Taylor Swift, la chica del siglo XXI que le canta (le habla y le susurra) a una nueva generación pop

El Eras Tour, la gira mundial que trajo a la cantante por primera vez al país, representa la síntesis perfecta de autenticidad y estrategia que ella encarna

Por  TAMARA TENENBAUM

noviembre 10, 2023

@irishsuarez

Lo conversamos con un amigo al salir del estadio; no vimos a Paul McCartney durante la beatlemanía, ni a los Stones en los 70, ni siquiera vimos la despedida de Soda Stereo o la presentación original de El amor después del amor. Para la gente de mi generación (clase 89, igual que una cierta señorita), ir a un estadio a ver a un artista en la cúspide de su carrera es una rareza; ese tipo de recitales son para consagrados que ya ofrecen la tercera edad de sus carreras a un grupo de fans nostálgicos que miran el teléfono cuando se tocan los temas nuevos. Taylor Swift, en cambio, llega a sus tres primeros River en la cresta de la ola. Es parte de lo refrescante de la experiencia: la sensación de estar en presencia de algo que está sucediendo en este mismo momento, un nuevo mundo que está naciendo, un presente profundo.

A pesar de todas las advertencias sobre el acampe y el soviet de las swifties (el rumor, el jueves a la tarde, era que se estaban escribiendo en el cuerpo el número que habían ocupado en la fila del campamento para defenderlo a la hora de ingresar), el clima en el campo delantero cuando arrancó Louta a las siete era relajado. Las chicas aprovechaban para cambiar pulseritas y sacarse fotos; eran realmente pocas las que defendían su espacio contra la valla con intensidad retentiva, pero es que Taylor Swift se trata un poco justamente de lo contrario; no de ser la más fanática, no de la competencia, sino de una especie de cofradía que no tiene reglas de acceso más que las ganas de compartir. De hecho, yo llegué sólo con dos pulseras, donación de la hija de una amiga, y ni intenté acercarme a nadie porque no tenía para cambiar.

(Foto: @irishsuarez)

En la mitad del concierto, una chica de unos dieciséis o diecisiete años con la que veníamos cantando juntas hacía rato me tomó de la muñeca y me puso cinco de esos brazaletes de la amistad que se hizo costumbre llevar a los recitales a partir de la letra de “You’re on Your Own, Kid”, canción en la que Taylor le dice a la destinataria de la canción (que parece ser ella misma) que viva el momento, que haga brazaletes de la amistad, que una está sola pero no hay razones para tener miedo. “Me di cuenta de que no tenías”, me dijo la chica, y me sujetó el antebrazo para cantar juntas la próxima canción.

El entusiasmo con el que se recibió a Louta y a Sabrina Carpenter (que, dicho sea de paso, era una especie de botón de muestra de que popstars rubias, cantautoras y afinadas puede haber infinitas pero estrellas hay muy pocas) era parte de este mismo espíritu: la misión de esta noche era que fuera mágica para todos los involucrados. Y la reina de la velada se la tomó en serio, también: “Mi nombre es Taylor”, dijo con una sonrisa, “y seré la anfitriona de esta noche”.

El Eras Tour, la gira mundial que trae por primera vez al país a Taylor Swift, representa la síntesis perfecta de autenticidad y estrategia que ella encarna: por una parte es una forma de recorrer todas las “eras” de Taylor, es decir, todas las estéticas por las que fue pasando desde Fearless (su segundo disco; el primero, Taylor Swift, es el único que queda fuera de esta cronología) hasta el más reciente Midnights. El Eras Tour propone pensar estas distintas épocas musicales y poéticas no como momentos que Taylor va superando y que ya no la representan (como pasa con muchas artistas pop, que dejan de reconocerse en lo aniñado de sus primeros trabajos) sino como facetas que va guardando dentro de sí, chicas que ella sigue siendo de a ratos: de todas las caras feministas de Taylor, que las hay muy explícitas, creo que ninguna me interesa más que esta idea de estar orgullosa no sólo de quien una es sino también de quien una ha sido.

Taylor podría perfectamente quedarse en la cantautora elegante y redonda, firme y plantada que ha llegado a ser en sus treintis, pero elige también seguir siendo todas las otras, la barbie sureña que toca la guitarra con un vestido de quinceañera en Speak Now, la rubia pop que escribía letras sobre odiar a otras chicas en Fearless, la dark que convirtió toda su bronca contra Kanye West (por querer darle su premio a Beyoncé en los Video Music Awards de 2009, primero, y por hacerla quedar como una mentirosa un par de años después) en una obra de ficción sobre tener mala fama que quizás terminó siendo el más confesional de sus momentos, y en fin, son varias más, el punto está claro.

