Rolling Stone celebró sus 25 años en Argentina con un histórico show de Andrés Ciro en el teatro Colón

Junto a la Orquesta Académica, en una sala repleta, el cantante repasó clásicos de Los Piojos y temas emblemáticos de su carrera solista con un show contundente y altamente emotivo

Por  HUMPHREY INZILLO

diciembre 5, 2023

Ciro vivió una noche histórica en el máximo coliseo porteño.

Tomás Morrison

Con más de tres décadas de carrera a sus espaldas, y decenas de estadios agotados tanto al frente de Los Piojos como liderando su proyecto solista junto a Los Persas, Andrés Ciro ostenta una trayectoria sólida, que no abandonó nunca la conexión emocional con sus orígenes en el oeste del Gran Buenos Aires. Invitado por Rolling Stone para celebrar los 25 años de la revista en la Argentina, el cantante llegó el lunes 4 por primera vez al teatro Colón, y estableció un nuevo hito personal, haciendo gala de un carisma superlativo. 

La belleza imponente del teatro repleto. Las entradas se habían agotado en apenas 16 minutos. (Foto: Adán Jones).


“Esta noche La Renga trajo el barrio a Obras realmente”. Nunca se supo a ciencia cierta quién pintó ese grafiti en los camarines del estadio de la Avenida del Libertador en la trasnoche del domingo 20 de noviembre de 1994. Pero, sin dudas, fue una definición precisa. Y aunque pasaron casi tres décadas del arribo del grupo de Mataderos al templo del rock, no sería errado parafrasear aquella idea y extrapolarla a los camarines del Colón. Porque el debut de Andrés Ciro en el coliseo porteño marca un mojón trascendente para un fenómeno que emergió en los 90 y que proyectó la ética (y la estética) barrial a las grandes audiencias.  

El comienzo del show con “Pacífico” fue emotivo e imponente, un hito para el cantante y para sus seguidores, muchos de los tiempos de Los Piojos, la banda en la que Ciro construyó una lírica personal, suburbana y universal, en una conjunción del paisaje barrial y una combinación de rock stone y ritmos rioplatenses.

A falta de pogo, el movimiento casi coreográfico de los arcos de violines y cellos de la Orquesta Académica del teatro Colón, dirigida por Pablo Bocchimuzzi, generan un efecto hipnótico, una energía rockera desde el campo de la música sinfónica, potenciado, claro, por Los Persas, la backing band de Ciro. En “Barón Rojo”, segundo tema del set, son los brasses los que ganan protagonismo, con un arreglo con swing, y cierta intención jazzística. Frente a un público en el que se mezclan remeras rockeras y trajes de gala, el cantante inició así una noche inolvidable.

“A mis hijos” es la escueta pero sentida dedicatoria de “Vas a bailar”, un tema con un claro mensaje motivacional, como una carta a un joven poeta o las máximas para el artista cachorro: “Aunque no encuentres la voz/ Aunque te paguen con platos de arroz/ Aunque te asustes y puedas caer/ La dignidad no se pierde, sabés /No estás aquí para pasar /Sin que te vean, ¡qué carajo!/ Si ser lo mismo es virtud/ Vos sabés bien que también es quietud/ Si anda rondando la felicidad/ No tengas tanto temor de cambiar”.

Andrés Ciro llevó su impronta rockera al teatro de tradición lírica. (Foto Adan Jones).

Antes de cantar “Agua”, un clásico de Los Piojos, Ciro recuerda los tiempos en que cantaba en El Galpón de Haedo. “Allá se escuchaba bien, pero me parece que acá se escucha un poco mejor”. Es un modo oportuno de celebrar su llegada a un escenario consagratorio, más en términos de prestigio que en convocatoria para un artista acostumbrado a arrastrar multitudes en estadios de fútbol. El bandoneón de Nicolás Heinrich aporta la cuota de melancolía tanguera, coherente con un artista que decidió versionar “Yira Yira”, el clásico de Enrique Santos Discépolo, desde los comienzos de su carrera (Chactuchac, 1992). Una instantánea de una noche histórica en uno de los epicentros de la cultura porteña.

Después de un breve intervalo, Ciro cambia de vestuario y aparece lookeado como un caballero de fines del siglo XIX, montando una bicicleta vintage de estilo inglés de 1948, por el medio de la platea. Con un micrófono inalámbrico y un sombrero bombín (“a lo Rucucu”, dice, citando al mítico personaje creado por Alberto Olmedo), hace un paso de comedia relatando un viaje en el tiempo, hasta 1888, año en que -como se encarga de recordarle al público- se puso la piedra fundamental del teatro, que recién se inauguraría en 1905. El relato incluye un derrotero por la historia argentina del siglo XX, desde la fascinación de Marcelo T. De Alvear por la cantante lírica Regina Pacini, que cantó en la inauguración del teatro y que se transformaría en su esposa. Ciro menciona y agradece la presencia de la nieta y la bisnieta de Ariel Ramírez, compositor de “Alfonsina y el mar” y de la “Misa Criolla”. Y anuncia un set acústico que empieza con una versión ralentada de “El farolito”, tema bisagra en la carrera de Los Piojos, punta de lanza de Tercer Arco, su canónico disco de 1996. Coreado por todo el teatro, es un tema ideal para que Andrés despliegue el scat jazzístico que mamó de chico en los discos que solía escuchar su papá.

