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Crítica: Todo sobre mi madre

Con motivo de la celebración de los 25 años de la cinta de Almodóvar, se revisa de nuevo y se confirma su estatus de clásico del cine español.

Pedro Almodóvar 

/ Cecilia Roth, Marisa Paredes, Penélope Cruz

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Sony Pictures Classics

Una de las grandes cualidades de Pedro Almodóvar como director es que siempre nos entrega unos personajes femeninos fuertes, ricos y complejos que les permiten a sus actrices brillar con luz propia. Claro ejemplo de ello es Todo sobre mi madre, cinta que dirigió Almodóvar en un momento de su carrera en el que decidió alejarse de la estridencia  y el escándalo, para acercarse a un cine más maduro, profundo y conmovedor. 

Al igual que Quentin Tarantino y Martin Scorsese, Almodóvar es un cinéfilo empedernido que frecuentemente otras películas como inspiración. Todo sobre mi madre no es la excepción, ya que se basa libremente en tres clásicos del cine: All About Eve (1950) de Joseph L. Mankiewicz, Opening Night (1977) de John Cassavetes, y L’important c’est d’aimer (1975) de Andrzej Zulawski, todas sobre el mundo del teatro y los dramas detrás de bambalinas. Pero el director español sabe muy bien que las cintas protagonizadas por Bette Davis, Gena Rowlands y Romy Schneider no son realmente sobre el mundo actoral, sino más bien son unas disecciones precisas y dolorosas sobre el universo femenino. 

En Todo sobre mi madre, la actriz argentina Cecilia Roth logra el mejor papel de su carrera como Manuela, la madre del título. Esta mujer que guarda una gran tristeza en su interior es la encargada de coordinar trasplantes de órganos en un hospital de Madrid y dirige talleres sobre cómo preparar a las familias que tienen como miembro a un paciente terminal. El destino le juega una mala pasada a Manuela cuando un accidente automovilístico mata a Esteban (Eloy Azorín), su hijo adolescente, muy apegado a ella, mientras perseguía a la famosa actriz de teatro Huma Rojo (Marisa Paredes en una actuación magistral) para conseguir un autógrafo el día de su cumpleaños número 17. Manuela, la supuesta experta sobre la muerte, no sabe cómo actuar ante la tragedia que toca a su puerta.

La Manuela de Cecilia Roth tiene su origen en un personaje secundario que encarnó Kiti Manver en La flor de mi secreto (1995), la cinta que inauguró la etapa de madurez del director. Manver era una enfermera que trabajaba con médicos en un seminario de trasplantes en donde ella actuaba como una madre que recibía la trágica noticia de la muerte de su hijo. Curiosamente, Roth ya había trabajado con Almodóvar en un brevísimo papel en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984) como una mujer que participa en un comercial de televisión. Al parecer, Almodóvar se basó en los personajes de Manver y Roth, para confeccionar a un grupo de mujeres que representan un papel exterior fingido ante el mundo, mientras intentan ocultar su verdadera naturaleza. 

Manuela deja Madrid y se dirige a Barcelona (como también lo hace Almodóvar, ya que esta es su primera película filmada por fuera de la capital española) para buscar a Esteban, el padre del chico, quien ahora vive como una mujer de nombre Lola (Toni Cantó). En otro giro del destino (o pulsión inconsciente), Manuela encuentra trabajo con Huma, la responsable indirecta de la muerte de Esteban, quien está de gira con el montaje de Un tranvía llamado Deseo (la obra de Tennessee Williams donde su protagonista Blanche dice “Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos”) en compañía de una coprotagonista adicta, Nina (Candela Peña), que también es su amante lesbiana. Junto a este grupo variopinto de mujeres encontramos también a La Agrado (Antonia San Juan), una transexual que dice frases como “Me llaman La Agrado porque solo he pretendido hacer la vida agradable a los demás” y “Cuanto más te pareces a lo que has soñado más auténtico eres”; y Rosa, una joven monja (Penélope Cruz), que tiene SIDA y ha quedado embarazada de Lola, a la que Manuela termina casi que adoptando como su hija. Puede que Almodóvar se haya alejado de la irreverencia, pero eso no quiere decir que la haya abandonado del todo.  

En Todo sobre mi madre, Almodóvar no solo evidencia su gran interés por el cine de Hollywood de antaño (Douglas Sirk y George Cukor siempre han estado presente en su obra), sino también en nuestras telenovelas colmadas de intrigas, disparates y vuelcos improbables. Pero aquí, antes que parodiar ese mundo estridente y exuberante, Almodóvar lo transforma en una cinta seria y sincera que nos habla, no de la traición espontánea entre las mujeres, como sí lo hace All About Eve, sino de la solidaridad que surge entre varias mujeres que han sido golpeadas por el dolor.  

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