(Foto: @irishsuarez)

Pero hablé de estrategia, al principio del párrafo, y el Eras Tour también muestra esa parte de Taylor: es una gira que surge en un contexto en el cual Taylor está regrabando todos estos discos porque no pudo comprar los masters (las versiones “correctas”, las únicas que sus fans escuchan ahora, son las que tienen el tag de “Taylor version”), y es también, entonces, una manera de relanzar ese material. No le resta nada a la experiencia que además tenga esta utilidad: acaso quizás suma incluso a la imagen de Taylor como mente maestra, como dice el título de una de sus últimas canciones.

El show, entonces, la exhibe a Taylor en todo su valor. Las puestas son absolutamente impresionantes (la casa de cuentos de hadas que se trajo para folklore, que convierte un disco íntimo y susurrado en un momento escénico de alto impacto, fue mi momento preferido), pero a diferencia de lo que pasa con muchos otros artistas, que vuelven sus shows obras de teatro o despliegues impresionantes de coreografía, en el centro del recital de Taylor están siempre las canciones. Ella tampoco habla mucho: sus demostraciones de carisma están siempre (y quizás exclusivamente) en el momento de la música y a su servicio. Es una clase muy específica de encanto, que no deja de ser menos natural o prodigioso por lo calculado, pero que no se ve como el encanto de otros artistas.

Taylor no se lleva bien con la espontaneidad, está claro: en su primera fecha, probablemente mareada por la calidez desaforada del público argentino, tuvo que empezar de nuevo “Champagne problems” porque se equivocó en un acorde en el piano. “Ustedes pensaron que venían a ver a una profesional”, dijo con una sonrisa, pero visiblemente incómoda; no se quitó los ojos de las manos hasta que terminó el tema, y cuando entró su pianista la recibió como “alguien que jamás se equivoca en el piano”, como si no hubiera quedado claro que no se sacaría el asunto de la cabeza. No es importante, por supuesto, para nadie más que para ella: Taylor no es una virtuosa ni del piano, ni de la guitarra ni de la voz, y tampoco es importante que haga el mejor de los chistes al equivocarse. Su talento central es el de autora, y más específicamente, de autora de canciones, de letra y música: entiende algo del fraseo, del remate, de la musicalidad de las palabras en yeites melódicos sencillos pero bastante distintivos mucho mejor que cualquiera de sus competidoras.

Me quedé pensando en esto del encanto, que suele asociarse a la frescura y en Taylor aparece completamente desprovisto de ella, y también en el otro mito fundacional de Taylor Swift, que es la autenticidad. Taylor es una cruza extraña en el paisaje musical, porque es genuina y confesional, pero es una popstar: es una persona que escribe con productores, no es que es auténtica como Joni Mitchell, que siempre hizo todo sola e inventaba sus propias afinaciones de guitarra (aunque sí ha tocado con James Taylor, cuyo nombre lleva a propósito, igual que Joni, que Carly Simon y que Carole King, en lo que podríamos decir si no fuera un poco machista que es la auténtica coronación de gloria para una singer songwriter). Taylor es auténtica en otro sentido: no porque cuente su vida, incluso aunque eso sea lo que dice ella de sí misma (¿cuándo va a haber bailado descalza en Nueva York si a duras penas puede hacer media cuadra rodeada de guardias?), sino porque el público cautivo que logró armarse le compró la libertad para hacer exactamente lo que quiere siempre. Ni folklore ni evermore, por ejemplo, los dos discos color indie que sacó durante la pandemia, la hubieran convertido en la megaestrella pop que es si hubieran sido álbumes debut, pero Taylor llegó, haciendo lo que quería, a ese lugar en el que una artista puede hacer lo que quiere, y su verdad se trata de eso.

(Foto: @irishsuarez)

El jueves, antes de cantar “betty”, dijo que de la pandemia para acá había dejado de hacer canciones autobiográficas para empezar a inventar personajes: agradezco, en el fondo, que Taylor no dé notas, porque nos devuelve a las personas que escribimos la potestad para interpretar a los artistas más allá de sus declaraciones y contestar que, en realidad, incluso cuando Taylor creía que hacía autobiografía estaba haciendo un personaje, el de una chica común que se enamora y sufre, uno que no tiene nada que ver con ella, pero que entendió mejor que nadie cómo es ser esa chica en el siglo XXI, el siglo en el que la pregunta no es ni cuándo me voy a casar ni tampoco el falso empoderamiento de decir que esas cosas no nos interesan; Taylor armó una voz en torno de la pregunta de cuándo vas a darme un beso delante de los pelotudos de tus amigos, y es esa chica, esa Taylor, ese yo poético, el que nos habló a todas las argentinas al oído el 9 de noviembre de 2023. Y no hace falta que sea autobiográfico en el sentido estricto que ella misma invoca para que sea personal, profundamente personal.

Tamara Tenembaum es filósofa, escritora y periodista. Tiene cuatro libros editados y colaboró en medios como La Nación, Revista Anfibia, Words Without Borders, Los Angeles Review of Books y Vice, entre otros. Recientemente, escribió el prólogo de Ayer soñé con Taylor (Planeta), un libro con “visiones, ensoñaciones y fantasías swifties”.