Andrés Ciro en su biciclet de 1948, que usaba en los tiempos seminales de Los Piojos. (Foto: Tomás Morrison).

La cita a Alberto Olmedo no es el único guiño generacional. “Espero que la estén pasando un kilo y dos pancitos” dice el cantante, que durante varios años cerraba los shows de Los Piojos con una careta de Carlitos Balá, en un gesto de nostalgia catódica. 

Antes de “Ruleta”, Andrés recuerda que la primera referencia del Colón la sintió en la cancha de Boca, viendo un partido con su padre. “Y mirá ahora adonde estoy, ¡para vos papá!”, dice mirando a un cielo en forma de cúpula de Raúl Soldi. Y arranca “Ruleta”, y en medio de la platea sube un pibe rubiecito, adolescente, que toma el micrófono con confianza y la rompe. Ese pibe no es otro que Alejandro Ciro Martínez, el hijo del cantante, y la emoción se expande del escenario a todo el teatro.

Andrés junto a su hijo, Alejandro. (Foto: Adan Jones).

Para “Tan solo”, el cantante cambia el bombín por una boina al estilo Peaky Blinders y desfila por el medio de la platea, mientras el teatro explota como en los tiempos de Arpegios, el mítico reducto de San Telmo en el que Ciro y Los Piojos sentaron la base de una carrera monumental.

Después de otro breve intervalo, vuelve a salir la Orquesta y con una de las oberturas más logradas de la velada empieza un nuevo set de canciones. “Un hombre más” llega con un outfit distinto, rockero y elegante para Andrés Ciro, a tono con el mood del tema.

Las maracas le dan aires caribeños a “Ando ganas”, una balada de impronta bolerística: una de las canciones más románticas que Ciro haya escrito jamás y que multiplica su efecto sobre ese colchón de cuerdas que propone la orquesta.

Un canto a la melancolía, coreado por todo el teatro, es “Mírenla”, esa canción inspirada en la modelo Jazmín de Grazia y su muerte absurda y precoz en 2012, a los 27 años. Ciro despliega su oficio y sus dotes de compositor para encontrar tanta belleza desparramada en medio de la tragedia. Promediando la canción, el frontman desaparece, abandona el escenario y sin solución de continuidad irrumpe en la cazuela, en la zona de los palcos altos del teatro, con su armónica y buena parte del teatro -literalmente- a sus pies.

Andrés en la cazuela, cantando entre el público. (Foto: Adan Jones).

Para “Canción de cuna” aparece en el escenario la única invitada que tuvo Sueños (Un viaje en el tiempo), el disco sinfónico de Ciro y Los Persas grabado en Mendoza, sobre el que se basa este concierto en el Colón. Se trata de la niña Josefina Guevara, alias “La José”, que con su voz candorosa y un vestuario lleno de brillos, aporta una cuota desmesurada de ternura.

Andrés Ciro y Josefina Guevara, la niña cantora mendocina. (Foto: Tomás Morrison).

“Verano del 92″, esa oda cannábica de los 90 en clave de samba reggae, emerge en un canto colectivo disruptivo para el standard del gran coliseo porteño. En clave sinfónica, la canción remite a cierto cruce con los tambores del candombe que el virtuoso violinista uruguayo Federico Britos propuso en Candombe y jazz, su disco de 2002.

Para los bises, una arrolladora versión de “Pensar en nada”, el clásico superlativo de León Gieco, que se magnifica en los descomunales arreglos de la orquesta. Luego llega el agradecimiento a Amazon Music (que transmitió el show para todo el mundo, de manera gratuita, a través de su canal de Twitch), a Rolling Stone por invitarlo al festejo de sus 25 años, y al público por haber agotado las entradas en apenas 16 minutos. Y tras los aplausos, un nuevo paso de comedia, con una imitación a Fito Páez para anunciar el próximo concierto en Rosario y un anuncio publicitario “animamos fiestas de quince, Bar Mitzvah, Pica y pica bajada cordón…”.

Hay un espacio para la reflexión, sobre lo jóvenes que escuchan esta música, a pesar de que los medios, a su entender, difunden cada vez menos estos géneros. Y el grand fínale: “Astros”, que ahora sí, no deja a nadie en sus butacas. La platea baila encendida y sueña: “Que los astros te van a ver / Que un buen trago no viene mal / Cuando pega la vida con tanta sed”.

Con su impronta de showman, Andres Ciro hace uno de sus pasos de baile característicos, los brazos apuntando a la platea y al cielo, y la sonrisa en su rostro. Después de la ovación, a solas con su armónica, con el telón de fondo, hace lo mismo que hacía en Arpegios: interpreta el Himno Nacional, la melodía creada por el compositor español Blas Parera, coreada por todo el teatro, de la platea al gallinero. Otra instantánea de una noche que el cantante dificilmente olvide alguna vez.

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