frontman) completan el team.
Otra fabulosa síntesis de su carrera y sus gustos: nos enteramos de que le gustaba el heavy cuando le vimos el tatuaje de la llave inglesa en forma de pija que funciona como logo de Tool en el video de “Azul”. A la banda de Maynard James Keenan llegó siguiendo el camino de Ozzy, Powerman 5000 y Korn, y con ese metal rebuscado y a la vez carnal se sintió tan identificado que tuvo que mostrarlo en el clip con el que rompió todo. “Me pareció que estaba bien que se viera. Estábamos filmando en la playa, se pudo ver el tatuaje y la gente lo confundió. Entre el pelo –que lo tenía largo y rubio– y el tatuaje, se llegó a la idea de que yo quizás era gay y por eso tenía una simulación de un tema fálico en la espalda. Como que tenía un pene ahí en la espalda, pero no: es el símbolo de la banda”, dice.
Esa combinación de oscuridad y hedonismo lo sedujo para siempre: “Me interesa mucho el cuerpo a cuerpo. Lo necesito mucho, me alimenta. He creído mucho en los asiáticos por eso: porque le hacen mucho tributo al pene y a la vagina. Entonces para mí la sexualidad es algo que realmente reina mucho el poder de una persona, inclusive en lo artístico. Entonces cuando vi todo lo de Tool –que era también un rollo sexual, con un tributo al pene en ese logotipo– dije ‘la verdad, me parece que soy yo, se liga a algo que siempre pensé yo y que me gusta, que es la sexualidad’”. De ahí el tattoo que costaba empatar con versos como “azul como una lágrima cuando hay perdón, tan puro y tan azul que embriagó el corazón” (en otro rulo pícaro del destino: Maynard incluyó en Thirteenth Step, segundo disco de A Perfect Circle de 2003, una canción llamada “Blue”).
Todo esto dispara un prejuicio inevitable: si Cristian Castro ama a Tool (y antes le gustaba Mötley Crüe, y antes Kiss) y forma La Esfinge para tocar heavy y pasa a buscar a sus compañeros meta Fear Factory, entonces debe ser que cuando canta “volver a amar una vez más, nacer de nuevo en ti, en tu mirar” está trabajando, haciendo lo que hay que hacer para pagarse los vicios (los vicios que, hay que aclarar, no tiene: “Yo soy antidroga y anticigarrillo. Siento que son antigüedades del siglo pasado. Me parece muy antiguo que alguien fume porro”). Y no, esa tampoco es, porque dentro suyo conviven honestamente el headbanger y el crooner.
“Mi mundo de niño también llega con un shock romántico tremendo”, dice. Sus maestros fueron José José (háganse un favor y escuchen en YouTube su versión de “Lo que no fue no será” en los Estudios Criteria de Miami), Juan Gabriel, Julio Iglesias y Roberto Carlos, y un poco también Frank Sinatra y su supuesto archirrival Luis Miguel (a quien en realidad aprecia, tanto que fue a verlo en su reciente seguidilla de shows en el Movistar Arena). Pero a su inspiración mayor no la vio venir nadie. “Fabio Rey para mí es el mejor cantante que ha dado Argentina y ustedes lo pasan por alto, ni siquiera saben quién es”, torea, y algo de razón tiene: Rey es un niño prodigio tanguero de los 80 del que no hay demasiada data actual disponible. “Cuando veo a Fabio Rey en el teatro en Argentina a los ocho años, decido colocarme el traje. Me penetra fuertísimo la balada, el cantante, el traje. Ese mismo día le pido a mi madre mis primeros trajes”, dice. A los 17 ya estaba grabando su debut, Agua nueva (1992), el que tiene “No podrás”.
En medio de la conversación en su departamento cuenta que está haciendo su primer álbum en inglés. “Me puse como propósito que sea el disco más triste de la historia”, dice. A la mierda, es un montón. Saca su teléfono y le da play a un audio, y lo que se escucha es de un nivel de desolación pavorosa, una especie de versión Bauhaus de “Gloomy Sunday”, “la canción húngara del suicidio” que grabaron Billie Holiday y Sinéad O’Connor. Cristian es otro: canta en un susurro apagado, con la falta de entusiasmo de alguien completamente vejado por la vida. El hombre es una caja de sorpresas: no contento sólo con ser melódico y metalero, también es dark y deprimente. El factor común, dice, es el amor. “Finalmente todo se une con lo romántico. El más heavy metal, el más punk, el más trapero, lo que sea: todo se une con lo romántico. Es nuestra primera fuente. Entonces tengo que ser romántico antes que nada, inclusive en la vida”.
Hasta ahí todo entendido, pero la cuestión es cómo hace su base de fans, que mayormente lo conoce y lo sigue por su faceta pop, para procesar tanta información tan distinta. La estrategia es ser transparente: “Quien me sigue sabrá que yo no puedo hacer nada sin Cristian Castro, el romántico. Es el verdadero actor de todo esto y no ha cambiado para ser rockero: es Cristian Castro que hace La Esfinge, que es rockera y tiene otros conceptos, pero siempre está el ingrediente Cristian”.
El baladista es él y el metalero también es él, pero cantando metal: es menos forzado de lo que parece. Y el objetivo es que se junte todo para llegar a algo que consiguió otro de sus admirados: “Como Bon Jovi, yo busco que a mucha gente, probablemente mujeres, les guste el rock medio oscuro. Que no es tanto del gusto de las mujeres. Algunas sí, pero no todas. Quizás porque lo canta Cristian Castro, el de las baladas, algunas digan ‘bueno, no está tan mal, puede ser’. Eso es lo que yo quisiera lograr”.